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Authors: Jim Wynorski

Tags: #Ciencia ficción

Vinieron del espacio exterior (6 page)

BOOK: Vinieron del espacio exterior
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Se relajó por un momento y luego, ansioso por saber si había sido visto, se giró con mucho cuidado y miró por detrás del costado de la mesa.

¡Ahora los ojos de Gnut estaban clavados de lleno en él! O así parecía. En la oscuridad reinante, el robot se erguía formando una sombra misteriosa y aún más oscura que el resto, y, a pesar de hallarse a unos cincuenta metros de distancia, parecía dominar la sala. Cliff no podía saber si había variado o no la posición de su cuerpo.

Pero si Gnut lo estaba mirando, al menos no hizo nada más. No pareció ni efectuar el menor movimiento que pudiera detectar. Su posición era la misma que había mantenido en aquellos últimos tres meses, en la oscuridad, bajo la lluvia, y, aquella última semana, en el museo.

Cliff tomó la decisión de no dejarse dominar por el miedo. Comenzó a darse cuenta de lo que pasaba en su propio cuerpo. El cauto reptar había tenido su efecto: le ardían las rodillas y los codos, y no le cabía duda de que se había estropeado el pantalón. Pero aquello eran naderías, si sucedía lo que esperaba que pasase. Si Gnut se movía, y él lo podía fotografiar con su cámara de infrarrojos, tendría un artículo con el que podría comprarse medio centenar de trajes. Y si además podía enterarse del propósito que había tras los movimientos de Gnut, suponiendo que hubiera algún propósito, aquello sería un relato que conmovería al mundo.

Se dispuso a una larga espera; no podía saber cuándo se iba a mover Gnut, ni siquiera si se movería aquella noche. Los ojos de Cliff se habían adaptado a la oscuridad y podía divisar bastante bien los objetos más grandes. De vez en cuando atisbaba al robot: lo miraba mucho tiempo y con gran fijeza, hasta que se desdibujaba su silueta y parecía moverse, y tenía que parpadear y dejar descansar sus ojos para estar seguro de que sólo se trataba de su imaginación.

De nuevo la minutera de su reloj recorrió la totalidad de la esfera. La inactividad hizo que Cliff se fuera confiando más y más, y durante períodos más y más largos mantuvo su cabeza oculta tras la mesa, sin mirar. Así que cuando Gnut se movió, casi se desmayó del susto. Amodorrado y algo aburrido, de repente se encontró con el robot en medio de la sala, yendo en su dirección.

Pero aquello no era lo más aterrador. ¡Lo peor era que, cuando miró a Gnut no lo vio moviéndose! Estaba tan quieto como un gato que acecha a un ratón. Ahora, sus ojos eran mucho más brillantes, y no cabía duda alguna acerca de dónde estaban enfocados: ¡miraba fijamente a Cliff!

Sin apenas atreverse a respirar, medio hipnotizado, Cliff le devolvió la mirada. Su mente era un remolino. ¿Cuál era la intención del robot? ¿Por qué se había quedado tan quieto? ¿Lo estaba acechando? ¿Cómo podía moverse con tal silencio?

En la profunda oscuridad, los ojos de Gnut se acercaron aún más. El sonido casi imperceptible de sus pisadas tamborileaba en los oídos de Cliff con lentitud, pero con un ritmo perfecto. El fotógrafo, que habitualmente tenía recursos, se halló en esta ocasión paralizado por el miedo, resultándole totalmente imposible huir. Permaneció donde se hallaba mientras se le acercaba el monstruo de metal de brillantes ojos.

Por un momento Cliff estuvo a punto de desmayarse, y cuando se recuperó, allí estaba Gnut alzándose junto a él, con sus piernas casi al alcance de su mano. ¡Estaba algo inclinado hacia él, clavando sus terribles y ardientes ojos en los suyos!

Era ya demasiado tarde para salir corriendo. Temblando como cualquier ratón atrapado, Cliff esperó el golpe que lo iba a aplastar. Gnut lo escrutó durante lo que le pareció una eternidad, sin moverse. Y durante cada segundo de aquella eternidad Cliff estuvo esperando la aniquilación repentina, rápida y completa. Y luego, de forma repentina e inesperada, todo hubo terminado. El cuerpo de Gnut se enderezó y dio un paso hacia atrás. Se volvió. Y después, con el ritmo nada mecánico que sólo él poseía entre todos los robots, regresó hacia el lugar del que había venido. Cliff casi no podía creer que no le hubiera ocurrido nada. Gnut podría haberlo aplastado como a un insecto… y se había limitado a darse la vuelta y regresar. ¿Por qué? No podía suponer que un robot fuera capaz de mostrar consideraciones humanas.

Gnut fue directamente al otro extremo del vehículo. Se detuvo en un cierto lugar y produjo una curiosa sucesión de sonidos. Y, de pronto, Cliff vio aparecer en el costado de la nave una abertura, más oscura que las penumbras del edificio, y a esto siguió un débil sonido deslizante cuando apareció una rampa que bajó hasta el suelo. Gnut subió por ella e, inclinándose un poco, desapareció en el interior de la nave. Entonces, por primera vez, Cliff recordó que estaba allí para tomar fotos. ¡Gnut se había movido, pero él no lo había fotografiado! Pero al menos, fuera cuales fuesen las oportunidades que pudiera tener después, podía obtener una foto de la rampa que conectaba con la puerta abierta; así que colocó en posición su cámara, puso la exposición adecuada y apretó el disparador.

Pasó largo rato y Gnut no salió. ¿Qué podía estar haciendo dentro?, se preguntaba Cliff. Le fue volviendo algo de su valor y consideró la idea de arrastrarse hacia delante y atisbar a través de la compuerta, pero se dio cuenta de que no tenía valor para ello. Gnut le había perdonado la vida, al menos por el momento, pero no había forma de saber hasta dónde llegaría su tolerancia.

Transcurrió una hora, y luego otra. Gnut estaba haciendo algo dentro de la nave, pero Cliff no se podía imaginar el qué. Si el robot hubiera sido un ser humano, sabía que se hubiera atrevido a dar una ojeada; pero tal como estaban las cosas era una incógnita totalmente irresoluble. Bajo ciertas circunstancias, incluso los más simples robots terrestres resultan artefactos inexplicables; por consiguiente, aquél, llegado de una civilización desconocida e incluso inconcebible, y que era, con mucho, el artefacto más maravilloso jamás visto, podía estar dotado de poderes sobrehumanos. Todo lo que le habían hecho los científicos de la Tierra no había podido averiarlo. Acido, calor, rayos, terribles golpes demoledores… Lo había soportado todo; y ni siquiera había sido dañado su acabado exterior. Quizá fuera capaz de ver perfectamente en la oscuridad. Y tal vez, sin moverse de donde estaba, pudiera oír o notar, de algún modo, el menor cambio en la posición de Cliff.

Pasó más tiempo, y entonces, en algún momento después de las dos de la madrugada, sucedió algo que no tenía nada de extraordinario, pero que resultaba tan inesperado que, por un momento, destruyó por completo el equilibrio de Cliff. De repente, se oyó un débil aleteo a través del oscuro y silencioso edificio, seguido pronto por el chillido, penetrante y agradable, de un pájaro. Era un sinsonte, el pájaro burlón. Estaba en algún punto de la penumbra, por encima de su cabeza. Sus notas eran claras y resonantes, y cantó una docena de tonadas, una tras otra y sin ninguna pausa: llamadas cortas e insistentes, trinos, gorjeos y arrullos… La canción de amor primaveral de lo que quizá fuera el mejor cantante que había en el mundo. Luego, de una forma tan brusca como había comenzado, el canto cesó.

Cliff se hubiera sentido menos sorprendido si un ejército invasor hubiera descendido de la nave. Estaban en diciembre, y ni siquiera en Florida habían comenzado a cantar los sinsontes. ¿Cómo había llegado aquél al cerrado y oscuro museo? ¿Cómo y por qué estaba cantando allí?

Esperó, con gran curiosidad. Luego, de repente, se dio cuenta de que Gnut se hallaba junto a la compuerta de la nave. Permanecía muy quieto, con sus brillantes ojos vueltos en dirección a Cliff. Por un instante pareció que el silencio del museo se hacía más profundo; luego fue interrumpido por un suave golpe en el suelo, cerca de donde Cliff se hallaba. Se quedó asombrado. La luz de los ojos de Gnut cambió, y comenzó a caminar con su paso casi normal en dirección a Cliff. Cuando estaba a corta distancia, el robot se detuvo, se inclinó y recogió algo del suelo. Durante algún tiempo permaneció inmóvil, contemplando el pequeño objeto que tenía en su mano. Aunque no podía verlo, Cliff sabía que era el pájaro burlón. O, mejor dicho, su cadáver, pues estaba seguro de que ya no cantaría nunca más. Entonces, Gnut se volvió y, sin mirar a Cliff, regresó a la nave, introduciéndose en ella.

Pasaron horas mientras Cliff esperaba que hubiera alguna secuela a aquel sorprendente acontecimiento. Quizá fuera a causa de su curiosidad, pero el caso es que comenzó a perderle miedo al robot Creía que si aquella máquina tenía algo en contra de él, si pensase hacerle algún daño, hubiera acabado con él antes, cuando tenía una oportunidad perfecta. Cliff comenzó a animarse para ir a dar una rápida ojeada al interior de la nave. Y tomar una foto; debía acordarse de tomar una foto. Continuamente se estaba olvidando de la razón que lo había llevado allí.

Fue en la más profunda oscuridad de la falsa madrugada cuando reunió el suficiente valor para iniciar su acción. Se quitó los zapatos y, con los pies cubiertos sólo por los calcetines y llevando los zapatos atados por los cordones y colgados del cuello, se movió con el cuerpo rígido pero con mucha rapidez hasta un lugar situado tras el más próximo de los seis ujieres robot estacionados a lo largo de la pared, haciendo una pausa para ver si había algún signo que indicase que Gnut sabía que se había movido. No oyendo nada, se deslizó tras el siguiente robot y se detuvo de nuevo. Sintiéndose ya más atrevido, dio una carrera hasta el más lejano, el sexto, situado justo enfrente de la compuerta de la nave. Allí se sintió desengañado. No podía ver ninguna luz detectable en el interior; sólo había oscuridad, y el silencio que lo llenaba todo. No obstante, sería mejor que tomase la foto. Alzó su cámara, la enfocó a la oscura abertura, y tomó la foto con una exposición bastante larga. Luego se quedó quieto, sin saber qué hacer a continuación.

Durante esta pausa, una extraña serie de sonidos apagados llegó a sus oídos, aparentemente procedentes del interior de la nave. Sonidos animales: primero jadeos y roces, acentuados por varios clics secos, y luego profundos y sonoros rugidos, interrumpidos por nuevos roces y jadeos, como si se estuviese produciendo algún tipo de lucha. Y entonces, de repente, antes de que Cliff pudiera decidirse a volver a la carrera bajo la mesa, una forma baja, robusta y oscura saltó de la compuerta e inmediatamente se volvió y creció hasta la altura de un hombre. Un terrible miedo avasalló a Cliff, aun antes de saber qué era aquella forma.

Al instante siguiente apareció Gnut en la compuerta y bajó, sin titubear, por la rampa, en dirección a la figura. Mientras avanzaba hacia ella, ésta retrocedió lentamente unos pasos; pero luego se quedó a pie firme, y unos gruesos brazos se alzaron de sus costados e iniciaron un potente tamborileo contra su pecho, mientras de su garganta surgía un terrible rugido de desafío. Sólo había un ser en todo el mundo que se golpease el pecho y produjese un sonido como aquél: ¡aquella forma era la de un gorila!

¡Y además, un gorila enorme!

Gnut siguió avanzando, y cuando estuvo cerca, se abalanzó y aferró a la bestia. Cliff no se hubiera imaginado que Gnut pudiera moverse con tal rapidez. No pudo ver, dada la oscuridad, los detalles de lo que sucedió; lo único que sabía era que las dos enormes formas, el titánico robot Gnut y el más bajo pero terriblemente fuerte gorila se fundieron por un instante, entre el silencio del robot por una parte y los profundos e indescriptibles rugidos del gorila por otra; y cuando los dos se hubieron separado, fue porque el gorila había sido lanzado de espaldas.

El animal se irguió inmediatamente en toda su altura y rugió ensordecedoramente. Gnut avanzó de nuevo, y volvió a producirse la escena anterior. El robot continuó avanzando inexorable, y entonces el gorila comenzó a retroceder hacia la pared del edificio. De repente, la bestia corrió hacia una de las figuras humanoides que había apoyada contra la pared y, con un rápido movimiento lateral, lanzó al quinto ujier robot contra el suelo y lo decapitó.

Tenso de pavor, Cliff se acurrucó tras su propio robot. Dio gracias al cielo por el hecho de que Gnut estuviese entre él y el gorila y que continuase su avance. El gorila retrocedió aún más, pero de pronto se abalanzó hacia el siguiente robot de la hilera y, con una fuerza casi increíble, lo arrancó del suelo y lo lanzó contra Gnut Con un tremendo estrépito metálico, el robot golpeó al otro robot, y el producido en la Tierra rebotó hacia un lado y rodó hasta detenerse.

Después, Cliff se maldeciría a sí mismo por ello, pero de nuevo volvió a olvidarse por completo de tomar una foto. El gorila, retrocedió a lo largo de la pared, demolió con terribles estallidos de ira cada uno de los ujieres robot frente a los que pasaba, y lanzó las piezas al implacable Gnut. Pronto se hallaron frente a la mesa y Cliff dio entonces gracias a su buena estrella por no haber ido hasta allí. Se produjo un breve silencio, y Cliff no pudo saber qué era lo que estaba pasando, pero se imaginó que al fin el gorila había llegado al rincón del edificio, y estaba atrapado.

Si lo estaba fue sólo por un instante. Súbitamente el silencio fue rasgado por un terrible rugido, y la robusta forma del animal llegó dando botes hacia Cliff. Recorrió todo el camino y se dio la vuelta justo entre Cliff y la compuerta de la nave. El fotógrafo rogó con frenesí a todos los dioses que regresase pronto Gnut, pues ahora sólo había el único robot indemne entre él y la peligrosa bestia. Gnut surgió de la oscuridad. El gorila se alzó de nuevo en toda su altura, golpeó su pecho y rugió en señal de reto.

Y entonces ocurrió una cosa curiosa. La bestia cayó de cuatro patas y, lentamente, rodó sobre su costado, como si estuviese débil o se hubiese hecho daño. Luego, jadeando, lanzando unos sonidos aterradores, se puso de nuevo en pie y se enfrentó con el robot que se le acercaba. Y mientras esperaba, su atención fue atraída por el último ujier mecánico y quizá por Cliff, que estaba acurrucado tras él. Con un estallido de terrible ira destructora, el gorila caminó de lado en dirección a Cliff; pero esta vez, a pesar de su pánico, éste pudo ver que el animal se movía con dificultad, al parecer enfermo o gravemente herido. Se echó hacia atrás justo a tiempo: el gorila alzó el último ujier robot y se lo lanzó con violencia a Gnut, fallando por unos centímetros.

Aquél fue su último esfuerzo. Una vez más, la debilidad se apoderó de él; cayó como un fardo sobre un costado, rodó adelante y a atrás varias veces y comenzó a estremecerse. Luego se quedó quieto y ya no se movió.

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