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Authors: George Orwell

Tags: #Historia, #Biografía

Recuerdos de la guerra de España (4 page)

BOOK: Recuerdos de la guerra de España
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Cuando pienso en quienes apoyan o han apoyado al fascismo no deja de sorprenderme su variedad. ¡Menuda tripulación! Imaginaos un programa capaz de meter en el mismo barco, aunque sea por un tiempo, a Hitler, a Petain, a Montagu Norman, a Pavelitch, a William Randolph Hearst, a Streicher, a Buchman, a Ezra Pound, a Juan March, a Cocteau, a Thyssen, al padre Coughlin, al muftí de Jerusalén, a Arnold Lunn, a Antonescu, a Spengler, a Beverly Nichols, a lady Houston y a Marinetti. Pero la clave es muy sencilla. Todos los mencionados son personas con algo que perder, o personas que suspiran por una sociedad jerárquica y que temen la perspectiva de un mundo poblado por seres humanos libres e iguales.

Detrás del tono escandalizado con que se habla del «ateísmo» de Rusia y del «materialismo» de la clase obrera sólo está el afán del rico y del privilegiado por conservar lo que tienen. Lo mismo cabe afirmar, aunque contiene una verdad a medias, de todo cuanto se dice sobre la inutilidad de reorganizar la sociedad si no hay al mismo tiempo un «cambio espiritual», mucho más tranquilizador desde su punto de vista que un cambio de sistema económico.

Petain atribuye la caída de Francia al «amor por los placeres» del ciudadano corriente; daremos a esta afirmación el valor que tiene si nos preguntamos cuántos placeres hay en la vida de los obreros y los campesinos corrientes de Francia y cuántos en la de Petain. Menuda impertinencia la de estos politicastros, curas, literatos y demás especímenes que sermonean al socialista de base por su «materialismo». Lo único que el trabajador exige es lo que estos otros considerarían el mínimo imprescindible sin el que la vida humana no se puede vivir de ninguna de las maneras; que haya comida suficiente, que se acabe para siempre la pesadilla del desempleo, que haya igualdad de oportunidades para sus hijos, un baño al día, sábanas limpias con una frecuencia razonable, un techo sin goteras y una jornada laboral lo suficientemente corta para no desfallecer al salir del trabajo.

Ninguno de los que predican contra el «materialismo» pensaría que se puede vivir la vida sin esos requisitos. Y qué fácilmente se obtendría dicho mínimo. Bastaría con mentalizarse durante veinte años. Elevar el nivel de vida mundial a la altura del de Gran Bretaña no sería una empresa más aparatosa que esta guerra que libramos en la actualidad. Yo no digo —no sé si lo dice alguien— que una medida así vaya a solucionar nada por sí sola. Pero es que para abordar los problemas reales de la humanidad, primero hay que abolir las privaciones y las condiciones inhumanas del trabajo. El principal problema de nuestra época es la pérdida de fe en la inmortalidad del alma, y es imposible afrontarlo mientras el ser humano trabaje como un esclavo o tiemble de miedo a la policía secreta. ¡Qué razón tiene el «materialismo» de la clase trabajadora! Qué razón tiene la clase trabajadora al pensar que el estómago viene antes que el alma, no en la escala de valores, sino en el tiempo.

Si entendemos esto, el largo horror que padecemos será al menos inteligible. Todos los argumentos que podrían hacer titubear al trabajador —los cantos de sirena de un Petain o un Gandhi; el hecho impepinable de que para luchar hay que degradarse; la equívoca postura moral de Gran Bretaña, con su fraseología democrática y su imperio de culis; la siniestra evolución de la Rusia soviética; la sórdida farsa de la política izquierdista— pasan a segundo plano y ya no se ve más que la lucha de la gente corriente, que despierta poco a poco contra los amos de la propiedad y los embusteros y lameculos que tienen a sueldo.

La cuestión es muy sencilla: ¿quieren o no quieren las personas como el soldado italiano que se les permita llevar una vida plenamente humana y digna que en la actualidad es técnicamente accesible? ¿Devolverán, o no devolverán a la gente normal al arroyo? Yo, personalmente, aunque no tengo pruebas, creo que el hombre corriente ganará la batalla tarde o temprano, aunque desearía que fuera temprano y no tarde; por ejemplo, antes de que transcurra un siglo y no dentro de diez milenios. Tal fue la verdadera cuestión de la guerra civil española, como lo es de la guerra actual, y tal vez de otras que vendrán.

No volví a ver al italiano ni averigüé cómo se llamaba. Puede darse por hecho que está muerto. Unos dos años después, cuando la guerra ya estaba perdida, escribí estos versos en su memoria:

The italian soldier shook my hand

Beside the guard-room table;

The strong hand and the subtle hand

Whose palms are only able

To meet within the sound of guns,

But oh! What peace I knew then

In gazing on his battered face

Purer than any woman's!

For the fly-blown words that make me spew!

Still in his ears were holy,

And he was born knowing what I learned

Out of books and slowly.

The treacherous guns had told their tale

And we both had bought it,

But my gold brick was made of gold

Oh! Who ever would have thought it?

Good luck go with you Italian soldier!

But luck is not far for the brave;

What would the world give back to you?

Always less than you gave.

Between the shadow and the ghost,

Between the white and the red,

Between the bullet and the lie,

Where would you hide your head?

For where is Manuel Gonzalez,

And where is Pedro Aguilar,

And where is Ramón Fenellosa?

The earthworms know where they are.

Your name and your deeds were forgotten

Before your bones were dry,

And the lie that slew you is buried

Under a deeper lie.

But the thing that I saw in your face

No power can disinherit:

No bomb that ever burst

Shatters the crystal spirit.

Eric Arthur Blair, más tarde conocido bajo el seudónimo de George Orwell, nació en 1903 en Motihari (Bengala, India). Regresa a Inglaterra con su familia, en 1911 ingresa en el colegio St. Cyprien, escuela de la alta burguesía, y en 1917 entra en el colegio de Eton. En 1922 deja de estudiar e ingresa en la policía imperial birmana. Esta etapa de su vida, que dura seis años, será crucial para él. De vuelta a Europa en 1928, se instala primero en París y luego en 1930 en Londres. En este tiempo publica
Sin blanca en París y Londres
. En 1934 publica
Días en Birmania
, una denuncia del imperialismo inspirada en sus propias vivencias; y en 1935,
La hija del reverendo
, la historia de una solterona que encuentra su liberación viviendo entre campesinos. En 1937 publica
El camino a Wigen Pier
, una crónica desgarradora sobre la miseria y el paro en los barrios obreros de Lancashire y Yorkshire. A finales de 1936 decide viajar a España para trabajar inicialmente como periodista; pero las circunstancias le llevarán a enrolarse en las milicias del POUM. En 1938, cuando aún no había llegado a su fin la guerra civil, escribe
Homenaje a Cataluña
, donde relata sus experiencias en la Revolución española. En 1944 termina de escribir
Rebelión en la granja
, una fábula donde muy pedagógicamente nos describe la evolución del comunismo en la URSS. En 1948 enferma de tuberculosis y es hospitalizado durante casi medio año. Al salir puede concluir su última novela
1984
, una crítica del autoritarismo y el poder absoluto, pero vuelve a recaer de su enfermedad y muere el 21 de enero de 1950. A los cincuenta años de su muerte, el mejor homenaje que se le puede rendir al propio Orwell es dar a conocer de nuevo su obra y dejarse arrastrar con él por las embarradas trincheras del frente de Aragón y las barricadas de la Barcelona revolucionaria, con el cuerpo entumecido y hambriento y el espíritu generoso y ardiente de quien se sabe del lado justo de la Historia.

Notas

[1]
Diario de guerra (1942).
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[2]
El autor es británico.
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[3]
Robert Browning, Dramatis personae (1864).
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[4]
Homenaje a Cataluña.
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