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Authors: David Wellington

Vampiro Zero (24 page)

BOOK: Vampiro Zero
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—Jameson es muy listo. Ya lo sabíamos. Es tan listo que, a diferencia de la mayoría de los vampiros, reconoce sus propias limitaciones. Son más fuertes que nosotros, muchísimo más rápidos, pero son arrogantes. Se creen invencibles, son unos chelos. Jameson es el vampiro menos vanidoso que he visto jamás.

—Tal vez así sea, pero se dejó esto, ¿verdad? Entonces ahora está desprotegido. Estos chalecos no se compran así como así por Internet. Tienes que ser agente de la ley para conseguir uno, y nadie va a venderle un chaleco a un vampiro.

Caxton dio un puñetazo al chaleco.

—Esto sería fantástico, ¿no cree? La forense especialista de Fetlock vino a decir lo mismo. Durante una hora me sentí muy feliz. Luego he recibido una llamada. Un agente de las fuerzas del orden de Lenhartsville me ha comunicado por radio que tenía a un sujeto que coincidía con la descripción que di en el boletín: un vampiro alto y desnudo corriendo por el arcén de la 1-78. Ha dicho que echaría un vistazo pero no ha vuelto a ponerse en contacto conmigo.

—Oh, no.

Caxton asintió con la cabeza.

—Enviaron una segunda unidad al lugar. Encontraron al agente de las fuerzas del orden desangrado. El motor de su coche patrulla aún estaba en marcha, pero alguien había abierto el maletero, como si hubieran hecho palanca. ¿Adivina qué había desaparecido del maletero?

—¿Un chaleco antibalas modelo IIIA? —aventuró Glauer.

Caxton se tocó la punta de la nariz.

—No le importa correr por la ciudad sin pantalones, pero Jameson se siente desnudo sin una placa metálica que le proteja el corazón. Ya ve lo que ha tardado en conseguir otra...

Glauer retrocedió y se cubrió la boca con las manos.

—Otro policía.

—Otro funeral —remachó Caxton.

Durante unos instantes se hizo el silencio. Luego Glauer, con un hilo de voz, dijo:

—Por lo menos no es inmune por arte de magia.

Caxton se sentó en uno de los pupitres.

—Sí. Empezaba a creer que estaba bajo una especie de hechizo que lo protegía de las balas. Ahora ya lo entiendo todo, aunque de poco me sirve. No puedo ir con un rifle colgado del hombro a todas partes. ¡El hijo de puta es inmune a las balas de mi revólver!

—Oiga —dijo Glauer, dando un paso adelante. Caxton dio un respingo, pues creía que su compañero iba a darle un abrazo de apoyo—. No perdamos de vista nuestro objetivo. Anoche logró algo importante.

Caxton frunció el ceño.

—¿Qué logré? ¿Mantenerme viva? ¿Aterrorizar a un puñado de chicas que, sinceramente, no necesitaban pasar por otra experiencia traumática?

—Le salvó la vida.

Ambos se dieron la vuelta y miraron a Raleigh, que se encontraba en el rincón opuesto de la sala, sentada en el suelo, abrazándose las rodillas con los brazos. Le habían ofrecido una silla, pero ella la había rechazado. No había articulado palabra desde que Caxton la había dejado en el convento, excepto «sí» y «no» cuando le habían preguntado si quería ir a Harrisburg y si estaba bien, respectivamente.

Estaba asustada. Aterrada. Caxton lo entendía. Francamente, era normal que estuviera asustada. Era tan sólo cuestión de tiempo que su padre volviera a por ella.

Caxton se volvió hacia Glauer.

—Sí —asintió—. La he salvado. Pero no estará completamente a salvo hasta que logre acabar con Jameson.

—Vale. ¿Y ahora qué?

Caxton se rascó la barbilla.

—Bueno, tal como lo veo, tengo que hacer dos cosas. Tengo que ir a Syracuse y evitar que Jameson mate a Simón. Luego tengo que encontrar la guarida de Jameson. Parece que dispararle no sirve de nada. De modo que tengo que pillarle cuando esté indefenso. Si logro acercarme a él durante el día, si encuentro su ataúd, podré arrancarle el corazón del pecho.

—¿Y qué tal va la búsqueda de la guarida? —preguntó Glauer.

Caxton asintió. Podía resultarle incómodo trabajar con Fetlock, pero lo cierto era que el tipo lograba resultados.

—Ayer me llegó una lista con sesenta lugares extraños que había que investigar. Los federales eliminaron unos veinte. Se desplazaron hasta todos esos lugares y los examinaron personalmente. No encontraron ningún signo de actividad vampírica. Seguramente terminarán de examinar la lista hoy mismo. Me encantaría poder ir y comprobarlo yo misma, pero tendré que conformarme... Iré a Syracuse en cuanto pueda para proteger a Simón personalmente. Sabemos que Jameson se dirige hacia allí. Es su último destino. Si no logramos acabar con él allí... no tengo ni idea de dónde se producirá su próximo ataque y entonces todo va a complicarse mucho más.

—¿Cuánto hay hasta Syracuse? —preguntó Glauer.

—En coche, algo más de cuatro horas. No sé cómo se desplaza él.

—Es un largo viaje. ¿Está segura que puede hacerlo? Parece cansada.

Caxton se encogió de hombros.

—Antes trabajaba en la patrulla de tráfico. Por aquel entonces hacía turnos de doce horas al volante. No es un problema para mí. Tengo que hacer un par de recados antes de irme, pero estaré en la carretera antes del mediodía; lo que significa que llegaré allí antes de que anochezca. Es posible que incluso tenga tiempo de hablar con Simón antes de que su padre intente matarlo.

—De acuerdo. Por su forma de hablar deduzco que yo no la acompaño. Continuaré trabajando con las libretas de Carboy.

—No ha sacado nada nuevo, ¿verdad? —le preguntó.

El rostro de Glauer se iluminó, sólo un poco. Señaló con el brazo las pizarras y Caxton vio, debajo del retrato de Jameson, una fotografía nueva. Una fotografía de una adolescente algo regordeta con el pelo moreno y de punta (azul eléctrico en las patillas) y unos ojos de color castaño dulces y preciosos.

—¿Quién es? Nunca la había visto antes.

—Sí, sí que la ha visto —la corrigió Glauer—. Los hombres de Fetlock realizaron una reconstrucción parcial de su cara mientras usted estaba fuera. Era la sierva que se acercó a Angus.

—¿En serio? —Caxton miró la fotografía más de cerca—. Pensé que era un chico. No se parecía en nada a ella.

Aunque teniendo en cuenta que llevaba una semana muerta y que se había desgarrado la cara... quién sabía qué aspecto podía haber tenido antes.

—Cogí el esbozo parcial de la cara que me dieron y ordené a unos cuantos agentes que examinaran la base de datos de desaparecidos. La encontraron en un santiamén: Cady Rourke, de dieciocho años. Ex residente de Mount Carmel.

Caxton entrecerró los ojos.

—Es el pueblo natal de Carboy.

—Sí. Y Cady Rourke fue su primera novia. O al menos eso es lo que dice en sus diarios. Llamé a la familia y me dijeron que su hija y Dylan eran sólo amigos. Sea como fuere, ¿qué hacía Jameson con ella? ¿Aparte de beberse su sangre?

—Tenemos una conexión —tuvo que admitir Caxton—. Muy imprecisa, pero algo es algo.

—Me gustaría continuar trabajando en esta pista. A no ser que tenga algo pensado para mí.

—En realidad, sí. Necesito que se encargue de ella.

Caxton ni siquiera miró a Raleigh, pero ambos sabían de quién estaban hablando.

—Ah. De acuerdo —dijo Glauer, meneando la cabeza.

—Pero tiene que ser consciente de dónde se mete: se trata de una misión muy seria. Jameson aún no ha terminado con ella, intentará ofrecerle la maldición de nuevo. Cada vez que me ha acompañado a capturar a un vampiro lo he mandado a la puerta trasera. Siempre ha sido un vigilante. Esta vez estará en la línea de fuego. Está en su derecho de negarse si no quiere hacerlo.

—Puedo hacerlo —dijo el poli.

—Tiene que estar con ella en algún sitio rodeado de polis. Como aquí mismo. Es posible que Jameson tenga la fuerza suficiente para cargarse a todo un cuartel lleno de policías, pero es demasiado listo para intentarlo. Si no comete ningún error, no sucederá nada.

—He dicho que puedo hacerlo —refunfuñó Glauer—. Cualquiera diría que a usted la protege la magia.

Caxton contempló su rostro. ¿Lo había ofendido?

—¿Qué quiere decir con eso? —le preguntó.

—Que usted no es la única persona en el mundo que puede luchar contra los vampiros. Sé que hemos presenciado la matanza de muchos policías que intentaban hacerlo, pero eso fue porque no estaban entrenados para esa clase de misiones. Yo ya llevo dos meses aprendiendo de usted.

Caxton intentó dirigirle su mirada más dura de policía. Él no apartó los ojos. Tras un minuto, la agente parpadeó.

Ella había aprendido a luchar contra los vampiros observando a Jameson, aunque éste nunca había creído que estuviera lo bastante preparada para poder hacerlo a solas. Caxton estuvo a punto de decir lo mismo de Glauer. Pero, de la misma forma que Jameson se había equivocado con ella, a lo mejor ella estaba equivocada con Glauer.

—Muy bien. —Se volvió para mirar a Raleigh—. El agente Glauer estará aquí para que no te falte de nada —le dijo. La chica alzó la cabeza, mirando con los ojos bien abiertos—. Él te protegerá. Tú haz todo lo que te diga y estarás a salvo.

La boca de Raleigh se abrió:

—¿Y usted? ¿No se va a quedar conmigo? Dijo que me protegería. ¡Me lo dijo!

—Tengo que ir a por tu hermano —se justificó Caxton, que se acuclilló junto a ella—. Lo traeré aquí y los dos estaréis a salvo.

—¿Le preocupa que mi padre ataque a Simón?

«Lo que más me preocupa —pensó Caxton—, es que Jameson le ofrecerá la maldición a Simón, y éste la aceptará.»

—No va a morir nadie más —quiso tranquilizarla—. No mientras yo pueda detenerlo.

Capítulo 34

El armero de la policía estatal sonrió de oreja a oreja en cuanto Caxton le comunicó lo que necesitaba. Se metió en un cobertizo prefabricado que había junto al campo de tiro y volvió a salir cargado de cajas de cartón. Algunas contenían munición, las balas más gruesas y pesadas que Caxton había visto jamás. En las otras había una gran variedad de pistolas.

—O sea, que no quiere cargar con un rifle de alta potencia —dijo, retorciéndose las puntas del bigote—. Pues ésa es la mejor forma de atravesar un chaleco antibalas.

Caxton dijo que no con la cabeza.

—Me veo enzarzada en numerosas batallas cuerpo a cuerpo, en el interior de edificios. Llevaré un rifle en el maletero, pero para el día a día necesito un revólver.

—A ver, si estuviera persiguiendo a un criminal normal, le diría que no perdiera el tiempo con juguetes —dijo el hombre—. Le aconsejaría que se entrenara en el campo de tiro hasta que estuviera lista para acabar con él de un tiro en la cabeza.

Caxton volvió a negar con la cabeza.

—El único punto vulnerable de un vampiro es el corazón. Y éste lleva un chaleco antibalas IIIA y una placa pectoral metálica.

El armero se frotó la barbilla.

—Los chalecos no son perfectos. No te protegen de los cuchillos o, por ejemplo, de las estacas de madera. —Antes de que Caxton fuera capaz de reaccionar, el hombre levantó la mano y dijo—: Era tan sólo una broma. Tampoco creo que sea buena idea tratar de matarlo a cuchillazos: antes de que lograra colocarse a una buena distancia para apuñalarlo, ya estaría muerta. De acuerdo, pensemos en otra cosa. El tejido de los chalecos antibalas pierde su efectividad en cuanto se moja.

—¿Me está sugiriendo que sólo le dispare cuando llueva? No puedo considerar esa opción —dijo, meneando la cabeza—. Necesito potencia de fuego.

—Y yo estoy encantado de complacerla. No suelo sacar esto tantas veces como a mí me gustaría.

Los diminutos ojos del armero centellearon de satisfacción mientras abría la primera caja. En su interior había un revólver con un cañón de 25 centímetros: el doble que el de su Beretta. Era de acero inoxidable y tenía una gruesa empuñadura forrada de caucho diseñada para matar de un culatazo. Caxton la alzó con ambas manos y a punto estuvo de soltar un grito de asombro. Debía de pesar dos kilos. Era como si estuviera sosteniendo una pieza de maquinaria enorme y se preguntó si sería capaz de desenfundarla sin problemas.

—¿Qué es? —preguntó.

—Una Smith & Wesson modelo 500. 500H, para ser precisos. Se carga con balas 500 Smith & Wesson Magnum, de las más potentes del mundo. Los de la Asociación contra las Armas las han bautizado como «balas antichalecos».

—¿Y los demás cómo las llaman?

El armero se encogió de hombros.

—La Asociación Nacional del Rifle asegura que no puede penetrar una placa de metal. Afirman que han realizado pruebas con chalecos antibalas que lo demuestran. Decida usted a quién creer. Lo que yo sé es que ésta bala podría detener a un oso pardo enfurecido antes de que le pusiera a uno las zarpas encima.

Caxton puso unos ojos como platos. Alargó el brazo para coger unos tapones para los oídos. El armero también le pasó unos cascos protectores.

—Los necesitará —le comentó.

Caxton se preparó para disparar contra una diana de entrenamiento colocada a unos veinte metros de distancia, adoptó una postura cómoda, flexionó las rodillas y apretó el gatillo. El revólver soltó una gran llamarada y provocó un violento movimiento de retroceso. El brazo de Caxton salió disparado hacia arriba y a punto estuvo de darse en la cara. Sentía como si alguien le hubiera golpeado el hombro.

—¡Por Dios! —gritó.

Cuando bajó el arma y se quitó los protectores, aún le pitaban los oídos.

—No le ha temblado el pulso —dijo el armero, admirado—. La mayoría de las mujeres, cuando disparan por primera vez con un arma tan potente, cierran los ojos y giran instintivamente la cabeza.

Caxton volvió a coger la pistola y la examinó.

—Mecanismo de doble acción, como mínimo. Pero aquí pasa algo raro. —La mayoría de los revólveres contenían hasta seis proyectiles en el barrilete, detrás del cañón—. Sólo hay cinco recámaras.

—Las balas eran demasiado grandes para meter seis —explicó el armero.

Presionó un botón para acercar la diana. La bala que acababa de disparar había dejado un boquete de proporciones considerables junto al hombro de la silueta que había dibujada en la diana. Caxton no quiso ni imaginar qué le habría hecho esa bala a un ser humano. De todos modos, no se había ni acercado al corazón, y Caxton era una buena tiradora. Había practicado religiosamente bajo las órdenes de su padre, que había sido sheriff en un pueblo minero y un excelente tirador. Eso significaba que era consciente de sus limitaciones. Sabía que la primera vez que se dispara con una pistola nueva, nunca se da en el blanco.

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