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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Humor, Relato

Superviviente (17 page)

BOOK: Superviviente
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Con las muelas mastico una dulce sobredosis de Donnadons.

El agente me ve y suelta un suspiro.

—Ya vale de calorías —me dice—. Lo primero va a ser modificarte para que te ajustes a la campaña.

Me pregunta:

—¿Ése es tu color de pelo?

Me meto un millón de miligramos de Jodazones en la boca.

—Para no andarme con rodeos —me dice—, pesas quince kilos más de lo que necesitamos.

Lo de las pildoras de pega lo entiendo. Lo que no puedo entender es cómo se puede empezar a planificar una campaña en torno a algo antes de que suceda. No me creo que pudiese tener una campaña preparada antes de la Redención.

El agente se quita las gafas y las dobla. Las introduce en el maletín y recoge las listas de futuros productos milagrosos, las de medicamentos y coches, y las mete todas en el maletín. Me arranca literalmente las botellitas de las manos, silenciosas y vacías ya.

—La verdad es —me dice— que nunca pasa nada nuevo.

Me dice:

—Ya está todo visto.

Me dice:

—Escucha.

En 1653, me dice, la iglesia ortodoxa rusa cambió un par de rituales. Nada, un par de cambios en la liturgia. Palabras sólo. Lenguaje. En ruso, por amor de Dios. Un tal obispo Nikon introdujo los cambios, además de las costumbres occidentales que gozaban de popularidad en la corte rusa de la época, y se puso a excomulgar a quienes se rebelaban contra los cambios.

Se agacha y recoge a oscuras las botellitas que hay junto a mis pies.

Según el agente, los monjes que no quisieron cambiar su modelo de liturgia huyeron a monasterios remotos. Las autoridades rusas los hostigaron y persiguieron. Hacia 1665, pequeños grupos de monjes empezaron a inmolarse en el fuego. Estos suicidios en grupo continuaron en el norte de Europa y Siberia occidental durante la década de 1670. En 1687, unos dos mil setecientos monjes tomaron un monasterio, se encerraron en él y se prendieron fuego. En 1688, otros mil quinientos «viejos creyentes» se quemaron vivos encerrados en su monasterio. A finales del siglo
XVII
, se cree que unos veinte mil monjes se suicidaron para no someterse al gobierno.

Cierra de golpe el maletín y se inclina hacia delante.

—Los monjes rusos siguieron suicidándose hasta 1897 —me dice—. ¿Te suena?

El agente me dice que piense en el Sansón del Antiguo Testamento. En los soldados israelíes que se suicidaron en la Masada. En Japón están los
tesukku
. Entre los hindúes son los
sati
. En el siglo
XII
, en Francia, estuvieron los cataros, los
endura
. Va contando grupos con los dedos. Los estoicos. Los epicúreos. Las tribus de la Guayana que se suicidaron para reencarnarse en el hombre blanco.

—Más cercanos a nuestra época, el suicidio colectivo del Templo del Pueblo de 1978 causó novecientas doce muertes.

La catástrofe de los davidianos de 1993 arrojó un balance de setenta y seis víctimas.

El suicidio y asesinato colectivo de la Orden del Templo Solar arrastró en 1994 a cincuenta y tres personas.

El suicidio de la Puerta del Cielo mató a treinta y nueve en 1997.

—Lo de la Iglesia del Credo era un repunte más de la cultura —me dice—. Era un suicidio colectivo previsible en un mundo repleto de grupos disidentes que van a la suya hasta que encuentran oposición. A veces es que el líder está a punto de morir, como sucedió con el grupo de la Puerta del Cielo, o que se enfrentan al gobierno, como lo que pasó con los monjes rusos, o el Templo del Pueblo, o la Iglesia del Credo.

Me dice:

—La verdad es que resulta aburridísimo. Anticipar el futuro a partir del pasado. Casi podríamos ser una compañía de seguros; aun así, nuestro trabajo es conseguir que el suicidio sectario parezca nuevo y emocionante cada vez.

Después de conocer a Fertility, me pregunto si no seré la única persona en este mundo a la que se puede sorprender todavía. Fertility, con sus sueños de catástrofes, y este tipo de afeitado perfecto que habla de ciclos de la Historia, son como dos guisantes atrapados en el aburrimiento de su vaina.

—La realidad significa que vives hasta que mueres —dice el agente—. La verdad de la verdad es que nadie quiere la realidad.

El agente cierra los ojos y se lleva una mano a la frente.

—La verdad es que la Iglesia del Credo no fue nada especial —dice—. Fue fundada por un grupo de disidentes de los Milentas en 1860, durante el «Gran Despertar», cuando sólo en California aparecieron más de cincuenta comunidades utópicas fundadas por disidentes religiosos.

Abre un ojo y me señala con un dedo.

—Tienes algo, un animal, un pájaro, un pez.

Le pregunto cómo sabe lo de mi pez.

—No tiene por qué ser verdad, pero es muy probable —me dice—. En 1939, la Iglesia del Credo concedió a sus misioneros del trabajo lo que se dio en llamar «el privilegio de la mascota», el derecho a poseer un animal de compañía. Fue el año en que una de las biddys robó un recién nacido de la familia para la que trabajaba. Tener un animal de compañía sublimaba en principio el deseo de cuidar de un ser dependiente.

Una biddy robó el bebé de alguien.

—Fue en Birmingham, en Alabama —me dice—. Por supuesto, se suicidó en cuanto la descubrieron.

Le pregunto que qué más sabe.

—Tienes un problema de masturbación.

Eso es fácil, le digo. Ha leído mi ficha del archivo del programa de retención de supervivientes.

—No —me dice—. Afortunadamente, todos los archivos de tu asistente social concernientes a sus clientes han desaparecido. Y antes de que me olvide, te hemos quitado seis años de vida. Si alguien te pregunta, tienes veintisiete años.

¿Cómo es que sabe tanto de mi... eso... de mi vida?

—¿De tu masturbación?

De mi crimen de Onán.

—Por lo visto, todos los misioneros teníais un problema con la masturbación.

Si él supiera. En alguna parte de mi perdida ficha consta que soy un exhibicionista, un síndrome bipolar, un misógino, un cleptómano, etc. En la noche que va quedando atrás, la asistente social se lleva mis secretos a la tumba. Medio mundo por detrás de mí está mi hermano.

Puesto que es un experto, le pregunto al agente si ha habido asesinatos de gente que en teoría tendría que haberse suicidado pero que finalmente no lo hizo. En las otras religiones, ¿hubo alguien que se dedicase a asesinar a los supervivientes?

—Con la gente del Templo del Pueblo hubo un puñado de supervivientes asesinados sin explicación —dice—. Y con la Orden del Templo Solar. Fueron los problemas del gobierno canadiense con el Templo Solar lo que dio pie al programa de retención de supervivientes. Con lo del Templo Solar hubo pequeños grupos de franceses y canadienses suicidándose y matándose mutuamente años después del desastre original. A los asesinatos los llamaban «partidas».

Me dice:

—Los miembros del Templo Solar se quemaban vivos con gasolina y explosiones de propano porque pensaban que eso les transportaría a la vida eterna en la estrella Sirius —y señala al cielo nocturno—. Comparado con eso, el lío de los del Credo fue muy suave.

Le pregunto si tiene previsto algo como un superviviente de la Iglesia que se dedica a cazar a los restantes supervivientes del Credo.

—¿Un superviviente de la Iglesia que no seas tú? —me pregunta el agente.

Sí.

—¿Que mata gente, dices?

Mientras mira pasar las luces de la noche en Nueva York, el agente me dice:

—¿Un asesino del Credo? Cielos, espero que no.

Miro las mismas luces desde el otro lado del cristal tintado, la estrella Sirius, más allá de mi reflejo con la boca embadurnada de chocolate. Ya, le digo, yo también.

—Toda nuestra campaña se basa en que eres el último superviviente —me dice—. Si hay otro miembro del Credo vivo, me estás haciendo perder el tiempo. Toda la campaña se va a hacer gárgaras. Si no eres el último miembro vivo del Credo en este mundo, no nos vales para nada.

Abre apenas el maletín y saca una botellita.

—Toma —me dice—, tómate un par de Serenadones. Es el mejor tratamiento contra la ansiedad que se haya inventado jamás.

Pero aún no existe.

—Finge que sí —me dice—, por el efecto placebo.

Y me pone dos en la mano.

26

La gente dirá que los esteroides me han vuelto loco. La duratestona 250.

Las pildoras francesas Mifeprisone para abortar.

El Plenastril de Suiza.

El Masterone de Portugal.

Ésos son esteroides de verdad, no nombres registrados de drogas futuras. Éstos son inyectables, son pastillas, son parches dérmicos.

La gente estará convencida del todo de que fueron los esteroides los que me hicieron ser un secuestrador de aviones zumbado que vuela por todo el mundo hasta estrellarse. Como si la gente supiese algo de lo que significa ser un célebre y conocido líder espiritual de gran fama. Como si esa misma gente no anduviese todo el rato buscando un nuevo gurú que le encontrase el sentido a ese aburrimiento desprovisto de riesgos que llaman vida mientras miran las noticias de la tele y me critican. Todo el mundo busca eso, una mano que les sostenga. La promesa de que todo va a ir bien. Eso es todo lo que quieren de mí. De mi estresado, desesperado y adorado yo. De mi presionado yo. Ni uno solo de ellos sabe nada de cómo ser un gran personaje modélico de gran carisma y
glamour
.

A los ciento treinta pisos de subir escaleras es cuando empiezas a desvariar y a despotricar y a hablar otros idiomas.

Y no es que haya nadie, excepto quizá Fertility, que sepa la clase de esfuerzo continuado que me ha hecho llegar a este punto.

Imaginad cómo os sentiríais si toda vuestra vida se convirtiese en un trabajo que no soportáis.

No, todo el mundo cree que su vida entera tendría que ser al menos tan divertida como la masturbación.

Me gustaría ver a esa gente sobrevivir en habitaciones de hotel, a ver si conseguían servicio de habitaciones bajo en calorías y mantener una pose medio convincente de completa paz interior y unidad con Dios.

Cuando te haces famoso, el almuerzo ya no es comida; son seiscientos gramos de proteína, trescientos de carbohidratos, combustible sin sal, sin grasas, sin azúcar. Es una comida cada dos horas, seis veces al día.

Comer ya no es comer. Es asimilar proteínas.

Es crema de rejuvenecimiento celular. Lavarse es exfoliación. Respirar es ahora absorción de oxígeno.

Yo sería el primero en felicitar a quien pudiese fingir mejor que yo una belleza sin mácula capaz de proponer mensajes vagamente inspiradores:

«Calmaos. Respirad todos hondo. La vida es buena. Sed justos y amables. Sed amor».

Ya ves.

En la mayoría de mítines, las creencias y mensajes profundos pasaron de las manos del equipo de redactores a las mías en los treinta segundos previos a salir a escena. Ésa es la razón de la oración silenciosa que abre el acto. Me da un minuto para mirar al atril y leer el guión por encima.

Pasan cinco minutos. Diez. Los cuatrocientos miligramos de Decadurabolin y testosterona que me he chutado ente bastidores son todavía un pegote redondo en la piel de mi culo. Los quince mil fieles de pago se han arrodillado frente a mí con la cabeza gacha. ¿Sabéis cómo aulla una ambulancia por una calle tranquila? Así noto yo los productos químicos por mis venas.

Los ropones litúrgicos que llevo en escena son porque con tanto Equipoise en el sistema, la mitad del tiempo se te pone dura.

Pasan quince minutos con toda la gente de rodillas. En cuanto estés listo dila, di la palabra mágica. Amén.

Y empieza el espectáculo.

—Sois hijos de la paz en un universo de vida eterna y abundancia ilimitada de amor y bienestar, bla bla bla, id en paz.

No sé de dónde saca esto el equipo de redactores.

Prefiero no hablar de los milagros realizados ante las cámaras de televisión. O de mi pequeño milagro durante el descanso de la Super Bowl. Ni de todas las catástrofes que predije, ni de las vidas que salvé.

Ya sabéis el refrán: no importa cuánto sepas.

Lo importante es
a quién
conoces.

La gente cree que es facilísimo ser yo y dar la cara ante la gente en un estadio y coordinar su plegaria y luego abrocharme el cinturón en un jet para llegar al próximo estadio en una hora, y al mismo tiempo mantener una fachada saludable y dinámica. Pues no, pero esa gente me llamará igual zumbado por secuestrar un avión. La gente no tiene ni idea de dinamismo saludable, vibrante y dinámico.

Pues que intenten encontrar lo suficiente de mí para hacerme la autopsia. No es asunto de nadie que el hígado haya cesado en sus funciones. Tampoco lo es que tenga una vesícula biliar y un bazo enormes por culpa de la hormona de crecimiento humano. Como que ellos no aceptarían inyectarse cualquier cosa extraída de la pituitaria de un cadáver si pensasen que iban a tener la misma buena pinta que tengo yo por televisión.

El riesgo de ser famoso es que has de tomar levotiroxina sódica para mantenerte delgado. Sí, ya puedes empezar a preocuparte por tu sistema nervioso. Luego está el insomnio. El metabolismo pega un bote. El corazón se dispara. Sudas. Estás nervioso todo el rato, pero estás de muerte.

Recuerda que si tu corazón late es para que puedas ser un invitado habitual de la Casa Blanca.

El sistema central nervioso lo tienes para dirigirte a la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Las anfetaminas son la droga más americana. ¡Consigues hacer tantas cosas! Tienes una pinta estupenda, y te apodan «el logros».

—¡Tu cuerpo entero —me grita mi agente— es para lucir los nuevos diseños de tu línea de ropa sport!

La tiroides cancela la producción normal de tiroxina.

Pero aún tienes una pinta estupenda. Y eres..., eres el Sueño Americano. Eres la economía de crecimiento constante.

Según mi agente, la gente que busca un líder ahí fuera busca algo vibrante. Algo macizo. Algo dinámico. Nadie quiere un dios flacucho. Quieren que de la circunferencia del pecho a la de la cadera vayan ochenta centímetros. Grandes pectorales. Piernas largas. Barbilla partida. Pantorrillas perfectas.

Quieren algo más que humano.

Lo quieren más grande que la vida misma.

Nadie se conforma con la simple corrección anatómica.

La gente quiere agrandamiento anatómico. Gigantismo quirúrgico. La nueva fórmula mejorada. Implantes de silicona. Inyecciones de colágeno.

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