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Authors: Diane Carey

Tags: #Ciencia ficción

La nave fantasma (6 page)

BOOK: La nave fantasma
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Troi le sonrió con afecto.

—Estoy bien —repuso Troi.

Riker le apretó una mano, sintiendo de alguna manera que no había conseguido aquello para lo que había acudido allí. Bueno, no tenía sentido caer en la sensiblería. Avanzó hacia la puerta y efectuó lo que para él fue una torpe retirada.

La puerta se desplazó hacia un lado y luego volvió a cerrarse automáticamente a sus espaldas, dejándolo solo en el corredor mientras daba uno o dos pasos largos en dirección al turboascensor del puente…

Y se detuvo en seco.

Había alguien delante de él. Habría jurado que el corredor estaba vacío un instante antes. El aire estaba helado, cargado.

El hombre era corpulento, casi tanto como Riker. Y quizás unos quince años mayor. Sus ojos aguardaban a los de Riker, y no apartó la mirada. Una onda gris era lo único que contradecía el vigor que desprendían sus espesos cabellos negros; llevaba una gorra de uniforme bajo el brazo. Sí… llevaba un uniforme, un uniforme azul oscuro.

Riker reconoció vagamente el estilo, pero era casi un recuerdo de su inconsciente cultural más que algo procedente de su propia experiencia.

Los secos y pálidos labios del hombre se separaron. Su rostro se movió como para hablar, pero había una pared invisible entre ellos. No existía sonido ni sensación de calidez… De hecho, ahora el corredor se había llenado de un perceptible frío helado.

El enorme hombre, bien erguido, alzó una mano hacia Riker para llamarlo. O tal vez para pedirle algo —un gesto de súplica—, pero entonces su apuesto rostro se arrugó, su ceño se contrajo estrechamente, y unas arrugas de frustración como paréntesis se formaron a ambos lados de su boca.

Riker quedó inmovilizado durante esos momentos. Podría haber creído cualquier cosa cuando la silueta del otro hombre se hizo diáfana, y decolorándose, desapareció.

3

Capitán, estoy captando una señal de energía…

Tasha Yar se interrumpió y le hizo una mueca al panel de lecturas, confundida. Unos mechones del flequillo se le habían caído sobre los ojos como para insistir en que una parte de ella siempre se rebelaría contra la disciplina. Los pómulos de su delicada complexión lituana se sonrojaron levemente mientras exigía a los instrumentos que comenzaran a darle alguna información sensata, sobre todo porque el capitán Picard se encontraba a su lado y miraba esos mismos instrumentos.

—Ha desaparecido —declaró con amargura—. ¿Cómo puede ser? Worf, ¿tiene usted algo?

—Nada —tronó el klingon, respuesta que redobló la impaciencia de ella—. No me gusta.

—Cálmense, los dos —dijo Picard. Las lecturas parecían perfectamente normales. Aquellos dos exaltados eran de fiar, pero el incrédulo santo Tomás que había en él deseaba que sus propios ojos, o los de Data o LaForge, hubieran visto el destello de energía que Worf y Yar afirmaban que se había producido.

De pronto, Yar golpeó el panel con la parte inferior de ambas manos y gritó:

—¡Ahí está otra vez! ¡Pero ahora dentro de la nave! —Dio un manotazo al intercomunicador sin consultar a Picard—. ¡Seguridad a cubierta doce, sección A-tres!

—¿Dentro? —Picard se acercó más—. ¿Está segura?

—¡Ha vuelto a desaparecer!

—Compruebe que sus instrumentos no tengan un fallo de funcionamiento. Worf, haga lo mismo con los sensores de largo alcance.

—Sí, señor —contestó Yar respirando profundamente.

—Comprobando —anunció Worf, mucho menos agitado de lo que estaba Yar.

Picard se enderezó.

—Y llame al señor Riker al puente.

Troi continuó mirando con aire pensativo hacia el espacio vacío en que el barco holográfico había estado avanzando por su escritorio. Su mirada era perdida, contemplativa, y a pesar de que había tratado varias veces de levantar la mano para pulsar «Restablecer» y «Continuar» en su tablero, algo la detuvo en cada ocasión. Ni siquiera conseguía pedirle de viva voz a la computadora que prosiguiera. Algo la detenía.

Había sido un sueño. Pero no uno formado dentro de su propia mente, de eso se sentía cada vez más segura.

La puerta volvió a abrirse, esta vez sin el zumbido de rigor y casi como por cortesía, y Riker volvió a entrar. Troi recobró el control de forma casi instantánea sobre su perturbada expresión.

Con un punto de fingida flamenquería en los ojos, ella le preguntó en broma:

—¿Has estado escondido detrás de la puerta durante todo este tiempo?

—¿Con cuánta energía estás alimentando esa unidad? —inquirió Riker.

Ella parpadeó.

—¿Perdón?

Él se detuvo, con el muslo rozando el borde de la mesa.

—Tus holografías están saliendo fuera.

Ella iba a responderle, pero la interrumpió el intercomunicador.

—Comandante Riker, se solicita su presencia en el puente. Preséntese en el puente, por favor.

Riker pulsó el comunicador de su insignia.

—Aquí Riker. Estaré allí de inmediato.

Devolvió su atención a Troi.

—Tu lección de historia… está saliendo al corredor.

Los labios de ella se separaban y unían al intentar comprender qué estaba diciendo él y hallar la respuesta correcta. La expresión de Riker, el tono de su voz, le decían que tenía que existir una respuesta y detestaba hacerlo sentir tan tonto como parecía la frase pronunciada… ¿de qué estaría hablando?

Finalmente se dominó.

—Pero eso no es posible —dijo con serenidad. Riker cambió el peso de su cuerpo al otro pie.

—Por supuesto que lo es. Deberías hacer que mantenimiento revisara la entrada de alimentación de esta unidad. Mientras intentaba evitar lo inevitable, Troi procuró no sentirse responsable.

—No —replicó—, no puede ser. ¿No lo recuerdas? La apagué antes de que salieras. No he vuelto a conectarla.

Sin cambiar realmente mucho, los azules ojos de Riker cobraron una dureza perpleja que no estaba en absoluto dirigida contra ella, sino hacia un misterio repentino. Los labios se tensaron tan levemente por encima del hendido mentón, que ella podría haberlo pasado por alto de no haber estado buscando cambios.

Troi entrelazó las manos sobre su regazo y resistió el impulso de tocarlo. Sorprendida por la inquietante percepción que captaba en los ojos de él, agregó:

—La unidad está completamente fría…

—Esto es una locura —se quejó Yar. Apretó su pequeña boca reduciéndola a una fibrosa línea y se obligó a informar a su expectante capitán de una forma más correcta—. Seguridad informa de que no hay en absoluto ninguna actividad insólita en la cubierta doce, capitán. Mis instrumentos están en perfectas condiciones de funcionamiento. No lo entiendo.

A popa del puente, el capitán Picard tenía la espalda vuelta hacia los terminales y operacionales de navegación, y no vio que Data comenzaba a abrir la boca para ofrecer su opinión, ni vio a LaForge que le hacía un gesto al androide para que guardara silencio. Todos los demás observaron el movimiento y comprendieron su prudencia, en especial cuando Picard alzó la voz y rugió:

—Ya basta de explicaciones confusas. La próxima vez que aparezca esa descarga energética, quiero las computadoras de esta nave preparadas para grabarla. Tenemos la más avanzada tecnología de la Federación incorporada en el núcleo de la memoria y en las matrices activas de esta nave, y ustedes están aún confiando en la intuición y sus propios ojos. Ahora, cambien de circuito y dejen que la nave haga su trabajo.

El tono de su voz anunciaba de manera irrefutable que no quería decir que dejaran que la nave hiciera por ellos el trabajo, sino que debían realizar mejor su tarea, fundiéndose con los sistemas que tenían bajo las manos. Picard era el tipo de oficial al que no le gustaba que nada estuviera fuera de control.

Se balanceó sobre los pies mirando irritado la pantalla como si buscara algo y no pudiera encontrarlo, como si pudiese extraer por la fuerza una respuesta de las tinieblas del espacio, y consideró: «Demasiado jóvenes».

El turboascensor de babor se abrió y por él salió Riker, que escoltaba a Troi. Extraño… ella aún no parecía preparada para acudir al puente; todavía llevaba los cabellos sueltos y el informal uniforme corto en lugar del de una pieza que se ponía con mayor frecuencia; los dos permanecieron de pie ante Picard, con los rostros turbados.

—Capitán —pidió Riker—, ¿podríamos hablar un momento con usted, señor?

La angustia de Troi ya no era evidente. Había sido cuidadosamente ocultada por su profesionalidad una vez más, y sólo aquellos que la conocían muy bien podían advertir que tenía las manos enlazadas sobre el regazo con una fuerza algo excesiva, mientras les contaba su historia de sueños sentada en su sillón del área de mando. Era la única persona que podía hablar de ello.

Will Riker la observaba, obligándose a no interrumpirla, a no decir nada respecto de esa historia hasta que hubiera acabado también él de describir el incidente del corredor, por tonto que pareciera. Sencillamente se mantenía en segundo término mientras la atención de los demás estaba centrada en Troi, a la cual no le había resultado fácil contar al capitán que tenía sueños que no la dejaban en paz; y para Riker, el identificar claramente, el describir a aquella persona —o lo que fuere— que había visto en el corredor, había sido igual de trabajoso. Sólo la solícita atención que dedicaba el capitán Picard a esas necias historias les demostraba que llevaba en la galaxia el tiempo suficiente como para no descartar cosas semejantes.

El capitán se hallaba ahora de pie ante Troi, absorto en su intento de casar la historia de los sueños de ella con lo que Riker acababa de contarle. Naves terrícolas, hombres de uniforme… en algo de eso había un denominador común. Estaba decidido a encontrarlo.

—¿Puede describir sus percepciones de modo más específico, consejera?

Troi ladeó su bonita cabeza.

—Intentaré verbalizarlas, capitán, pero debo advertirle que son explicaciones imprecisas. Las percepciones telepáticas resultan a veces demasiado vagas como para interpretarlas.

—Haga lo que pueda.

Ella asintió con la cabeza.

—Mi mente me describe varios períodos históricos diferentes, no necesariamente todos de la Tierra, aunque los más claros parecen referidos a seres humanos o humanoides. Tal vez eso no se deba más que a mi herencia humana… no puedo decírselo. Algunos, sin embargo… algunos son tan alienígenas que ni siquiera conozco palabra alguna para describir lo que he visto en ellos.

—¿Alienígenas, dice?

—Sí, lo son de forma muy obvia. Pero el barco que vi era sin duda alguna de la Tierra.

—Proceda con calma, ya llegaremos a eso. Continúe con sus sueños.

Troi hizo una pausa, aunque no larga. Picard no era un hombre al que a ella le gustase hacer esperar.

—Hay una nebulosa como de aprensión… urgencia… resistencia. Pero ninguna intención violenta.

—No puede estar segura de eso —la interrumpió Tasha désde su puesto situado a la cubierta de popa, con su serenidad habitual. Vio los ojos de Riker y la desaprobación que trasmitían, pero continuó—: Quiero decir que… si hay sensaciones alienígenas, Deanna podría estar malinterpretándolas totalmente. Para los seres de otros planetas, esas impresiones podrían ser hostiles, agresivas o peligrosas.

—Es usted muy suspicaz, Tasha —intervino Riker en auxilio de Troi.

—Estoy haciendo mi trabajo —replicó ella. Ni un destello de justificación enturbió su convicción.

Tasha sabía perfecctamente que ella era una mujer vehemente… lo cual constituía una ventaja. A diferencia de Worf, que siempre trabajaba para controlar su explosivo carácter klingon, Tasha defendería siempre el valor del suyo propio. Ahora, al devolverle la mirada, Riker vio eso en los ojos de la muchacha, en la subyacente violencia de su rostro, y la verdad es que lo hizo ceder. No fue hasta que permaneció en silencio durante varios segundos, que él se dio cuenta de cuán completamente se había salido con la suya.

Troi captó de inmediato la tensión, aunque para eso no necesitaba tener poderes telepáticos. Era algo que la roía por dentro; su trabajo consistía en mantener bajo observación las emociones y estados mentales de los tripulantes de la nave estelar, guiarlos a través de las tensiones e interceptar los conflictos de veras peligrosos que surgían durante una navegación intergaláctica. ¡Qué espantoso ser la causa de esto… qué terrible!

Troi mostró la palma de una de las manos que tenía apoyada sobre el muslo.

—No… Tasha tiene razón, porque a pesar de que no hay percepción alguna de intención agresiva —declaró, haciendo entonces una pausa antes de decir lo que realmente la atemorizaba—, eso no cambia el hecho de que percibo atisbos de destrucción violenta.

Sin dar la oportunidad de que esa inquietante afirmación se apoderara de las imaginaciones de los oficiales del puente, Picard tomó asiento en su lugar con la esperanza de tranquilizarlos, a ella y a todos los demás. Era consciente de los efectos que esos pequeños trastornos estaban produciendo en la tripulación, en especial cuando veía el habitual aplomo de Deanna Troi destrozado de manera inexplicable.

—¿Puede concentrarse en eso? ¿Estamos en peligro?

—Eso es lo que me confunde, señor —contestó ella con firmeza—. A pesar de que veo imágenes de destrucción, no parece haber intención alguna en ese sentido tras ellas. Por otra parte, es claramente el producto de una mente y no un fenómeno natural. Y como ya he dicho, no hay intención violenta.

—Al menos, eso es tranquilizador.

—Pero, señor, usted no lo entiende. —Ella impidió que él se levantara con un ligero toque sobre el brazo—. Yo no debería estar captando ninguna imagen concreta. No está entre mis capacidades el recibir visiones y formas. Como tales —agregó con renuencia—, no estoy segura de que deba usted confiar en mi juicio.

Una sonrisa tranquilizadora apareció en el semblante de sumo rector de Picard.

—Confío en su interpretación, Deanna.

—Pero ella es sólo una telépata —señaló la doctora Crusher. Hasta ese momento, la doctora había sido una observadora silenciosa, fascinada tanto en lo personal como en lo profesional por aquella historia de desasosegantes impresiones y sueños desenfocados; y cuando su voz atravesó la evidente tensión reinante, añadió una nota de sentido común que los demás necesitaban en ese momento—: No es una… médium. Se dará cuenta de que existe una diferencia importante.

—Sí, es verdad —asintió Troi al tiempo que le dedicaba una mirada agradecida—. Eso es lo que yo quería decir. Ésa es la diferencia, lo que puedo hacer y lo que me veo obligada a hacer.

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