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Authors: Charlaine Harris

Muerto en familia (6 page)

BOOK: Muerto en familia
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—A decir verdad —añadió Sam—, la Gran Revelación en Wright no fue tan bien para los míos como en Bon Temps.

Sabía por las noticias locales que en Bon Temps habíamos tenido suerte. Sus habitantes se habían limitado a parpadear, sorprendidos, cuando los licántropos y demás cambiantes dieron el paso, siguiendo el guión iniciado por la Gran Revelación de los vampiros.

—Tú mantenme informada —dije—. Y no dudes en pasarte por mi casa mañana si cambias de opinión.

—El líder de la manada no me ha invitado —comentó Sam, sonriente.

—Pero la propietaria de los terrenos sí.

No volvimos a hablar del tema en lo que quedó de turno, así que di por sentado que Sam encontraría otra cosa que hacer en su noche de luna llena. Lo cierto es que el cambio mensual se extiende durante tres noches, en las cuales todos los cambiantes que puedan toman los bosques (o las calles) en su forma animal. La mayoría de los cambiantes (los que nacen así) pueden transformarse en cualquier momento, pero la luna llena… La luna llena es un momento especial para todos, incluidos los que han llegado a su condición debido a un mordisco. Dicen que hay una droga que puede reprimir la transformación. Los licántropos que sirven en el ejército, entre otros, han de tomarla. Pero todos odian hacerlo, y entiendo que no les apetezca nada andar por ahí en esas noches señaladas.

Afortunadamente para mí, libraba al día siguiente. De haber tenido que volver del trabajo por la noche, el recorrido de la corta distancia entre el coche y la casa habría sido de lo más intenso con tanto lobo suelto. No sé cuánto de su conciencia humana permanece en ellos en su forma lupina, y no todos los miembros de la manada de Alcide son amigos personales míos. Como yo iba a estar en casa, no me supondría ninguna molestia ser la anfitriona de los licántropos. Cuando las visitas vienen a cazar a tu parcela de bosque, no hay demasiado que preparar. No hace falta cocinar ni limpiar la casa.

No obstante, que la visita fuera a quedarse en el exterior fue una buena motivación para acometer algunas tareas en el jardín. Como era otro día precioso, me puse uno de mis bikinis, las zapatillas y los guantes y… manos a la obra. Las ramas, las hojas y las piñas de los pinos acabaron en el barril del fuego, junto con el sobrante de los setos de la cerca. Me aseguré de guardar en el cobertizo todas las herramientas del jardín y lo cerré con llave. Enrollé la manguera que había usado para regar las plantas colocadas en la escalera trasera. Comprobé la abrazadera de la tapa del cubo de basura. Había comprado ese cubo especialmente para evitar que los mapaches hurgaran en mi basura, aunque cabía la posibilidad de que los lobos también se sintiesen atraídos.

Pasé una agradable tarde, holgazaneando bajo el sol, desafinando canciones según me lo iba pidiendo el cuerpo.

Los coches empezaron a llegar justo cuando se ponía el sol. Me acerqué a la ventana. Los licántropos habían sido lo bastante considerados para compartir coche; había varias personas por vehículo. Aun así, mi camino privado estaría bloqueado hasta el amanecer. «Menos mal que no pensaba ir a ninguna parte», pensé. Conocía a algunos de los miembros de la manada, y a otros sólo de vista. Hamilton Bond, que había crecido con Alcide, echó a un lado del camino su camioneta y se quedó sentado dentro, hablando por el móvil. Mi mirada se vio atraída por una escuálida y vivaracha joven a la que le gustaba la ropa llamativa, muy del estilo de la MTV. La primera vez que la vi fue en El Pelo del perro, un bar en Shreveport; le habían encomendado la tarea de ejecutar a los enemigos heridos cuando Alcide se alzó con la victoria en la guerra de los licántropos; creo recordar que se llamaba Jannalynn. También reconocí a dos mujeres que habían pertenecido a la manada atacante; se habían rendido al final del combate. Ahora se habían unido a sus antiguos enemigos. Un joven también lo había hecho, pero podría ser cualquiera de los que empezaban a recorrer mi jardín con inquietud.

Alcide llegó finalmente con su camioneta familiar. Le acompañaban otras dos personas en la cabina.

El propio Alcide es alto y fornido, como lo suelen ser los licántropos. Es un hombre atractivo. Tiene el pelo negro y los ojos verdes y, por supuesto, es muy fuerte. Suele desprender buenos modales y consideración, pero también tiene su lado duro. Había oído por Sam y Jason que, desde que se convirtió en líder de la manada, había ejercitado ese lado más de lo habitual. Me di cuenta de que Jannalynn hizo un especial esfuerzo para estar junto a la puerta de su camioneta cuando Alcide salió de ella.

La mujer que emergió después de él frisaba el ocaso de la veintena y lucía unas sólidas caderas. Lucía su melena castaña recogida en un pequeño moño y su camiseta de tirantes de camuflaje delataba que era musculosa y estaba en forma. En ese momento, Camuflaje estaba contemplando el jardín delantero como si fuese una inspectora de Hacienda. El hombre que salió por la otra puerta era un poco mayor y mucho más fuerte.

A veces, aunque no seas telépata, basta con echar un vistazo a un hombre para saber que ha tenido una vida difícil. Era el caso de ese tipo. Su forma de moverse delataba que estaba alerta en caso de que surgieran problemas. Interesante.

Lo vigilé, porque necesitaba que alguien lo vigilara. El pelo castaño oscuro le llegaba hasta los hombros y orbitaba sobre su cráneo dispuesto en indómitos rizos. Me sorprendí envidiándoselos. Siempre deseé poder hacer eso con mi pelo.

Tras superar mis celos capilares, reparé en que su piel era marrón como el helado de moca. Si bien no era tan alto como Alcide, gozaba de unos recios hombros y una musculatura agresiva.

De haber tenido una alarma contra tipos malos hasta la médula puesta en el camino que conducía hasta el porche, habría saltado en cuanto Rizos puso el pie encima.

—Peligro es mi nombre —pensé en voz alta. Nunca había visto a Camuflaje o a Rizos. Hamilton Bond salió de su camioneta y se unió al pequeño grupo, pero no subió los peldaños del porche para estar junto a Alcide, Rizos y Camuflaje. Él se mantuvo detrás. Jannalynn se quedó con él. Al parecer, la manada del Colmillo Largo había aumentado en miembros y había vivido un reajuste en los rangos.

Cuando fui a la puerta para dar respuesta a la llamada, ya llevaba puesta la sonrisa de anfitriona. El bikini habría sido un emisor del mensaje equivocado (ñam, ñam, ¡comida disponible!), así que me puse unos vaqueros rajados y una camiseta de Fangtasia. Abrí la puerta de mosquitera.

—¡Alcide! —exclamé, genuinamente contenta de verlo. Nos dimos un fugaz abrazo. Estaba espantosamente caliente para mí, ya que mis últimas experiencias cercanas con otros cuerpos habían sido con Eric, cuya temperatura siempre estaba por debajo de la ambiental. Sentí una especie de remolino emocional, pero me di cuenta de que Camuflaje me estaba sonriendo; nuestro abrazo no había sido de su agrado—. ¡Hamilton! —saludé. Le hice un gesto con la cabeza, ya que quedaba un poco lejos.

—Sookie —saludó Alcide—, te presento a algunos de los nuevos miembros. Ésta es Annabelle Bannister.

Jamás había conocido a nadie con menos aspecto de llamarse Annabelle que esa mujer. Por supuesto, le estreché la mano y le dije que estaba encantada de conocerla.

—Ya conoces a Ham, y creo que no es la primera vez que ves a Jannalynn, ¿verdad? —indicó Alcide, inclinando la cabeza hacia atrás.

Asentí en dirección a los dos que estaban en la base de la escalera.

—Y éste es Basim al Saud, mi nuevo lugarteniente —explicó Alcide, pronunciando el nombre como si presentase a personas árabes todos los días. Pues muy bien por él.

—Hola, Basim —saludé, extendiendo la mano. Uno de los significados de «lugarteniente», según tenía entendido, es que se trata de la persona que pone los pelos de punta a todo el mundo, y Basim parecía estar más que dotado para ese trabajo. No sin cierta renuencia, éste me devolvió el gesto. Le estreché la mano, preguntándome que percibiría en él. Los licántropos suelen ser muy difíciles de leer debido a su naturaleza dual. Como era de esperar, no percibí pensamientos concretos; sólo una confusa neblina de desconfianza, agresividad y lujuria.

Gracioso, pues era lo mismo que percibía de Annabelle, la del nombre equivocado.

—¿Cuánto hace que estáis en Shreveport? —pregunté educadamente. Paseé la mirada entre Basim y Annabelle para incluirlos en la pregunta.

—Seis meses —contestó Annabelle—. Vengo de la manada de los Cazadores de alces, en Dakota del Sur. —Así que servía en las Fuerzas Aéreas. Había estado destinada en Dakota del Sur y luego trasladada a la base aérea de Barksdale, en Bossier City, junto a Shreveport.

—Yo llevo aquí dos meses —contó Basim—. Empieza a gustarme. —A pesar de lo exótico de su aspecto, apenas tenía un leve rastro de acento, y su inglés era mucho más preciso que el mío. A juzgar por su corte de pelo, estaba claro que no servía en las Fuerzas Armadas.

—Basim ha abandonado a su antigua manada en Houston —comentó Alcide despreocupadamente—, y nos alegra mucho que se haya unido a nosotros. —«Nosotros» no parecía incluir a Ham Bond. Puede que no fuese capaz de leer la mente de Ham como si fuese la de un humano normal, pero saltaba a la vista que no era ningún fan de Basim. Lo mismo podía decirse de Jannalynn, que parecía albergar una mezcla de lujuria y resentimiento hacia Basim. Esa noche había mucha lujuria flotando sobre la manada. A la vista de Basim y Alcide, no era difícil de entender.

—Espero que os lo paséis bien esta noche aquí, Basim, Annabelle —les deseé, antes de dirigirme a Alcide—. Alcide, mi propiedad se extiende más o menos un acre más allá del arroyo hacia el este, unos cinco hacia el sur, pasado el camino de tierra que conduce hacia el pozo de petróleo, y hacia al norte rodea el cementerio.

El líder de la manada asintió.

—Anoche llamé a Bill, y no tiene inconveniente con que crucemos sus tierras. No estará en casa hasta el amanecer, así que no le molestaremos. ¿Qué hay de ti, Sookie? ¿Irás a Shreveport esta noche o te quedarás en casa?

—Me quedo. Si necesitáis cualquier cosa, llamad a la puerta —les ofrecí con una sonrisa.

«Ni lo sueñes, rubita», pensó Annabelle.

—Pero ¿y si necesitas el teléfono? —le pregunté, haciendo que diese un respingo—. O primeros auxilios. A fin de cuentas, Annabelle, nunca se sabe con qué te puedes topar. —Si bien había empezado con una sonrisa, ésta había desaparecido del todo al acabar la frase.

La gente debería esforzarse por ser más educada.

—Gracias otra vez por dejarnos usar tus tierras. Nos vamos al bosque —terció Alcide apresuradamente. La oscuridad ganaba terreno por momentos, y pude ver que algunos de los licántropos ya estaban bajo el cobijo de los árboles. Una de las mujeres echó atrás la cabeza y aulló. Los ojos de Basim ya eran más grandes y amarillos.

—Que paséis buena noche —repetí mientras retrocedía y cerraba la puerta de mosquitera. Los tres licántropos descendieron los escalones. Oí la voz de Alcide mientras se alejaba:

—Ya te dije que era telépata —le estaba diciendo a Annabelle mientras cruzaban el camino hacia el bosque, seguidos por Ham. De repente, Jannalynn salió corriendo hacia el linde de árboles, estaba deseando transformarse. Pero fue Basim quien echó la mirada hacia atrás mientras yo cerraba la puerta de madera. Fue como una de esas miradas que lanzan los animales en el zoo.

Y entonces la noche cayó por completo.

Los licántropos me decepcionaron un poco. No hicieron tanto ruido como había esperado. Me quedé en casa, faltaría más, con todas las puertas cerradas y las cortinas echadas, algo que no solía hacer por costumbre. Después de todo, vivía en medio del bosque. Vi un poco la televisión y leí algo. Más tarde, mientras me cepillaba los dientes, oí un aullido. Calculé que provenía de bastante lejos, quizá el extremo oriental de mi propiedad.

A primera hora de la mañana siguiente, justo al amanecer, me despertó el ruido del motor de los coches. Los licántropos se disponían a marcharse. Casi me di la vuelta en la cama para seguir durmiendo, pero caí en que necesitaba ir al baño. Resuelta la necesidad, ya me encontraba un poco más espabilada. Crucé el pasillo hasta el salón y oteé el exterior por una rendija de las cortinas. Del linde venía Ham Bond, con no muy buen aspecto. Estaba hablando con Alcide. Sus camionetas eran los únicos vehículos que quedaban. Annabelle apareció un instante después.

Mientras observaba la temprana luz de la mañana derramándose sobre la hierba húmeda por el rocío, los licántropos avanzaban lentamente, vestidos como los había visto la noche anterior, pero llevando los zapatos en la mano. Parecían agotados, pero contentos. La ropa estaba limpia, pero sus caras y brazos estaban manchados de sangre. La caza había ido bien. Tuve la tentación de pensar en clave de
Bambi
, pero conseguí reprimirla. Aquello era bastante diferente de salir al monte con un rifle.

A los pocos segundos, Basim surgió del bosque. Bajo la sesgada luz, parecía una criatura salvaje, con el pelo largo lleno de hojarasca y ramitas. Había algo atávico en Basim al Saud. Me preguntaba cómo se habría convertido en hombre lobo cuando en Arabia no hay lobos. Mientras observaba, Basim se apartó de los otros tres y se dirigió hacia mi porche. Llamó a la puerta con golpes bajos, pero firmes.

Conté hasta diez y abrí la puerta. Procuré no reparar en la sangre. Se había lavado la cara en el arroyo, pero se había dejado el cuello.

—Buenos días, señorita Stackhouse —saludó Basim amablemente—. Alcide me ha dicho que te diga que otras criaturas han pasado por tus tierras.

Noté la arruga que se formó en mi entrecejo al fruncirlo.

—¿Qué clase de criaturas, Basim?

—Al menos una de ellas era un hada —dijo—. Es posible que fueran más, pero como mínimo una.

Se me ocurría media docena de razones para que aquello me resultase increíble.

—¿Las marcas, o el rastro… son recientes? ¿Puede que sean de varias semanas?

—Son muy recientes —explicó—. Y también hay un fuerte olor a vampiro. Mala combinación.

—Son malas noticias, pero es algo que debía saber. Gracias por contármelo.

—También hay un cadáver.

Me lo quedé mirando, deseando que mi cara reflejara serenidad. Tengo mucha práctica ocultando lo que pienso; todo telépata que se precie ha de tener esa habilidad.

—¿Cuánto tiempo tiene el cadáver? —pregunté cuando supe que podría controlar la voz.

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