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Authors: Osvaldo Bayer

Tags: #Ensayo

Loa Anarquistas Expropiadores (17 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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Pero en Uruguay, se acaba el sistema democrático y viene la dictadura de Terra. Mal anuncio para todos los izquierdistas. Comienza el año de 1933. Todo ese año y gran parte de 1934. Radowitzky pasa casi inadvertido entre viajes a Brasil y pequeños trabajos partidarios. Hasta que un caluroso 7 de diciembre de ese año, una partida policial lo ubica en una pensión de la calle Rambla Wilson 1159. Allí lo identifican y con toda la cortesía le señalan que permanecerá detenido en su domicilio. Ponen un vigilante en la puerta de la pensión y se marchan. Radowitzky está maldito por suerte, evidentemente. Ha soportado tantos años de prisión para que nuevamente vuelve a repetirse lo de antes: perseguido por las autoridades.

Tres días después de la Navidad que él nunca celebrará por ser cosa de burgueses, es visitado por el ceremonioso jefe de investigaciones de la policía uruguaya, señor Casas, quien le señala que lamenta profundamente pero que deberá abandonar el país con toda urgencia pues se le acaba de aplicar la “ley de extranjeros indeseables”. Radowitzky acepta la intimación y contesta que abandonará el país lo más pronto posible.

Pero sus amigos presentan su caso ante el doctor Emilio Frugoni, tal vez el más brillante jurisconsulto que ha tenido el Uruguay. Y Frugoni acepta defender al perseguido. Le aconseja no abandonar el Uruguay porque su caso servirá de precedente para muchos otros que sufren persecución policial.

Advertido de esto, el jefe de la policía ordena la inmediata detención de Radowitzky. Con muchos otros dirigentes izquierditas. Radowitzky es detenido y confinado a la isla de Flores, frente a Carrasco. Allí las condiciones son pésimas. Debe dormir en un a especie de sótano o cueva que antes era refugio de ovejas. Protesta el abogado Frugoni exigiendo que se lo devuelva a la jurisdicción judicial correspondiente. Pero lo único que logra es que el detenido se le permita dormir en un excusado en vez de la cueva. Pasan varis semanas y disminuye la tensión política en el Uruguay. Uno a uno, los presos de Isla Flores fueron recuperando la libertad. A cada despedida se oían gritos de júbilo, canciones y la renaciente esperanza de la libertad para los que quedaban. Pero esa esperanza se hacía casa vez más lejana para Radowitzky. Él y otros cuatro dirigentes continuaron en el encierro.

Prosiguió incasable Frugoni con su alegato. El 21 de marzo de 1936 llegó la ansiada libertad de Radowitzky. El hombre maldito por la suerte prepara sus tres o cuatro cositas de preso y parte para Montevideo. Allí, con toda cortesía —esa cortesía que él conoce muy bien y por eso prefiere los palos antes que el trato meloso—, se le comunica que deberá permanecer preso en su domicilio. Pero lo cierto es que ya no tiene domicilio, porque siempre vivió en pensiones. Entonces la policía es terminante: deberá permanece en la cárcel “hasta nueva orden”. La “nueva orden” tarda en llegar. Seis meses después, las puertas de la cárcel se abren. Por últimas vez. Luego, hasta su muerte, Radowitzky gozará de libertad aunque su vida sólo encontrará descanso en sus últimos años.

Es interesante la sentencia de libertad definitivamente que produce el juez Pitamiglio Buquet, ya que pinta de cuerpo entero la idiosincrasia de Radowitzky, por lo menos durante los años que vivió en Uruguay.

Así dice la sentencia: “Montevideo, junio 25 de 1936. Visitas: de conformidad escrita a la probanzas aportadas por el defensor y a los datos que obran en el prontuario reinvestigaciones cabe sentar sin hesitaciones que Simón Radowitzky no es un indeseable: desde que se radicó en el país de las autoridades policiales sólo han tenido que ver con él por simples sospechas muy explicables en virtud de sus antecedentes de ácrata exaltadísimos, y a pesar de que pronunciará acá conferencias públicas de tendencia anarquista, su conducta ha sido siempre correcta y la de un hombre honesto a carta cabal que buscó sus vinculaciones entre personas intachables, muchas de ellas ajenas a su credo filosófico”.

Con eso termina una etapa de Radowitzky, la de las cárceles. Ahora comenzará su largo deambular con sus compañeros de ideas, cada vez más raleados, cada vez con el sentimiento de que luchaban por algo demasiado ideal y ya, por eso mismo, un poco caduco. Por eso fueron a su holocausto, a quemarse en la sangrienta lucha de España.

El desafío de Francisco Franco el 18 de julio de 1936 a la República Española es tomado por los anarquistas de todo el mundo como una cuestión de honor, de vida o muerte. Y todos hicieron la larga marcha: Madrid será el lugar de la cita. Y entre ese grupo de hombres venido de Argentina, Brasil y Uruguay que como único bagaje traen la decisión y coraje está Simón Radowitzky. Vienen a dar la vida, a enfrentar esta vez cara a cara a sus enemigos. El ex penado de Ushuaia, prestará valioso trabajo en los servicios de ayuda a las tropas anarquistas en los diferentes frentes. Estaba casi siempre en Madrid, adscrito al comando anarcosindicalista. Radowitzky cree que la guerra civil española ha convertido en realidad su viejo sueño de ver juntos a todos los hombres de izquierda. Hasta que en 1939 es testigo de una lacerante verdad: en Madrid, en Valencia y en Barcelona comienzan los fusilamientos de anarquistas. Pero no son los rebeldes de Franco. Son los propios comunistas que “para evitar indisciplinas” y forzar el comando único en sus manos eliminan sin piedad a todo aquel que tenga olor a anarquista. Centenares de muchachos y hombres curtidos en todas las luchas son obligados a cavar su propia tumba y luego son fusilados por sus propios aliados. Así, sin juicio previo. Esos no dan ninguna oportunidad, Radowitzky más de una vez debe haber pensado que la burguesía por lo menos le dio la oportunidad de un juicio, la presentación de una partida de nacimiento, y que un presidente calificado de caduco, débil, irresoluto, le dio el indulto contra todos y a pesar de todos.

Al terminar la guerra son muy pocos los anarquistas que quedan. Apenas un grupito logra pasar los Pirineos, llegar a Francia y embarcarse luego a Méjico. Simón Radowitzky seguirá incansable a su estrella, a su idea. Pero eso idea ya sólo le da para vivir de recuerdos y para editar revistas de pequeña circulación. En Méjico tendrá lugar para hacer periódicos viajes a Estados unidos y visitar a sus parientes y a la vez intercambiar impresiones con organizaciones anarquistas de ese país. En Méjico, el poeta uruguayo Ángel Faco lo empleará en el consulado donde era titular. Radowitzky cambiará de apellido y se llamará simplemente José Guzmán y compartirá su pieza de pensión con una mujer, la única que se le conoció en su vida.

Así fueron deslizándose sus 16 últimos años: entre el trabajo, las charlas y conferencias con los compañeros de ideas, y su hogar. Hasta que el 4 de marzo de 1956 —tenía 65 años de edad— cayó fulminado por un ataque cardíaco; murió sin darse cuenta. Sus amigos le pagaron una sepultura sencilla.

Tal vez al morir, cerró ese capítulo tan extraño y a veces tan inexplicable de los anarquistas que buscan conmocionar a la sociedad con bombazos indiscriminados. Y tan extraño es que todavía hay su nombre es execrado —principalmente en la policía, cuya escuela de cadetes se denomina precisamente Ramón L Falcón— y venerado por los pocos que todavía se sientes solidarios con el ideario anarquista.

Cosa extraño. Simón Radowitzky es de esas apariciones que muestran la contradictoria que es la vida, el ser humano, la razón misma de ser.

Mató por idealismo ¡Qué dos contraposiciones! Lo malo y lo bueno, lo cobarde y lo heroico. El brazo artero, movido por una mente pura y bella.

LOS REBELDES DE JACINTO ARÁUZ

¿Dónde queda Jacinto Aráuz? ¿Qué ocurrió el 9 de diciembre de 1921 en Jacinto Aráuz? Tal vez, la mayoría de las respuestas quedarían en blanco. Jacinto Aráuz es una población en plena pampa, sobre la llanura rica de espigas en el linde entre la provincia de La Pampa y la de Buenos Aires, allá, hacia el sur, donde para el oeste comienzan a ralear las poblaciones y para el este va bajando a Bahía Blanca. En ese lugar, hace cincuenta años ocurrió un hecho insólito que tal vez pueda parecer anecdótica pero que nos servirá para pintar el estado de cosas que se vivían hace cinco décadas en el campo argentino, al término del primer gobierno de Yrigoyen. Y esto que pareciera anécdota conforma una cita insustituible para quien quiera historiar las luchas y la vida de los trabajadores de la tierra en nuestro país.

En los hechos sangrientos de Jacinto Aráuz se conjugan todos los factores sociológicos para descripción de una época: las condiciones de trabajo en la cosecha, la vida de campo, el grado de educación gremial de la peonada, la influencia de las ideas anarquista —principalmente a través de la FORA— en la lucha por sus reivindicaciones, los medios de represión gubernamentales, los cuerpos paralelos de represión de extrema derecha que toleraba Yrigoyen haciendo la “vista gorda” ante hechos de violencia, etcétera.

Nunca como en esos primeros años de la década del veinte estuvo tan agitado el campo argentino (hubo sí, en otros años, movimientos tal vez de más importancia pero no tan seguidos y constantes). El hombre del campo —despreciado como elemento revolucionario por Marx— tuvo en nuestro país un actitud de vanguardia en palucha de las condiciones de vida del trabajador, aunque parezca curioso. No le fue en zaga al obrero de la ciudad. Y los elementos que llevaron la agitación fueron, sin duda alguna, los extranjeros: italianos, españoles, alemanes, polacos, rusos. En su mayor parte de ideología anarquista.

Fue obra de la FORA del V Congreso casi exclusiva esa lucha por la mejora de salarios y condiciones de trabajo. La central obrera anarquista había logrado algo que luego ningún movimiento político-gremial superó en nuestra historia: la formación de las “sociedades de oficios varios” en cadi todos los pueblos de campaña. Y lo que es más, casi todas con sus órganos propios de expresión o sus propios volantes impresos. Es a la vez curioso e increíble lo que hizo el anarquismo por el proletariado agrario argentino: hubo pueblos o pequeñas ciudades del interior donde el único órgano de expresión, el único periódico, era la hoja anarquista, con sus nombres a veces chorreando bondad, a veces oliendo a pólvora. Y los únicos movimientos culturales dentro de esas lejanas poblaciones fueron los conjuntos filarmónicas que representaban obras de Florencio Sánchez, Guimerá o Dicenta.
[3]

Por supuesto que la idea anarquista entró con el extranjero. De ahí que en forma tan inteligente para sus fines Manuel Carlés con su Liga Patriótica exaltó lo nacional frente a lo extranjerizante, la bandera de la patria frente al trapo rojo, el hijo del país frente al extranjero desarraigado y apátrida. Lo que hizo Manuel Carlés con su Liga Patriótica para detener principalmente en el campo la influencia de las ideas revolucionarios no tiene parangón. Fue una verdadera obra de titán lo que hizo este hombre para combatir a socialistas y anarquistas y defender la “familia, la tradición y la propiedad”. Todos los que se beneficiaron de su obra han olvidado muy pronto lo que hizo Carlés enarbolando la “patriótico, lo nacional, la forma tradicional de vivir argentina contra lo extranjerizante y la inmoralidad de las ideas socializantes”.

Carlés —que creo cerca de mil brigadas de la Liga Patriótica en todos los rincones del país, formadas por propietarios, estancieros, latifundistas, empleados públicos, militares, marinos y policías— se dio cuenta de que la única manera de para al socialismo que venía con arrolladora fuerza en la mente de los inmigrantes que desembarcaban en el país, era la de dividir, de enfrentar lo extranjero con los argentino.

Y a fe de verdad… los anarquistas daban una gran ventaja en este aspecto. Sin importarles un pito de demagogia ni dar un ápice de sonrisa para el que estaba en la vereda de enfrente seguían arrimando garrotazos desde las columnas de sus periódicos y desde las tribunas callejeras contra todo lo que fuera Patria, nacionalismo, ejército, clericalismo e Iglesia, y por sobre todo, policía. Les gustaba frases como la de Karr: “
El patriotismo es el último refugio de los bandidos
”, o cantaban con ritmo de milonga versos como éstos:

“Somos los que combatimos

las mentiras patrioteras

porque son la ruina entera

de toda la humanidad,

porque la patria y sus leyes

son las que engendran la guerra

sembrando en toda la tierra

la miseria y la orfandad.

”Somos los que aborrecemos

a todos los militares

por ser todos criminales

defensores del burgués,

porque asesinan al pueblo

sin fijarse de antemano

que asesinan a sus hermanos

padres e hijos tal vez.

“Somos los que despreciamos

las religiones farsantes

por ser ellas las causantes

de la ignorancia mundial:

sus ministro son ladrones

sus dioses son una mentira

y todos comen de arriba

en nombre de su moral.

“Somos por fin los soldados

de la preciosa ANARQUÍA

y luchamos noche y día

por su pronta aparición;

somos los que sin descanso

entre las masas obreras

propagamos por doquiera la Social Revolución.

Nada se salvaba, ni siquiera la bandera argentina. Por ejemplo en esta canción que entonaban las roncas voces obreras con música del tango “Pájaro Azul”:

La bandera azul y blanca

por el suelo está rodando

Y en su sitio la Roja,

Yen su sitio la Roja,

Allí está flameando.

Y es la bandera del pueblo,

la bandera más hermosa,

pues su insignia libertaria

por su insignia libertaria

es del color de una rosa.

Y nos imaginamos la cara que pondrían los militares, los comisarios y las señoras y señores de pasar tradicional cuando escuchaban a todas esas multitudes de gorra, traste parchado y zapatillas, entonar —ya un verdadero sacrílego— estas estrofas con la música del Himno Nacional Argentino:

¡Viva, viva la anarquía!

No más el yugo sufrir

coronados de gloria vivamos

o juremos con gloria morir.

Oíd mortales el grito sagrado

de Anarquía y Solidaridad

oíd el ruido de bombas que estallan

en defensa de la Libertad.

El obrero que sufre proclama

la anarquía del mundo a través

coronada su sien de laureles

y a sus plantas rendido el burgués.

De los nuevos mártires la gloria

sus verdugos osan envidiar

la grandeza anidó en sus pechos

sus palabras hicieron temblar.

Al lamento del niño que grita:

dame pan, dame pan, dame pan,

le contesta la tierra temblando,

arrojando su lava el volcán.

Guerra a muerte, gritan los obreros

guerra a muerte al infame burgués,

guerra a muerte, repiten los héroes

de Chicago, París y Jerez.

Desde un polo hasta el otro resuena

este grito que al burgués aterra,

y los niños repiten en coro:

nuestra patria, burgués, es la tierra.

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