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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Yihad Butleriana (2 page)

BOOK: La Yihad Butleriana
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Los humanos no tendrían tiempo de prepararse.

La flota robótica era diez veces más grande y potente que cualquier otra fuerza enviada por Omnius contra la Liga de Nobles. Los humanos se habían confiado, al no haber sufrido ninguna agresión robótica a gran escala durante el último siglo de precaria guerra fría. Pero las máquinas podían esperar mucho tiempo, y ahora Agamenón y sus titanes supervivientes iban a aprovechar la oportunidad.

Descubiertas por diminutas sondas espía, la liga había instalado en fecha reciente una serie de defensas, en teoría invencibles, contra máquinas pensantes de circuitos gelificados. La inmensa flota robot esperaría a una distancia prudencial, mientras Agamenón y su pequeña vanguardia de cimeks se lanzaban a la misión, tal vez suicida, de abrir la puerta.

Agamenón no cabía en sí de impaciencia. Los desventurados humanos ya estarían disparando alarmas, preparando defensas…, muertos de miedo. Gracias al electrolíquido que mantenía vivo su cerebro incorpóreo, Agamenón transmitió una orden a las tropas de asalto cimeks.

—Vamos a destruir el corazón de la resistencia humana. ¡Adelante!

Durante un espantoso milenio, Agamenón y sus titanes se habían visto obligados a servir a la mente informática, Omnius. Aplastados bajo su férula, los ambiciosos pero derrotados cimeks habían desviado su frustración contra la Liga de Nobles. Un día, el general confiaba en revolverse contra el propio Omnius, pero hasta el momento no se había presentado la oportunidad.

La liga había dispuesto nuevos escudos descodificadores alrededor de Salusa Secundus. Tales campos destruirían los sofisticados circuitos gelificados de todos los ordenadores con inteligencia artificial, pero las mentes humanas podrían sobrevivir. Y si bien poseían sistemas mecánicos y cuerpos robóticos intercambiables, los cimeks aún tenían cerebros humanos.

Por lo tanto, podrían atravesar las defensas sin sufrir el menor daño.

Salusa Secundus llenó el campo de visión de Agamenón. El general había estudiado con todo detalle proyecciones tácticas, y aplicado la experiencia militar que había desarrollado a lo largo de siglos, además de su intuición innata para el arte de conquistar. Sus dotes habían permitido que tan solo veinte rebeldes se apoderaran de un imperio…, hasta que Omnius les despojó de todo.

Antes de lanzar este importante ataque, la supermente había insistido en realizar un simulacro tras otro, con el fin de desarrollar planes para cada contingencia. Agamenón, por su parte, sabía que era inútil planificar con excesiva precisión en lo tocante a los ingobernables humanos.

Mientras la inmensa flota robot se enfrentaba a las defensas orbitales y naves periféricas de la liga, la mente de Agamenón sondeó desde su contenedor conectado con los sensores, y sintió que le guiaban como una extensión de su desaparecido cuerpo humano. Las armas integradas formaban parte de él. Veía con un millar de ojos, y los potentes motores le daban la sensación de poseer de nuevo piernas musculosas y de poder correr como el viento.

—Preparaos para el ataque terrestre. En cuanto nuestros blindados penetren en las defensas salusanas, hemos de proceder con celeridad. —Al recordar las cámaras que grababan hasta el último momento de la batalla para el posterior escrutinio de la supermente, añadió—: Arrasaremos este asqueroso planeta por la gloria de Omnius. —Agamenón aminoró la velocidad de descenso, y los demás le imitaron—. Jerjes, toma el mando. Envía por delante a tus neocimeks.

Jerjes, vacilante como de costumbre, se quejó.

—¿Contaré con tu apoyo total? Esta es la parte más peligrosa del…

Agamenón le silenció.

—Agradece esta oportunidad de demostrar tu valor. ¡Muévete de una vez! Cada segundo de retraso concede más tiempo a los
hrethgir
.

Era el término despectivo que las máquinas inteligentes y sus lacayos cimeks utilizaban para designar a las sabandijas humanas.

Otra voz sonó en el comunicador: el robot al mando de la flota que luchaba contra las fuerzas defensivas humanas situadas en la órbita de Salusa.

—Esperamos vuestra señal, general Agamenón. La resistencia humana se está intensificando.

—Vamos a proceder. ¡Jerjes, obedece mis órdenes!

Jerjes, que nunca oponía gran resistencia, se abstuvo de hacer más comentarios y llamó a tres neocimeks, máquinas de última generación con mente humana. El cuarteto de naves en forma de pirámide apagó sus sistemas auxiliares, y sus transportes blindados penetraron sin guía en la atmósfera. Durante unos peligrosos momentos serían blanco fácil, y las defensas tierra-aire de la liga tal vez alcanzarían a algunos, pero el grueso blindaje les protegería de lo peor del impacto, y los mantendría incólumes incluso cuando aterrizaran con violencia en las afueras de Zimia, la capital, donde se hallaban las principales torres generadoras de escudos protectores.

Hasta el momento, la Liga de Nobles había defendido a la humanidad de la eficacia organizada de Omnius, pero los salvajes organismos biológicos apenas sabían gobernarse, y a menudo no se ponían de acuerdo a la hora de tomar decisiones importantes. En cuanto Salusa Secundus fuera aplastado, la inestable alianza se desintegraría presa del pánico, y la resistencia se desmoronaría.

Pero los primeros cimeks de Agamenón tenían que desconectar los escudos protectores. Entonces, Salusa quedaría indefenso y tembloroso, preparado para que la flota robot asestara el golpe de muerte, como una enorme bota mecánica que aplastara a un insecto.

El líder cimek colocó en posición su transporte blindado, dispuesto a dirigir la segunda oleada con el resto de la flota exterminadora. Agamenón cerró todos los sistemas informatizados y siguió a Jerjes. Su cerebro flotaba en un limbo dentro del contenedor de seguridad. Ciego y sordo, el general no sintió el calor ni las violentas vibraciones cuando su blindado se precipitó hacia el objetivo desprevenido.

3

La máquina inteligente es un genio maligno, escapado de su botella.

B
ARBARROJA
,
Anatomía de una rebelión

Cuando la red sensora de Salusa detectó la llegada de la flota de guerra robótica, Xavier Harkonnen se puso en acción de inmediato. Una vez más, las máquinas pensantes querían poner a prueba las defensas de la humanidad libre.

Aunque ostentaba el rango de tercero en la milicia salusana (la rama autónoma local de la Armada de la Liga), Xavier aún no había nacido cuando se produjeron las últimas escaramuzas reales contra los planetas de la liga. La batalla más reciente había ocurrido casi cien años antes. Después de tanto tiempo, las agresivas máquinas tal vez imaginaban que las defensas humanas eran débiles, pero Xavier juró que se equivocarían.

—Primero Meach, hemos recibido un aviso urgente y unas imágenes tomadas por una nave de reconocimiento desde la periferia —dijo a su comandante—. Pero la comunicación se cortó.

—¡Miradlos! —chilló el quinto Wilby cuando vio imágenes procedentes de la red sensora exterior. El oficial de rango menor se hallaba ante una hilera de paneles de instrumentos, junto con otros soldados, dentro del edificio abovedado—. Omnius nunca había enviado algo semejante.

Vannibal Meach, el menudo pero vociferante primero de la milicia salusana, se encontraba en el centro de control de las defensas planetarias, y asimilaba con frialdad el caudal de información.

—Nuestro último informe del perímetro es de hace horas, debido al retraso con el que llegan las señales. En estos momentos, estarán trabadas en combate con nuestras naves de vigilancia, y tratarán de acercarse más. No lo conseguirán, por supuesto.

Si bien esta era la primera advertencia de la invasión inminente, reaccionó como si hubiera esperado que las máquinas se presentaran en cualquier momento.

A la luz de la sala de control, el pelo castaño oscuro de Xavier destellaba con tonos canela. Era un joven serio, proclive a la sinceridad y a desdeñar los términos medios. Como miembro del tercer rango militar, el tercero Harkonnen era el subcomandante de los puestos exteriores de la defensa local. Muy admirado por sus superiores, Xavier había ascendido con celeridad. Como sus soldados también le respetaban, era el tipo de hombre al que seguirían a la batalla sin pensarlo dos veces.

Pese al tamaño y potencia de fuego de la fuerza robótica, se obligó a mantener la calma, solicitó informes a las naves de vigilancia más cercanas y puso en alerta máxima a la flota defensiva espacial. Los comandantes de las naves de guerra ya habían dado aviso a sus tripulaciones de que estuvieran preparadas para la batalla, desde el momento en que oyeron la transmisión urgente de las naves de reconocimiento, ahora destruidas.

Los sistemas automáticos zumbaban alrededor de Xavier. Mientras escuchaba las sirenas fluctuantes, la sucesión incesante de órdenes y los informes de la situación que llegaban a la sala de control, exhaló un largo suspiro y estableció una prioridad de tareas.

—Podemos detenerles —dijo—. Les detendremos.

Su voz transmitía un tono autoritario, como si fuera mucho mayor y estuviera acostumbrado a luchar contra Omnius cada día. En realidad, era la primera vez que iba a enfrentarse a las máquinas pensantes.

Años antes, un ataque sorpresa cimek había acabado con la vida de sus padres y su hermano mayor, cuando regresaban de inspeccionar las propiedades familiares en Hagal. Las fuerzas mecánicas siempre habían significado una amenaza para la Liga de Nobles, pero los humanos y Omnius habían mantenido una paz precaria durante décadas.

—Póngase en contacto con el segundo Lauderdale, y con todas las naves de guerra de la periferia. Dígales que procuren destruir todo enemigo que encuentren a su paso —dijo el primero Meach, y luego suspiró—. Nuestros grupos de batalla pesados tardarán medio día a máxima aceleración en llegar desde la periferia, pero es posible que las máquinas estén intentando abrirse paso todavía en ese momento. Podría ser un día de gloria para nuestros chicos.

El cuarto Young obedeció la orden con eficiencia. Envió un mensaje que tardaría horas en llegar a las afueras del sistema.

Meach cabeceó con aire ausente y repitió la secuencia tantas veces ensayada. Como siempre vivían bajo la amenaza de las máquinas, la milicia salusana se entrenaba con regularidad para hacer frente a todas las eventualidades posibles, al igual que los destacamentos de la Armada en todos los sistemas principales de la liga.

—Active los escudos defensivos Holtzman que rodean el planeta y prevenga a todo el tráfico comercial aéreo y espacial. Quiero que la potencia del transmisor de escudo de la ciudad funcione a máxima potencia dentro de diez minutos.

—Eso debería bastar para freír los circuitos gelificados de cualquier máquina pensante —dijo Xavier con forzada confianza—. Todos hemos visto los experimentos.

Solo que esto no es un experimento.

En cuanto el enemigo se topara con las defensas que los salusanos habían instalado, confiaba en que se retirarían al calcular un número excesivo de bajas. Las máquinas pensantes no eran aficionadas a correr riesgos.

Echó un vistazo a un panel.
Pero hay muchas.

Después, se irguió y comunicó las malas noticias.

—Primero Meach, si los datos sobre la velocidad de la flota robótica son correctos, incluso a velocidad de deceleración se desplazan casi con la misma rapidez que la señal de advertencia recibida de nuestras naves de reconocimiento.

—¡Ya podrían estar aquí! —exclamó el quinto Wilby.

Meach reaccionó al instante.

—¡Den la señal de evacuación! Que abran los refugios subterráneos.

—Evacuación en marcha, señor —informó la cuarto Young momentos después, mientras sus dedos volaban sobre los paneles. La muchacha oprimió un cable de comunicación fijo a su sien—. Estamos enviando al virrey Butler toda la información de que disponemos.

Serena está con él en el Parlamento
, recordó Xavier cuando pensó en la joven de diecinueve años. Estaba muy preocupado por ella, pero no se atrevió a revelar su miedo a sus compañeros. Todo en su momento y lugar adecuados.

Vio en sus mentes los numerosos hilos que debía tejer, cumpliendo su misión mientras el primero Meach dirigía la defensa global.

—Cuarto Chiry, tome un escuadrón y escolte al virrey Butler, su hija y a todos los representantes de la liga hasta los refugios subterráneos.

—Ya tendrían que estar en camino, señor —dijo el oficial.

Xavier le dirigió una tensa sonrisa.

—¿Confía en que los políticos actúen con inteligencia?

El cuarto corrió a obedecer la orden.

4

Casi todas las historias han sido escritas por los vencedores de los conflictos, pero las escritas por los vencidos (si sobreviven) suelen ser más interesantes.

I
BLIS
G
INJO
,
El paisaje de la humanidad

Salusa Secundus era un planeta verde de clima templado, el hogar de cientos de millones de humanos libres alineados en la Liga de Nobles. Los acueductos transportaban abundante agua de un lugar a otro. Alrededor del centro gubernativo y cultural de Zimia, las colinas ondulantes estaban cubiertas de viñedos y olivos.

Momentos antes de que las máquinas pensantes atacaran, Serena Butler subió al estrado de discursos del Parlamento. Gracias a los servicios públicos que prestaba, así como a las argucias de su padre, se le había concedido la oportunidad de dirigirse a los representantes.

El virrey Manion Butler había aconsejado en privado a su hija que fuera sutil, que se expresara con términos sencillos.

—Paso a paso, querida. Lo que une a nuestra liga no es más que el hilo de un enemigo común, no una serie de valores o creencias compartidos. Nunca ataques el estilo de vida de los nobles.

Era el tercer discurso de su breve carrera política. En los anteriores, se había expresado con brutal sinceridad, pues aún no comprendía el ballet de la política, y sus ideas habían sido recibidas con una mezcla de bostezos y risitas provocadas por su ingenuidad. Quería terminar con la práctica de la esclavitud humana, adoptada de vez en cuando por algunos planetas de la liga. Quería que todos los humanos fueran iguales, procurar que todos recibieran alimentación y protección.

—Es posible que la verdad ofenda. Intentaba que se sintieran culpables.

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