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Authors: Joseph Gelinek

Tags: #Intriga, Policíaco

Morir a los 27 (37 page)

BOOK: Morir a los 27
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—¿De qué se trata? —preguntó ansioso el policía—. Parece un idioma élfico.

—Pero no lo es —aseguró la reportera tras unos segundos de reflexión—. Lennon era muy aficionado a escribir mensajes al revés, de hecho fue pionero en una técnica de grabación llamada
backmasking
que ha hecho correr ríos de tinta entre los aficionados a la demonología y el satanismo. De modo que si le damos la vuelta a todas estas palabras, lo que nos queda es:

Perdomo permaneció unos momentos pensativo. Se dio cuenta de lo afortunado que había sido al haber encontrado, casi por azar, la colaboración espontánea de Amanda en aquella investigación, pues la mujer había acreditado ya, en varias ocasiones, sus vastos conocimientos acerca de la música pop.

—Probablemente son bocetos —concluyó la periodista—, ideas que estaba barajando Lennon para el mensaje subliminal que quería incluir en la canción.
Shoot me
, o sea, «dispárame», le gustó tanto que decidió incluirla en el coro.
Twenty seven
, «veintisiete», concuerda con la pasión (obsesión diría yo) que sentía John por el número nueve, del que veintisiete es múltiplo.
Live forever
, «vive para siempre», es el sueño de todo artista, expresa su deseo de convertirse en inmortal a través de sus creaciones. Si me das veinticuatro horas, puedo volcar el contenido de la casete a mi ordenador, y seguidamente, con ayuda de una aplicación de la que no dispongo en este momentó, pero que puedo conseguir en internet, podré decirte si, escuchada al revés, la canción encierra algún mensaje oculto.

—No dejes de hacerlo —le rogó encarecidamente Perdomo—. En ese mensaje podría hallarse la clave del crimen que tratamos de resolver.

53

Charley's girl

El comisario jefe de la UDEV, Ángel Luis Galdón, estaba preocupado por la falta de progresos en la investigación del asesinato de John Winston. El Ministro del Interior le había insinuado ya la necesidad de aceptar la colaboración de Scotland Yard, que se había ofrecido para ayudar a esclarecer el crimen desde que éste saltara a las primeras páginas de los periódicos. Galdón le prometió al ministro que evaluaría los pros y contras de esta propuesta, aunque en su fuero interno sabía perfectamente que Perdomo se tomaría como una ofensa personal el hecho de que investigadores de otro país —por mucho prestigio que tuvieran— se dedicaran a meter las narices en sus asuntos. Al fin y al cabo, el índice de crímenes resueltos por el inspector Perdomo en la UDEV era un treinta y cinco por ciento superior a la media de la unidad. El epíteto de superpolicía que la prensa solía emplear con él estaba plenamente justificado.

—¡El ministro está que echa humo —le dijo Galdón a Perdomo, cuando éste entró en su despacho a darle novedades— porque los asesinatos en España han crecido por vez primera en seis años! Nos hemos colocado en una tasa de tres muertes violentas por cada cien mil habitantes. Si a esto sumamos que, en índice de paro, doblamos la media de la Unión Europea, lo cierto es que empezamos a dar imagen de país tercermundista en la comunidad internacional.

—Recuérdale al ministro de mi parte —respondió muy arrogantemente el inspector— que España es más segura que la inmensa mayoría de los países de su entorno. Ahora mismo sólo Grecia, Portugal e Irlanda tienen índices de criminalidad inferiores a los nuestros. En cambio Suecia, Bélgica, o el propio Reino Unido, doblan las tasas españolas de delincuencia. ¿Qué noticias tenemos del agente Charley?

—Esta misma mañana le han pasado a planta y le hemos podido interrogar. Charley asegura que forcejeó con el búlgaro antes de que éste le arrojara al vacío, por lo que no descartamos que pueda haber ADN de Ivo entre sus uñas.

—¡Eso sería magnífico —exclamó Perdomo—, por fin tendríamos su huella genética en nuestros archivos, en los que, por no haber, no hay ni siquiera una foto decente! Ese búlgaro cabrón es como un fantasma.

—Tendrías que haberle pegado dos tiros cuando te topaste con él en Santa Ana —dijo el comisario—. ¡Putos inmigrantes! ¡Están convirtiendo nuestro país en una cloaca!

Perdomo conocía de sobra los prejuicios xenófobos de su superior, que entraban en conflicto con los datos reales suministrados por el Instituto Nacional de Estadística. De cada cien veces que se quebrantaba la ley en España, setenta lo hacían los propios españoles, algo que echaba por tierra el tópico que relacionaba a los inmigrantes con la delincuencia. Sin embargo, el inspector sabía que era inútil argumentar con Galdón, un hombre que desconfiaba de las encuestas aún más que de los extranjeros.

—Te he contado las buenas noticias —prosiguió Galdón—. Ahora voy a darte las malas. Al saber que había quedado parapléjico, la novia de Charley ha desaparecido del mapa. El muchacho se ha quedado más solo que la una.

—¿Cómo te has enterado?

—Me lo han dicho sus padres esta mañana, en el hospital —le explicó el comisario—. Como podrás suponer, están hechos polvo.

Perdomo se puso pálido. La noticia le produjo tal rechazo que trató, por todos los medios, de buscar una justificación para el comportamiento de la joven.

—Tendrían problemas desde hace tiempo —dijo—. Si alguien está verdaderamente enamorado, no desaparece de tu vida de la noche a la mañana, y menos cuando más te necesitan.

Galdón rebuscó un cigarrillo en su paquete de tabaco y al comprobar que estaba vacío lo estrujó con su mano izquierda y lo arrojó con gesto airado al otro lado del despacho. Era el único policía de la UDEV que pasaba por alto sistemáticamente la prohibición de fumar en los edificios públicos.

—Cuidar de un parapléjico no es fácil —musitó con expresión impotente, después de haber comprobado que no le quedaba ni un solo cigarrillo en todo el despacho—. Ni yo mismo sé cómo reaccionaría, en caso de que a mi mujer le ocurriera algo semejante. Bueno —exhibió una sonrisa, que pretendía ser picara—, sí que lo sé.

—¿Has hablado con los médicos? —preguntó Perdomo—. ¿Te han explicado si Charley podrá funcionar a nivel sexual?

—Parece que sí —respondió el comisario con un mohín de disgusto en la boca, como si le provocara rechazo imaginarse a una mujer teniendo relaciones íntimas con un minusválido. Luego, con el gesto impaciente de quien se ha quedado sin tabaco y sólo piensa en ir a buscar el ansiado cigarrillo, dijo—: Bueno, a ver, ¿qué tenemos?

—He interrogado ya a la viuda, va a heredar quince millones de dólares, pero estaba en Londres la noche del crimen.

—¿Y eso qué prueba? Si tiene un móvil poderoso, pudo haber contratado a alguien para librarse del marido.

El comisario estaba en lo cierto. El mercado de sicarios estaba cada vez más en auge en todo el mundo, debido a la crisis económica. Cobraban entre cincuenta y cien mil euros por homicidio y los que actuaban en España —generalmente paramilitares latinoamericanos— solían tener pasaporte de Costa Rica, Venezuela, Guatemala o México, países que no requieren visado. En ciudades como Madrid y Bilbao, esos asesinos a sueldo estaban montando auténticas oficinas del crimen, bajo la cobertura de negocios legales, como locutorios o bares.

Perdomo sabía que tema poco tiempo, porque Galdón no tardaría en levantarse de la mesa para apagar su sed de nicotina, de modo que decidió ir al grano.

—No vamos a descartar aún a la viuda, pero por el modus operandi del asesino, yo me inclino por otras dos líneas de investigación. Una es Chapman, el pirado que mató a Lennon. En cuanto el FBI termine de interrogarle, sabremos si está implicado.

—¿Cuál es la otra línea de investigación? —preguntó Galdón.

—Un pirata informático llamado O'Rahilly —dijo Perdomo—. Uno de los músicos de la banda de Winston nos ha facilitado un vídeo que prueba que O'Railly ha conseguido diseñar clones holográficos de los miembros de la banda para montar conciertos ilegales por todo el mundo.

—¿De qué cojones me estás hablando? —dijo Galdón, totalmente en la inopia. Era la primera vez en su vida que alguien le hablaba de holografía.

—Te hablo de delincuencia altamente especializada en 3D —aclaró el inspector—. O'Rahilly ha diseñado clones de los cuatro miembros de la banda, en tres dimensiones, y podría haber eliminado a Winston para que la copia sustituya al original. Es la última forma de piratería que nos quedaba por ver, la que suplanta al artista en concierto por un engendro, hecho de luz y sonido.

—Interroguémosle —ordenó de inmediatro el comisario—. ¿Dónde reside ese sujeto?

—Ahí está el problema —dijo Perdomo—. O'Rahilly rara vez sale de su barco pirata, que tiene fondeado en las aguas internacionales del estrecho de Oresund.

El mono de tabaco del comisario Galdón había llegado ya al paroxismo. Incapaz de aguantar ni un segundo más sin cigarrillos, rescató una infecta colilla de uno de los dos ceniceros que tenía sobre la mesa y después de estirarla y alisarla con los dedos, para que ofreciera mejor aspecto, se la llevó a los labios con sus dedos temblorosos y amarillos de nicotina.

—¡Me da igual que haya sido la viuda, el pirado de Chapman o el pirata Pata de Palo, Perdomo! —bramó—. ¡Este asesinato hay que resolverlo cuanto antes! ¿De qué nos vale tener cien sospechosos si no tenemos ningún imputado? Te doy siete días. Pasado ese plazo, a menos que me entregues a alguien concreto a quien imputarle el delito, me pongo en contacto con Scotland Yard para que manden un equipo de refuerzo. ¡Si alguien se tiene que cubrir de ridículo por no haber resuelto el crimen del año, prefiero que sean los británicos!

54

The way you look tonight

Cuando sólo le quedaban cien metros para llegar al restaurante donde había quedado citado con Tania, Perdomo recibió una llamada del instructor Chaparro, que atendió a través del manos libres.

—Me telefoneó una ayudante tuya hace un par de horas, una tal Amanda Torres —comenzó diciendo el puertorriqueño—. ¿Puede ser?

Perdomo sintió cómo le invadía una oleada de indignación. La periodista había vuelto a extralimitarse y a tratar de conseguir información por su cuenta, sin que él le hubiera concedido permiso. Tendría que haberla mandado a paseo después de la brutal agresión de su ex novia.

—Sí, puede ser —respondió Perdomo, fingiendo que estaba al corriente de la llamada.

—Me ha parecido simpatiquísima —comentó Chaparro—, hasta me dio su cuenta de Messenger para que chateáramos un rato, a la noche. Sin embargo, como no me habías contado nada acerca de ella, le dije que no podía suministrarle información hasta no haber hablado contigo. Siento si esto te ha causado algún trastorno,
man
.

—No, hiciste bien —le felicitó Perdomo—. Y es mejor que siempre hables directamente conmigo, porque aunque Amanda es de toda confianza —mintió—, prefiero escuchar las noticias frescas de primera mano. ¿Qué tienes?

—Chapman se ha derrumbado —aseguró el instructor—. No hay marine, no hay viajes astrales, no hay nada de nada. Los federales lo han interrogado durante ocho horas seguidas y ha confesado que se lo inventó todo.

Perdomo no sabía qué decir. ¿Todo era un invento? No podía ser, pues había algo en la historia de Chapman que sonaba inequívocamente verídico.

—Pero ¿cómo supo que el crimen había sido cometido con su revólver? —preguntó, ansioso.

—Se lo oyó decir a un interno de Attica.

—Entiendo —dijo Perdomo, tratando de atar cabos.

—Ya te dije —continuó Chaparro— que aunque es un preso un poco especial, el tipo tiene contacto con otros internos. El problema ahora es que Chapman se niega a decir al FBI quién le contó que el revólver había sido robado.

—¡El preso que se lo contó le ha debido de amenazar de muerte! —conjeturó el inspector—. ¿Ha dicho al menos si le están presionando?

—No, Chapman ha confesado que inventó esa historia del viaje astral para adquirir notoriedad, pero el FBI no le ha podido sacar de ahí. ¿Sabes lo que creo? Que con ayuda de su abogado va a tratar de negociar su libertad condicional. A cambio de confesar quién le proporcionó la información sobre el revólver, intentará que el Parole Board le ponga en la calle en la próxima ocasión. Puede ser un tira y afloja que dure varias semanas, porque para que Chapman salga a la calle, alguien va a tener que pasar por encima del cadáver de Yoko Ono. Y la japonesa es una mujer muy rica y con multitud de contactos —concluyó el instructor.

Nada más colgar, Perdomo se dio cuenta de que se había distraído tanto hablando con Chaparro que se había pasado de la calle donde estaba el restaurante. Aprovechando que no había municipales a la vista, el inspector efectuó un giro prohibido de ciento ochenta grados, en el que las ruedas de su coche chirriaron como si iniciara una persecución policial, y se encaminó a su encuentro con Tania. Tuvo que desoír una voz interior, que le aconsejaba no acudir a aquella cita.

Además de la crisis actual, Perdomo había tenido ya en el pasado varios desencuentros con Elena, incluyendo una separación de tres meses. Pero tenía claro que seguía atraído hacia ella y que no deseaba perderla definitivamente. Las reconciliaciones habían sido posibles hasta el momento porque, durante sus épocas de distanciamiento, ninguno de los dos había tratado de encontrar otra pareja. A pesar del mutuo enfado, se había establecido entre ambos un pacto tácito de fidelidad en la distancia. Los dos habían sentido la necesidad de vivir un tiempo en soledad, para descubrir hasta qué punto se echaban de menos, para darse cuenta de si realmente podían vivir el uno sin el otro. Perdomo había bautizado aquellos períodos de descanso en la pareja como un barbecho emocional. Igual que se deja sin cultivar la tierra durante un tiempo, para que el suelo no se empobrezca, los amantes —argüía él— deben cesar de tener relaciones por un período determinado, al objeto de reencontrarse después con el alma cargada de recursos. Pero si retomaba la relación con Tania —algo que podía suceder incluso aquella misma noche—, las posibilidades de volver con Elena, cuando a ésta se le pasara el enfado, se reducían al mínimo. ¿Para qué meterse, entonces, en camisa de once varas?

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