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Authors: John Varley

Trueno Rojo (25 page)

BOOK: Trueno Rojo
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Durante unos pocos segundos todo estuvo a oscuras, y entonces mi cabeza se abrió camino por la turba y empecé a jadear... y fue entonces cuando el agua y el barro que habían salido despedidos empezaron a llover sobre nosotros. No creo que el planeta haya visto nunca una lluvia tan sucia como aquella. Un sapo aterrizó sobre mí y se quedó un momento sentado en mi regazo, aturdido.

Travis estaba gritando algo que no pude oír con claridad, algo sobre taparnos la cabeza. Mi casco se había perdido. Encontré a Kelly y nos acurrucamos juntos, rezando para que la explosión no hubiera sido lo bastante potente para lanzar rocas o troncos de buen tamaño por los aires.

Todo terminó en cuestión de pocos segundos, aunque pareció mucho más tiempo. Las aguas se calmaron y dejó de caer lodo del cielo.

—¿Ha explotado, Jubal? —gritó Alicia.

—No funciona así, cher —dijo él, y a continuación señaló el cielo—. ¡Mirad!

Lo hicimos, y vimos una línea recta de color blanco que remontaba el vuelo desde el lugar del lanzamiento, un poco retorcida ya por los vientos, que empezaban a hacer presa de ella. Lejos, muy lejos, la línea seguía creciendo, mientras el diminuto cohete alcanzaba las capas superiores de la atmósfera. Kelly y yo nos levantamos con dificultades y contemplamos la línea, que se hacía más fina y más larga a cada segundo que pasaba... y de repente se detuvo.

—¿Qué ha ocurrido? —pregunté a Jubal—. ¿Se ha quedado sin combustible?

—No, Manny. —Introdujo algunos datos en el ordenador, que estaba lleno de barro—. Ha salido de la atmósfera. Debe de estar a unos trece o catorce kilómetros.

Caleb estaba en el bote, achicando agua y barro con un cubo de metal galvanizado. Levantó la mirada y me lanzó otro cubo, este de plástico.

—A achicar, muchacho —dijo—. Hay que salir de aquí. Esta bañera no vuela demasiado bien con dos toneladas de barro encima y no tiene imbornal.

Soy incapaz de diferenciar un imbornal de una verga, pero comprendí lo que quería decir. Me puse a trabajar y todos los demás no tardaron en secundarme utilizando los cascos, a excepción de Travis, que estaba recuperando el cable lo más deprisa que podía. Trabajamos como condenados en el Infierno.

El barro tiene una cosa buena. Las picaduras de mosquito no lo atraviesan. El bote estaba casi tan seco como podríamos dejarlo en aquellas circunstancias cuando Travis señaló al cielo y gritó. Con la mirada entornada por culpa del sol, vi cuatro puntos allí arriba, a gran altura. Estaban volando juntos, pero en aquel momento se separaron y empezaron a rodear los restos de la estela de vapor dejada por el cohete como un grupo de sabuesos tratando de encontrar un rastro.

—Un grupo de cazas —dijo Travis—. Probablemente de la base de Boca Chica Key.

—Aviones de la Marina —dijo Dak.

—¿Crees que nos están buscando? —preguntó Alicia.

—No creo que hayan salido a contar caimanes, cariño. ¿Qué otra cosa podrían estar buscando por aquí? ¡Nunca creí que el cabrón pudiera ascender tan de prisa!

—Creo que podría bajar la...

—Luego, Jubal. Tenemos que salir de aquí. ¡Tratad de parecer turistas!

Subimos al bote y Caleb lo puso en marcha. ¿Parecer turistas? ¿Cómo se hace eso estando cubierto de barro?

Kelly empezó a sacar agua con las manos y la utilizó para limpiarse la cara y el pelo. Los demás hicimos lo mismo. Sumergí un cubo de plástico en el agua... y lo perdí al hundirlo demasiado. Con el siguiente tuve más cuidado, y lo vacié sobre la cabeza de Dak. Echando agua por la boca, me lo arrebató.

—¡Yo no necesito limpiarme! —gritó—. ¡A mí no se me nota el barro como a vosotros los blancos! —Y me echó un cubo entero por la cabeza. No tardamos en quitarnos todo el barro del cuerpo, aunque entonces nos quedamos sumergidos hasta las rodillas en agua de color chocolate. Aunque el aire era bastante húmedo, supuse que el viento nos secaría bastante deprisa.

—¡Por allí! —gritó Travis junto a mi oreja, y miré en la dirección que señalaba. A gran distancia, tres manchas alargadas se movían por encima de las copas de los árboles. Travis alargó la mano y le dio unos golpecitos en la pierna a Caleb. Este asintió. Travis señaló un manglar tupido y Caleb se dirigió hacia allí en línea recta. Apagó el motor y el silencio nos rodeó. Al cabo de un momento empezamos a oír el ruido de unos helicópteros en la lejanía.

—Militares —dijo Travis en voz baja.

—¿Hemos hecho algo malo? —susurró Kelly.

—¿Por qué estamos susurrando? —susurró Alicia. Dak se echó a reír.

—Probablemente hayamos infringido alguna ley federal sobre uso de fuegos artificiales en una reserva natural, o algo así —dijo Travis. Pero todos sabíamos que no organizarían tanto escándalo por algo así—. No quiero que nos vean los militares. Ni los rangers de los Everglades, por cierto. Esto tiene que mantenerse en secreto.

Antes de que pasara mucho tiempo, los helicópteros se encontraban demasiado lejos para que pudiéramos verlos u oírlos. Caleb nos sacó de la espesura y nos condujo de regreso a casa. Pero enseguida tuvo que frenar de nuevo. Saludó con la mano y yo me levanté y vi otro aerobote pilotado por un viejo carcamal que debía de superar los setenta. Había una maraña de raíces y enredaderas entre ambos, que nos mantenían separados unos veinte metros. Llevaba a bordo un par de sudorosos turistas con pantalones cortos, camisas de manga larga, y sombreros de safari con redecilla. Nos saludaron alegremente y nosotros hicimos lo propio, sonriendo. Kelly sacó una fotografía y la mujer nos sacó otra.

—¡Broussard! —gritó el anciano sobre el rugido de los motores. ¿Has oído una explosión, viejo?

—Algo he oído, McGee —reconoció Caleb—. Por allí, creo.

Señaló en un ángulo desplazado al menos noventa grados con respecto al lugar en el que se había producido el lanzamiento.

—He visto algo que despegaba, como un cohete.

—Probablemente hayan sido unos críos. Ya sabes como son.

—Sí... en mis tiempos eran las bombas fétidas.

—Hoy en día, seguro que es una bomba atómica —rió Caleb.

McGee se inclinó sobre la borda y escupió en el agua, cosa que no pareció complacer demasiado a la señora.

—Tened cuidado, ¿de acuerdo?

Es curioso que durante el camino de ida hubiera pensado que éramos los únicos seres humanos en treinta kilómetros a la redonda. Mientras regresábamos, llegué a pensar que había que instalar un semáforo en la zona.

Es una exageración, claro, pero sí que vimos al menos una docena de aerobotes. Había camionetas y furgonetas y todoterrenos en los caminos de tierra y nos sobrevolaban pequeñas avionetas. Ninguno de ellos hizo nada que nos indujera a pensar que nos estaban buscando.

Regresamos a Mitad de la Nada en una hora, y quince minutos después estábamos en el tráiler de Caleb. Travis tenía mucha prisa. Nos dimos una ducha rápida, nos despedimos, dimos las gracias a Gracia por la comida —y aceptamos una cesta de picnic llena a rebosar— y a continuación volvimos a montar en nuestros vehículos y nos pusimos en camino.

Cuando Kelly vio que el primo Billy había limpiado la mugre y los bichos del Ferrari, le dio un beso en la mejilla. Hasta yo le estreché la mano.

En lo que para mí era un exceso de paranoia, Travis insistió en que los tres vehículos no marcharan juntos, sino separados cinco minutos entre sí. Íbamos a coger la Avenida Caimán hasta Fuerte Lauderdale, así que no fue difícil.

—Por lo que se refiere a la seguridad, me he dormido en los laureles —nos dijo durante una conversación por teléfono móvil—. A partir de ahora, vamos a empezar a tener cuidado. Tenéis que recordar...

—Travis —lo interrumpí—. Si se trata de tener cuidado... ¿crees que deberíamos mantener esta conversación por teléfono móvil?

Hubo un momento de silencio. Kelly me miró con el pulgar levantado.

—Manny, eres un genio y yo un capullo idiota. Colguemos. Nos reuniremos en Bahía Mar, en Lauderdale. Allí comeremos.

Bahía Mar es uno de los mejores puertos deportivos. Casi un trillón de dólares en yates, de vela y de motor, refulgiendo con ese blanco cegador de los cascos y ese azul oscuro de las lonas con las que envuelven las velas, está amarrado en los embarcaderos. No nos costó mucho encontrarnos, y Travis nos llevó hasta un bonito aparcamiento, y luego a un merendero donde descargamos la comida de Gracia. Había un cubo de pollo frito y un Tupperware grande de ensalada de patata, y para postre, bizcochos de mantequilla y melón. Había también un viejo mantel rojo y blanco, platos y cubiertos de plástico y un gran termo lleno de Kool-Aid de uva.

—He estado a punto de arruinar todo lo que hemos hecho hasta el momento —dijo Travis una vez que la comida se hubo distribuido—. ¿Habéis visto al loco de mi vecino? Está preparado para marcharse cualquier día en un platillo volante con Jesús. Que es precisamente lo que vio el día que os tiré a todos a la piscina jugando con algo que no comprendía.

»En cuanto al fiasco de hoy... ¿en qué estaría pensando?

—Lo siento, Trav...

—No ha sido culpa tuya, Jubal.

—Ha sido por un decimal, solo un pequeño...

—Ya lo sé, Jube, lo sé. Pero no podemos permitirnos más decimales. Amigos, Jubal ha hecho una búsqueda mientras yo conducía. Enséñaselo, Jube.

Jubal tecleó http:/liftoff.msfc.nasa.gov/RealTime/JTrack/3D/ JTrack3D.html en su ordenador. Yo conocía el sitio. Seguía el rastro de todos los satélites en órbita. Apareció una representación de la Tierra rodeada por miles de puntos, muchos de los cuales formaban un anillo a la distancia geosincrónica de 35.000 kilómetros. Jubal aumentó la imagen sobre Florida, luego sobre la punta meridional de Florida, e introdujo el momento del lanzamiento. Apareció un puñado de satélites y las líneas que representaban sus trayectorias. A continuación, movió el cursor sobre uno de ellos.

—Esta es la estación Amistad. Estaba a unos trescientos kilómetros de distancia cuando lanzamos el cohete.

—Jes... ¿Quieres decir que podríamos haberle dado?

—Había una posibilidad entre un trillón —dijo Travis—. No, no es eso lo que me preocupa. Lo que me preocupa es que nuestro pájaro ha debido de aparecer en su radar. Y también en el de este satélite y este otro. Por no mencionar los radares terrestres. Ahora hay miembros de nuestro gobierno que saben que algo puede superar a los cohetes de su arsenal. Me refiero a que nuestro pájaro estaba acelerando a veinte g, y ha debido de mantenerlas hasta estar fuera del alcance de los radares. Cuando lo han perdido, debía de estar moviéndose más deprisa que ningún objeto fabricado por el hombre, jamás, en toda la historia del mundo.

Todos digerimos sus palabras durante un rato. De repente, ya no tenía tanta hambre.

—Ahora nuestro gobierno sabe que hay alguien por aquí que posee una tecnología nueva y poderosa. Y seguro que la quiere. Lo que me preocupa es la sopa de letras de nuestras agencias de inteligencia: FBI, CIA, ANS, DIA.

—¿Y qué hay de SPECTRA? —pregunté, en broma. Travis no se rió.

—Muchas veces me he hecho esta pregunta —dijo—. ¿Existe una agencia súper, súper secreta en el gobierno, que no responde ante nadie y que tiene licencia para matar, como en las películas de James Bond? Confío en que no, pero es imposible saberlo con certeza. Por su misma naturaleza, nadie habría oído nunca hablar de ella.

—"Si te lo contara, tendría que matarte" —dijo Dak.

—Exacto. Así que es una pérdida de tiempo preocuparse por algo así. Las que me preocupan son las que sí conocemos.

»Triangulando los radares habrán averiguado desde dónde se produjo el lanzamiento. No creo que puedan averiguar gran cosa allí. En los Everglades es difícil moverse. Y el agujero del suelo se llenó de agua y lodo incluso antes de que nos hubiéramos marchado.

»Lo que me preocupa es que permití que fuéramos a un pequeño pueblo aislado en tres de los vehículos más llamativos de toda Florida.

Dirigí la mirada a nuestra pequeña flota automóvil. Ahora que lo había dicho resultaba obvio, pero hasta entonces no lo había pensado. En aquel mismo momento, había media docena de chicos del vecindario alrededor de los vehículos, mirándolos con la boca abierta.

—Tienen satélites capaces de leer una matrícula desde la órbita y es un día despejado, pero dudo mucho que hayan tomado fotografías. ¿Para qué iban a hacerlo?

—Pero la gente hablará —murmuró Kelly.

—Ahí lo tienes. El viejo McGee nos vio, lo mismo que los turistas. Por lo que se refiere a MacGee, no es de los que hablarían con un agente federal, más que nada por los cinco años que pasó en prisión por un asunto de contrabando de marihuana en los 70. Además de que pensaría que eran agentes del fisco tratando de dar con su escondrijo.

»Pasamos por el centro del pueblo. Esa gente no es muy propensa a los cotilleos, pero al final acabará por salir a la luz, y podrían llegar hasta Caleb.

Eran las peores noticias que había oído hasta el momento. ¿Hasta dónde podrían llegar los federales si sospechaban que Caleb y su familia tenían algo que ver con el lanzamiento?

—Lo hecho, hecho está —dijo Travis—. No podemos cambiarlo. Pero podemos comportarnos con discreción una temporada y ser más cuidadosos en el futuro, ¿de acuerdo?

Todos asentimos... y Dak no tardó en arrepentirse de haberlo hecho.

—Kelly —continuó Travis—. Imagino que devolverás ese bólido romano al depósito de tu padre. No se puede hacer gran cosa al respecto. Confío en que a ninguno de esos sabuesos se le ocurra que un Ferrari de exhibición podría ser uno de los vehículos que ha aparecido hoy en los Everglades.

Kelly reflexionó un momento.

—Quizá pueda hacer algo mejor. Deja que lo piense un poco.

—Bien. Dak... —me di cuenta de que Dak no se había percatado aún de lo que estaba pasando—. Dak, ¿podrías... podrías guardar en el garaje tu bestia azul durante algún tiempo?

Sorprendido, Dak abrió los ojos como platos y entonces exhaló un profundo suspiro.

—Claro, Trav. Durante algún tiempo. ¿Puedes prestarme una bicicleta?

—No, pero debo tener otra moto por alguna parte. Te la dejaré. —Aquello pareció animarlo bastante—. Manny, tú puedes quedarte la Triumph por algún tiempo.

—Oh, diablos, ¿es necesario?

—Menudo sacrificio —se rió Alicia; y me dio unas palmaditas en la espalda.

Kelly levantó un hueso de pollo y dobló el dedo índice manchado de grasa. Se lo cogí con el mío y tiré.

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