Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción (45 page)

BOOK: Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción
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—No creo que te escuche. Mi programa se acaba de cargar las comunicaciones con el exterior. Ahora estamos tú y yo solos. Debemos permanecer unidos, Guerrero Azul —dijo.

—¿Pero qué coño te pasa, loco paranoico? ¿Te crees que esto es una película o qué? —le preguntó Álex, que había dejado de encontrar graciosa la situación.

—No seas burro, Álex. Esto es lo que buscan los guerreros, y yo simplemente me estoy comportando como los que serán nuestros clientes. La mayoría ha visto demasiadas películas violentas; quieren ser soldados del futuro, con armas como éstas, con conversaciones como ésta. Y por encima de todo quieren matar, aniquilar, destruir —dijo Tomás con su arma apoyada en la cintura.

De pronto, Álex, el Guerrero Azul o cómo narices se llamase en aquella pesadilla sin sentido, sintió un empujón de su compañero. Muy oportuno, por cierto, ya que a su espalda se acercaba un bicho bastante poco amable.

Tomás disparó contra el enemigo. El primer fogonazo sólo logró chamuscar al ser de tres metros de altura y de color amoratado porque vestía un uniforme hecho de gruesas capas de metal. La reacción del monstruo no se hizo esperar: cogió a Álex por la cintura y lo levantó del suelo. Tomás ya no podía hacer nada; disparar en esas condiciones habría supuesto matar al Guerrero Azul. Álex, en cambio, no opinaba lo mismo:

—¿Quieres hacer el favor de parar esto? —dijo harto ya de ser agitado por un enemigo que virtualmente se lo estaba comiendo.

Con pasmosa tranquilidad, poco adecuada para cualquier jugador que quisiese superar esa pantalla, desenfundó una pequeña arma que llevaba a la cintura. La colocó sobre la cabeza del enemigo y disparó. El monstruo emitió un alarido grave y cayó fulminado al suelo, con la parte superior de su cuerpo destrozada por el disparo.

—Ahora, ¡¡¡SAL DE AQUÍ!!!—dijo Álex en tono imperativo mientras empuñaba su arma hacia el Guerrero Rojo y le hacía volar en pedazos.

Tomás, naturalmente, no sintió dolor, pero su rabia era incontenible. Se quitó el casco y salió de la habitación aguantando con dificultad las ganas de propinar un puñetazo a Álex, quien comenzaba a escalar una pared de cristal lentamente utilizando un soplete láser para hacer pequeños huecos donde poder cogerse durante la ascensión.

—Os habéis pasado —le dijo a Laura.

—Lo siento, pero me pidió que realizase la conexión sin la protección que se utiliza en las pruebas. Supongo que se imaginaba que te comportarías de ese modo —contestó.

—Pues ya ves qué gracia me ha hecho. Seguro que Álex todavía se está riendo de mí.

—No seas crío. Vuestro trabajo era probar Anthrax y eso es lo que está haciendo. Ahora acaba de llegar arriba —advirtió Laura.

—¿Le dará tiempo suficiente? Ya sabes que el Comité no admite ni un minuto de retraso en la entrega de los programas.

—Ya lo sé, ya lo sé. Tranquilo, le dará tiempo, aunque tú lo hayas retrasado todo.

—¿Que yo lo he retrasado? Si aún estuviera allí no quedaría ni un solo bicho. Ya me los habría cargado a todos.

Laura le miró de arriba abajo con desdén.

—No seas tonto, no sirve de nada hacer la prueba con un arma que los soldados no pueden tener. ¿Por qué no creces un poco? Esto no es un juego.

—Sí es un juego. Es el juego moderno: miles de hombres luchando contra un ordenador. Es una especie de venganza contra su inteligencia superior.

—De acuerdo, de acuerdo, es un juego —admitió ella, que no tenía ganas de discutir—. Pero el cheque que recibimos a fin de mes no lo es, y yo necesito ese cheque...

Tomás se quedó mirando las evoluciones de Álex por el monitor. Ahora aparecían tres de aquellos asquerosos monstruos atacándole, pero su destreza con una espada larga no estaba dejando ninguna opción a sus enemigos. Se notaba que conocía el programa.

A las once menos veinte, Álex salió de la sala de pruebas y se acercó a sus dos compañeros, que con cara de aburrimiento terminaban la documentación necesaria que presentarían en la reunión para aprobar el proyecto Anthrax.

—Todo va perfectamente. Voy a ducharme y en cinco minutos estoy con vosotros. No quiero retrasar el momento de encontrarme con nuestros maravillosos jefes y sus cabezas perfectamente engominadas y vacías— dijo Álex con tono irónico.

7

La reunión duró más de dos horas de comprobaciones y visionados en una pantalla gigante. Todos los aspectos pasaron la prueba de fuego excepto los soldados enemigos.

«Demasiado fuertes y difíciles de matar. Nuestros abonados guerreros tienen sed de sangre fácil. Según un reciente estudio realizado por el departamento de psicología, quieren poder matarlos rápidamente para continuar avanzando. Los datos indican que tan sólo un dos por ciento de los usuarios prefiere una guerra en la que la inteligencia sea necesaria. El setenta y ocho por ciento, en cambio, cree que se deberían dar más facilidades y armamento más potente para poder acabar con sus enemigos. El resto de los usuarios dicen no tener preferencias, siempre y cuando puedan enfrentarse a grandes contingentes de tropas enemigas para destruirlas.»

—¿Qué os decía? —comentó Tomás ya en la sala de programación—. Los guerreros quieren sangre.

—Vale, vale. Ahora los modificamos un poco y ya está —respondió Álex.

—Bueno, dejad de discutir, aún nos queda trabajo por hacer. A ver si podemos cambiar esos cuatro detalles antes de comer y montamos el planeta para las seis de la tarde.

A las dos de la tarde todo estaba listo.

—Hora de comer —advirtió alegremente Tomás—. Además tengo una buena noticia que daros. Tenemos un nuevo trabajo.

8

Como había previsto Ricardo, la mañana había sido penosa. Por suerte ya no llovía y los autobuses circulaban con normalidad, si se podía llamar normalidad al denso tráfico de la ciudad a las ocho y media. Estaba agotado: ordenar el papeleo durante cuatro horas le había dejado destrozado, y al cerrar los ojos no veía más que montones de impresos con letras semiborradas que debía poner en su sitio.

Hoy se ducharía con agua fría para despejarse un poco, y antes de comer se conectaría con la esperanza de encontrarse con algún mensaje de Amanda. La Estancia hacía diferentes sus días. Hasta entonces, todo era igual: llegar a casa, cinco minutos en la ducha, seis minutos para comer, cinco minutos para colocarse bien el traje y dos de comprobación, unos pocos segundos para la conexión y por fin en casa, en su verdadera casa.

—Verificación de clave y voz correctas. Disfruta de tu estancia.

Richard bajó corriendo las escaleras nacaradas y mullidas de su apartamento para intentar comunicarse con Amanda, pero le detuvo ver a aquel tipo sentado en un enorme sillón de niebla último grito en el V-diseño, copiado sin duda de la exposición a la que había asistido junto a Sara.

—¿Quién es usted? ¿Cómo ha entrado? ¿Qué hace aquí? —preguntó rápidamente.

Una casa en el mundo virtual era totalmente segura; no podía entrar absolutamente nadie sin el permiso del propietario. El sistema se encargaba de preservar la intimidad de todos los usuarios.

—No se asuste, contestaré a todas sus preguntas y usted, señor Richard, se alegrará en poco tiempo de que haya venido. Mi nombre es Óscar. He entrado en su casa porque puedo entrar en todas las casas del mundo virtual. Estoy aquí esperándole para proponerle un negocio —cruzó las piernas y se acomodó mejor en el sillón.

—¿Qué tipo de negocio? —dijo Richard en tono receloso—

¿No será usted una de esas bromas virtuales pesadas a las que nos tienen acostumbrados los programadores? Si es así, ya les puede decir que no nos amarguen la vida. Yo pago religiosamente mi cuota y no estoy dispuesto a aguantar las insolencias de esos geniecillos que miran a los V-usuarios por encima del hombro. Que ellos lo diseñen todo no les da derecho...

—Tranquilícese. Yo soy virtualmente real, no soy ninguna broma —dijo Óscar divertido—. Ayer estuvo en el Sacratorium con una muchacha llamada Amanda. Le vi y estuve observando lo que hacía. Poca gente es capaz de crear una protección como la suya. Después cambió la forma de la joven por un traje de ajuste que, según deduzco, también debe de haber creado usted mismo, ya que no existen en el mercado. Por otro lado, su copa no desapareció cuando usted salió del local, lo que indica que no se trataba de un objeto creado en el club. He encontrado muy poca gente que sea capaz de hacer esas cosas con tanta facilidad. Por eso he venido.

Richard, un poco confundido, se quedó mirando al desconocido. Había sido capaz de ver a través de su pantalla de protección. Era la primera persona que conocía con esa capacidad.

—Y he quedado todavía más impresionado al ver su casa —prosiguió el visitante inesperado—. No la ha pagado, al igual que todos los V-muebles que usted tiene aquí. Se los fabricó, ¿no es cierto?

Richard asintió con la cabeza y balbuceó:

—Pero... ¿exactamente quién es usted?

Óscar esperaba sin duda aquella pregunta. Se inclinó en el sillón hacia delante, como indicando que, a partir de ahora, la conversación entraba en su fase más importante:

—Me dedico a buscar gente capaz de trabajar para Intercom desde el mundo virtual. Todos los diseñadores que hay trabajando en este mundo los he elegido yo, y usted puede llegar a ser uno de los mejores. ¿Quiere ser conocido en todo el mundo y cobrar muy bien por su trabajo? Apuesto a que no le vendría mal un poco de dinero.

El tipo estaba al tanto de la precaria situación económica de Richard. La oferta era tentadora, pero había muchos aspectos que aclarar aún.

—No sé si me conviene abandonar mi trabajo... fuera —dijo Richard—. Por otro lado, no me hacen falta V-créditos. Tengo todo lo que quiero; y si no lo tengo, lo fabrico.

—Hum... creo que está un poco confundido —replicó Oscar—. Primero, usted va a trabajar dentro. Su trabajo no debe confundirse con el de los programadores. Ellos definen las líneas básicas de las Estancias, pero es nuestro personal virtual el que trabaja en su perfeccionamiento. Es lo más lógico, ¿no cree?

Richard nunca había pensado en ello, pero el tipo tenía razón: era lo más lógico y real. Dentro de los parámetros virtuales, claro está.

—Por otro lado —añadió —, lo normal es comprar V-créditos con créditos reales, pero también existe el camino inverso: puede conseguir dinero en V-créditos y cambiarlo por créditos reales. Además, si acepta mi contrato, su cuota en Intercom será gratuita a partir de ahora.

La oferta era inmejorable, así que:

—¿Qué es lo que tengo que hacer? —dijo Richard intentando disimular su impaciencia.

—Trabajar. Lo que ahora hace por gusto lo hará por dinero. Simplemente debe crear V-muebles y exponerlos en nuestros locales. Respecto a las ganancias, la cuarta parte del precio de venta de los diseños será para usted. Cuanto más venda, más cobrará. Por no hablar de la fama personal que adquirirá. Se convertirá en un personaje admirado por la comunidad.

—Bueno, no sé... ¿Puede darme un poco de tiempo para pensármelo? —pidió Richard, que nunca había confiado demasiado en la suerte y comenzaba a dudar de todo.

—Naturalmente. Es difícil dar con genios como usted, capaces de modelar la materia mejor que nadie ¿Cuánto tiempo quiere? ¿Una semana, un mes, un año...?

—Tres días —se precipitó a decir Richard.

—Bien. —Oscar chasqueó los dedos y desapareció en un espectacular despliegue de luces y sonidos agradables. De la nada cayeron al suelo cinco mil créditos y una nota: «Para que se divierta mientras considera mi oferta.»

Oscar lo sabía, sabía que no tenía mucho dinero y que aceptaría con los ojos cerrados: la cuarta parte del precio de un V-diseño era mucho dinero; el negocio del diseño era uno de los más rentables en un mundo dominado por las apariencias. Y si todo iba bien, en poco tiempo tendría el dinero suficiente para conectarse junto a Amanda a Virtual Cognition y comenzar a sentir, a tocar, a oler, a degustar. A besarla.

Una agradable voz femenina interrumpió sus pensamientos: «Dos mensajes urgentes reclaman su atención.» «De acuerdo», respondió Richard a la vez que se dirigía a la pantalla de mensajes. En ella aparecieron las reproducciones de las caras de todas las personas que habían llamado. «Borra las anteriores a hoy.» Desaparecieron todas menos las de Sara y la del tipo que acababa de irse. Richard acercó el dedo a la cara de Oscar. La reproducción a tamaño real apareció en la habitación y dijo:

—Recuerde que el lunes volveré a su casa para saber su respuesta.

El siguiente en materializarse fue el cuerpo de Sara.

—No me gustó nada tu comportamiento de anoche. Quedaste en ridículo ante Orff y Moriarti y me hiciste quedar en ridículo a mí. Sólo lo hice para que nos riéramos un rato... Bueno, no quiero darle más vueltas al asunto. Esta noche estaremos otra vez en el Sacratorium, y hoy no te esperaremos más de cinco minutos, así que sé puntual.

«Pues ya puedes esperarme sentada», pensó Richard.

9

Entraron en el restaurante recargado de las filigranas de plástico rojo y dorado idénticas en todos los chinos de la ciudad. Un camarero les acompañó hasta una de las mesas, apuntó los platos pedidos y les sirvió el vino.

—Bien. Brindemos por nuestro último trabajo en Intercom —dijo Tomás, levantando su copa llena.

Laura y Álex se miraron perplejos.

—¿Qué quieres decir con «último»? —preguntó ella.

—Pues eso. Anthrax es nuestro último trabajo para Intercom. Solicité empleo para los tres en Virtual Cognition, y nos han aceptado como grupo de programación independiente. ¿No es perfecto?

Sí, pero:

—¿No nos tendrías que haber consultado antes de pedir el empleo? No me gusta que decidan por mí— dijo Álex.

—Espérate a escuchar las condiciones y después me apaleas si quieres: entramos en la empresa con la mitad más de sueldo que en Intercom. Y si en cinco meses hemos hecho un buen proyecto ganaremos el doble de lo que cobramos ahora.

—De acuerdo, de acuerdo, pero hay otras consideraciones que seguramente no has tenido en cuenta —objetó Álex—¿Virtual Cognition no es esa red donde los usuarios se someten a una operación en el cerebro y el ordenador envía impulsos directamente?

—La misma —respondió Laura.

—Pues ya sabes que ese tipo de cosas no me gustan. Ya no me gusta la mascarada de Intercom, así que la posibilidad de hurgar en el cerebro de la gente me parece simplemente repulsiva.

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