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Authors: Cayo Julio César

Tags: #Historia

La guerra de las Galias (27 page)

BOOK: La guerra de las Galias
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XC. Hecho esto, marcha a los eduos, y se le rinden. Allí recibe embajadores de los alvernos que se ofrecen a estar en todo a su obediencia. Mándales dar gran número de rehenes. Restituye cerca de veinte mil prisioneros a los eduos y alvernos. Envía las legiones a cuarteles de invierno. A Tito Labieno manda ir con dos y la caballería a los secuanos, dándole por ayudante a Marco Sempronio Rutilo. A Cayo Fabio y a Lucio Minucio Basilo aloja con dos legiones en los remenses, para defenderlos de toda invasión contra los beoveses sus fronterizos. A Cayo Antistio Regino remite a los ambivaretos; a Tito Sestio a los berrienses; a Cayo Caninio Rebilo a los rodenses, cada uno con su legión. A Quinto Tulio Cicerón y a Publio Sulpicio acuartela en Chalóns y Macón, ciudades de los eduos a las riberas del Arar, para el acopio y conducción del trigo. Él determina pasar el invierno en Bilbracte. Sabidos estos sucesos por cartas de César, se mandan celebrar en Roma fiestas por veinte días.

Notas de Napoleón al libro VII

1. En esta campaña, César dio varias batallas y llevó a cabo grandes asedios, en dos de los cuales consiguió éxito; es la primera vez que tuvo que combatir con los galos unidos. Su resolución, el talento de su general Vercingetórige, la fuerza de su ejército, todo hace de esta campaña la más gloriosa para los romanos. Tenían éstos diez legiones, lo que, con la caballería, las tropas auxiliares, los alemanes, las tropas ligeras, debían de hacer un ejército de 80.000 hombres. La conducta de los habitantes de Bourges, la del ejército de socorro; la conducta de los Clermonteses, la de los habitantes de Alesia, nos enseñan a la vez la resolución, el valor de los galos y su impotencia por la falta de orden, de disciplina, de dirección militar. Cap. LXVII.

2. Pero, ¿es posible que Vercingetórige se hubiese encerrado con 80.000 hombres en una ciudad de tan exigua extensión? Cuando hizo salir su caballería, ¿por qué no hacer lo propio con las tres cuartas partes de su infantería? Veinte mil hombres eran más que suficientes para reforzar a la guarnición de Alesia, asentada sobre una elevación de 3.000 toesas de circunferencia, y que contenía además una población numerosa y aguerrida. En la plaza quedaban sólo víveres para 30 días, ¿por qué, pues, encerrar tantos hombres inútiles para la defensa, pero que habían de acelerar la rendición? Alesia era una plaza fuerte por su posición; no tenía que temer sino el hambre. Si en lugar de 80.000 hombres, Vercingetórix hubiese tenido únicamente 20.000, hubiese contado con víveres para cien días, mientras que 60.000 hombres acampados en los alrededores hubiesen inquietado a los asaltantes. Necesitábanse más de cincuenta días para reunir un nuevo ejército galo y para que éste hubiese podido llegar en socorro de la plaza. Finalmente, si Vercingetórix hubiese contado con 80.000 hombres, ¿puede creerse que se hubiera encerrado entre los muros de la ciudad? Habría ocupado los alrededores defendiéndose con atrincheramientos, presto a saltar y a caer sobre César. El ejército de socorro estaba, según César, compuesto de 240.000 hombres. Este ejército no acampó, no maniobró como podía hacer un ejército tan superior al del enemigo, sino como un ejército igual. Tras dos ataques destacó 60.000 hombres para lanzarse contra la altura del Norte; este destacamento fracasó, lo cual no era motivo para obligar al ejército a retirarse en desorden. Capítulo LXXI.

3. Las obras de César eran considerables; el ejército dispuso de cuarenta días para construirlas, y las armas ofensivas de los galos eran impotentes para destruir tales obstáculos, ¿Un problema semejante podría ser resuelto en nuestros días? ¿Podrían cien mil hombres bloquear una plaza con líneas de contravalación y ponerse al abrigo de los ataques de cien mil hombres detrás de su circunvalación? Cap. LXXIII.

LIBRO OCTAVO (Escrito por Aulo Hircio)
Prólogo

Movido de tus instancias continuas, Balbo, pues te parece que mi porfiada resistencia no tanto se dirigía a excusar la dificultad, como la flojedad mía, he entrado en un empeño sumamente difícil. He compuesto un Comentario de los hechos de nuestro César en las Galias, no comparable a sus escritos antecedentes y posteriores; y he formado otro, bien que imperfecto, de los sucesos de Alejandría hasta el fin, no de la disensión civil, que éste hasta ahora no le vemos, sino de la vida de César. Los cuales ojalá sepan los que los leyeren cuan contra mi voluntad he emprendido escribirlos, para que más fácilmente me absuelvan del crimen de necio y arrogante en haberme interpolado con los escritos de César. Porque es constante entre todos, que no se halla obra de alguno escrita con todo el trabajo y esmero posible, que no quede obscurecida a la vista de la elegancia de estos comentarios, los cuales se han publicado para que los escritores tuviesen noticia de tales sucesos; y han merecido tanta estimación en la opinión de todos, que no parece dan facultad a los autores, sino se la quitan, para escribir sobre ellos una historia. Acerca de lo cual es mucho mayor la admiración mía que la de los demás. Porque los otros saben al cabo con cuánta elegancia y pureza están escritos; pero yo fui testigo de cuan pronta y fácilmente los concluyó. Tenía César, no sólo una suma facilidad y elegancia en el escribir, sino también una rara habilidad para explicar sus pensamientos. Además, no tuve yo la suerte de hallarme en la guerra de África, ni en la de Alejandría; de las cuales, aunque en mucha parte tuve noticia por conversaciones del mismo César, con todo, con diferente impresión oímos aquellos hechos que nos preocupan con la novedad, o la admiración, de aquella con que referimos los sucesos como testigos de vista. Mas cuando voy recogiendo todas las razones de excusarme de ser puesto en paralelo con César, caigo en este mismo delito de arrogancia de pensar, que a juicio de algunos pueda yo ser comparado con él. Adiós.

I. Sujeta toda la Galia, no habiendo interrumpido César el ejercicio de las armas en todo el verano antecedente, y deseando que descansasen las tropas de tantos trabajos en los cuarteles de invierno, tuvo noticia de que muchas naciones trataban de renovar la guerra a un mismo tiempo y conjurarse para este fin. De lo cual se decía que verosímilmente sería la causa el haber conocido los galos, que ni con la mayor multitud junta en un lugar se podía resistir a los romanos; pero si a un tiempo muchas provincias les declarasen diversas guerras, no tendría su ejército bastantes auxilios, ni tiempo ni gente para acudir a todas partes. Y así ninguna ciudad debía rehusar la suerte de la incomodidad si con esta lentitud podían las demás recobrar su libertad.

II. Para que no se confirmase la opinión de los galos, dejó César el mando de los cuarteles de invierno al cuestor M. Antonio, y marchó con la caballería el último día de diciembre de la ciudad de Autun
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a juntarse con la legión trece, que invernaba no lejos de los términos de Autun, y le añadió la undécima, que era la más inmediata. Dejó dos cohortes para resguardo del equipaje, y marchó con el resto del ejército a la fértilísima campaña de Berry, cuyos moradores, como tenían espaciosos términos y muchas ciudades, no podían ser contenidos con una sola legión de hacer prevenciones de guerra y conspiraciones con este intento.

III. Sucedió con la repentina llegada de César lo que era preciso a gente desprevenida y desparramada: que estando cultivando los campos sin temor alguno, fueron sorprendidos por la caballería antes que pudiesen refugiarse en las poblaciones. Porque aun aquella ordinaria señal de sobrevenir el enemigo, que acostumbra a hacerse entender por los incendios de los edificios, había sido prohibida con orden formal de César, para que no le faltase abundancia de pasto y trigo, si acaso pasaba más adelante, ni los enemigos se amedrentasen con los incendios. Atemorizados los de Berry con la presa de muchos millares de hombres, los que pudieron escapar de la primera entrada de los romanos se acogieron a las ciudades circunvecinas, o fiados en los privados hospedajes, o en la sociedad de los designios. Mas fue en vano; porque haciendo César marchas muy largas, acudió a todas partes, sin dar tiempo a ninguna ciudad de mirar antes por su salud y conservación ajena que por la suya propia; con cuya prontitud mantuvo en su fidelidad a los amigos, y con el terror obligó a los dudosos a las condiciones de la paz. Propuesta ésta, y viendo los de Berry que la clemencia de César les abría camino para volver a su amistad, y que las ciudades de su comarca habían sido admitidas sin otra pena que haberle dado rehenes, hicieron ellos lo mismo.

IV. César, a vista de la constancia con que los soldados habían tolerado tan grandes trabajos, siguiéndole con tan buen deseo en tiempo de hielos por caminos muy trabajosos, y con unos fríos intolerables, prometió regalarlos con doscientos sestercios a cada uno, y dos mil denarios a los centuriones con título de presa, y enviadas las legiones a sus cuarteles, se volvió a Autun a los cuarenta días que había salido. Estando aquí administrando justicia, llegaron comisionados de Berry a pedirle socorro contra los de Chartres, quejándose de que les habían declarado la guerra. Con cuya noticia, sin haber sosegado más que dieciocho días, mandó salir a las legiones decimocuarta y sexta, que invernaban sobre el Saona, de las cuales se dijo en el libro anterior que estaban destinadas aquí para facilitar las provisiones de víveres. Con estas legiones partió a castigar el atrevimiento de los chartreses.

V. Llegada a los enemigos la fama del ejército, y temiendo iguales daños que los otros, desamparando las poblaciones que habitaban, en que por necesidad habían levantado unas pequeñas chozas y cabañas para guarecerse del frío (porque recién conquistados habían perdido muchas de sus ciudades), dieron a huir por diversas partes. César, que no quería exponer sus tropas a los rigores de la estación que amenazaba entonces, puso su real sobre Orleáns, ciudad de Chartrain, y alojó parte de los soldados en las casas de los galos, parte en las chozas que hicieron de pronto con la paja recogida para cubrir las tiendas; pero a la caballería e infantería auxiliar despachó por todos aquellos parajes por donde se decía que habían escapado los enemigos, y no en vano, pues volvieron casi todos cargados de presa. Oprimidos los chartreses por el rigor del invierno y el miedo del peligro, echados de sus casas, sin atreverse a permanecer en un paraje mucho tiempo, ni poderse refugiar al amparo de las selvas por la crueldad del temporal, dispersos, y con la pérdida considerable de los suyos, se fueron repartiendo por las ciudades comarcanas.

VI. César, considerando el rigor de la estación, y teniendo por bastante deshacer estos cuerpos de tropas, para que no se originase algún nuevo principio de guerra; y conociendo cuanto alcanzaba con la razón, que no se podía mover empresa considerable para el verano, puso a C. Trebonio en el cuartel de Orleáns con las dos legiones que tenía consigo. Noticioso por frecuentes avisos de Reims que los del Bovesis, señalados entre todos los galos y belgas en la gloria militar, y las ciudades de su comarca prevenían ejército y se juntaban en sitio señalado, teniendo por caudillos a Correo, natural del Bovesis, y a Comió de Arras, para hacer una entrada con toda su gente en las tierras de Soisóns, de la jurisdicción de Reims; y juzgando que importaba no sólo a su reputación, sino a su propio interés que los aliados beneméritos de la república no recibiesen daño alguno, volvió a sacar de los cuarteles de invierno a la legión undécima, escribió a C. Fabio que se fuese acercando a Soisóns con las dos que tenía, y envió a pedir a Labieno una de las que estaban a su mando. De esta manera, cuando lo permitía la inmediación de los cuarteles y el presupuesto de la guerra, repartía el cargo de ella alternativamente a las legiones, sin descansar él en ningún tiempo.

VII. Juntas estas tropas, marchó la vuelta del Bovesis; y habiendo acampado en sus términos, destacó varias partidas de caballos a diversas partes, que hiciesen algunos prisioneros de quienes informarse de los designios de los enemigos. Hicieron éstos su deber, y volvieron diciendo que habían hallado muy poca gente en las poblaciones, y ésta no que hubiese quedado por causa del cultivo de los campos, pues se habían retirado con diligencia de toda la comarca, sino que eran enviados como espías, a quienes, preguntando César dónde estaba la multitud de los boveses o cuál era su designio, halló que todos los que podían tomar las armas habían formado un cuerpo, y con ellos los de Amiéns, de Maine, de Caux, de Rúan y Artois, y elegido para su real una eminencia rodeada de una laguna embarazosa; que habían retirado todo el equipaje a los montes más apartados; que eran muchos los capitanes de aquella empresa, pero que toda la multitud obedecía a Correo, por haber entendido que era el que más odio mostraba al Pueblo Romano; que pocos días antes había marchado Comió de este campo a traer tropas auxiliares de sus vecinos los germanos, cuya multitud era infinita; que tenían determinado los del Bovesis, por consentimiento de los cabos principales y con gran contente de la plebe, en caso de venir César, como se decía, con tres legiones, presentarle desde luego la batalla, para no verse después precisados a pelear con menos ventaja con todo el resto de su ejército; pero si traía mayores tropas, permanecer en el puesto que habían tomado, y con emboscadas estorbar a los romanos el forraje, escaso y disperso por la estación, y las provisiones de víveres.

VIII. Hechas estas averiguaciones, por convenir muchos en lo mismo, y viendo que las resoluciones que le proponían estaban llenas de prudencia y muy distantes de la temeridad de gentes bárbaras, pensó todos los medios posibles para que, menospreciando los enemigos el corto número de su gente, saliesen a campo raso. Tenía consigo las legiones séptima, octava y nona, las más veteranas y de singular valor; la undécima, de grandes esperanzas, compuesta de mozos escogidos, que llevando ya cumplidos ocho años de servicio, con todo no había llegado aún a igual reputación de valiente y veterana. Y así, convocada una junta, y expuestas en ella todas las noticias adquiridas, aseguró los ánimos de los soldados; y por si podía atraer a los enemigos a la batalla con el número de las tres legiones, ordenó el ejército en esta forma: Hizo marchar delante del equipaje a las legiones séptima, octava y nona, después todo el equipaje (que no era considerable, como suele en tales expediciones), al cual cerrase la legión undécima para no darles apariencia de mayor número que el que ellos habían pedido. Ordenado así el ejército, casi en forma de cuadro, llegó a la vista de los enemigos antes de lo que pensaban.

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