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Authors: Ken Follett

Tags: #Espionaje, Belica, Intriga

La isla de las tormentas (46 page)

BOOK: La isla de las tormentas
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Puttkamer volvió a saludar y fue a impartir las órdenes.

EPILOGO

Cuando a finales de 1970 Alemania derrotó a Inglaterra en los campeonatos de fútbol, el abuelo estaba furioso.

Sentado ante la televisión en color murmuraba cosas entre sus barbas dirigidas a la pantalla.

—¡Astucia! —les decía a los expertos que estaban analizando el evento y sus jugadas—. ¡Astucia y malicia! Ésa es la forma de derrotar a los malditos alemanes. —Y no se aplacó hasta que oyó que llegaba el «Jaguar» blanco a la modesta casa de tres habitaciones, y el propio Jo, con aspecto próspero y vistiendo una chaqueta deportiva, bajó con su esposa Ann y sus chicos.

—¿Has visto el partido, papá? —preguntó Jo.

—Espantoso. Hemos jugado como el diablo. —Desde que se había retirado del servicio y disponía de más tiempo, se interesaba por el deporte.

—Los alemanes lo han hecho mejor —dijo Jo—. Practican un buen fútbol. No podemos ganarles siempre…

—No me vengas a mí con los malditos alemanes. Astucia y malicia, ésas son las armas para derrotarles. —Se dirigía a su nieto, al que tenía sentado sobre las rodillas—. Así les vencimos en la guerra, Davy…, les engañamos como correspondía.

—¿Cómo les engañasteis? —preguntó Davy.

—Bueno, les hicimos creer —bajó la voz y adoptó un tono conspiratorio, con lo cual el pequeño se reía anticipadamente—, le hicimos creer que atacaríamos Calais…

—Eso está en Francia, no en Alemania…

Ann le indicó que permaneciera en silencio.

—Deja que tu abuelo te cuente sus historias.

—De todos modos —continuó el abuelo—, les hicimos creer que íbamos a atacar Calais, de modo que ellos apostaron todos sus tanques y soldados ahí. —Empleó un almohadón para representar Francia, un cenicero para representar a los alemanes y un cortaplumas para los aliados—. Pero, atacamos Normandía, donde sólo estaba el viejo Rommel con unos cuantos cañones…

—¿Y ellos no descubrieron el engaño? —preguntó Davy. —Casi lo descubren. En efecto, hubo un espía que sí lo descubrió.

—¿Y qué pasó con él?

—Le matamos antes de que pudiera informar.

—¿Tú le mataste, abuelo?

—No, le mató tu abuela.

La abuela venía con una tetera.

—Fred Bloggs, ¡no me digas que estás asustando a los niños!

—¿Por qué no habían de saberlo? —murmuró—. Ella tiene una medalla, ¿sabes?, y no quiere decirme dónde la guarda porque no le gusta que yo la enseñe a las visitas.

Lucy servía el té.

—Todo pasó y ya está olvidado en la medida de lo posible —dijo alargándole una taza de té a su marido.

Fred la cogió del brazo y la mantuvo junto a él.

—Falta mucho aún para que haya terminado —replicó, y su voz se volvió rápidamente cariñosa.

Los dos se miraron durante un momento. El hermoso pelo de ella estaba encaneciendo ahora, y lo llevaba levantado y recogido en forma de moño. Tenía unos kilos más que antes. Pero sus ojos eran aún los mismos: grandes, de color ámbar y notablemente bellos. Esos ojos le devolvían la mirada; los dos se quedaron inmóviles, recordando, hasta que Davy saltó al suelo desde las rodillas de su abuelo y tiró la taza de té al suelo y el hechizo se desvaneció.

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