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Authors: Isabel Wolff

Tags: #Romántico

La chica del tiempo (33 page)

BOOK: La chica del tiempo
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Los ocho caballos correteaban por la cancha arriba y abajo, en un torbellino de pezuñas. Los jugadores estaban casi de pie en las sillas, sujetando los tacos como si fueran lanzas. De hecho, con los cascos y las rejillas parecían caballeros.

—Allá va de nuevo —decía el comentarista. Un taco se alzó en el aire y envió la bocha hacia el arco contrario—. Un lanzamiento fantástico… por lo menos veinticinco metros… buena intervención de Gilmore… un estupendo giro de White. Recoge Hardi… Vamos, vamos, vamos… sí, sí, sí… ¡¡Gooooool!!

Se oyó un bocinazo y todos aplaudimos mientras los jugadores volvían al centro del terreno. Los caballos resoplaban con las orejas enhiestas y los cuellos y flancos relucientes. ¿Quién sudaba más, me pregunté, ellos o nosotros? Yo tenía la cara ardiendo y la frente húmeda, y un reguero de sudor me bajaba por la espalda. Mis gafas oscuras apenas podían mitigar el intenso resplandor del sol. Mientras se reanudaba el partido miré a lo lejos, hacia una hilera de magníficos robles, dos de los cuales habían sido alcanzados por un rayo. Sus ramas desnudas y rotas señalaban hacia el cielo como los dedos acusadores de un esqueleto. Miré hacia arriba y por primera vez en un mes vi largos cirros. Ah. Eso significaba que había más humedad en el aire y que el tiempo iba a cambiar.

—Un buen golpe de Gilmore —decía el comentarista—. Australia va en cabeza por nueve goles a siete. Quedan treinta segundos en el reloj… veinte… y…

De nuevo se oyó un bocinazo y entonces anunciaron por los altavoces: «Con esto llegamos al final de la primera parte. Damas y caballeros, pueden ustedes entrar».

Todo el mundo invadió la cancha como triunfantes forofos de fútbol, pisoteando los divots como danzarines tribales, riéndonos. Jos charlaba con Lily, de modo que yo me puse a hablar con Ronnie Keats.

—Conozco a tu marido profesionalmente —me contó—. Es que en Sudáfrica se distribuyen libros de Fenton & Friend. Peter es un gran tipo, y muy inteligente. Dicen que está haciendo un gran trabajo en Bishopsgate.

—Sí, así es.

—Sus ideas son muy acertadas.

—Es verdad —contesté. Aunque no en lo que se refiere a fidelidad, pensé sombría. En eso no ha sabido acertar para nada.

—Sí, en la industria del libro se le respeta mucho, ¿sabes?

—Sí, lo sé.

Pero de pronto me sentí incómoda hablando de Peter con un desconocido, de manera que cambié de tema.

—Debes de estar muy contento con el trabajo de Lily en el
Moi!

—Desde luego, estamos contentísimos. La tirada ha aumentado en un veinte por ciento en los diez meses que lleva con nosotros. Cuando la contratamos corrimos un gran riesgo, la verdad, pero lo está haciendo muy bien.

Me pareció muy extraño que me dijera eso, o más bien bastante indiscreto. Además, ¿qué quería decir? Igual había supuesto un riesgo porque Lily era la primera mujer negra que ostentaba el puesto. Pero en ese caso el comentario no había sido muy acertado, sobre todo teniendo en cuenta que yo era su mejor amiga. A lo mejor Keats había bebido demasiado, pensé mientras volvíamos a la carpa. Ahora, aunque el polo estaba muy bien, yo no me podía concentrar, así que me puse a hojear el
Moi!
. Habían publicado el especial Chienne, con una foto de Jennifer Aniston con un lazo de seda azul, dando su opinión sobre temas como: «Clases de obediencia para amos traviesos» y «Moda de perros: Nuevas líneas en la alta costura canina». También se publicaban sus puntos de vista sobre varios productos de belleza. Por supuesto era solo un truco, pensé con desdén, una perra no puede dar consejos, y menos una perra tan tonta como Jennifer. De todas formas decidí probar el baño de hierbas antipulga que recomendaba, porque he advertido que Graham se rasca bastante últimamente.

Me pasé el resto del partido leyendo la revista, y justo cuando iba a cerrarla encontré un cuestionario titulado: «¿Eres compatible con tu pareja?». A mí me encantan los cuestionarios. Es como los concursos: no me puedo resistir. Así que saqué un bolígrafo del bolso y me puse a leer. Había tres respuestas posibles: sí, no y no lo sé. «¿Te gusta tu pareja?», era la primera pregunta. Yo miré a Jos, que estaba atento al partido. El sol teñía casi de blanco su pelo rubio. Marqué el recuadro del sí. «¿Es tu compañero cariñoso?». Sí. «¿Escucha tus opiniones?». Sí. «Cuando hay alguna pelea, ¿os reconciliáis pronto?». Sí. «¿Tiene alguna costumbre que te moleste?». Pensé un momento y luego marqué el no. «¿Soléis reíros juntos?». «Sí», pensé. «¿Tu pareja siempre dice la verdad?». Ah, esa pregunta era un poco peliaguda. Aunque Jos solo me ha mentido por una buena razón, así que contesté sí. «¿Tu pareja cae bien a tus amigos y tu familia?». Desde luego. «¿Realiza tu pareja esfuerzos por complacerte?». «Continuamente», pensé. A estas alturas estaba casi eufórica. La cosa iba de maravilla. «¿Estás orgullosa de sus logros?». Muchísimo. Y por fin: «¿Alguna vez te inquieta algo de lo que tu pareja dice o hace?». Me quedé mirando la pregunta con creciente irritación.

«Vamos… vamos —decía el locutor—. No queda mucho tiempo en el reloj… ¡Vamos!».

¿Inquietarme? Me acordé de cuando le vi flirtear con Will y la explicación que me había dado. Pensé en la chica que se le había acercado en Glyndebourne y de cómo se había molestado él. Me pregunté de nuevo qué había querido decirme Sophie, y recordé que Jos siempre escucha los mensajes de su contestador con el volumen muy bajo. Me acordé de su arroz al curry «casero» y del ordenador de Matt. Y por fin pensé en lo que había pasado esa mañana, en cómo le había gritado a Graham. Jos debió de notar que le estaba mirando, porque de pronto se volvió con una de sus conmovedoras sonrisas. «¿Alguna vez te inquieta algo de lo que tu pareja dice o hace?». Yo sonreí a Jos y marqué la casilla del no para terminar el cuestionario. Si respondías afirmativamente a siete preguntas o más, eras muy compatible con la pareja. Si tenías diez síes, erais la pareja ideal. Y eso era lo que habíamos conseguido Jos y yo: ¡Diez puntos!

«¡Una puntuación increíble! —oí por los altavoces. Sí, pensé, así es—. Inglaterra, quince, Australia, catorce. Un partido de lo más emocionante. ¡Inglaterra se ha clasificado!».

Volvimos a la carpa a tomar el té. Yo estaba en la gloría. Jos y yo éramos la pareja perfecta. Es verdad que teníamos nuestras tensiones, pero era normal, ¿no? Cuando Peter y yo nos casamos éramos tan jóvenes que no teníamos aristas. Éramos flexibles como tallos de maíz. Crecimos juntos, acoplándonos a las formas del otro. Pero ahora, a mis treinta y cinco años, cualquier compañero tendría sus manías adquiridas. «Hay que ser tolerante —me dije—, no puedo esperar que mi pareja se adapte a mí. Tenemos que ser adultos».

En ese momento Lily estaba hablando de las llamadas telefónicas molestas.

—Es un rollo —decía—. A veces son chiflados o gente a la que he despedido, pero por lo general son exs.

—¿Cómo? —preguntó Jos.

—Antiguos novios —explicó ella—. Claro que no es difícil tratar con ellos.

—¿Ah, no? ¿Cómo lo haces?

—Bueno, sus llamadas se pueden filtrar.

—¿De verdad?

—Sí. Se llama bloqueo de llamadas. Marcas el 14258, asterisco, asterisco y luego su número de teléfono. La próxima vez que te llaman una voz automática los manda al cuerno. Yo lo hago constantemente. Es genial.

—Desde luego lo parece.

—¿Tú también tienes problemas con tus exs? —preguntó Lily.

—Bueno… no, pero recibo un montón de llamadas de… de un tipo que intenta venderme un seguro. Me tiene harto. Ya sabes qué pesados llegan a ser. No se dan por vencidos.

—Pues la próxima vez que llame bloquéalo, y así no podrá localizarte más.

—Faith —dijo Jos—, estoy agotado del calor. ¿Te importa que volvamos a casa?

La verdad es que yo también estaba cansada. Mientras volvíamos al aparcamiento miré el cielo. Los cirros se habían alargado y comenzaban a curvarse como bumeranes, lo cual significaba que el anticiclón había encontrado un frente cálido y que comenzaría un período de bajas presiones. A medida que nos acercábamos a Londres el cielo se fue tiñendo de gris. Nada más llegar a casa miré el barómetro, que indicaba «cambios».

Al cabo de un rato Sarah se marchó. Jos fue a despedirse de mí con un beso, pero Graham se puso a gruñirle. Jos le miró con desdén.

—Tú estás pidiendo a gritos una operación —dijo.

A mí no me gustó nada. Era una nota un poco amarga para terminar el día. El cielo estaba totalmente gris, cubierto ahora de cumulonimbos. Se oían truenos lejanos. «Me siento inquieta», pensé. Nunca me había sentido así antes. Es verdad que a veces Peter me irritaba. Igual se dejaba abierta la tapa del retrete, se olvidaba de cerrar la pasta de dientes, se pasaba la noche roncando o me contaba cincuenta veces el mismo chiste. Pero nunca había tenido esa sensación de inquietud que a veces tengo con Jos. No, con Peter no había ninguna inquietud, por lo menos hasta principios de este año. «Entonces fue cuando todo cambió —pensé con amargura—. Entonces comenzaron a torcerse las cosas». De pronto tuve muchísimas ganas de hablar con él, así que le llamé.

—Peter —me apresuré a decir. Al fin y al cabo seguía siendo mi marido—. Peter…

—Ah, hola, Faith. Qué alegría oír tu voz. Yo…

—¿Sí?

—Yo… —Y se echó a reír. Yo me reí también.

—Tú primero.

—Bueno, es que justamente iba a llamarte —me dijo.

—¿Ah, sí? —Qué bien. Eché un vistazo por la ventana. Un rayo acababa de hendir el cielo negro.

—Sí. Escucha —prosiguió con cierta timidez, me pareció a mí—. Quería hablar contigo.

—¿Sí? —Se me aceleró el corazón. Ahora caían goterones de lluvia del tamaño de balas.

—Es que quería decirte…

—Dime. —Apenas le oía ahora, con el estruendo de la lluvia.

—No, quería que supieras que me voy fuera unos días.

—Vaya, ¿un viaje de trabajo? —pregunté, justo cuando resonaba un trueno.

—No, no. —Por su tono de voz parecía estarme pidiendo disculpas—. Me voy de vacaciones.

—¡Qué bien! —exclamé, sintiendo una punzada en el corazón—. ¿Y adónde vas?

—A Norfolk…

—Estupendo. —El jardín comenzaba a nublarse—. Hay unas playas preciosas…

—No, quiero decir a Norfolk en Virginia. —Una lágrima me cayó en la mano—. Voy a conocer a los padres de Andie.

Agosto

Últimamente mis sueños son distintos de los de antes. Lo sé muy bien porque los transcribo. A principios de año, por ejemplo, soñaba mucho con teléfonos móviles. Supongo que era porque la comunicación no era muy buena entre Peter y yo. También soñaba con pepinos, lo cual imagino que significaba el deseo reprimido de que llegara el verano. Cuando empecé a sospechar de Peter soñaba que me había quedado bloqueada en plena montaña, y lo curioso es que no sabía si quería subir o bajar. Cuando Peter me confesó su aventura empecé a soñar con frecuencia que me caía de un edificio alto y veía, aterrorizada, cómo me acercaba al suelo. Lo único que veía abajo era cemento y asfalto, nada de hierba. Pero justo cuando me iba a estrellar me daba cuenta de que tenía alas, y ya no caía, sino que volaba. Era un sueño rarísimo. Últimamente sueño que Peter está en la cama, ahí tumbado, sin hacer nada, solo mirándome, en una enorme cama con dosel. Supongo que significa que él mismo se ha buscado esta situación y ya no puede hacer nada. También aparecen muchos puentes en mis sueños. Creo que simbolizan el hecho de que yo he tendido un puente hacia Jos. Y sería una locura no cruzarlo, porque él parece más enamorado que nunca.

—Te quiero, Faith —murmuraba el sábado por la mañana, todavía en la cama. Últimamente me lo dice bastante. También me manda románticos e-mails al trabajo—. ¿Me quieres? —Yo asentí con la cabeza—. Es que desde el partido de polo estás un poco distante, como sí… Faith, ¿me escuchas?

—Perdona, ¿qué decías?

—Que es como si tuvieras otras cosas en la cabeza.

—No, no, no, que va.

Y entonces, no por cambiar de tema ni nada, pero me puse a contarle mi sueño.

—¿Y yo estaba al otro lado del puente? —me preguntó Jos, acariciándome el pelo—. ¿Era yo el que te esperaba en la otra orilla?

—Sí. Te veía muy bien la cara.

Esto no era verdad. Jos no aparecía en mi sueño, pero yo no quería herir sus sentimientos. No me importó mentirle porque, igual que él, yo solo miento por una buena razón.

—Seguro que tienes un subconsciente fascinante —murmuró dándome un beso—. Por eso tus sueños son tan vívidos. Yo también he tenido un sueño curioso —comentó, poniéndose las manos bajo la cabeza—. He soñado que estaba en el vestíbulo del Opera House y empezaba a desnudarme, no sé por qué.

Me eché a reír.

—¿De verdad?

—Sí. Me quitaba la ropa mientras la gente empezaba a entrar.

—Qué vergüenza.

—Bueno, por suerte nadie me prestaba atención. Pero a mí me aterrorizaba que me vieran sin ropa.

—¿Y te vieron?

—No lo sé. Creía que me habían visto, pero que me ignoraban por educación. Al final del sueño estaba totalmente desnudo, rezando para que nadie me viera.

—Qué raro —dije con una risita—. ¿Qué significará? ¡Ya lo sé! Significa que eres honesto, porque estás dispuesto a desnudarte en público. Ya le preguntaré a Katie cuando vuelva, que a ella se le dan muy bien estas cosas.

Sí, Katie es una entusiasta de los sueños. Dice que está de acuerdo con Freud en que los sueños son el camino hacia el inconsciente, y cree que contienen mensajes importantes que nos enviamos a nosotros mismos.

—¿Qué soñará Graham? —dije. El perro dormitaba junto a la puerta.

—Seguro que está soñando con cuchillos y tijeras —saltó Jos con una risa sombría—. Lo digo en serio, Faith, deberías hablar con el veterinario.

—¿Tú crees? —Suspiré y él me dio un beso.

—Sí. Si Graham y yo vamos a convivir, no hay otra solución. Oye, ¿cómo va lo del divorcio? —Jos se sentó en la cama y se estiró.

—Está parado. Hace mucho tiempo que no sé nada de Rory Cheetham-Stabb.

—Pero imagino que Peter querrá seguir adelante. Es evidente que va en serio con Andie.

«Sí —pensé con amargura—, va en serio, muy en serio». Mientras Jos iba al baño yo repasé mentalmente la conversación que había tenido con Peter.

«Me voy a Virginia —me había dicho—. Voy a conocer a los padres de Andie». De modo que la relación debe de ir muy bien, si han llegado a la fase de
Conocer a la Familia
. Se me partió el corazón cuando se lo oí decir, a pesar de que nos estemos separando, porque fue como si hubieran blindado la puerta que hay entre nosotros con un cartel de «Prohibido el paso». Pero de eso hace ya una semana, y entretanto he intentado racionalizar las cosas, como suelo hacer. El caso es que, como Lily no se cansa de decirme, tengo que evolucionar. Tengo que dejar atrás mi antigua vida porque… ¡Claro! ¡Eso era lo que el sueño intentaba decirme! Tengo que cruzar el puente hacia mi nueva vida, una vida en la que Peter ya no estará en el centro, sino a un lado. Andie, la cazadora, ha conseguido cazarle.

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