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Authors: Laura Gallego García

La Maldición del Maestro (16 page)

BOOK: La Maldición del Maestro
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Los chicos comprobaron enseguida que la elfa tenía razón: un gran lobo de pelaje blanco como la nieve acababa de acudir en ayuda del que estaba en minoría, y los otros lobos aullaron de rabia.

La lucha tomó un cariz diferente. El enorme lobo blanco peleaba con furia, y pronto el otro animal pudo ayudarle. Era una escena terrible, pero tenía algo de salvaje y de fascinante que hacía que los aprendices no pudiesen apartar la mirada de ella. Parecía que los dos lobos se entendían a la perfección, parecía que eran diferentes de los demás, parecía que mientras lucharan juntos nada podría vencerlos.

Así, en poco tiempo, entre los dos lograron dispersar a la jauría.

El lobo grande se volvió hacia su compañero. Ambos cruzaron una mirada de entendimiento; pero, de pronto, el lobo blanco dio media vuelta y echó a correr, de nuevo, hacia las montañas. El otro lobo lo llamó con un aullido y corrió tras él unos metros; pero debía de tener una pata herida, porque le falló y tuvo que detenerse. Se quedó mirando con impotencia cómo el lobo blanco se perdía en la lejanía.

Entonces se volvió hacia los chicos y se aproximó a ellos. Todos retrocedieron, incluido Kai, que lo observaba con cierta desconfianza.

El animal entró dentro del círculo de luz proyectado por la lámpara que sostenía Nawin. Los chicos pudieron ver que, efectivamente, estaba herido: regueros de sangre manchaban su pelaje de color castaño cobrizo.

Jonás inició de nuevo el hechizo de teletransportación.

—Espera —dijo Kai. —No podemos abandonarlo.

—¿Por qué? —preguntó Salamandra.

Pero parecía que Kai no las tenía todas consigo. Aun así, Salamandra detuvo una vez más el brazo de Jonás, antes de que terminase de trazar el signo mágico.

El lobo se acercó a ellos. Los aprendices retrocedieron un poco más, sin saber cómo debían actuar. El animal clavó en ellos una mirada pensativa, demasiado inteligente como para pertenecer a un ser irracional.

—Nos has alcanzado —dijo entonces Kai. —¿Qué vas a hacer ahora?

El lobo gruñó, y, sorprendidos, los aprendices entendieron perfectamente que decía.

—Debería despedazarte. Y, créeme, lo haría, si tuvieses un cuerpo que pudiera despedazar.

Kai sonrió, aunque algo intranquilo.

—¿Puedes verme y escucharme? —preguntó.

—Bajo esta forma, sí —respondió el lobo—. Tiene sus ventajas.

De pronto, Nawin chilló. —¡Eres tú! ¡Nos has seguido!

Salamandra miró de nuevo al lobo con mayor atención.

El animal se estaba lamiendo una herida de la pata, pero alzó la cabeza y clavó en ella unos ojos ambarinos que la muchacha conocía demasiado bien.

—No... —susurró.

El lobo sonrió. Avanzó un poco y alzó las patas delanteras; entonces un extraño cambio comenzó a operarse en él, sus miembros se alargaron, su hocico se acortó, sus colmillos menguaron y su pelaje fue retrocediendo hasta descubrir una piel fina y broncínea.

Alzó la cabeza y se incorporó, poco a poco.

—Tú... no... —repitió Salamandra.

El echó la cabeza hacía atrás y aulló, y Salamandra sintió que se le ponían los pelos de punta. Lo vio incorporarse, estirando sus miembros y desplegando su túnica de color rojo. Lo vio sacudir hacia atrás su fino cabello de color de cobre, y abrir de nuevo sus ojos almendrados para mirarlos, con una serena sonrisa

—¡Tenían razón! —exclamó Nawin. —¡Tú... eres un monstruo, un error de la naturaleza! —retrocedió un poco mientras lo miraba, aterrorizada. —¡No deberías haber nacido!

El sonrió de nuevo. Cuando habló, su voz melodiosa sonó un poco más grave de lo habitual.

—Yo también me alegro de verte, Nawin.

XII. HISTORIAS DEL PASADO

Mala suerte, —repitió la voz del espejo.

Shi-Mae volvió a retirar las manos del Óculo, perpleja.

—No esperaba que hubiese aprendido a controlar sus cambios.

—Era un plan muy retorcido, querida. De modo que pretendías que los lobos matasen a Nawin para echarle las culpas a Fenris ante los de su raza, ¿no?.

—Podría haberlo lanzado a él también al Laberinto de las Sombras —murmuró Shi-Mae

—. Pero es demasiado pronto aún; todavía no he tenido ocasión de verlo sufrir.

—Pobre elfo, —comentó la voz. —Me pregunto qué habrá hecho para merecer esa sed de venganza por tu parte.

Shi-Mae no respondió.

—De todas formas, no olvides nuestro trato: puedes jugar con Fenris todo lo que quieras, pero, al final, ha de ser mío.

—No te preocupes: lo tendrás. Una vez haya terminado con él, lo arrojaremos al Laberinto de las Sombras, para que haga compañía a Dana... o a lo que quede de ella.

Fenris se estiró para habituarse a caminar erguido. Se volvió hacia el lugar por donde había desaparecido el lobo blanco, con una expresión seria y pensativa.

—¿Era amigo tuyo? —preguntó Jonás. Pero Fenris no contestó. Se volvió hacia los aprendices y les dirigió una mirada severa.

—Sabíais que no debíais salir de la Torre de noche. —¿Dónde está Kai?

Avanzó hacia ellos, pero los chicos retrocedieron, intimidados.

—Tú... —empezó Salamandra. —Eres un...

—... ¡Licántropo! —completó Nawin. —¡Un elfo—lobo, una bestia que no merece vivir entre seres racionales!

—Por eso te desterraron —murmuró Salamandra. —Por eso no puedes volver a tu tierra.

—No voy a haceros daño —dijo él—. Os he salvado la vida, ¿no?

Kai lo observaba atentamente.

—De modo que lo has conseguido —murmuró. —Has aprendido a controlar tus cambios.

Pero Fenris ya no podía escucharlo. Solo en forma lobuna podían sus sentidos percibir a los seres como Kai.

—¡Kai! —lo llamó. —Donde quiera que estés, me debes una explicación, ¿no te parece? Jonás respondió por él.

—Estabas inconsciente; no había tiempo que perder, y Kai pensó que debíamos abrir la puerta nosotros, y dejarle entrar en el Laberinto de las Sombras para rescatar a Dana. Como no confiábamos en Shi-Mae, decidimos huir de La Torre.

El rostro de Fenris cambió ante la mención de la hechicera.

—En eso os doy la razón —asintió. —Habéis hecho bien en marcharos. Teníais razón, y yo estaba equivocado.

—Nawin dice que Shi-Mae quería ser la Señora de la Torre, y que no ayudaría a Dana por nada del mundo —intervino Conrado.

Fenris se volvió rápidamente hacia Nawin, que retrocedió un paso.

—No vuelvas a acercarte a Shi-Mae, muchacha. Quiere algo más que la Torre; quiere el Reino de los Elfos.

Nawin abrió la boca, sorprendida, pero no llegó a decir nada.

De pronto el rostro de Fenris se crispó con una mueca de dolor; le flaquearon las piernas y cayó de rodillas sobre la nieve.

—¡Estás herido! —exclamó Salamandra.

Corrió junto a él, pero no se atrevió a acercarse más. Aún recordaba con espantosa claridad la imagen del lobo que había sido Fenris.

—No quieres tratos con una bestia, ¿eh? —murmuró el elfo con cierta amargura.

A Salamandra se le encogió el corazón. Se arrodilló resueltamente junto a él para examinarle las heridas, y le dijo en voz baja:

—Tú no eres una bestia. Eres Fenris, mi amigo y Maestro.

Él no dijo nada. Se limitó a apartarla de sí con suavidad y a pronunciar las palabras del hechizo de autocuración.

—¿Crees que tienes fuerzas? —preguntó ella, preocupada; pero Fenris siguió adelante con el hechizo hasta que sus heridas cicatrizaron del todo.

Trató de levantarse entonces, pero se había quedado tan falto de energías que tuvo que apoyarse en el hombro de Salamandra.

—Os diré qué es lo que vamos a hacer —dijo. —Quiero que, en cuanto recuperéis fuerzas, abramos la puerta al Laberinto de las Sombras entre todos; pero solo Kai y yo entraremos a buscar a Dana. Conrado y Jonás irán al Consejo de Magos a denunciar a Shi-Mae; Nawin y Salamandra viajarán al Reino de los Elfos para poner las cosas en su sitio.

Los aprendices estaban demasiado cansados para replicar. Sin embargo, Nawin objetó:

—No podemos abrir la puerta del Laberinto de las Sombras. Es exactamente lo que Shi-Mae quiere que hagamos.

Salamandra miró a Kai, que apretó los puños con rabia.

—Pero hemos de hacerlo, o Dana estará perdida —dijo. —¿No hay alguna forma de protegernos contra Shi-Mae?

—Sí, la hay —dijo Fenris, y sonrió.

La imagen de la bola de cristal se hizo borrosa y, de pronto, desapareció.

—¡Condenado mago! —gruñó la hechicera—. Ha velado el Óculo.

El aullido de un lobo resonó escalofriantemente cerca.

—Se te acaba el tiempo, Shi-Mae.

Ella se volvió furiosa hacia el espejo.

—¡También a ti! Si Kai y el mago entran en el Laberinto y rescatan a Dana...

—Nunca lo conseguirán. Para ello, primero deben derrotar al Laberinto, y después derrotarme a mí. En cambio no parece que tú vayas a poder evitar que esos aprendices denuncien tus intrigas al Consejo de Magos...

—No es el Consejo lo que me preocupa —Shi-Mae se acercó a la ventana, pensativa.

—Es Nawin. Ella tiene aún partidarios poderosos en la Corte.

La voz rió de nuevo. Shi-Mae se volvió hacia el espejo, irritada.

—Creo que ha llegado la hora de que me ocupe personalmente de todo este asunto.

Otro aullido ascendió hasta ellos. —Date prisa, —aconsejó la voz que hablaba desde el mundo de los muertos. —Los lobos vienen por ti.

—A mí me gustaría saber quién es Kai —declaró Jonás.

Los demás asintieron, apoyando su petición. Fenris los miró, dudoso. Salamandra desvió la mirada hacia Kai, pero el muchacho tenía la vista fija en el fuego, como si no estuviera escuchando.

Dentro de la campana de protección, y ahora que Fenris estaba con ellos, los aprendices se sentían algo más seguros. Resguardados de la nieve, del frío, de los lobos y de la mirada de Shi-Mae, mientras trataban de recuperar fuerzas para aquel hechizo vital para el futuro de Dana y de la Torre, los chicos hablaban para que el silencio no los llenase de malos presagios.

—Está bien —accedió el elfo.

Kai no se movió. Los aprendices se prepararon para escuchar la historia.

—Hace quince años, cuando Dana llegó a la Torre —comenzó Fenris, —allí solo vivíamos tres personas: Maritta, el Maestro y yo. El Maestro era un hombre solitario y centrado en sus estudios, y su única obsesión era convertirse en Archimago.

Dana se limitaba a estudiar y a ir avanzando grado a grado. Ella y yo no teníamos mucha relación entonces, pero a ella eso parecía no importarle: no estaba sola, nunca estuvo sola.

Kai seguía mirando el fuego, con la cabeza inclinada y los brazos cruzados sobre el pecho.

—Aunque yo no lo sabía, Dana no era como los demás chicos de su edad, ni siquiera como los demás magos. Por eso la trajo el Maestro al valle. Habéis visto el espejo de Shi-Mae, ¿verdad? Ese tipo de objetos no están al alcance de cualquiera. Por tanto, muy pocos magos pueden hablar con el Más Allá.

Bien, pues a Dana nunca le haría falta una cosa parecida. Porque ella había nacido con el poder de comunicarse con los espíritus de los muertos.

Kai respiró hondo y cambió de posición, desviando la mirada hacia el espeso manto de nieve que caía fuera de la campana protectora.

—Ese tipo de magos son sumamente raros —prosiguió Fenris. —Se llaman Kin-Shannay, y son un portal abierto entre ambas dimensiones. Por tal motivo, los espíritus del Otro Lado los cuidan y protegen, y asignan a cada uno un guardián, un compañero, para que viva junto a ellos los primeros años de su vida y los adiestre en el camino a seguir.

—Esa era la misión de Kai, y por eso su espíritu volvió del mundo de los muertos, para proteger a Dana hasta que fuera la hora de abandonarla. Cosa que, desgraciadamente, sucedió cuando ella tenía quince años. No se habían vuelto a ver hasta hace unos días, cuando él...

—Cuando él volvió para advertirla de un grave peligro, la maldición —completó Salamandra. —Entonces, él... tú... —rectificó, volviéndose hacia Kai. —¿Eres un fantasma?

—Sí, maldita sea, soy un fantasma —dijo él, irritado. —Me mató un dragón hace quinientos años, cuando yo no había cumplido los diecisiete, ¿contenta? Nunca había apreciado tanto la vida como cuando volví a vivirla junto a Dana, y eso que yo ya no tenía cuerpo y solo ella podía verme...

—... Pero no podía tocarte —adivinó Salamandra, conmovida—. Y se enamoró de ti.

—¿Podemos hablar de otra cosa? —gruñó Kai. —Me resulta bastante doloroso recordarlo, ¿sabes?

Salamandra dijo a los demás lo que le había dicho Kai, y el elfo sonrió con tristeza.

—Es un sentimiento que no conoce las fronteras de la vida y la muerte —dijo. —Por eso el Maestro ha enviado a Dana al Laberinto de las Sombras, un destino peor que la muerte, como dijo Kai. Si ella se deja vencer por el poder del Laberinto, desaparecerá sin más, y no estará ni viva ni muerta; por lo tanto, ella y Kai nunca volverán a encontrarse, ni en este mundo ni al Otro Lado.

Kai se levantó bruscamente y se alejó de ellos, perdiéndose en la oscuridad.

—¡Kai! —lo llamó Salamandra, pero él no respondió.

—¿Se ha ido? —preguntó Conrado, mirando a todas partes.

—Has sido muy poco delicado con él, Fenris.

—Bueno, no es difícil olvidar que él está presente —opinó Jonás. —Nadie puede verlo, excepto Salamandra.

La chica oprimió con fuerza el colgante de Dana. Fenris le brindó una cálida sonrisa.

—Volverá, no te preocupes. Solo necesita estar solo.

—Es complicado todo esto —gimió Conrado. —No acabo de entender lo que está pasando.

—Es sencillo —sonó la voz de Nawin, fría y desapasionada. —¿Cómo no me había dado cuenta antes? Shi-Mae tiene al Consejo de Magos de su parte. Jamás me habrían enviado al Valle de los Lobos si ella no hubiese querido.

Sobrevino un silencio. Fenris asintió, pesaroso.

—De modo que ella quería venir a la Torre. ¿Para qué? ¿Para usurpar el puesto de Dana? ¿Para vengarse de mí? ¿Para deshacerse de Nawin fuera del Reino de los Elfos?

—Para las tres cosas —dijo Salamandra. —Y, si os dais cuenta, no está sola.

—La voz del espejo —recordó Conrado. —¿Queréis decir que quizá se trate del Maestro?

—Con toda seguridad —respondió Fenris. —Ahora empiezo a verlo claro, esos dos han hecho un trato.

—¿Un trato?

—Un trato de ayuda mutua. Es algo común entre magos de gran poder. Cada uno de ellos tiene un objetivo distinto; se alían para conseguir ambos objetivos, y así los dos salen beneficiados.

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