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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (28 page)

BOOK: La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3
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—A veces me hace preguntas de lo más extrañas, pero la mayor parte del tiempo solo quiere que le confirme que todo el mundo del Refugio salió en su busca. Cree que eso es algo alucinante.

—Muy inteligente por parte de sus padres… —murmuró Rafael, que apoyó un ala sobre las de ella cuando las desplegó—. De esa forma, cuando los recuerdos vuelvan, esa búsqueda, el hecho de saberse tan amado, será lo que más destaque, no el dolor y el terror.

—Sí. —En aquel instante, Elena se fijó en los papeles que había sobre el escritorio—. ¿Qué es esto? —Cogió lo que parecía ser una carísima invitación. El papel pesaba mucho, y tenía grabadas una «E» y una «H» entrelazadas.

—Abre el sobre.

Consciente de que él la observaba con una expresión misteriosa, Elena levantó la solapa, sacó una tarjeta y leyó las palabras que habían sido escritas con una delicada caligrafía y una tinta negra impecable.

Os invitamos a ti y a tu consorte a nuestro hogar, Rafael. Será una delicia poder compartir las comidas con otra pareja que entiende que el amor no es una debilidad. No faltéis.

El mensaje finalizaba con una firma de lo más elegante, en la que la «H» del nombre se curvaba con delicadeza hasta convertirse en una obra de arte. Elena sonrió con deleite mientras seguía con el dedo la sinuosa forma de una serpiente mítica.

—Hannah —murmuró, y se acercó el papel a los ojos para poder observar todos los detalles ocultos en aquella única letra—. Asombroso.

—Hannah es una artista. —Y la consorte de Elijah, otro de los arcángeles.

Elena levantó la vista para mirarlo; con aquella luz, los ojos de Rafael reflejaban el color del amanecer.

—¿Hay en el Grupo otras parejas que lleven tanto tiempo?

—Eris es el marido de Neha, no su consorte. —Rafael no había vuelto a verlo desde hacía trescientos años, y ya antes de eso, Eris no era más que una de las criaturas de Neha.

Elena volvió a meter la invitación en el sobre y lo dejó encima del escritorio.

—Me gustaría conocer a Hannah.

—Elijah es el único arcángel —señaló él, apartando los documentos y rodeándole la cintura con las manos para sentarla sobre la sólida superficie— en quien podría llegar a confiar. —Se acomodó entre sus muslos y apoyó las manos a ambos lados de sus caderas—. Pero no te llevaré al corazón de su territorio. Todavía no.

La expresión de su cazadora cambió, se volvió pensativa.

—No —murmuró ella—. Todavía no. Eso te volvería demasiado vulnerable. Pero doy por sentado que Hannah es lo bastante poderosa a estas alturas para que a Elijah no le importe traerla al tuyo, ¿verdad?

Rafael cerró los dedos en torno a los fuertes músculos de su muslo.

—Nunca se lo he preguntado.

Puesto que antes de que llegara Elena Hannah era la única consorte entre los arcángeles, siempre había sido considerada como algo intocable, algo que debía protegerse. No se había tratado con la misma cortesía a Elena, y no solo porque hubiera sido mortal, sino porque era una cazadora nata, una guerrera.

Su consorte le rodeó el cuello con los brazos.

—Envíale una invitación. Quiero hablar con ella… Podría aprender muchas cosas a su lado.

Rafael colocó la mano libre sobre sus costillas, justo por debajo de la curva del pecho.

—No puedo pedírselo, Elena. La invitación la envió la consorte de Elijah, y debe ser respondida por la mía. Hay que seguir el protocolo.

Elena frunció el ceño hasta unir las cejas.

—¿Cómo es posible que exista un protocolo si solo hay dos consortes?

—¿Me estás llamando mentiroso? —Antes de conocer a su cazadora, nunca le había gustado bromear.

Elena enterró los dedos en el cabello de su nuca y comenzó a mordisquearle la mandíbula.

—No sé cómo se hacen esas cosas elegantes…

—Eres mi consorte. —Le dio un beso en la mejilla—. Puedes hacer las cosas como te plazca.

Aquellos ojos grises, ribeteados por un finísimo aro de la más pura plata, lo miraron fijamente mientras ella le presionaba la nuca con los dedos.

—¿En serio? En ese caso, creo que lo que más me «placería» en estos momentos sería distraerte un poco.

Rafael le permitió que se acercara e inclinó la cabeza para poder apoderarse de aquella boca testaruda, de aquellos labios suaves. Elena sabía a fiereza apenas contenida, a brillante y cegador fuego mortal. Preparado para la llamarada, Rafael se sorprendió al sentir que ella alzaba las manos para encerrar su rostro y sujetarlo con una ternura que echó por tierra todas sus defensas.

—Déjame amarte esta noche —susurró.

Hipnotizado, Rafael no protestó cuando ella se bajó del escritorio, apagó las luces y se dio la vuelta para abrazarlo al amparo del cálido resplandor de la chimenea. Mientras la observaba, Elena desanudó las correas que mantenían su top negro ceñido al cuerpo y luego lo arrojó a la alfombra… dejando al descubierto esos pechos maravillosos que él había marcado con sus besos más de una vez. Aquella noche era el fuego lo que la marcaba, un fuego que oscilaba sobre su piel y le daba un resplandor rojo y dorado. Un fuego que creaba sombras tórridas que él deseaba explorar con su boca, con su cuerpo.

Elena suspiró de placer cuando deslizó la mano por la curva de su cintura, pero empezó a desabrocharle la camisa. Rafael arrojó la prenda al suelo en el instante en que ella acabó, ya que quería sentir sus manos sobre la piel. Y Elena le dio justo lo que quería. Apoyó las palmas sobre su pecho y acarició sus pectorales, sus costillas, su abdomen.

—Podría hacer esto durante horas —murmuró mientras exploraba las colinas y los valles de su cuerpo con una lentitud que hizo que su miembro empezara a palpitar.

Tras cubrirle los pechos con las manos, Rafael se inclinó para darle un beso en el hombro.

—Mucho me temo que tu consorte no posee tanta paciencia. —Él utilizó los pulgares para frotarle los pezones cuando ella le enredó los dedos en el cabello y tiró de su cabeza para seducirlo con su boca.

Cuando se apartó para dejar un reguero de besos en su cuello, su pecho y… más abajo, Rafael lo permitió. La noche aún era joven, y había descubierto que le encantaba que Elena lo amara.

¿
Qué perversidades tienes planeadas para esta noche, cazadora del Gremio
?

Elena, que estaba arrodillada delante de él con las alas extendidas (un extraordinario despliegue que empezaba con el brillante tono de la medianoche, seguía con el añil, pasaba después a aquel azul mágico que precede al amanecer y terminaba en un resplandeciente blanco dorado bañado por la luz del fuego), alzó la cabeza para mirarlo con una sonrisa provocativa.

—Tendrás que esperar para averiguarlo. —Alzó una mano para desabrocharle los pantalones y rozó la rigidez de su pene con la yema de los dedos.

Rafael, sin el más mínimo reparo, la ayudó a quitar lo que le quedaba de ropa y permaneció desnudo y excitado delante de ella.

Era tan orgulloso, pensó Elena, tan hermoso… Rodeó su erección con los dedos y lo acarició una vez, con suavidad. La mano del arcángel se aferró a su cabello, y cuando Elena levantó la mirada, vio que Rafael había echado la cabeza hacia atrás. Los tendones de su cuello estaban tan tensos y marcados que deseó levantarse para mordisquearlos. Y luego estaban sus alas, magníficas en todo su poder.

Aquel ser era como una adicción. Y era suyo. Para tomar. Para dar. Para el placer.

Colocó la palma de la mano libre sobre los impresionantes músculos de su muslo y se inclinó para lamer el extremo de su miembro.

Elena

Una advertencia. No quería bromas.

Otra noche cualquiera habría hecho caso omiso de su advertencia, pero aquella noche deseabaamarlo con dulzura y pasión. Deslizó la mano hasta la base de la erección y cerró la boca sobre el extremo. Rafael soltó un grito entre dientes y le tiró del pelo mientras los músculos del muslo se ponían duros como una piedra. Y su sabor… Elena gimió alrededor de la rígida vara cubierta de suave piel aterciopelada y bajó un poco más. Succionó con fuerza.

Un tirón más fuerte del pelo.

Ahora, Elena
.

Ella aún no estaba satisfecha, ni de lejos, pero había otras formas de saciar su hambre. Deslizó la lengua por la gruesa vena que recorría su pene y luego se puso en pie. Lo empujó hasta que las rodillas de Rafael golpearon el respaldo de uno de los sillones que estaba cerca del fuego.

—Siéntate.

Una ceja enarcada. Pura arrogancia masculina.

Aunque ciertas partes de su cuerpo ya habían empezado a palpitar con el más oscuro de los anhelos sexuales, Elena sonrió y se apartó un poco para quitarse los vaqueros y las braguitas. Esta vez, cuando se apretó contra la suavidad musculosa del torso de Rafael, él se sentó y deslizó las manos sobre sus costillas antes de apoyarlas en sus caderas. En lugar de tirar de ella, como Elena esperaba, se inclinó hacia delante para besarle el ombligo.

Eres mía, cazadora
.

Con el corazón henchido de emociones, Elena le pasó los dedos por el pelo.

—Te amo, arcángel.

Su cuerpo empezó a temblar al sentir su aliento cálido sobre la piel, la áspera caricia de su mandíbula. Cuando el arcángel levantó la cabeza, ella no esperó. No pudo esperar más. Se sentó a horcajadas sobre él y ajustó su posición a fin de guiarle hacia la ultrasensible entrada de su cuerpo. Un instante después, comenzó a descender muy lentamente mientras él le sujetaba las caderas con fuerza.

Cuando logró enterrarlo por completo en su interior, un súbito estremecimiento la recorrió de arriba abajo. Lo sujetó dentro de ella y lo acarició con los músculos internos hasta que Rafael empezó a susurrarle promesas de compensación. Entonces, colocó las manos sobre sus hombros y le dio un apretón.

—Sujétame bien, arcángel.

¿
Quieres cabalgar esta noche, hbeebti
? Unas manos fuertes se deslizaron sobre sus muslos para agarrarla justo por debajo de las rodillas mientras Rafael le succionaba el labio inferior para incitar una perezosa batalla de lenguas.

Desde luego que sí
. Y mientras la tormenta rugía con furia al otro lado de la ventana, Elena enterró al arcángel en su interior lenta y profundamente, una y otra vez, hasta que un cegador estallido de placer los lanzó a ambos al abismo.

22

A
l día siguiente, puesto que había recibido un mensaje por la mañana temprano, Elena aterrizó frente a una casa de la zona de Palisades. Alejada de la calle y cubierta de una vegetación muy bien cuidada, denotaba dinero a raudales. Incluso la arquitectura —antigua, elegante y eterna— le decía a gritos que estaba contemplando algo que había costado millones.

Yo podría permitirme algo así, pensó.

Era una idea sorprendente. No dejaba de olvidar que ahora era rica, que el Grupo (a través de Rafael) le había pagado los honorarios que habían acordado cuando «aceptó» la misión de Uram. Soltó un resoplido al recordar con exactitud cómo había acabado inmersa en aquel maldito embrollo sangriento. Plegó las alas contra la espalda y contempló la brillante puerta negra del hogar que se encontraba a tan solo unos pasos de distancia.

Estrecha. Demasiado estrecha para las alas angelicales.

Era una estupidez sentirse rechazada. Su hermana Beth había vivido allí con su marido, Harrison, desde el día en que se casaron. Por entonces ambos eran humanos. Más tarde, Harrison había rellenado la solicitud para Convertirse en vampiro, había sido aceptado… y había roto el contrato de servicio de un siglo que había firmado como condición para ser Convertido. Elena fue la cazadora que lo capturó para que se enfrentara a su castigo. Harrison no entendía que no podía esconderse durante toda la eternidad, que cuanto más tardara su ángel en recuperarlo, peor sería el precio que tendría que pagar.

Como resultado de la antipatía de Harrison, a Elena nunca la habían invitado al hogar de Beth. No estaba resentida con su hermana por apoyar a su marido, y había hecho lo posible para que Beth lo supiera. De igual modo, se negaba a desaparecer de la vida de su hermana pequeña. Sin importar lo que ocurriera, Beth sabía que podía coger el teléfono para llamarla y que Elena acudiría.

La puerta se abrió de par en par en aquel instante y dejó al descubierto a una despampanante mujer con el cabello rubio rojizo, ataviada con lo que parecía un suéter de cachemira color crema y una falda de lunares hasta la rodilla. Tenía un cuerpo lleno de curvas, muy femenino.

—¡Ellie! —Su hermana echó a correr—. ¡Ellie!

Cuando atrapó el cuerpo de Beth, más menudo y delicado, Elena sintió que el tiempo volvía atrás, hasta la infancia. Beth siempre había sido la pequeña, y no dejaba de perseguirla, igual que ella perseguía a Ari y a Belle. Ahora, solo quedaban dos de las cuatro hijas que Marguerite había dado a luz… y Elena se había convertido en la hermana mayor.

—Hola, Bethie.

Beth siguió rodeándola con los brazos, con el rostro húmedo enterrado en su cuello.

—No viniste a verme a mí primero. ¡Se suponía que debías venir a verme a mí primero!

Otro amargo recordatorio de la infancia, la insistencia de Beth en ser lo primero en la vida de Elena.

—¿No has vuelto hoy mismo? ¿No estabas en las islas Caimán?

Su hermana sorbió por la nariz.

—Tienes alas. Podrías haberme traído volando. —Tras apartarse por fin, Beth extendió los brazos y acarició la parte superior de una de sus alas.

Era una zona sensible, un lugar que solo le permitía acariciar a Rafael.

—Más abajo, Beth —dijo con deliberada dulzura.

Beth cambió la posición de las manos de inmediato. Siempre la hermana pequeña, acostumbrada a recibir órdenes.

—Son tan bonitas, Ellie… —Palabras dulces. Ojos brillantes de un azul turquesa transparente heredado de Marguerite. Un momento único que nada tenía que ver con las decisiones que ambas habían tomado—. Me alegra que tengas alas. Siempre quisiste volar.

Un recuerdo súbito. Elena con su capa casera, «volando» detrás de una Beth que se partía de risa. Resultaba imposible no sonreír.

—¿Cómo estás?

Su hermana encogió los hombros y bajó la mano.

—Bien.

Preocupada por la respuesta apagada de una hermana que siempre había sido enérgica, casi histérica, Elena le apartó el pelo de la cara.

—Sabes que puedes hablar conmigo. ¿Alguna vez te he dado la espalda?

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