La tumba de Hércules (59 page)

—¿Sabes una cosa? —le respondió Nina, hecha un ovillo a su lado—. Tenías razón. No nos pega. Podemos encontrar un sitio mejor. Y más barato.

—Pero seguramente perderemos la fianza.

Ella señaló los agujeros de bala de la barra.

—Oh, ¿tú crees?

El antídoto había funcionado. Con treinta segundos había bastado para que Chase se pudiese mover de nuevo. Nina había estado muy tentada de no inyectarle lo que quedaba a Sophia, pero él la convenció para darle la medicina salvadora… una vez recuperada el arma.

Un vecino, alarmado, había llamado a las fuerzas de seguridad al oír los tiros, y la policía de Nueva York no había tardado en llegar, encontrando a Sophia atada en el sillón y a Nina apuntándola con la pistola, triunfal. Hubo algunos desacuerdos jurisdiccionales sobre quién debía hacerse cargo exactamente de la custodia de la terrorista más buscada del país cuando el FBI y Seguridad Interior aparecieron, poco después. Pero pronto se decidió que eso se podría arreglar después de tener a Sophia a buen recaudo en una celda. Ella miró con odio por última vez a Nina y a Chase mientras la esposaban y después se la llevaban a empujones, lo que los dejó solos, contemplando el apartamento destrozado.

—Entonces —dijo Chase, rodeando a Nina con su brazo—, ¿es posible tomarse ese café?

Ella señaló la cafetera rota que había en el suelo.

—Ah. Supongo que no. ¿Por qué le tiraste eso y no a Fidel? Te podrías haber librado por fin de ese feo cabrón.

—No está tan mal. Pensé que podía darle una segunda oportunidad.

Chase entendió a qué se refería.

—Bueno, supongo que eso es bueno. De todas maneras, el café no me deja dormir.

—Se me ocurre otra cosa que te va a mantener despierto toda la noche —le dijo Nina, sugerente.

Él levantó débilmente su brazo roto.

—¿Qué?, ¿en este estado?

—Oh, puedes quedarte ahí tumbado. Yo haré todo el trabajo. ¿Ves? Nuevas posiciones.

Se miraron y se echaron a reír incontroladamente, liberando por fin la tensión.

—Oh, Dios —dijo Chase, al final—. No puedo creerme que lo hayamos conseguido. Después de toda la mierda que hemos pasado, hemos sobrevivido. Seguimos aquí.

—Seguimos juntos.

La miró a los ojos y sonrió.

—Sí. Todavía juntos. Juntos de nuevo.

Nina estaba a punto de decir algo, pero se paró.

—¿Qué? —preguntó Chase.

—Estaba pensando…

—¿En qué?

—En esa pregunta tuya. Cuando estabas en el barco, dijiste que no tenía mucho sentido hacerla.

—¿Sí…?

—Bueno, ya no estamos en el barco.

—Pero ambos sabemos cuál iba a ser tu respuesta —dijo Chase con una sonrisa ladina.

—¡Ya lo sé! Pero… —dijo Nina, sonriéndole—. Aun así, me gustaría oírla.

—¿En serio?

—Sí.

—¿Estás segura?

—Totalmente.

—De acuerdo entonces.

Chase se puso de pie despacio, con dificultad, y después se arrodilló delante de ella. Hizo un gesto de dolor cuando notó las magulladuras y las heridas de batalla.

—Oh, por todos los demonios, joder, eso ha dolido.

Nina levantó una ceja, divertida.

—Esas no son exactamente las palabras que esperaba oír del hombre al que amo, arrodillado ante mí…

—A ver qué te parecen estas… Nina Wilde… —dijo, cogiéndole la mano y mirándole a los ojos. Su cara y su voz reflejaban una completa sinceridad y honestidad—, ¿quieres casarte conmigo?

Nina sonrió por un momento, fingiendo que se lo pensaba. Pero Chase tenía razón: ambos conocían ya la respuesta.