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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tarzán en el centro de la Tierra (23 page)

BOOK: Tarzán en el centro de la Tierra
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—Ya se te pasará todo eso —repuso Maral—. A mí también me ocurrió, pero finalmente, después de vivir aquí algún tiempo, me convencí de que las gentes de Clovi son muy parecidas en todo a las de Zoram. Los clovis fueron buenos y amables conmigo; contigo lo serán también, y acabarás sintiéndote feliz entre nosotros. Cuando te hayan dado un esposo, verás la vida de un modo muy distinto.

—¡Nunca seré la esposa de uno de esos hombres! —contestó la prisionera, golpeando el suelo con su sandalia—. ¡Yo soy Jana, la Flor Roja de Zoram, y escogeré por mí misma mi propio compañero!

Maral movió la cabeza con tristeza.

—Así hablaba yo al principio —dijo—, pero luego cambié de parecer, y lo mismo te ocurrirá a ti.

—¡No me ocurrirá! —opuso Jana—. En mi vida sólo vi a un hombre al que tomaría por esposo, y jamás aceptaré a otro.

—¿Tú eres Jana? —preguntó ahora Tarzán de los Monos—. ¿La hermana de Thoar?

La muchacha miró sorprendida a Tarzán, fijándose en él por primera vez.

—¿No eres tú el extranjero al que quería matar Carb? —preguntó.

—Sí —contestó Tarzán.

—¿Y qué sabes de mi hermano, Thoar?

—Hemos cazado juntos. Nos dirigíamos a vuestro país, a Zoram, cuando me vi separado de él. Íbamos siguiendo tu rastro y el del hombre que te acompañaba, cuando sobrevino una gran tormenta que lo borró por completo. Tu compañero era el hombre al que yo iba buscando.

—¿Qué sabes del hombre que me acompañaba? —preguntó Jana.

—Es amigo mío —repuso Tarzán—. ¿Qué ha sido de él?

—Fue sorprendido por la gran tormenta en el fondo de un desfiladero, y debe haberse ahogado —contestó Jana con tristeza—. ¿Tú eres de su mundo?

—Sí.

—¿Y cómo sabes que venía conmigo?

—Reconocí sus huellas, como tu hermano reconoció las tuyas.

—Tu amigo era un gran guerrero —murmuró la muchacha— ¡Un hombre muy valiente!

—¿Pero estás segura de que ha muerto? —preguntó Tarzán.

—Creo que sí —repuso la Flor Roja de Zoram.

Los dos callaron durante un largo rato, ambos pensando en Jason Gridley. Finalmente, Jana se sentó cerca de Tarzán.

—¡Tú eras amigo suyo! —le dijo en voz muy baja—. Escúchame: estas gentes van a matarte. Conozco a estas tribus mejor que tú, y conozco a Carb. Se saldrá con la suya. Tú eras amigo de Jason, y yo también. Si pudiéramos escaparnos de aquí, te guiaría hasta mi país, y si eres amigo de mi hermano Thoar, tanto él como las demás gentes de Zoram te aceptarán como un amigo.

—¿Qué estás hablando en voz baja? —rugió una ruda voz a sus espaldas.

Al volver ambos la cabeza, vieron a Avan, el jefe de la tribu, en actitud recelosa. 

Sin esperar respuesta, el jefe se volvió hacia Maral, su mujer.

—Lleva a la prisionera a la caverna —le dijo—. Permanecerá allí hasta que el consejo decida qué guerrero la tendrá por compañera. Mientras tanto, haré que varios guerreros custodien la entrada a la gruta para evitar que pueda escapar.

Maral hizo un gesto a Jana para que la acompañara a la caverna. Al ponerse en pie la muchacha, lanzó una mirada de súplica a Tarzán. Éste, que también se había levantado, miró a su alrededor. Prácticamente toda la tribu estaba sobre la cornisa de granito, y en el camino que conducía a las alturas del gran cañón, que era el único punto de salida de allí, habría al menos una docena de guerreros. El solo tal vez hubiera podido huir, pero con la muchacha era imposible. Entonces, mirando a Jana con fijeza, hizo con sus labios un movimiento firme y duro, pronunciando, aunque sin sonido alguno, una palabra: “Espera”. Un momento después, la Flor Roja de Zoram era conducida a la caverna de la tribu.

—En cuanto a ti, hombre de otra tribu —siguió diciendo Avan en tono amenazador, y dirigiéndose a Tarzán de los Monos—, hasta que el consejo decida tu suerte eres nuestro prisionero. Entra también en la caverna y espera allí la decisión de los guerreros.

Era cierto que una docena de guerreros impedía ahora el camino a la libertad, pero aquellos hombres estaban tranquilos y confiados, sin esperar peligro alguno. Un impulso súbito y audaz podría llevar a Tarzán de los Monos más allá de donde se encontraban los guerreros y liberarle. Cada vez estaba más seguro de que el consejo iba a condenarle a muerte, y cuando se anunciara la decisión del consejo, cien guerreros rodearían a Tarzán, alerta y armados para evitar que escapara. Aquel era pues, el momento oportuno. Pero Tarzán de los Monos no intentó huir y recobrar la libertad. En vez de ello, dirigió sus pasos hacia la gran caverna en la que se encontraba Jana. La Flor Roja de Zoram había implorado su ayuda, y Tarzán de los Monos no iba a abandonar a la hermana de Thoar y la amiga de Jason Gridley.

Capítulo XII
Los pantanos de Pheli

C
uando Jason Gridley se precipitó hacia el fondo del desfiladero, en dirección al sitio en el que se encontraba el solitario cazador, disponiéndose a hacer frente al ataque del monstruoso reptil volador que descendía hacia él planeando en el aire, el americano, recordando ciertos dibujos y grabados, pudo reconocer al monstruo como un estegosaurio del periodo jurásico, aunque grabados y pinturas no le habían dado ni con mucho, una ligera idea de las proporciones ni del horripilante aspecto del reptil.

Jason vio al solitario guerrero de pie en el fondo del precipicio, esperando una muerte inevitable; pero su actitud no revelaba terror ni miedo alguno. En su diestra empuñaba una lanza y en su mano izquierda un cuchillo de sílice. Iba a morir, sí; pero vendería cara su vida. En su actitud majestuosa no había pánico, ni terror, ni asomo de un deseo de huir, de intentar escapar en una inútil fuga.

La distancia entre Jason y el monstruo era mayor que la que podía alcanzar una bala de revólver, pero el americano pensó que tal vez el estampido de un disparo atrajera la atención del estegosaurio, haciéndole cambiar de presa, o quizá, incluso, le hiciera huir, al no haber oído jamás un ruido semejante. Así, Gridley disparó dos veces consecutivas, sin dejar de descender a la carrera al fondo del abismo. Y entonces se llevó una sorpresa, porque una de las balas dio en el cuerpo del reptil, que cambió inmediatamente de dirección lanzando un agudo y penetrante silbido.

Atraído por el estampido de los disparos, y atribuyendo la herida que acababa de recibir a este nuevo enemigo, el monstruo se dirigió hacia Jason.

Al sonar los dos disparos, que retumbaron en el profundo cañón en el que se encontraba el solitario guerrero, éste miró hacia donde se encontraba Jason, viéndole descender hacia la cuenca del abismo, y observando como el reptil planeador cambiaba de rumbo.

La herencia, las enseñanzas de sus antepasados y su propia experiencia, habían hecho a aquel hombre salvaje y primitivo considerar como enemigo a todo hombre que no fuera de su propia tribu. Nunca en su vida ningún suceso había venido a desmentir esa creencia, así que le pareció absurdo e inconcebible ver que aquel extranjero, al que inmediatamente había reconocido como tal, arriesgaba su vida en un esfuerzo heroico para acudir a prestarle auxilio. Pero no había ninguna otra explicación posible a su conducta, por lo que el perplejo guerrero, en vez de escapar en el momento en que la atención del horrible reptil se apartó de él, corrió rápidamente hacia Jason, para unir sus fuerzas a las del americano y luchar juntos contra el horrible monstruo.

Debido a lo rápido que ahora era el vuelo del estegosaurio, Jason apenas tuvo tiempo de reflexionar sobre lo que hacía. Sólo vio que se le venía encima una muerte espantosa, sin ni siquiera tener tiempo de ponerse en guardia.

El monstruo se precipitaba hacia el americano con sus horribles fauces completamente abiertas, y lanzando agudos chillidos; pero al mismo tiempo presentaba un blanco admirable, y Gridley se propuso sacar algún partido de aquella situación.

Disparó simultáneamente sus dos revólveres, intentando herir al monstruo en su cerebro, pero haciendo entrar las balas por la boca del enorme reptil, y apuntando al paladar. Jason tenía la esperanza de que el animal no sobreviviera a la terrible descarga de sus dos armas, y en ello no se equivocaba. En medio del ensordecedor estrépito de los disparos, aquella lluvia de plomo que se abatía sobre las partes más sensibles de sus carnes, acabó con las fuerzas del monstruo, que, cuando ya se hallaba a corta distancia de Jason, se elevó en el aire pasando por encima del americano, el cual aprovechó la oportunidad para volver a disparar dos o tres tiros más contra la colosal panza del estegosaurio, logrando otros tantos blancos.

Sin dejar de sisear y chillar furiosamente, debido a la ira y el dolor que sentía, el monstruo descendió a tierra a espaldas de Gridley, y prácticamente de inmediato, volvió a reanudar su ataque. Ahora, al verle posado en el suelo, Jason se dio cuenta verdaderamente de lo enorme que era, a pesar de lo cual se movía con una velocidad y una agilidad inverosímiles.

Mientras esperaba la embestida del monstruo, el guerrero llegó hasta donde se encontraba Jason.

—¡Ponte a aquel lado, mientras yo le ataco por este! —gritó el guerrero—. ¡Ten cuidado con su cola y utiliza tu lanza, porque a los dyrodors no les asusta el ruido!

Jason obedeció con rapidez las instrucciones del guerrero, sonriendo en su interior ante la inocente idea de que los Colts sólo servían para hacer ruido.

El guerrero se situó de modo que al atacar, el monstruo quedase al lado contrario de Jason; pero antes de que tuviera tiempo de arrojar su lanza, o Jason de volver a hacer fuego, el animal cayó hacia delante, arrastrando durante un largo trecho su horrible hocico por tierra, y desplomándose a continuación sobre uno de sus costados, sin vida.

—¡Está muerto! —exclamó el guerrero con inmenso asombro—. ¿Qué es lo que le ha matado? ¡Ninguno de nosotros le ha arrojado su lanza!

Jason, volviendo los revólveres a sus fundas, los golpeó cariñosamente.

—Lo ha matado esto —dijo.

—El ruido no mata a nadie —dijo el guerrero escépticamente—. Ni el rugido de los tarags, ni el aullido de los jaloks, ni el bramido de los ryths inmovilizan ni matan al hombre. El silbido de un thipdar tampoco mata a nadie.

—No ha sido el ruido lo que ha matado al reptil —contestó Jason—. Mira la boca del monstruo, sobre todo su paladar, y verás lo que ha ocurrido cuando mis armas hacían ruido.

Siguiendo la sugerencia de Jason, el guerrero examinó la cabeza y la boca del dyrodor, y cuando vio las enormes heridas se volvió hacia Jason con un nuevo sentimiento de admiración y respeto.

—¿Quién eres tú, y qué estás haciendo en el país de Zoram? —preguntó intrigado.

—¡Dios mío! —exclamó Jason—. ¿Estamos en Zoram?

—Sí.

—¿Y tú eres uno de los guerreros de Zoram?

—Sí. ¿Pero quién eres tú?

— ¡Dime! —insistió Jason—. ¿Conoces a Jana, la Flor Roja de Zoram?

—¿Qué sabes tú de Jana, la Flor Roja de Zoram? —preguntó a su vez el solitario guerrero frunciendo el ceño, sin duda concibiendo algún nuevo pensamiento que le hizo cambiar el tono de su voz—. ¿Cómo te llaman en el país del que vienes?

—Mi nombre es Gridley —contestó el americano—. Jason Gridley.

—¡Jason! —repitió el otro—. ¡Sí, eso es: Jason Gridley! Entonces, dime, ¿dónde está la Flor Roja de Zoram? ¿Qué has hecho de ella?

—Eso es lo que te he preguntado yo a ti —murmuró el americano—. Nos separamos y desde entonces la estoy buscando. ¿Pero cómo sabes tú de mí?

—He estado siguiéndote durante mucho tiempo. Pero estalló una tormenta, y la lluvia borró tus huellas.

—¿Y por qué me seguías? —preguntó Jason.

—Te seguía porque acompañabas a la Flor Roja de Zoram, y quería matarte; pero él dijo que no la ibas a hacer ningún daño, que ella debía haberse ido contigo por su propia voluntad. ¿Es eso cierto?

—La Flor Roja de Zoram vino conmigo por su propia voluntad durante algún tiempo —contestó Jason—. Luego se marchó; pero no le hice ningún daño.

—Entonces, quizá él llevaba razón —murmuró el guerrero—. Esperaré hasta que la encuentre, y si es verdad que no la has hecho daño alguno, no te mataré.

—¿Pero a quién te refieres al decir él? —preguntó Jason intrigado—. Nadie me conoce en Pellucidar, salvo Jana.

—¿No conoces a Tarzán? —preguntó ahora el guerrero.

—¡Tarzán! —repitió Gridley verdaderamente asombrado—. ¿Lo has visto? ¿Está vivo?

—Lo vi, sí —contestó el guerrero—. Juntos cazamos y seguimos tu rastro y el de Jana; pero ahora Tarzán ya no existe; ha muerto.

—¡Dios mío! ¡Tarzán muerto! ¿Estás seguro?

—Sí; ha muerto.

—¿Cómo ha podido ocurrir semejante desgracia?

—Íbamos atravesando una cadena montañosa, cuando nos topamos con un thipdar que se lo llevó por los aires, y lo arrebató de nuestro lado.

¡Tarzán muerto! Jason lo había estado temiendo, pero ahora tenía pruebas de ello, por increíble que le pareciera. Su mente se resistía a creer aquellas palabras que le hablaban de la muerte de aquel hombre de hierro. ¡Parecía imposible que su cuerpo de gigante no se moviera ya por el impulso de su vitalidad, que aquellos poderosos músculos no se estiraran bajo su piel de bronce, que aquel corazón tan valiente hubiera dejado de latir!

—Lo apreciabas mucho, ¿verdad? —preguntó el guerrero, al observar la tristeza y el abatimiento en que se había sumido Jason.

—Sí —repuso éste—. ¡Mucho!

—Yo también —siguió diciendo el guerrero—. Pero ni Tar-gash ni yo pudimos salvarle. El thipdar se lo llevó con tal rapidez que ni siquiera nos dio tiempo a arrojar nuestras armas.

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