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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de Inglaterra (25 page)

BOOK: La formación de Inglaterra
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El hijo de Roberto Curthose, Guillermo Clito, ocasionalmente disputó el título a Enrique, pero nunca con éxito, y murió en batalla en 1128. La posibilidad para Inglaterra de librarse de los embrollos continentales desapareció por un siglo.

La política exterior de Enrique con respecto a Escocia también tuvo éxito. Donalbane, que había gobernado agitadamente en interés de los celtas después de la muerte de Malcolm III, fue derrocado en 1098, y el hijo mayor sobreviviente de Malcolm, Edgar, fue colocado en el trono. Se había exiliado en Inglaterra y llevó consigo la influencia normanda.

Matilde, la esposa de Enrique, era hermana de Edgar de Escocia, y esto creó otro vínculo entre las dos naciones.

Edgar murió en 1107 y fue sucedido por su hermano Alejandro I («el Feroz»). Se casó con una hija ilegítima de Enrique. Finalmente, cuando murió Alejandro, en 1124, el último hijo sobreviviente de Malcolm III (había tenido seis hijos) llegó al trono con el nombre de David I.

David I había pasado la mayor parte de su vida en Inglaterra y cuando fue proclamado rey hubo un nuevo aflujo de seguidores anglonormandos que formaron buena parte de la posterior nobleza de Escocia. El reinado de David, durante el cual Escocia tuvo paz y prosperidad, señaló el fin de la influencia céltica. Escocia se convirtió en una especie de país normando diluido en cuanto a su carácter y fue un apéndice cultural de Inglaterra.

Enrique tuvo menos éxito en sus tratos con la Iglesia, en parte a causa de una disputa que se extendió por Europa. El punto en discusión era la investidura de los obispos. Reyes y emperadores reclamaban el derecho de nombrar obispos y de investirlos con los símbolos del cargo a cambio del homenaje y el juramento de fidelidad por el obispo al rey. El papado, por su parte, consideraba que esto era horrendo porque parecía someter el obispo al rey, dando la primacía sobre la Iglesia al poder secular El papa sostenía enfáticamente que sólo la Iglesia podio investir a los obispos con los símbolos del cargo y que no se necesitaba a cambio ningún homenaje al rey. De hecho, ésta era en parte la querella entre Anselmo y Guillermo el Rojo.

Estaban en juego importantes cuestiones prácticas. La Iglesia acumulaba grandes riquezas, pues siempre se le legaban tierras y propiedades a las iglesias, los monasterios y las abadías, por reyes y nobles piadosos que trataban de este modo de facilitar su camino hacia el Cielo. (Era la filantropía de la época, cuya motivación práctica era la salvación de almas más que el ahorro de impuestos.) Puesto que la Iglesia era inmortal y nunca renunciaba voluntariamente a las propiedades, tendía a ser cada vez más rica, mientras que el Estado era cada vez más pobre.

El equilibrio se restablecía por el hecho de que el poder secular hallaba maneras de extraer dinero de la Iglesia. Mientras el rey pudiese designar obispos, podía cobrarles por el cargo, y pesadamente. (En cierto modo, esto era beneficioso para la Iglesia, porque si no se permitían transferencias financieras de la Iglesia al Estado, podían acumularse presiones hasta el punto de que se efectuaban confiscaciones directas de propiedades de la Iglesia. Esto ocurrió bajo un Enrique posterior, en el siglo XVI, por ejemplo.)

Desde el punto de vista de la Iglesia, la «investidura laica» (la investidura por laicos, aunque el laico fuese un rey) no sólo era un error en teoría, porque parecía hacer el Estado superior a la Iglesia, sino también en la práctica, pues si los obispos dependían del rey, era probable que postergasen los intereses de la Iglesia a favor de los del Estado.

Durante el siglo X y parte del XI, el papado estaba en decadencia y la mayoría de los papas eran corruptos o débiles o ambas cosas. Los monarcas hacían lo que querían.

Pero bajo la influencia de Hildebrando, el poder papal revivió, y cuando él mismo fue nombrado papa, con el nombre de Gregorio VII, la lucha contra la investidura laica llegó a su culminación. Gregorio tronó contra esa práctica, y sus sucesores mantuvieron su firme posición contra ella.

Anselmo de Canterbury había mantenido esa posición Contra Guillermo el Rojo, y la mantuvo con igual firmeza contra Enrique I.

Enrique I estaba en mala situación. Tenía buenas razones para querer controlar a sus obispos, tanto por consideraciones económicas como políticas. Pero era un hombre religioso y había prometido a Anselmo concesiones a cambio del apoyo de la Iglesia.

El rey resistió todo lo posible, casi hasta el punto de hacerse excomulgar (es decir, hacerse expulsar de la comunidad de la Iglesia y negar los sacramentos, amenaza temible para los hombres de la época). Pero luego, en 1107 (dos años antes de la muerte de Anselmo) se llegó a un compromiso. El papa, no el rey, controlaría las investiduras, pero el obispo tendría que prestar homenaje al rey.

Sin embargo, como sucede con todos los compromisos, cada parte sospechó que había concedido demasiado, y la disputa entre la Iglesia y el Estado estalló nuevamente en un reinado posterior.

10. La Guerra Civil

La sucesión, otra vez

La reina de Enrique, Matilde, murió en 1118, dejando dos hijos. Uno de ellos era una muchacha, otra Matilde, quien en 1114 (a la tierna edad de doce años) se había casado con Enrique V, emperador de Alemania. El otro era un muchacho, Guillermo, único hijo varón de Enrique e ídolo de su corazón.

La importancia de Guillermo residía en el hecho de que era uno de sólo dos nietos de Guillermo el Conquistador que vivían y podían hacer remontar su ascendencia hasta éste por vía masculina solamente. El otro era Guillermo Clito, hijo de Roberto Curthose, pero que fue automáticamente excluido de la sucesión cuando su padre renunció a toda pretensión al trono inglés.

El príncipe Guillermo (o Guillermo Atheling, como era llamado a veces según el viejo estilo sajón), pues, era el único heredero al trono, la única figura que estaba entre la paz de una sucesión asegurada y el caos de una sucesión disputada.

En noviembre de 1120, Enrique, su familia y sus partidarios retornaron de Normandía a Inglaterra. Había librado allí una guerra contra Fulco V, conde Anjou
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. El Condado de Anjou estaba inmediatamente al sur del Ducado de Normandía, y ambas regiones eran rivales desde hacía tiempo. Había habido guerras entre ellas desde hacía un siglo, y ninguna de las partes había podido vencer a la otra. Esa última guerra, como todas las otras, termino en una paz de compromiso, y Enrique se apresuró a volver a Inglaterra para atender a los asuntos de este país

El grupo era suficientemente grande como para necesitar dos barcos. Enrique navegó en uno de ellos, y el joven príncipe Guillermo, por entonces de diecisiete años de edad, navegó en un segundo barco llamado «Blanche (»Nave Blanca").

La alegría en la Nave Blanca era un poco excesiva. El feliz príncipe ordenó dar vino a toda la tripulación y la fiesta retrasó la partida hasta la caída de la noche. Esto era imprudente, pues para pasar de la costa al Canal era necesario sortear algunas rocas. Con la luz en descenso y la tripulación medio mareada por el alcohol, hubo un serio error de cálculo y el barco no pudo sortear con éxito las rocas. El barco se desfondó por un lado y se hundió rápidamente. Sólo hubo un sobreviviente, y no fue el príncipe.

Pasaron tres días entes de que alguien osase decir el rey Enrique lo que había ocurrido. Se cree que Enrique se desmayó al oír la noticia y, según algunos relatos, nunca volvió a sonreír en los restantes quince años de su vida.

Enrique se casó de nuevo, pero no tuvo hijos. Estaba en los cincuenta y tantos y había sobrevivido a los otros descendientes masculinos de Guillermo el Conquistador. Cuando Roberto Curthose murió, en 1134, Enrique (que entonces tenía sesenta y seis años) fue el último miembro masculino vivo de la «dinastía normanda». Es decir, era el único varón que podía hacer remontar su ascendencia, sólo por lado masculino, a Guillermo el Conquistador y, más allá de él, a Hrolf el Caminante.

La sucesión era ahora la cuestión fundamental en Inglaterra y ocupó al viejo rey durante años.

Por ejemplo, tenía una hermana mayor, Adela, hija de Guillermo el Conquistador y tan capaz como cualquier, hombre. Se había casado con Esteban, conde de Blois (región francesa situada al sur de Normandía y al este de Anjou), en 1080. Esteban se había marchado a la Primera Cruzada (donde su papel fue poco glorioso) y en su ausencia Adela gobernó el Condado con eficiencia. Fue Adela, dicho sea de paso, quien sugirió el compromiso de 1107 en la cuestión de las investiduras.

Era concebible tomar en consideración a Adela para ocupar el trono, pero su edad hacía esto imposible. Tenía ya setenta y dos años cuando murió Roberto Curthose. Pero tenía un hijo, otro Esteban (llamado Esteban de Blois por los historiadores), que había sido criado en la corte de Enrique y estaba en mitad de la treintena en los últimos años de Enrique.

Parecía que Esteban de Blois era el único heredero posible del trono. Era nieto de Guillermo el Conquistador, por lado materno, y sobrino de Enrique I. Pero los apellidos se heredaban por el lado masculino. Esteban era nieto de Guillermo el Conquistador por la parte femenina de su familia, pero era miembro de la Casa de Blois por el lado masculino. Si llegaba al trono, no sería un miembro de la dinastía normanda, sino que fundaría una nueva dinastía de Blois.

La otra única posibilidad era la hija de Enrique, Matilde. Si hubiese estado aún casada con el emperador alemán y hubiese tenido hijos de él, alemanes de lengua y cultura,,sin duda habría sido inaceptable. Pero la situación había cambiado. En 1125 el emperador Enrique V había muerto, y Matilde, que sólo tenia veintiséis años, no había tenido hijos de él y estaba otra vez en el mercado matrimonial.

La ágil mente de Enrique concibió la posibilidad de apelar a un recurso extraordinario. Su viejo enemigo Fulco V de Anjou se había marchado a Tierra Santa para convertirse en rey de Jerusalén. El hijo de Fulco, Godofredo IV (llamado «el Hermoso») gobernaba Anjou en su lugar y sólo era un muchacho. Si Enrique podía arreglar un matrimonio entre Matilde y Godofredo, y si tenían un hijo, éste podía heredar dominios que incluían Anjou, Normandía e Inglaterra. Esto pondría fin a la larga y fútil querella entre Anjou y Normandía y, puesto que Anjou en poder sólo era inferior a Normandía entre las regiones francesas, el reino así expandido sería realmente poderoso. Esteban de Blois, por otro lado, no gobernaba Blois (había renunciado a sus derechos a favor de un hermano mayor que no tenía ningún interés en la corona inglesa).

Enrique, pues, se enfrentó con una elección entre su hija y un reino expandido y su sobrino sin expansión; y eligió a su hija.

En 1127, las negociaciones matrimoniales con el joven Godofredo (que sólo tenia catorce años) estaban en marcha, y Enrique inmediatamente convocó a sus barones y los obligó a jurar fidelidad a Matilde como su próxima monarca. Entre los que juraron estaba Esteban de Blois.

En 1133, Matilde tuvo un hijo, a quien llamó Enrique por su padre. Este debe de haber sentido algún alivio desde la pasada tragedia de la Nave Blanca. Reunió a sus barones una vez más y los obligó a renovar su juramento de fidelidad, esta vez al niño tanto como a la madre.

Luego, en 1134, Enrique murió finalmente, después de un reinado de treinta y cinco años. Su único nieto tenía dos años de edad.

Esteban contra Matilde

Pese al intento de Enrique de dejar establecida la sucesión, su desaparición ocasionó inmediatamente una situación de anarquía. Tan pronto como murió, Esteban de Blois se retractó del juramento de fidelidad que había prestado dos veces a Matilde. No era una cuestión fácil, pues un juramento debía ser tomado en serio, desde luego.

Sin embargo, Esteban no tuvo dificultades en hallar un pretexto para sostener que el juramento no era válido. El pretexto era la vieja reina Matilde, la esposa de Enrique I. Por su origen, era una princesa sajona, que llevaba el nombre de Edith. En sus años juveniles, había sido colocada en un convento cuya abadesa era su tía, como protección contra la violencia normanda. Para hacer más segura la protección, la abadesa hizo que Edith vistiera el hábito de monja.

Cuando Enrique se casó con ella, se planteó la cuestión del hábito de monja y algunos sostuvieron que ésta hacia de Edith-Matilde una monja y, por ende, la imposibilitaba para el matrimonio. Enrique, que deseaba el matrimonio por razones políticas tanto como por afecto, dejó esto de lado y nadie osó plantear nuevamente la cuestión durante su reinado.

Pero ahora que el viejo rey había muerto, Esteban replanteó el problema. Edith-Matilde, decía, no podía casarse porque habla sido una monja, y su hija Matilde era ilegitima; por tanto, no podía heredar, por muchos juramentos que se prestasen. Y de todos modos, los juramentos habían sido arrancados por coerción. Esteban llevó el caso ante el papa Inocencio II.

Por el momento, todo estaba a favor de Esteban. Se hallaba en Inglaterra, en el escenario mismo de los sucesos, pues se había apresurado a llegar allí inmediatamente después de la muerte de Enrique, mientras que Matilde aún estaba del otro lado del Canal. Además, los barones normandos se oponían a que una mujer ocupase el trono o, por lo mismo, a tener como monarca a un niño de dos años. Por añadidura, les disgustaba el casamiento de Matilde con el tradicional enemigo de Anjou. Enrique podía pensar que era una maravillosa idea, mas para los barones, no había juramento que los hiciese servir a un odiado angevino (el adjetivo habitual derivado de Anjou).

Esteban, en cambio, era un hombre adulto, de impresionante apariencia y de maneras sencillas y afables. Era popular entre los normandos y los sajones por igual; en particular, era un favorito de la ciudad de Londres. Además, uno de sus hermanos era obispo de Winchester y ayudó a Esteban a apoderarse del tesoro real; luego persuadió al papa a que decidiese a su favor. El 26 de diciembre de 1135 («el Día de San Esteban», buen augurio, cabría pensar, para un gobernante llamado Esteban), Esteban fue coronado rey de Inglaterra en Londres por Guillermo de Corbeil, el trigésimo séptimo arzobispo de Canterbury.

Hasta entonces todo había marchado maravillosamente bien para Esteban, pero, una vez hecho rey, los problemas empezaron inmediatamente.

Quedaba en pie el juramento de fidelidad a Matilde Era un arma excelente en manos de los barones, quienes podían pretender estar profundamente preocupados por él. Si insistían en que tenían grandes dificultades para acallar sus conciencias, Esteban tendría que dar mucho para obtener su apoyo.

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