Read La chica del tiempo Online

Authors: Isabel Wolff

Tags: #Romántico

La chica del tiempo (9 page)

BOOK: La chica del tiempo
8.23Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¡Es verdad! —exclamó él, dándose una palmada en la frente—. ¡Se me ha olvidado por completo!

—Bueno, le regalamos un marco de plata, ¿no te acuerdas? Y tú firmaste la tarjeta.

—Ya lo sé. Pero normalmente le mando flores o bombones, algo solo de mi parte. Ay, últimamente no sé qué tengo en la cabeza, Faith. —Suspiró—. Supongo que es el estrés del trabajo.

—Pero sí que te acuerdas… de algunas cosas —comenté mientras abría la puerta de la nevera.

—¿Ah, sí?

—Sí.

—¿Como qué?

—No sé… —Saqué un helado—. La verdad es que te lo iba a preguntar yo a ti.

—Faith, ¿qué estás diciendo?

—No, nada. Es que al parecer te has acordado de alguien hace poco. Alguien a quien yo no conozco.

—Faith, no tengo tiempo para tonterías. Estoy muy cansado. Y me queda por delante una tarde de perros con ese manuscrito de Amber Dane. Así que si tienes algo que decir, ve al grano, por favor.

—Muy bien. —Respiré hondo—. Peter, hoy he comprobado la factura de la tarjeta de crédito y he visto que había un gasto de flores. Sé que no eran para el cumpleaños de tu madre porque ella me dijo que te habías olvidado, así que no hago más que preguntarme para quién serían.

Peter cogió su helado y me miró como si estuviera loca.

—¿Flores? —dijo con tono incrédulo—. ¿Flores? ¿Dices que le envié flores a alguien? ¿A quién iba yo a enviar flores, aparte de ti o mi madre?

—Es justo lo que me gustaría saber.

—¿Y cuándo fue? —preguntó él con calma.

Si estaba mintiendo, lo hacía con mucha convicción.

—El 18 de diciembre.

—¿El 18 de diciembre? A ver… —Se mordió el labio inferior con expresión pensativa, casi teatral—. ¡Claire Barry!

—¿Quién?

—Es una de mis autoras. Las flores eran para ella. Siempre le envío flores cuando presenta un libro.

—Ya. Pero…

—¿Pero qué?

—Pues que pensaba que para los gastos de trabajo utilizas otra tarjeta de crédito.

—Así es. La American Express.

—Unas flores de felicitación a Claire Barry se considera un gasto de trabajo, ¿no?

—Sí.

—¿Entonces por qué las pagaste con tu tarjeta personal?

—¡Yo qué sé! —exclamó él irritado—. Puede que me equivocara. O que no llevara encima la American Express. ¿Qué importa?

—No, no importa. Con eso me quedo… más tranquila.

—¿Más tranquila? ¿Qué quieres decir…? ¡Ah! ¡Ya entiendo! Crees que estoy saliendo con alguien.

Miré a Graham. Tenía los músculos tensos y las orejas gachas.

—Nooo, que va. No, no, no. Bueno, puede. —Respiré hondo—. ¿Estás saliendo con alguien?

—No —contestó él con cara de pena, como si lo lamentara, me pareció a mí—. No estoy saliendo con nadie, esa es la verdad. Pero además, ¿no crees que ya tengo bastantes preocupaciones, sin tener que liarme con alguna tía? Anda, déjame en paz.

—¿Cómo? ¿Que te deje en paz?

—Sí. Que me dejes en paz. Y espero que me creas cuando te digo que las flores eran para una autora. ¿Me crees, Faith? ¿Me crees?

—Sí —mentí—. Te creo.

Febrero

—Esto se me empieza a dar bien —comenté a Graham mientras registraba la ropa de Peter otra vez esta mañana.

Ahora ya me voy acostumbrando, de modo que esta segunda vez no fue tan mal. No tenía el corazón en la boca ni los nervios de punta. De hecho lo hice con una eficiencia casi profesional, convencida de que tenía todo el derecho del mundo a registrar las cosas de mi marido.

—Otras mujeres lo hacen —dije—. Además, tengo que ver si hace falta mandar algo a la tintorería.

Esta vez no encontré nada raro excepto… Bueno, una cosa muy rara, en realidad: un paquete de Lucky Strike en sus pantalones grises. Se lo enseñé a Graham y los dos nos miramos.

—Creo que esta tarde pasaré por el gimnasio —dijo Peter al llegar a casa—. Hace más de una semana que no voy.

—Ah. —Y mientras que antes no le habría dado ninguna importancia, ahora me puse en guardia de inmediato. ¿Por qué quería ir al gimnasio de repente? ¿Con quién se iba a encontrar allí? Tal vez tenía una cita. Bien, vamos a cortar esto de raíz—. ¿Puedo ir yo también? Me gustaría darme un baño.

—Claro que sí.

Así que dejamos la tele puesta para Graham, con uno de sus programas de cocina, cogimos las bolsas de deporte y nos marchamos.

—¿Alguna noticia de Andy? —pregunté en el coche.

—No —suspiró Peter—. Todavía no. —Cambió de marcha.

—¿Y conseguiste terminar el manuscrito de Amber Dane?

—Sí. ¡Por fin! ¡Una sátira! —exclamó—. Es una obra malísima y pueril. No sé por qué Charmaine quiere que sigamos con ella. Joder, esa mujer me pone de los nervios.

—¿Por eso has empezado a fumar? —pregunté con expresión inocente, mientras nos deteníamos en un semáforo.

—¿Cómo?

—Que si por eso has empezado a fumar —repetí. Quería ver hasta qué punto Peter sabía mentir.

—Yo no fumo —contestó indignado—. Lo sabes perfectamente.

—En ese caso, cariño, ¿cómo es que he encontrado un paquete de tabaco en tu pantalón? Lo he llevado hoy a la tintorería y tenía que vaciar los bolsillos.

—¿Tabaco? —A pesar de la penumbra noté que se ponía colorado—. ¿Qué tabaco?

—Lucky Strike.

—Ah. Ah. Bueno, es que no quería que lo supieras, pero la verdad es que cuando estoy estresado me fumo algún que otro cigarrillo.

—Pues yo nunca te he visto fumar. —Ya se veía el cartel del gimnasio: Hogarth Health Club.

—Pensaba que no te parecería bien. Además, es que nunca me has visto tan estresado. Sabes, cuando estoy tenso me apetece fumar de vez en cuando.

—Ah, ya. —Entonces me acordé de otra cosa que tampoco encajaba—. A ti no te gustan los chicles, ¿no? —pregunté mientras aparcábamos.

—No, los odio.

—Entonces nunca compras chicles.

—Pues claro que no. ¿Por qué demonios iba a comprar?

—Exacto.

—Mira, Faith, espero que sea el final del interrogatorio de hoy.

—No hay más preguntas —concluí con una sombría sonrisa.

—Y de ahora en adelante, preferiría que no registraras mis bolsillos. Nunca lo habías hecho y no quiero que empieces ahora.

Por supuesto que no quería. Porque sabía que encontraría pruebas de algo que de momento solo sospechaba.

—No te preocupes, no lo volveré a hacer.

Cuando llegamos a casa, a las nueve y media, fingí que iba a acostarme, pero en realidad me metí en la habitación de Matt para usar su ordenador. Sabía que a él no le importaría. Había una pila de CD en la silla y un montón de juegos de ordenador en la cama. Parecía que Matt estaba ordenando su colección. Eché un vistazo a algunos títulos:
Venganza zombi
,
Aliens
,
Destrucción total
. «Bueno —pensé—, si a él le gustan…». Me senté a la mesa, encendí el ordenador y pulsé «conectar». Erjjjjjjjjjjj. Chinggggg. Bongggggggg. Pinggggggg. Biiiiiip. Biiiiiiiip. Biiiiiiiip. Bloooooooop. Krrrrrrrjjjjjjjjjj. Krrrrjjjjjjjj. Y ya estaba dentro. Fui a Yahoo, busqué www.¿teengaña?.com, luego clic, clic, clic… Y ahí estaba. Mientras se descargaba la página entendí rápidamente de qué iba. Era una de esas páginas norteamericanas interactivas. Te puedes conectar bajo un pseudónimo, envías por e-mail tus sospechas y pides consejo a otra gente. Era fascinante. Sherry, de Iowa, estaba preocupada porque había encontrado una media en el coche de su marido. Brandy, de Carolina del Norte, estaba desesperada porque su novio no hacía más que hablar de una compañera de trabajo. Y Chuck, de Utah, había pillado a su esposa hablando con su amante por teléfono.

«Estoy casi segura de que me engaña —decía Sherry—. Pero aunque por una parte quiero saberlo, por otra no, porque me asusta lo que pueda descubrir». «Haced caso a vuestro instinto, chicas —aconsejaba Mary-Ann, de Maine—. La intuición femenina siempre acierta».

«Puede que la media sea de él —sugería Frank de Nueva Jersey—. Puede que tu marido sea un travesti y le da vergüenza confesarlo». «Síguele al trabajo —decía Cathy de Milwaukee—. Pero ponte una peluca». «No puedo. Es camionero», había replicado Sherry.

Decidí entrar con el nombre de Emily, que es mi segundo nombre de pila.

«Creo que mi marido tiene una amante —escribí—. O puede que solo sean paranoias mías. Pero se comporta de forma muy rara y no sé si es solo por sus problemas en el trabajo. Es editor, así que se relaciona con muchísima gente importante en el mundo literario. Y aunque sé que hasta ahora nunca me había engañado, creo que esta podría ser la primera vez. En primer lugar en diciembre envió flores a alguien con nuestra tarjeta de crédito. Y cuando yo le pregunté él dijo —de forma no muy convincente— que eran para felicitar a una autora. En segundo lugar, he encontrado algunas cosas raras en sus bolsillos: chicles, que él odia, o un paquete de tabaco, cuando en quince años de matrimonio no le he visto fumarse ni un cigarrillo. Así que ya no confío en él como antes. Y me siento fatal. Os agradecería algún consejo o comentario».

La tarde siguiente llamé a Lily.

—Necesito tu consejo.

—Claro que sí, cariño. ¿Qué pasa?

—Bueno, es Peter.

—¿Ah, sí? ¡Vaya por Dios! ¿Qué ha pasado? Me senté en la silla del pasillo.

—He descubierto algunas cosas.

—¿Sí?

—Sí. Pero no sé qué significan.

—Lo más probable es que no signifiquen nada. Pero cuéntame.

—Muy bien —comencé nerviosa—. El otro día me mandó flores.

—Ya. Mmmm… Bueno, ya sabes lo que se dice sobre eso.

—Sí, pero el caso es que mandó flores a alguien más.

—¡No!

—Dice que eran para una autora. Pero yo no estoy segura, Lily. Y además…

—Dime.

—Mira, me siento fatal contándote eso —dije, haciendo girar en mi dedo mi anillo de bodas.

—Cariño, no es que estés siendo desleal ni nada de eso. Lo único que haces es protegerte.

—¿Protegerme?

—Sí, porque si esto es serio, aunque estoy segura de que no lo será, no querrás que te coja por sorpresa, ¿no? Dime, ¿qué más has descubierto?

—Pues… ¡Ay, no puedo seguir, Lily! Es como si le estuviera traicionando. Mira, no te lo tomes a mal, pero es que tú nunca has tenido pareja.

—No seas tonta, Faith —contestó ella con una risita—. Sabes perfectamente que he tenido montones. Venga, ¿qué ibas a decir? Suspiré.

—He encontrado cosas muy raras en sus bolsillos. Un paquete de chicles, por ejemplo, y eso que él odia los chicles. Y ayer encontré un paquete de Lucky Strike, y el caso es que Peter no fuma.

—Ya… Qué raro.

—Y esta mañana al regresar del trabajo volví a registrarle los bolsillos.

—Naturalmente.

—Y encontré una nota en su chaqueta.

—¿Una nota? ¿Qué decía?

—Te la leo: «Peter, Jean ha llamado ya tres veces esta mañana. Está desesperada por hablar contigo». Y han subrayado dos veces «desesperada».

—Jean. Bueno… puede que no signifique nada. Podría ser algo completamente inocente.

—¿De verdad lo crees?

—Sí. Y si es algo inocente, que estoy segura que lo será, entonces Peter no tendrá problema alguno en explicarte quién es esa Jean. Mi consejo es que le preguntes directamente y observes su reacción. Pero no te preocupes, Faith. Que sepas que estoy rezando por ti.

—Gracias.

—Anoche recé cinco Ave Marías por ti y estuve veinte minutos entonando cantos budistas.

—Estupendo. —Lily siempre ha sido bastante promiscua con las religiones.

—También he mirado tu horóscopo esta mañana —prosiguió muy seria—. De momento hay mucha tensión en tu signo, entre Marte y Saturno, y esto provoca una actividad celeste adversa en cuanto a las relaciones.

—Ya veo.

—Pero estás haciendo lo correcto.

—¿Sí? ¿Sabes? Creo que preferiría enterrar la cabeza en la arena y dejar que la vida siguiera como antes.

—Ya. Bendita ignorancia, como suele decirse. Pero…

—Pero tengo que saber qué pasa —concluí. Lily asintió con un murmullo—. Y ahora que he empezado, se está convirtiendo en una obsesión. Tengo que averiguar la verdad, como sea.

—Bueno, de momento vas por buen camino —me animó ella—. Me parece que lo estás haciendo muy bien. Vaya, que estás obteniendo resultados.

—Sí, de momento iba bien. Pero me he quedado un poco estancada.

—Mira, yo creo que estás hecha toda una detective. ¿Detective? ¡Eureka!

—Necesito un detective privado.

—¿Has visto esto? —preguntó Peter anoche, alzando el
Guardian
—. Hablan de la AM-UK!

—¿Sí? No lo he leído.

—Es un artículo del crítico de televisión.

Eché un vistazo. El titular rezaba: TENSIÓN MATUTINA. «La AM-UK! normalmente nos ofrece un programa sin mucha sustancia —comenzaba Nancy Banks-Smith—, un programa que deja al espectador bastante frío. Pero con la llegada de Sophie Walsh, una brillante intelectual, lo que se capta en pantalla es un frío polar. La química entre el equipo “marido y mujer” de Sophie Walsh y el veterano Terry Doyle es tan helada como el nitrógeno líquido. Pero la joven Sophie sabe recibir con un raro aplomo las sádicas burlas de Doyle. Los patéticos intentos de este último por volver a ser el centro de atención resultan fascinantes. Pero es Sophie la que vence en esta batalla…».

—¡Dios mío! —exclamé—. Todo el mundo se ha dado cuenta. Claro que no darse cuenta es imposible.

—Probablemente aumenten los índices de audiencia —apuntó Peter—. A lo mejor por eso lo hace Terry.

—No creo.

—Me voy arriba. —Peter abrió su cartera—. Tengo que leer otro manuscrito.

—Antes de irte, ¿podrías decirme una cosa?

—Dime —contestó él, cansado. Respiré hondo.

—¿Me puedes decir quién es Jean?

—¿Jean? ¿Jean? —Parecía desconcertado. Casi logró convencerme.

—¿Así que no conoces a ninguna Jean?

—¿Jean? —repitió él, arrugando la frente.

—Sí, Jean. Una chica.

—No. No conozco a ninguna —yo no tenía ni idea de que fuera tan buen actor—. ¿Por qué lo preguntas?

—No, por nada.

Peter me miró con una expresión extraña. Cerró de golpe la cartera y repitió muy despacio:

—No conozco a ninguna Jean.

—Muy bien.

—Pero sé por qué lo preguntas. Mira, me estoy cansando de esto, Faith. No me gustan nada tus sospechas infundadas, así que, para evitarlas, te voy a hacer una lista de todas las mujeres que conozco.

BOOK: La chica del tiempo
8.23Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Supernatural: Coyote's Kiss by Faust, Christa
The Hollow Man by Oliver Harris
Code Name Cassandra by Meg Cabot
The Mark-2 Wife by William Trevor
Infinity by Charles E. Borjas, E. Michaels, Chester Johnson
Aurora by David A. Hardy
Reaver by Ione, Larissa
Red Serpent: The Falsifier by Delson Armstrong