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Authors: Juan Ernesto Artuñedo

Peluche (10 page)

BOOK: Peluche
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—No hace falta

—Sólo para motivarle un poco

—El resto de banda también lo hacían bien

Apoyo la cabeza en el respaldo. Se me cierran los ojos. Me quedo torrado. Abro los ojos. Carretera. Miro a la izquierda. Conduce concentrado. Vuelvo a dormirme. Sueño. Me despierta el silencio. Estamos parados en una gasolinera. Me reincorporo. Dolor de cuello. Apenas si puedo mover la cabeza a los lados. Me echo hacia atrás. Miro por el retrovisor. El conductor está repostando. Me relajo. Cuelga la manguera. Cierra. Sube a la cabina.

—¿Estás despierto? —me pregunta

—¿He dormido mucho?

—Un par de horas

—Perdona, encima que me llevas y no soy capaz de hacerte ni compañía

—Estoy acostumbrado a viajar solo

Arranca y salimos. La furgoneta nos da paso.

—Toma

—Gracias —le digo

Cojo el paquete de rosquilletas y el zumo de naranja.

—¿Cuánto es? —pregunto

—Nada, no me has dicho cómo te llamas

—Lucas

—Yo Ricardo

—Te prometo que no voy a dormir más

Ricardo coge rosquilletas de la bolsa que aguanta entre sus piernas. Abro la mía. Se me cae la primera al suelo. No se ha roto. La recojo. Muerdo. Me mira. Sonrío. Se gira hacia la carretera y yo bajo hasta su barriga. Me duele el cuello. Dejo la mochila en el suelo y apoyo la rodilla en el asiento. Abro el zumo con cuidado y bebo. Ricardo me pasa el suyo. Se lo abro. Bebemos. Se termina las rosquilletas y tira la bolsa por la ventanilla. Se acaba el zumo. También por la ventanilla.

—¿Fumas? —pregunto

Mira el paquete. Coge uno. Enciendo el mío. Le paso el cigarro y me da el suyo. Aspira profundo. Fumo como él. Bajo la ventanilla y echo la ceniza. Sale volando. Miro la carretera. Poco tráfico. Ricardo conecta la radio y se recuesta hacia atrás. Conduce relajado. Golpea con los dedos en el volante al compás de la música. Sigo el ritmo con el pie.

—¿Y qué tal la batería? —pregunto—, no debe ser fácil

—Tocarla bien no

—Una mano aquí, la otra cruzada, así, ¿no?, un pie al bombo el otro a los platillos esos que se abren y se cierran

—Al charles —me dice

—Eso, ¿y luego?

—Un ritmo sencillo

—Bueno, eso de sencillo...

—Primero pie derecho al bombo y mano derecha, con la baqueta claro, al charles al mismo tiempo, suena así, tuuu

—¿Luego?

—Mano derecha al charles, chisss

—¿Siguiente?

—Mano izquierda a la caja y mano derecha al charles al mismo tiempo, paaa

—¿Más?

—Y baqueta con la mano derecha al charles, chisss, para finalizar

—¿Ya está?

—Sí

—¿Y cómo suena con todo?

—Pues, así: tuuu chisss paaa chisss, y seguido, tuuu chisss paaa chisss tuuu chisss paaa chisss, y para marcar un cambio de rueda de acordes golpeas con el primer tuuu, recuerda que era un bombo con el pie derecho, un platillazo con la baqueta que sostienes en la mano derecha, así, chasss. Y cuando llega el final del preestribillo y quieres señalar una buena entrada al clímax del estribillo donde están esperándote los teclados, segundas voces, guitarras y el cantante que se dispone a pegar el berrido del siglo, pues vas y te marcas un buen redoble con los timbales, cuantos más tengas mejor y más chula te queda la batería con una estructura de hierro, así, tucutucutucutucutucutucutucutucutuuum y el último tuuum acompañado del plato más grande que te permita tu presupuesto o dos platos a la vez para que el escenario se caiga abajo. También puedes preparar la entrada al estribillo con una simple subida con la mano izquierda en la caja y la derecha en el timbal más grande, así, tantantantantantantantantuuum, que parece fácil pero te digo yo que es uno de los breaks más difíciles de ejecutar correctamente dado que por un lado tienes que conseguir que las dos baquetas golpeen simultáneamente los dos parches sin irte una milésima, porque si no suena así, tratratratratratratratratuuum, osea, como se dice en el argot, un fram, una mierda vamos, y por otro que la subida ha de tener una progresión de volumen homogénea, sin perder de vista el tiempo, claro, que porque golpees más fuerte o más débil el tiempo lo marca la claqueta, claclaclacla y no te puedes ir un pelo si no la canción se te viene abajo y el resto del grupo te mira con cara de tevasunhuevodetiempocolega. Y, aparte del tiempo, no puedes olvidar el control de los volúmenes independientes de cada instrumento que estás percutiendo con el resto de miembros de tu cuerpo, es decir, que tienes que ser capaz de pegar un bombazo con el pie sin que esto afecte al volumen de la caja con la mano izquierda o el charles con la derecha. Resumiendo, una historia.

—Vaya —observo—, el bajo debe ser más fácil

—Tocarlo bien tampoco

Seguimos hablando de instrumentos. De música. Del equipo de sonido. Del de luces. De cables. De conectores. Fumamos. De los músicos. Del público. De los borrachos. De una buena noche. De una mala. De la depresión. Fumamos. Del interior y el exterior. De ser uno mismo. De los problemas. De los míos. De las soluciones. De seguir adelante. De la relación. De la vida. Paramos en un restaurante de carretera. De aparcar en la sombra. De comer. De coger las cosas. De cerrar la puerta del camión.

—Voy a ver si éstos bajan o no —me dice

Le sigo. Detrás. Lleva la camisa empapada de sudor. Apoya el brazo en la ventanilla de la furgoneta y pregunta al conductor.

—¿Alguien quiere comer?

—Yo sí, ¿baja alguien más? —el conductor a los de atrás

—¿Qué hora es? —pregunta el baterista— ¿No puedes dejar la furgoneta en la sombra? ¿Es que siempre me tiene que...

—Ahora voy —nos dice el conductor

Ricardo y yo entramos en el restaurante.

—Voy al servicio —me dice

—Yo también

Ricardo entra en un aseo individual y cierra la puerta. Me acerco a un urinario de pie. Bajo bragueta. Miro a izquierda y derecha. Nadie. Meo relajado. Subo cremallera. Me lavo las manos. Las seco. Salgo. Cojo una silla y me siento en una mesa. El conductor de la furgoneta entra en el baño. Se acerca el camarero.

—¿Va ha comer?

—Sí, ahora pedimos, gracias, estoy esperando a dos compañeros

El conductor de la furgoneta sale del baño. Se dirige a la barra. Mira hacia las mesas. Me ve. Duda. Le hago una seña con la mano. Se acerca.

—Ibas con Ricardo, ¿no?

—Sí, soy Lucas

—Tino. ¿Dónde se ha metido?

—En el baño

Silencio. Sale Ricardo. Lo llamamos. Tino le hace sitio en la mesa. Se mueve rápido. Calvo, perilla, cuarenta. Pelo negro por el cuello de la camiseta. Pedimos tres menús. Vino tinto y gaseosa para beber. El camarero acaba de tomar nota y entra en la cocina. Ofrezco tabaco. Fumamos. Cubiertos, pan, bebida. Primer plato.

—¿Cómo estuvo el montaje? —Ricardo a Tino

—Bien, bueno, como siempre, el escenario, esta madera se mueve, poco espacio, la pea en el suelo, baja dos cajas, acerca las luces, lo de siempre. Y a ti, ¿te dejaron dormir?

—Después de los fuegos artificiales ya no me acuerdo de nada

—Qué tío —me dice—, éste duerme hasta con un terremoto

El camarero retira los platos y sirve el segundo. Comemos. Lleno los vasos. Bebo de un trago. Me siento más suelto. Ricardo termina, echa el plato hacia delante y se recuesta en la silla. Le miro el pecho. Tino rellena mi copa y pide otra botella de vino. Pongo gaseosa. Ricardo se abrocha un botón de la camisa. El camarero se lleva los platos. Tomamos postre y café. Fumamos. Pagamos a tres. Ricardo se va al baño. Sale. Pasa por la barra y recoge un tapete verde y una caja de fichas de dominó. Lo extiende en la mesa. Echa las fichas. Movemos. Jugamos. Pierdo las dos primeras partidas. Hablamos con tabaco. No pierdo en la tercera. Gano en la cuarta y vuelvo a perder en la quinta. Ricardo apaga el cigarro y nos vamos. Guardo el tabaco en la mochila y la dejo en el suelo de la cabina del camión. Arranca.

—¿Estás bien? —me pregunta Ricardo

—Eh, sí, un poco mareado, no suelo beber vino, y mira que está bueno

Bajo la ventanilla. El aire me refresca. Abro el cuello de la camiseta para que entre dentro. Me giro. Sonríe. Sonrío. Respiro hondo y le digo:

—No sé qué pensarás de mí, o me duermo o me emborracho

—Tranquilo

—¿Estás casado?

—¿Yo?, no, sin compromiso

—A mí me gustaría tener hijos

—¿Hijos?

—Sí

—¿Cuántos?

—Dos o tres, ¿no?

—A mí con uno me basta

—¿Uno?, ¿y si le pasa algo?

—¿Qué le tiene que pasar?

—No sé, una enfermedad

—¿Tú tienes más hermanos?

—Una hermana mayor, pero uno a veces está tan cerca de la muerte

—¿Y eso?

—Una vez de pequeño bajé cuatro pisos por el hueco de la escalera. A la altura del quinto miré hacia abajo y me entró vértigo. Me agarré a la barandilla, paralizado. Mi hermana empezó a chillar y cuando me vio mi madre casi le da algo.

—Estamos hechos para sobrevivir, aunque a veces no depende siquiera de nosotros. La semana pasada, después de viernes y sábado con bolo, me dormí en la carretera

—¿Y?

—Tuve suerte, me despertó el claxon de otro camión antes de irme terraplén abajo

—¿Pongo música?

—Claro

—¿Un cigarro?

—Sí, a ver si quitamos un poco el mal fario

Enciendo dos y le paso uno. Fumamos. Se desabrocha el botón de la camisa. Me recuesto hacia atrás y escucho música. Pego una calada. Echo el humo por la ventanilla. Reduce la velocidad. Gira a la izquierda en un cruce. Entramos en la provincia de Albacete. Dirección Casas Ibáñez. Llegamos. Coloca el intermitente para que la furgoneta nos adelante. Seguimos detrás. El conductor de la furgoneta pregunta a una pareja que va por la acera. Llegamos a la explanada de un campo de fútbol. Ricardo maniobra hasta encarar la caja del camión al escenario. Pulsa el freno y bajamos. Habla con un par de chicos que están esperando. Abre las puertas de atrás y baja la rampa. Descargamos. Seguimos las órdenes de Tino y Ricardo. Una hora y pico después está todo el material sobre el escenario, las cajas de sonido apiladas sobre los laterales y los tramos de luz a media altura. Conduce Ricardo hasta el medio de la pista de baile. Bajamos dos cajas metálicas y un par de rollos de cable.

—Bueno, chicos —nos dice Tino—, por vuestra parte ya está todo. Podéis venir media hora después de la actuación

Cojo la mochila del camión. Me despido de Ricardo hasta la noche. Alcanzo a los dos chicos que nos han ayudado.

—Perdonar, ¿sabéis de alguna pensión para esta noche?

—Sí, allí mismo, junto al semáforo hay una

—Mejor —contesta el otro— la Pensión del Gato

—Ah, sí

—¿Es cara? —pregunto

—Por eso lo decía, sigue toda esta calle recto y cuando veas una panadería que hace chaflán gira a la izquierda, nosotros nos vamos por otro lado

—Vale, gracias, bueno yo soy Lucas

—Raúl

—Alejandro

Nos despedimos hasta la noche. Sigo recto. Giro por la panadería. Entro en un ultramarinos. Compro agua, una barra de pan y lonchas de embutido. Salgo. Guardo la comida en la mochila. Llego a la pensión. La puerta está abierta.

—¿Hay alguien? —pregunto asomando la cabeza

No contestan.

—¿Se puede?

Por el pasillo se acerca un señor mayor en silla de ruedas. Gordo, barba blanca, sin piernas.

—Hola —le digo—, ¿quedan habitaciones?

—¿Para cuántos?

—Uno

—Pasa

Da media vuelta sobre sí mismo. Le sigo.

—Aquí es —dice señalando una puerta—, al fondo del pasillo tiene el baño. Si quiere ducharse hay agua caliente pero no se entretenga mucho que se acaba. Dentro tiene toallas limpias, ¿cuántos días va a quedarse?

—Hoy, de momento, si quiere cobrarse ya

—Como quiera

Le sigo hasta el recibidor. Me cobra.

—¿Quiere el carné? —pregunto

—No hace falta

—Bueno, me marcho a la habitación, gracias

—A usted. Oiga, se olvida la llave

—Ah, sí, gracias

Entro en el cuarto. Cierro la puerta. Dejo la mochila en el suelo y me tumbo en la cama. Me duele el cuello y la espalda. Relajo el cuerpo. Silencio. Me levanto de un salto. Cojo el embutido y el pan de la mochila y me hago un bocadillo. Muerdo. Mastico. Abro la botella de agua. La cierro. Termino el bocadillo y abro la ventana. Enciendo un cigarro. Echo el humo fuera, la ceniza en el papel del embutido. Fumo en silencio. Escupo en el papel y apago el cigarro. Lo enrollo y a la papelera. Me dejo caer en la cama. La silla de ruedas por el pasillo. Afino el oído. Pasa por delante de mi habitación. Para. Presto atención. No se oye nada. Continúa hasta el final del pasillo. Me relajo. Duermo. No sueño. Despierto. No ha debido pasar mucho tiempo. La puerta de mi habitación entreabierta golpea el marco. Me levanto y la cierro. También la ventana. Hace fresco. Saco una camiseta de manga larga de la mochila y me la pongo. Vuelve a pasar el hostelero con la silla de ruedas. Se detiene a la altura de mi habitación. Llama. Me levanto y pregunto tras la puerta.

—¿Sí?

—Perdone, que se me ha olvidado decirle que tenemos una salita...

Abro la puerta y me mira a la cara.

—...de descanso donde puede ver la televisión y también hay refrescos por si le apetece algo

—Gracias, de momento nada, pero gracias

—Como quiera

Cierro. Quito las migas de pan de la cama. Me siento. No se oye nada. Me levanto y abro la puerta. Sigue mirándome.

—¿Hay cerveza? —le pregunto

—Claro, ahora le traigo

—Ya voy yo

—¿Lleva monedas?

—Sí, ¿quiere una?

—No debería tomar, pero haré una excepción

Entro en la salita. Saco un par de latas de la máquina. Vuelvo. El hostelero no está en el pasillo. Entro en mi habitación. Está sentado a los pies de la cama.

—No le importará —me dice—, la silla es tan...

—Póngase cómodo

Apoyado en un codo, su barriga descansa sobre la cama y le tira de la camisa mostrando el pelo blanco de su pecho. Abrimos las latas. La mía saca mucha espuma. Bebo rápido.

—¿No tiene más clientes? —pregunto

—Esta mañana se han marchado dos chicos —me dice rascándose la barba con el hombro

—¿Estoy solo?

—Hay una pareja durmiendo aquí al lado que han venido hace un rato, los demás se han ido de fiesta

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