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Authors: Luis Corbacho

Mi amado míster B. (28 page)

BOOK: Mi amado míster B.
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—Pero es importante que te aclare un par de cosas, pá —me defendí—. Primero, que Felipe es súper serio; no me manipula, no toma drogas, ni siquiera sale de noche... es más santo que todos nosotros. Además, si supieras lo que se preocupa por mí, todas las cosas que me da, lo bien que me trata.

—Perfecto, te creo. ¿Viste que las cosas hay que hablarlas? Yo confío plenamente en vos y sé que si estás con alguien es por algo. Pero si no me decís nada, no sé qué pensar, ¿entendés?

—Sí, ya sé. Pero pará, lo otro que te quería decir: que salga con un tipo no significa que sea promiscuo, ni que me drogue, ni que ande como una loca de levante todos los días en una disco.

—¿Pero vos te pensás que yo nací ayer? Esa explicaciones guardalas para tu madre. Yo sé que una cosa es ser puto y otra muy distinta ser homosexual. Que te gusten los hombres no significa que seas puto, eso lo tengo clarísimo —me explicó, con una naturalidad que me dejó pasmado.

—Bueno, no te hacía tan informado —dije, sorprendido.

—¿Cómo vas a saber lo que pienso si nunca me hablás? Siempre estás ignorándome, no me contás nada, no dejás que me acerque...

—Tenés razón, sorry, no sé por qué soy así.

—No importa, no te estoy reprochando nada. Ahora vamos a ver a tu madre, que está como loca.

Volvimos a casa. Mamá estaba sola, en uno de los sillones del living, mirando a la ventana, con los ojos llorosos. Al verme entrar se acercó y me abrazó largo, fuerte. No me soltaba.

—¿Cómo estás? —le dije.

—Mamá, sólo te voy a decir una cosa. No se murió nadie, así que no dramatices.

—¿Por qué me insultás?

—¿Perdón? Que yo sepa, «dramatizar» no es un insulto.

—No me trates mal, que esto es muy difícil para mí.

—No te trato mal, sólo quiero decirte que estoy bien, que no me drogo, no tengo sida ni hago ninguna de esas huevadas que andás diciendo.

—Yo quiero que estés bien.

—Bueno, acá me ves, sano y salvo. Mejor imposible.

—Me debés una explicación...

—No, mami, discúlpame, pero acabo de tener una charla de dos horas con papá, y ya le dije todo, no me quedó nada por explicar. Así que ahora me voy a ir y él te va a contestar detalladamente todo lo que quieras preguntarle.

—¿Cómo? ¿Te vas a ir?

—Sí, má, no me siento cómodo acá con todo el escándalo que se armó. Hace un rato me llamó tu madre, hecha una loca, y ahora vienen las chicas, Ignacio, Javier... ¿qué les voy a decir?

—Esta sigue siendo tu casa.

—Gracias, pero sabés que va a ser mejor que me vaya.

—Como quieras.

—Bueno, chau, te llamo.

—Vení, dame un beso —dijo, y me volvió a abrazar, igual de fuerte, igual de largo—. Ah, tomá, te escribí esto, leélo después.

—Gracias —le dije y guardé una carta en mi bolsillo antes del beso final.

Me despedí de papá y salí de casa con una sensación de alivio que me resultaba totalmente novedosa. Ya no había historias que ocultar ni mentiras que inventar. Ya estaba todo dicho, expuesto. En el auto, antes de arrancar, me apuré a leer la carta de mamá, y empecé a llorar como un bebé. Decía lo siguiente:

Mi muy querido hijo:

Te escribo para que nunca se te olvide, estés donde estés.

El día que naciste, el médico te puso sobre mí sin que te hubiesen bañado siquiera y te besé tanto y tan fuerte que todavía mantengo la misma sensación y el enorme amor intactos.

Lo que se acrecentó es el orgullo que siento por vos y no quiero que nada te lastime, ésa es mi gran preocupación.

Siempre voy a estar con vos.

Un beso,

Mamá.

Treinta y uno

El nuevo hit de Beyoncé suena a todo volumen. «Crazy in love, crazy in love», grita la diosa negra mientras yo muevo el culo tratando de imitar su pasito. Es una coreografía difícil, bastante elaborada, sobre todo por ese movimiento de pelvis convulsionado, epiléptico, que impuso Shakira hace unos años y ahora todas imitan. Miro la tele, la pantalla plana, gigante, donde los videos de MTV pasan uno tras otro y me hacen cantar, bailar, subir o bajar el sonido. Estoy solo en el departamento del Botánico. Soy libre, puedo hacer lo que me dé la gana. Por eso la tele tan fuerte, los gritos, las coreografías, la ropa tirada, el jacuzzi a punto de rebalsar, las ventanas cerradas, la casa totalmente a oscuras.

Felipe se fue hace tres días. Tuvo que adelantar su regreso a Miami por cuestiones de trabajo. Me lo dijo al día siguiente de mi charla con papá y de la carta de mamá. Le pareció buena idea que yo aprovechase los últimos días del depa, así él acomodaba todo para mi llegada a Miami. Yo le expliqué lo incómodo que me resultaba volver a casa luego del escándalo, aunque fuese sólo por un tiempo. Entonces, acordamos que me mandaría el pasaje para viajar justo después de la entrega del departamento. Los días sin él habían corrido tranquilos, divertidos. Las despedidas con amigos, las salidas y las interminables reuniones sociales no me dieron tiempo para hacerme cargo de mamá y su preocupación ante mi partida. Después de numerosos interrogatorios acerca de dónde viviría, qué comería y qué haría en caso de enfermarme, decidí no contestarle el teléfono, no darle más explicaciones. «Solamente voy a decirte que estoy muy bien, muy contento, así que te podés quedar tranquila», le repetí una y otra vez antes de comenzar a evadir sus llamadas.

Los días previos al viaje me volví un tanto insoportable, obsesivo. A mis amigos solo les hablaba de las bondades de Miami y el american dream, como si despreciara sus vidas porteñas y su mundo «tan limitado». Frente a mis colegas y ex compañeros de trabajo me hacía el superado, insinuando, sutil pero malvadamente, que las revistas argentinas ya me quedaban chicas, que eran todas un mierda sin presupuesto, sin ideas. «Allá es otra cosa», afirmaba con aires de divo. «Allá te pagan cuatroscientos dólares por una nota, lo que acá cobra un editor en todo un mes de laburo, ¿te das cuenta lo que es este país?», decía, y por momentos sentía que todos me miraban con mala cara, y pensaba: estos boludos se mueren de la envidia.

Felipe, que parecía estar bastante ocupado entre la tele y los preparativos para escribir su nueva novela, me mandaba un mail diario, no muy largo, hablando de cualquier cosa. Pero yo, que me había comprado varias tarjetas de larga distancia, lo llamaba dos o tres veces al día preguntando trivialidades como: «¿Te parece que lleve los rollers? ¿Y ropa un poquito más abrigada, valdrá la pena? ¿Y los compacts, los dejo?», pero él, no muy entusiasmado, insistía en que no me alterase con los preparativos, que hacía un calor insoportable como para pensar en ropa y que cuantas menos cosas llevara, mejor. «Sólo trae tu laptop, así puedes escribir, porque yo voy a dedicarme enteramente a eso», me decía. De todas formas no le hice caso, y tres días antes de la partida ya tenía casi todo listo: una valija grande llena de ropa (sobre todo muchas remeras de varios colores que me había comprado especialmente), un bolso enorme con siete pares de zapatillas —tuve que elegir las que más me gustaban, dejando, con mucha pena, los ocho pares restantes en mi placard de San Isidro, al acecho de mi hermano adolescente—, los rollers para patinar frente al mar como Paulina Rubio, y un carry on con la laptop y el neceser (lleno de indispensables productos de perfumería).

Con todo listo para la partida, y 48 horas de anticipación a la fecha de reserva, me preparé para ir a las oficinas de American Airlines a retirar mi ticket en clase turista. Llamé a Felipe para confirmar el tema del pago, pero eran las doce del mediodía y su teléfono estaba desconectado. Mierda, sin el código no voy a poder retirar el pasaje, pensé, y enseguida me acordé que Felipe había prometido pasármelo por mail. Como en el departamento no tenía Internet, decidí que lo mejor sería caminar, aunque fueran varias cuadras, hasta la oficina de American, y en el camino chequear mails, así de paso hacía mi recorrido de despedida por el centro de la ciudad. Me puse unos jeans, un abrigo, las zapatillas de Banana que me había regalado Felipe y su gorrita azul de Gap, que me dejó como recuerdo para que no lo extrañase. Al llegar a Santa Fe caminé por la avenida varias cuadras, buscando un ciber que no fuese tan pulgoso ni estuviese lleno de pendejos alienados jugando a matarse. Finalmente encontré un café literario con varias computadoras vacías y decidí que ese era el lugar indicado. Como no había desayunado, me pedí un capuccino grande y me senté frente a la computadora con un lápiz y papel a mano para anotar el código de pasaje. Entré a Hotmail. Tenía un mail de Felipe. «Listo», pensé, y agarré el lápiz. El mensaje era largo y no tenía números para anotar.

mi querido martín:

te escribo con pena y vergüenza, hubiera preferido no escribirte este mail. me siento un cobarde por hacerlo y te pido perdón porque sé que te lastimaré. te lo diré sin más rodeos: te amo mucho pero necesito estar solo, me abruma la idea de vivir juntos, no porque no te quiera, que tú sabes bien cuánto te amo, sino porque, desde que me separé de zoe, he sido muy feliz viviendo solo y no quiero perder eso, no veo por qué tendría que comprometer esa paz que tanto trabajo me ha costado conquistar, te ruego que me comprendas: no es que no te quiera, es que no puedo vivir contigo, estoy seguro de que estarás mejor allá, la idea de que vengas a mi casa en miami a escribir una novela y jugar a ser una pareja feliz es, en realidad, y aunque nos duela, una ilusión boba, que no duraría mucho y con seguridad terminaría mal. yo no he nacido para vivir con alguien ni estar en pareja, estoy seguro de que mi estado natural es vivir solo, quiero que me entiendas bien: no estoy diciéndote que nuestro amor se ha terminado, yo sigo amándote, te amo más que nunca, me preocupa todo lo tuyo y sabes que soy tu hermano y aliado incondicional, pero sólo creo que es una mala idea que vengas a vivir conmigo, porque, además, estoy comenzando a escribir una nueva novela y ahora más que nunca necesito estar solo para concentrarme en eso. si normalmente me gusta estar a solas en esta casa para hacer lo que me dé la gana y no darle cuentas de mis actos a nadie, cuando escribo, esa necesidad de aislarme, estar callado y hablar conmigo mismo y con mis personajes se hace más intensa, más urgente, no es que no te quiera, mi niño lindo, pero ante todo soy un escritor y ahora tengo que dedicarme con pasión a la novela y, créeme, no voy a poder escribir contigo en la casa, y si no puedo escribir, voy a estar de un humor de perros, te voy a poner mala cara y voy a joderte el viaje y hacerte muy infeliz, puede parecer egoísta todo esto que estoy diciéndote con lágrimas en los ojos, pero no lo es, es un acto de amor, porque estoy siendo responsable y honesto, aunque sé que me arriesgo a que me mandes a la mierda y no quieras verme más. solo te pido, por favor, que no te enojes conmigo, que no sientas que quiero estar solo porque no te amo, que trates de entenderme. sí, te prometí que podías venir a vivir conmigo en miami y ahora he cambiado de opinión, pero el tiempo que estuvimos juntos en el depa en palermo me confirmó que prefiero estar solo y que es una locura vivir juntos, más aún ahora que he comenzado mi nueva novela, debí decirte estas cosas allá, personalmente, pero no tuve valor, me dio miedo hacerte llorar y además quise pensarlas bien, perdóname por cancelar el viaje, sé cuánta ilusión tenías de venir, te prometo que, si no me odias y todavía quieres verme, iré apenas pueda a buenos aires y te besaré con todo el amor que sigo sintiendo por vos. pero ahora debo estar solo y escribir, aunque sea horrible decírtelo y me arriesgue a que lo nuestro se vaya al carajo. solo quiero que sepas que todo este tiempo que he pasado con vos ha sido el más feliz de mi vida y que estarás siempre en mi corazón, quiero estar solo pero te juro que te amo más de lo que nunca amé a nadie, sueño con verte pronto y abrazarte, por favor dime que no me odias, te quiero con todo mi corazón, todos mis besos son tuyos.

El lápiz quedó suspendido sobre la mesa. Cerré el mail sin intentar una nueva lectura. No tuve fuerzas para llorar. Con la mente en blanco y la mirada perdida, pagué y salí. Caminé sin rumbo fijo. A mi lado, la gente andaba apurada, a paso firme, sabiendo a dónde iba, quién la esperaba. Envidié esa seguridad, esa certeza.

En algunos quioscos de la avenida todavía se exhibían las portadas con la foto delatora. Traté de ignorarlas, pero fue imposible. Me recordaban que todo había sido en vano, que ya nada tenía sentido.

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