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Authors: Melissa Kantor

Proyecto Amanda: invisible (29 page)

BOOK: Proyecto Amanda: invisible
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Sonriendo, Nia se levantó la camiseta. Sus pantalones, subidos por encima de la cintura, estaban sujetos por un cinturón del que colgaba una herramienta de metal bastante extraña.

—No —dijo—, y por eso he traído esto.

✿✿✿

Hacía mucho más frío en la calle que cuando llegué, y la lluvia también había arreciado. Aunque es posible que solo fuera una impresión mía, teniendo en cuenta que me había dejado el chubasquero en la biblioteca. El caso es que, cuando llegamos al coche de Thornhill después de cruzar el aparcamiento, tenía el pelo aplastado contra la cabeza y ríos de agua helada empezaban a deslizarse por la parte posterior de mi cuello. Me pregunté cómo le explicaríamos nuestro aspecto al señor Richards cuando regresáramos a la biblioteca, calados hasta los huesos.

Nia nos había asegurado que su hermano usaba aquella herramienta mágica al menos una vez al mes, siempre que se dejaba el coche cerrado por dentro. Pero se tiró varios minutos deslizándola adelante y atrás entre el marco de la puerta y la ventanilla mientras nos mojábamos cada vez más. Se me ocurrió pensar que si la policía decidía registrar el coche de Thornhill, nada les impedía hacerlo ese mismo día. ¿Qué se supone que debíamos decirles si aparecieran de repente? Eso por no hablar de los miles de profesores, alumnos o padres que podrían entrar en el aparcamiento en cualquier momento y ver que estábamos intentando forzar la puerta del coche del subdirector.

De repente, como si mis pensamientos se hubieran materializado, unas luces brillaron sobre la verja de metal que rodea el terreno del Endeavor, y escuchamos el sonido de un coche que reducía la velocidad.

—¡Agachaos! —grité.

Hal y yo, que habíamos estado apoyados en la puerta del copiloto mientras Nia intentaba abrir la del conductor, rodeamos rápidamente el coche para acurrucamos a su lado.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Nia.

Tenía los ojos muy abiertos, y supe que estaba pensando en lo que dirían el señor y la señora Rivera si el jefe Bragg apareciera de repente en su puerta con su hija esposada.

El coche pasó lentamente frente a nosotros hasta llegar a la rotonda. Escuchamos la voz de un niño que decía «¡Adiós, mamá!», y después el sonido de una puerta al cerrarse. Un segundo después, el coche prosiguió su camino por Ridgeway Drive.

—Dios mío —dijo Nia, y apoyó la frente en el coche.

—Tenemos que abrir esta puerta —dijo Hal—. ¿Hay algo que pueda hacer?

Nia negó con la cabeza lentamente, sin separarla del coche.

Momentos después, se levantó y volvió a deslizar la fina pieza de metal entre el marco de la puerta y la ventana,

—Me tiemblan mucho las manos —explicó, pero cuando Hal hizo amago de acercarse, ella negó con la cabeza—. Hay que hacerlo de oído, sentir cómo entra y... —se mordió el labio inferior y entrecerró los ojos, como si estuviera en trance.

Hal y yo nos quedamos mirándola. Ya no sentía frío por toda la adrenalina que había descargado.

Supongo que Nia sintió cómo entraba, porque de pronto abrió los ojos y sonrió.

—¡Ya está! —dicho esto, accionó el picaporte y la puerta se abrió.

Esbocé una sonrisa que se sumó a la de Nia. Cuando se abrieron los cierres de seguridad, los tres nos metimos en el coche y cerramos las puertas inmediatamente después. Con la que estaba cayendo, aunque pasara alguien al lado del coche, no podría ver el interior. Aunque si la policía decidía presentarse para registrar el coche del subdirector en busca de pistas...

Aparté la idea de mi cabeza. Si hubiera querido distraerme, podría haber calculado las probabilidades, pero decidí decantarme por una solución más tranquilizadora: negar la evidencia.

El interior del coche de Thornhill seguía siendo un completo desastre, igual que el día que lo habíamos limpiado. Había montones de papel y cedés por todas partes, así como tazas de café, libros de texto e incluso un donut pasado, duro como una piedra, dentro de una bolsa que estaba debajo del asiento trasero.

—Al menos, nadie sospechará que el coche ha sido registrado —dijo Nia. Estaba examinando el suelo bajo el asiento del conductor, con la cabeza metida entre los pedales—. Me da que no tendremos que preocuparnos por ocultar nuestras pisadas.

Teniendo en cuenta que estábamos empapando el coche, esperé que tuviera razón.

Hal estaba acuclillado en el suelo debajo del asiento del pasajero, examinando una pila de periódicos en el mismo lugar donde creí haber visto la carta.

—Estaba aquí —dijo cuando llevaba la mitad de la pila—. Aquí es donde me pareció verla.

Nia interrumpió su búsqueda para mirar a Hal.

Pero aunque revisó la pila dos veces, no encontró el trozo de papel morado ni nada que pareciera ser una carta de Amanda.

—Mierda —dijo al fin—. Estaba seguro de que estaría aquí —empezó a golpear el asiento con los puños—. Mierda, mierda, mierda.

Me di cuenta de que había estado conteniendo el aliento, así que lo solté.

—Escucha, que aún no la hayamos encontrado no quiere decir que no esté aquí. Tenemos que seguir buscando.

Para tratar de levantar el ánimo, me di la vuelta y empecé a revisar unas carpetas que había en el asiento contiguo. Eran del mismo tipo que las que había visto en el archivo del despacho de Thornhill, y por un momento pensé que quizá encontraría el de Ursula Leary. Pero no contenían más que una fila de números y letras en las etiquetas donde supuestamente debía estar el nombre de los alumnos. Aunque estaba segura de que esos archivos no tenían nada que ver con Amanda, aquellos misteriosos códigos despertaron mi interés. Estaba a punto de abrir el primero de ellos cuando, de repente, Nia soltó un grito.

—¡Mirad!

Estaba sentada en el asiento del conductor y tenía los brazos en alto. Tenía un sobre morado entre las manos, con la imagen de un coyote en la esquina superior izquierda.

—Dios mío —dije, a pesar de que no soy la clase de persona que utiliza esa expresión.

Aunque la teníamos delante de nuestros ojos, aquella carta me pareció tan irreal que temí que pudiera evaporarse en cuanto intentásemos tocarla. Me pregunté si Nia estaría pensando lo mismo, ya que no hizo ningún amago de abrirla. Nos quedamos inmóviles durante unos instantes que parecieron eternos, contemplando aquel papel morado.

Finalmente, Hal dijo:

—Ábrelo.

Con las manos temblorosas, Nia dio la vuelta al sobre y lo abrió. El reverso del sobre tenía una mancha de agua o café, y parte de ese líquido se había traspasado a la tarjeta que sacó Nia.

—Estaba debajo de la alfombrilla —dijo Nia, ya fuera por explicar la mancha o solo por romper el silencio.

La carta ya estaba fuera, y todos nos juntamos para mirar la letra de Amanda, que tan bien conocíamos.

—¿Peligro? ¿De qué peligro habla?

Holmes negó con la cabeza

con un gesto de gravedad.

—¿Si pudiéramos definirlo,

dejaría de ser un peligro —dijo.

Sir Arthur Conan Doyle

Debajo de aquella cita, Amanda había escrito algo más. La letra era tan pequeña y enrevesada que al principio no pude leerla. Agarré a Nia por la muñeca y acerqué la nota para verla mejor.

Cuando lo hice, aquellas letras formaron tres palabras bien diferenciadas.

Ayúdenos, por favor.

No me había sentido tan asustada en mi vida. Levanté la mirada del papel y vi que Nia y Hal también me estaban mirando. Parecían tan asustados como yo. Nos quedamos en silencio unos segundos, y después empezamos a hablar todos a la vez.

—¿Por qué le pediría ayuda a Thornhill? Amanda lo odiaba —empecé.

—¿Y cómo es que Thornhill escondió la nota? —preguntó Hal—. ¿Por qué no acudió a la policía?

—¿Por qué no nos dijo que pensaba que Amanda estaba metida en problemas? —quiso saber Nia.

Como si aquellas preguntas nos hubieran dejado sin aliento, volvimos a quedarnos en silencio.

—¿Creéis que pudo pensar que se trataba de una broma? —pregunté al fin.

—¿Una broma? —la voz de Hal se quebró al llegar a la segunda palabra.

Miré a Nia. Para mi sorpresa, tenía los ojos cubiertos de lágrimas.

—Tengo mucho miedo —dijo—. Tengo miedo de que le haya ocurrido algo.

Estiré la mano para agarrar la suya.

—Yo también.

Nia agarró la mano de Hal con la que le quedaba libre Un segundo después, Hal dijo:

—Yo también.

Solo se oía el rumor de la lluvia al caer sobre el techo. Cada pocos segundos, una fuerte racha de viento sacudía el coche. Nos quedamos callados, y ninguno parecía tener intención de querer salir de allí.

Capítulo 32

—¡Guau!

—Lo sé

—Es increíble

—Desde luego.

—No puedo creer que haya podido algo así. Solo tiene doce años.

—Espero que funcione.

Estábamos los tres sentados frente al ordenador de Hal, contemplando en la pantalla la imagen de una de las cartas del oráculo que tenía Amanda. Parecía imposible que apenas hubieran pasado unas horas desde que habíamos encontrado la carta que Amanda había enviado al subdirector Thorhill.

Alguien llamó a la puerta y abrió sin esperar respuesta. Era Cornelia que se quedó parada en el umbral.

—Hola —nos saludó.

—Esto es asombroso —dije—. Estábamos comentando que nos parecía increíble que supieras hacer cosas como esta.

Cordelia se encogió de hombros, y pensé en todas las veces que la gente se había sorprendido por mi habilidad para sumar un par de números rápidamente. Aunque normalmente te lo decía para hacerte un cumplido, a veces no podías evitar sentirte como un bicho raro.

—Si estáis preocupados por vuestra amiga, no sé por qué no vais a la policía —dijo Cornelia. Se acercó a nosotros y cogió una galleta de la caja de oreo que había al lado de Hal.

Nia y yo nos miramos. Habíamos hablado de ello en el baño del instituto, mientras nos secábamos frenéticamente debajo del secador de la manos con la esperanza de que el señor Richards no se diera cuenta de que habíamos estado fuera. Nia dijo que en cuanto le contáramos a la policia que casi todo lo que nos había dicho Amanda era mentira, probablemente pensarían que era una chiflada, y nosotros tres una panda de memos por habernos tragado los delirios de una pirada que aseguraba ser nuestra amiga.

Además, estaba lo del dinero, ¿Qué pasaría si lo hubiera robado? ¿O si le hubiera dado al instituto una dirección falsa? ¿De cuántas formas había podido quebrantar la ley? Puede que el hecho de que tomaran por loca fuera lo mejor que podría ocurrir, porque también podría darles por quere buscarla para meterla en el calabozo.

—¿Hola? —dijo Cornelia al tiempo que se limpiaba unas migas de la camiseta—. Os he hecho una pregunta.

Hal me miró y después miró a Nira. Al ver que estábamos calladas, se limitó a decir:

—Es difícil de explicar.

—Cuando la gente dice que algo es difícil de explicar, lo que pasa es que no quieren contármelo —murmuró Cornelia, y cogió otra oreo.

—Sí, bueno —replicó Hal—. seguro que puedes superarlo, y ahora, veamos: ¿como hacemos que esto funcione?

Cornelia se inclinó y pulsó dos botones del teclado.

Cuando lo hizo, apareció en la pantalla un retrato de Amanda que había escaneado del cuaderno de Hal, junto con una foto del exterior de la tienda Tócala Otra Vez, Sam. En la pantalla había algunas palabras enmarcadas dentro de unas cajitas.

—Mirad —dijo—, así es como la gente entrará en contacto con vosotros. Y esto es lo que tenéis que hacer para responderles.

Empezó a mover el puntero por la pantalla, revelando nuevas cajas vacías y escribiendo cosas en ellas a medida que las abría. Después subió el puntero hasta la parte superior de la pantalla e hizo clic para abrir otra página con el encabezado Nuestras Historias, explicándonos en todo momento lo que estaba haciendo. Pero no pude concentrarme en lo que decía, y no solo porque fuera de las matemáticas sea una nulidad para muchas cosas. Mientras veía pasar a toda velocidad los dibujos de Hal, junto con fotos del coche de Thornhill, las citas de Amanda y otros datos que conocíamos sobre ella, pensé que era absurdo que no tuviéramos fotos de su rostro completo, sino solo algunas en las que aparecía de espaldas o de perfil, o en las que se veia un fragmento de su pierna, su mochila o sus zapatillas. Cuando nos dimos cuenta de esto, nia le pidió a su hermano que escribiera al editor del anuario (que, a pesar de ser un veterano de último curso, respondió inmediatamente al mensaje de Cisco Rivera) para que le diera su foto de Amanda; pero entonces descubrimos que Amanda había faltado el día que se tomaron las fotos de la redacción.

¿Una coincidencia? Me estremecí, sobrecogida al ver cómo no teniamos ni una foto donde se viera claramente a Amanda Valentino. Es sin contar las que ella misma hubiera podido destruir intencionalmente. Las palabras que leíamos en su carta responden en mi cabeza como una voz en off: «¿Peligro? ¿De qué peligro habla? ¿Peligro? ¿De qué peligro habla?».

Y entonces, como si estuviera leyendo la carta en alto, empecé a susurrar las últimas tres palabras que había escrito Amanda.

Nia debió de oírme, porque me pasó el brazo por encima de los hombros.

—Funcionará. Tiene que haber alguien ahí fuera que sepa algo.

Asentí.

—Pues, básicamente, eso es todo —dijo Cornelia. Pulso otra tecla y apareció una nueva pantalla, una que no habia visto antes— Cuando estéis listos, pulsad —y dicho esto, cogió otra oreo del paquete.

—Gracias —dijo Nia.

—Sí —murmuré—, gracias.

—De nada —dijo Cornelia—. Me alegra servir de ayuda.

Cruzo la habitación en dirección a la puerta.

—Oye —le dijo Nia—, tengo una pregunta —Cordelia se dio vuelta—. ¿Como se te ocurrió el nombre?

Cornelia ladeo la cabeza y miró al techo mientras chupeteaba el contenido de la galleta.

—Bueno. Como esperaba, amanda.com y amandavalentino.com estaban cogidos. Entonces recordé lo que habías dicho sobre que era un proyecto importante, así que… —se encogió de hombros y le pegó un bocado a la galleta.

—Entiendo —dijo Nia—. Bueno, gracias otra vez.

—De nada —respondió Cornelia.

Cuando cerró la puerta, Hal hizo girar su silla para mirarnos.

—¿Y bien? —dijo. Su rostro reflejaba la tensión a la que habíamos estado sometidos durante toda la semana.

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