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Authors: China Miéville

Tags: #Fantástico, #Policíaco

La ciudad y la ciudad (13 page)

BOOK: La ciudad y la ciudad
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No hay una embajada en Ul Qoma, claro está: solo una malhumorada oficina de intereses de los Estados Unidos.

—Y… dijo usted que esto… ¿que ahora lo llevará la Brecha? —preguntó la señora Geary—. Usted dijo que no serán los ulqomanos los que investiguen esto, sino la Brecha, ¿verdad? —La madre fijó su mirada en mí con una tremenda desconfianza—. ¿Y cuándo hablaremos con ellos?

Le dirigí una mirada fugaz a Thacker.

—Eso no ocurrirá —respondí—. La Brecha no es como nosotros.

La señora Geary me miró fijamente.

—«¿Nosotros?». ¿Los…
policzai
? —preguntó.

Había dicho «nosotros» tratando de incluirla a ella también.

—Bueno, entre otros, sí. La… ellos no son como la policía de Besźel o de Ul Qoma.

—No…

—Inspector Borlú, yo lo explicaré con sumo gusto —dijo Thacker.

Dudó. Quería que me fuera. Cualquier explicación que ofreciera en mi presencia tendría que ser moderadamente educada: a solas con otros americanos podría enfatizar lo difícil y ridículas que eran estas ciudades, lo mucho que él y sus colegas lamentaban las complicaciones añadidas de un crimen que había tenido lugar en Besźel, etcétera. Podría hacer insinuaciones. Resultaba vergonzoso, un antagonismo, que hubiera que lidiar con un cuerpo disidente como era la Brecha.

—No sé cuánto saben ustedes sobre la Brecha, señor y señora Geary, pero es… no es como otros cuerpos. ¿Tiene alguna idea de sus… capacidades? La Brecha es… Tiene unos poderes singulares. Y es, eh…, extremadamente reservada. Nosotros, la embajada, no tenemos ningún contacto con… ningún representante de la Brecha. Ya sé lo extraño que tiene que sonar eso, pero… Puedo asegurarles que el historial de la Brecha en la persecución de criminales es, eh, feroz. Impresionante. Nos informarán del progreso o de cualquier acción que tome contra quienquiera que sea el responsable.

—¿Quiere eso decir…? —preguntó el señor Geary—. Aquí tienen la pena de muerte, ¿me equivoco?

—¿Y en Ul Qoma? —preguntó la mujer.

—Claro —respondió Thacker—. Pero esa no es realmente la cuestión. Señor y señora Geary, nuestros amigos de las autoridades de Besźel y de Ul Qoma están a punto de invocar a la Brecha para que se encargue del asesinato de su hija, así que las leyes de Besźel y de Ul Qoma son algo irrelevantes. Las, eh, sanciones de las que puede disponer la Brecha son bastante ilimitadas.

—¿Invocar? —preguntó la señora Geary.

—Es el protocolo —respondí yo— que hay que seguir. Antes de que la Brecha manifieste que se hace cargo de esto.

—¿Y qué pasa con el juicio? —preguntó el señor Geary.

—Se celebrará a puerta cerrada —respondí—. La Brecha… sus tribunales —había probado con «decisiones» y «acciones» en mi cabeza— son secretos.

—¿No testificaremos? ¿No lo veremos?

El señor Geary estaba horrorizado. Le tendrían que haber explicado todo esto antes, pero ya se sabe. La señora Geary estaba sacudiendo la cabeza con rabia, pero sin la sorpresa de su marido.

—Me temo que no —le explicó Thacker—. Aquí hay una situación singular. Puedo prácticamente asegurarles, eso sí, que a quienquiera que hizo esto no solo lo apresarán, sino que, eh, lo llevarán ante una justicia muy severa.

Uno casi podía sentir compasión por el asesino de Mahalia Geary. No era mi caso.

—Pero eso es…

—Sí, lo sé, señora Geary, lo lamento profundamente. No hay otro lugar parecido en nuestro trabajo. Ul Qoma, Besźel y la Brecha… Son circunstancias singulares.

—Ay, Dios. Es por, o sea, es… es por, es por todo eso en lo que Mahalia andaba metida —dijo el señor Geary—. La ciudad, la ciudad, la otra ciudad. Besźel —«Bezzel», fue como lo dijo— y Ul Qoma. Y Orciní. —Eso no lo entendí.

—Ór-si-ni —dijo la señora Geary, yo levanté la mirada—. No se dice Orciní, se dice Orciny, cariño.

Thacker hizo un mohín de incomprensión con los labios y sacudió su cabeza interrogativamente.

—¿Y eso, señora Geary? —quise saber.

Ella jugueteaba con su bolso. Corwi sacó un cuaderno discretamente.

—Es todo eso en lo que estaba metida Mahalia —dijo la señora Geary—. Es lo que estaba estudiando. Iba a doctorarse en eso. —El señor Geary hizo una mueca de sonrisa, indulgente, orgulloso, desconcertado—. Iba muy bien. Nos contó un poco sobre eso. Sonaba como si Orciny fuera como la Brecha.

—Desde que llegó aquí —dijo el señor Geary—. Era lo que quería hacer.

—Sí, eso. Primero vino aquí, pero luego dijo que tenía que ir a Ul Qoma. Tengo que serle sincera, inspector, pensé que era más o menos el mismo lugar. Ya sé que estaba equivocada. Tenía que conseguir un permiso especial para ir allí, pero como es, era, estudiante, se quedó allí para hacer todo el trabajo.

—Orciny… es una especie de cuento popular —le dije a Thacker. La madre de Mahalia asintió; el padre apartó la mirada—. En realidad no es como la Brecha, señora Geary. La Brecha es real. Un cuerpo. Pero Orciny es… —dudé.

—La tercera ciudad —le dijo Corwi en besź a Thacker, que seguía aún con el gesto arrugado. Como seguía sin comprender, ella añadió—: Un secreto. Un cuento popular. Entre las otras dos.

Él sacudió la cabeza e hizo una mueca de «ah», sin demasiado interés.

—Le encantaba este lugar —siguió la señora Geary. Tenía un aire nostálgico—. O sea, lo siento, me refiero a Ul Qoma. ¿Estamos cerca de donde vivía? —En lo crudamente físico, topordinariamente, para usar el término único para Besźel y Ul Qoma, innecesario en cualquier otra parte, sí, lo estábamos. Ni yo ni Corwi respondimos, pues era una pregunta complicada—. Lo ha estado estudiando durante años, desde la primera vez que leyó un libro sobre las ciudades. Daba la sensación de que sus profesores pensaban siempre que estaba haciendo un gran trabajo.

—¿A usted le gustaban sus profesores? —pregunté.

—Ah, pues nunca los conocí. Pero ella me enseñó parte de lo que hacían; me enseñó una página web con el programa, y el sitio donde trabajaba.

—¿La profesora Nancy?

—Esa era su directora de tesis, sí, a Mahalia le gustaba.

—¿Trabajaban bien juntas?

Corwi me miró cuando lo pregunté.

—Ah, pues no lo sé. —La señora Geary incluso se rió—. Daba la impresión de que Mahalia se pasaba la vida discutiendo con ella. No parecía que estuvieran de acuerdo en muchas cosas, pero cuando yo le pregunté: «Bueno, ¿cómo va todo?», me dijo que bien. Dijo que les gustaba no estar de acuerdo. Mahalia decía que así aprendía más.

—¿Estaba al corriente del trabajo de su hija? —pregunté—. ¿Leía sus ensayos? ¿Le contaba cosas de sus amigos en Ul Qoma?

Corwi se removió en su asiento. La señora Geary negó con la cabeza.

—Qué va —respondió.

—Inspector —dijo Thacker.

—Lo que ella hacía no era algo en lo que yo… algo que a mí me interesara de verdad, señor Borlú. Vamos, desde que ella vino aquí claro que me fijaba en las historias sobre Ul Qoma que venían en el periódico un poco más que antes, y claro que las leía. Pero siempre y cuando Mahalia fuera feliz, yo… éramos felices. Nos sentíamos felices por ella, por que siguiese con lo que le gustaba, ya me entiende.

—Inspector, ¿cuándo cree que recibiremos los papeles de traslado a Ul Qoma? —preguntó Thacker.

—Pronto, creo. ¿Y ella lo era? ¿Era feliz?

—Sí —dijo el padre.

—Bueno —dijo la señora Geary.

—¿Ajá? —pregunté.

—Bueno, últimamente no… es solo que había estado un poco estresada últimamente. Le dije que necesitaba volver a casa para tomarse unas vacaciones, ya, ya lo sé, volver a casa no suena a tener vacaciones, pero bueno. Ella dijo que estaba avanzando mucho, como si hubiera dado un gran paso adelante en su trabajo.

—Y había gente que se había cabreado con eso —añadió el señor Geary.

—Cariño.

—Se habían cabreado. Nos lo dijo ella.

Corwi me miró, confusa.

—Señor y señora Geary…

Mientras Thacker les decía eso, le expliqué a Corwi en besź:

—Ha dicho «cabreado», no «cagado». ¿Quién estaba cabreado? —les pregunté a ellos—. ¿Sus profesores?

—No —respondió el señor Geary—. Pero ¡quién cree que lo hizo, maldita sea!

—John, por favor, por favor…

—Maldita sea, ¿qué coño es eso de Primera Qoma? —dijo el señor Geary—. Ni siquiera nos han preguntado quién creemos que lo ha hecho. Ni siquiera nos lo han preguntado. ¿Es que creen que no lo sabemos?

—¿Qué es lo que dijo ella? —pregunté.

Thacker estaba dando palmaditas al aire:
vamos a calmarnos todos
.

—Un cabrón en una conferencia le dijo que su trabajo era una maldita traición. Alguien la tenía ya en el punto de mira desde que vino aquí.

—John, para, lo estás mezclando todo. Aquella primera vez, cuando el hombre le dijo eso, estaba aquí, aquí, aquí, aquí de Besźel, no de Ul Qoma, y no era Primera Qoma, fueron los otros, de aquí, los nacionalistas o los Ciudadanos Auténticos, algo así, ¿tú te acuerdas…?

—Espere, espere —la interrumpí—. ¿Primera Qoma? Y… ¿que alguien le dijo algo cuando estaba en Besźel? ¿Cuándo?

—Un momento, jefe, es… —Corwi habló deprisa en besź.

—Yo creo que todos necesitamos tomarnos un respiro —dijo Thacker.

Apaciguó a los Geary como si estuvieran ofendidos y yo me disculpé como si los hubiera ofendido. Sabían que se esperaba que se quedaran en el hotel. Habíamos puesto a dos agentes en la planta de abajo para asegurarnos de que lo cumplían. Les dijimos que en cuanto supiéramos que los papeles para pasar estaban listos se lo diríamos, y que regresaríamos al día siguiente. Mientras tanto, si necesitaban cualquier cosa o cualquier información… Les dejé mis números de teléfono.

—Lo encontrarán —les dijo Corwi cuando nos marchábamos—. La Brecha cogerá a los que le hicieron esto. Se lo prometo. —Cuando estuvimos fuera, me dijo a mí—: Qoma Primero, no Primera Qoma, por cierto. Como los Ciudadanos Auténticos, pero de Ul Qoma. Unos tíos tan simpáticos como los nuestros, en cualquier caso, solo que son mucho más herméticos y, joder, qué bien que no sean nuestro problema.

Más radicales en su amor por Besźel que el Bloque Nacional de Syedr, los Ciudadanos Auténticos hacían marchas vestidos casi de uniforme y pronunciaban discursos aterradores. Legales, pero por los pelos. No habíamos tenido éxito en demostrar la autoría de los atentados en la Ul Qomatown de Besźel, la embajada ulqomana, las mezquitas, las sinagogas y las librerías izquierdistas, ni entre nuestra escasa población de inmigrantes. Nosotros (me refiero a nosotros los
policzai
, claro) habíamos encontrado más de una vez a los perpetradores y eran miembros de los CA, pero la organización negaba que fueran los autores de los ataques, justo, justo, y ningún juez los había prohibido aún.

—Y Mahalia molestaba a ambos bandos.

—Eso es lo que dice su padre. No sabe que…

—Pero nosotros sí sabemos que se las arregló para volver locos a los unionistas de aquí, hace mucho. ¿Y luego hizo lo mismo con los nacionalistas de allí? ¿Hay algún extremista al que no haya cabreado? —Conducíamos—. Ya sabes —dije—, la reunión, el Comité de Supervisión… era bastante raro. Algunas de las cosas que decían algunos…

—¿Syedr?

—Syedr por supuesto, entre otros, algunas de las cosas que dijeron no tenían mucho sentido para mí en ese momento. Quizá si siguiera la política con más interés. A lo mejor lo hago. —Después de un silencio, dije—: A lo mejor deberíamos hacer algunas preguntas por ahí.

—Pero ¿qué cojones, jefe? —Corwi se retorció en su asiento. No parecía enfadada, sino confusa—. ¿Por qué los estabas friendo a preguntas de ese modo? Los mandamases van a invocar a la puta Brecha en uno o dos días para que se encarguen de este marrón, y pobre del que le haya hecho esto a Mahalia, ¿no? Incluso si encontramos algún rastro ahora, en nada vamos a estar fuera del caso; solo estamos en tiempo de descuento.

—Ya —dije. Hice un pequeño viraje para evitar a un taxi ulqomano, desviéndolo cuanto pude—. Ya. Pero aun así. Me impresiona cualquiera que sea capaz de cabrear a tantos chiflados. De los que entre ellos no se pueden ni ver. Los nacionalistas de Besź, los nacionalistas de Ul Qoma, los antinacionalistas…

—Que se encargue la Brecha. Tenías razón. Ella se merece a la Brecha, jefe, como dijiste. Lo que ellos son capaces de hacer.

—Sí que se los merece. Y los va a tener. —Hice una señal con la mano. Seguí conduciendo—.
Avanti
. Sigamos un poquito más mientras aún nos tenga a nosotros.

8

O tenía un don de la oportunidad sobrenatural o al
commissar
Gadlem le habían apañado con algún informático algún truco para burlar al sistema: cada vez que llegaba a la oficina, cualquier correo electrónico suyo estaba invariablemente en la parte superior de mi bandeja de entrada.

«De acuerdo», decía el último que había recibido. «Supongo que el señor y la señora G. ya están instalados en el hotel. No me interesa tenerte atado durante días al papeleo (seguro que estás de acuerdo), nada más que hacer de cortés carabina, por favor, hasta que se terminen los trámites. Trabajo cumplido».

Llegado el momento, tendría que entregar cualquier información que tuviéramos. No tenía sentido hacer el trabajo yo mismo, decía Gadlem, ni malgastar un tiempo que podía dedicarle al departamento, así que debía levantar el pie del acelerador. Yo escribía y leía notas que iban a resultar ilegibles para cualquier otra persona, incluso para mí antes de que pasase una hora, aunque las guardé y las archivé con cuidado: mi metodología habitual. Releí el mensaje de Gadlem varias veces, y puse los ojos en blanco. Es posible que también mascullara para mí mismo algo en voz alta.

Dediqué algo de tiempo a buscar números (en internet y directamente con un operador al otro lado del teléfono) e hice una llamada en la que sonaron varios chasquidos, pues tenía que hacerse a través de varias centrales telefónicas internacionales. «Con las oficinas de Bol Ye’an». Ya había llamado dos veces, pero antes había pasado por una especie de sistema automatizado: esta era la primera vez que alguien me cogía el teléfono. Hablaba un buen ilitano, pero tenía acento norteamericano, así que dije en inglés:

—Buenas tardes, me gustaría hablar con la profesora Nancy. Le he dejado mensajes en el contestador, pero…

—¿Con quién hablo, si es tan amable?

—Soy el inspector Tyador Borlú de la Brigada de Crímenes Violentos de Besźel.

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