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Authors: Larry Collins

Tags: #Intriga, Espionaje, Bélica

Juego mortal (Fortitude) (80 page)

BOOK: Juego mortal (Fortitude)
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El roce de una llave en la puerta de su celda sacudió sus meditaciones. Era demasiado temprano para que fuese la sopa de mediodía. Esta vez habían venido a por ella. Atontada siguió a la guardiana por el corredor hacia el hombre de uniforme que se hallaba en la salida del búnquer. «Por favor, Dios mío –oró Catherine–, concédeme la gracia de morir con dignidad, con Tu nombre y el de Francia en mis labios.»

Ante su sorpresa, el cabo no la llevó en dirección de algún grupo de prisioneros condenados, sino a través de la
Lagerstrasse
hasta el Edificio de la Administración.

Abrió la puerta de un despacho y luego, educadamente, se hizo a un lado para que Catherine entrase antes que él.

Instintivamente, casi a pesar de sí mismo, Strómelburg se puso en pie al penetrar la mujer en el despacho. Sólo sus ojos seguían inmutables. Ya brillaban con el desafío que viera con tanta frecuencia un año atrás.

–Siéntese,
Fraulein
Pradier…

Stromelburg le hizo un ademán hacia la silla que se hallaba delante de su escritorio.

La mujer le estudió con calma y luego preguntó:

–¿Qué hace aquí?

–Nuestro mundo ha disminuido, en cierto modo, desde la última vez que nos vimos,
Fraulein
. Y mis responsabilidades se han reducido correspondientemente. Sin embargo, esto no debiera entristecerla. A fin de cuentas, todo se ha debido, por lo menos en parte, a usted.

–¿A mí? Pero si yo no hice nada…

–¿Que no…? Me pregunto…

Las puntas de los dedos de Stromelburg repiquetearon encima de su escritorio.

–Me he preguntado a menudo…

Comenzó a alargar hacia ella la cajetilla de tabaco, pero luego detuvo el ademán.

–¿He de suponer que no ha mudado de costumbres?

–Aquí…

La maldad de Stromelburg resultaba increíble.

–Difícilmente…

El alemán se encogió de hombros.

–No, supongo que no…

Se levantó y se acercó a la entreabierta ventana y miró hacia la
Lagerstrasse
.

–Debe de saber que deseo decirle cuánto lamento lo sucedido entre nosotros. Sinceramente… Pero no nos dieron elección, ni a usted ni a mí. Éramos sólo jugadores en un juego, un cruel pequeño juego, mientras que otros, mucho más inteligentes que nosotros, habían previsto cómo lo jugaríamos. No teníamos la menor elección; excepto comportarnos según los papeles que nos habían otorgado, créame…

–¿Creerle?

Catherine trató de reírse ante lo absurdo de todo aquello, pero no pudo. Al ver a aquellos elegantes y odiados rasgos ante ella, se retrotrajo a todos los dolores de la Avenue Foch. Pero aún mucho más que esto, le había aportado de nuevo las angustiosas meditaciones de las oscuras noches de Ravensbrúck. Nunca olvidaría lo que le habían hecho. Ni tampoco les perdonaría por ello. Pero aquellas meditaciones le habían dado una especie de consuelo, un regalo que no compartiría con Stromelburg. Lo había comprendido.

Él se dio la vuelta y comenzó a andar arriba y abajo, abriendo y cerrando las manos a su espalda.

–Estarían muy orgullosos de que regresase a Inglaterra, esos caballeros ingleses para los que trabaja, ¿verdad? Le concederían una medalla. Se la merece por todo lo que ha pasado. Porque usted ha sido la vencedora,
Fraulein
Pradier. Creímos su mentira.

Stromelburg la observó en busca de una reacción ante sus palabras, de algún brillo en aquellos ojos desafiantes que confirmase sus sospechas.

Catherine lo observó con atención.

–Míreme,
Herr
Stromelburg. ¿Parezco haber vencido de algún modo?

El alemán se encogió de hombros.

–La victoria tiene su precio. Traté de ayudarla, ya lo sabe… Y aún me gustaría ayudarla si…

Dejó que su voz se extinguiera, permitiendo que sus pensamientos quedasen sin convertirse en palabras, colgadas éstas en el aire.

Catherine pensó que aquello era como si de algún modo esperase que ella terminara la frase por él, que anunciase por su intercesión cualquier preocupación que atosigara su mente. No existía la menor satisfacción que intentase ofrecer a Hans Dieter Stromelburg. Se le quedó mirando con aquella misma serena indiferencia que desplegara en la Avenue Foch.

«Una perra tozuda –pensó él–; siempre ha sido una perra testaruda.» Volvió hacia la ventana mientras pensaba rápidamente. Los cálculos resultaban tan finos, tan imponderables, que resultaban difíciles de medir. ¿Podía realmente contar con ella? ¿Cuan profunda era su amargura respecto a él? Sin una palabra, sin un signo por parte de ella, sería mejor que hiciese desaparecer aquella evidencia que tanto pesaría en su contra.

En lo que a Catherine le parecieron varios minutos, permaneció allí de pie, frotándose aquellas manos tan bien manicuradas, mirando por la ventana hacia los distantes estruendos de la Artillería rusa. Finalmente, regresó y la miró. Pensó que no había la más leve indicación de que algo hubiese suavizado aquellos desafiantes ojos suyos, ni el menor debilitamiento en las oleadas de hostilidad que emanaban de ella hacia él.

¿Pero, cómo podría ser? Nunca habían constituido su modo de ser, ¿verdad? Anduvo hasta su escritorio y cogió una tarjeta anaranjada del cajón central.

–Mire –le ordenó–, coja esto y vaya con el
Rottenführer
Müller.

Mientras sus pisadas se iban extinguiendo por el corredor, Stromelburg se inclinó y cogió el expediente de Catherine Pradier del montón de encima de su escritorio.

Escribió en él una frase:

«He solicitado un tratamiento especial para esta prisionera.
In Namen des Reichsführers SS.»

N
OTA DEL AUTOR

Ésta es una novela y, por tanto, por definición, una obra de la imaginación. Sus cinco principales personajes –Catherine Pradier, Paul, el coronel Henry Ridley, Hans Dieter Stromelburg y T. F. O'Neill– son todos ellos criaturas de mi imaginación. Algunos, en mayor o menor grado, tienen su punto de partida en los personajes que, en realidad, existieron y representaron unos papeles no muy distintos a los que he elegido adscribir a sus colegas de ficción en estas páginas.

Sin embargo, lo que no es imaginario es el tapiz histórico en el que sus historias han sido tejidas. El plan
Fortitude
existió en realidad. Y asimismo los agentes dobles Bruto y Garbo, cuyos papeles en
Fortitude
fueron muy similares a los descritos en estos pasajes. Y es asimismo un hecho que el día crítico del 9 de junio de 1944, los alemanes interceptaron un mensaje de la «BBC»,
«Salomón a sauté ses grands sabots»
, el mensaje destinado a una red de la Resistencia que había sido traicionada ante la Gestapo, y la interpretación por parte de los alemanes de que era inminente un desembarco en el Pas de Calais tuvo su origen en el interrogatorio por parte de la Gestapo de aquellos prisioneros. El mensaje y esta interpretación desempeñaron un papel vital en el proceso que llevó a Hitler a cancelar Caso III A.

Intentar engañar al enemigo presentando datos falsos como si se tratase de las verdaderas intenciones, resulta algo tan antiguo como el hacha del hombre de las cavernas, o como la vocación del hombre para hacer la guerra. Sin embargo, nunca hubo antes en la Historia, de una forma tan sistemática o con unas consecuencias históricas de tan largo alcance algo como el plan
Fortitude
. Lo que
Fortitude
trataba de hacer, esencialmente, era influir en la maquinaria de toma de decisiones del Alto Mando alemán, envenenando los manantiales de sus diversas fuentes de Inteligencia disponibles a través de la desinformación. Fue concebido y ejecutado, como cuenta este libro, por un pequeño grupo de hombres que se comunicaban directamente con Winston Churchill. Eran sus seres queridos, y él participó frecuente y dichosamente en sus confabulaciones.

Decir que la invasión de Europa, con todo lo que siguió, tuvo lugar en casa de
Fortitude
, sería inexacto históricamente y bastante injusto con los hombres que abrieron las puertas de Europa en Omaha, June, Sword, Gold y Utah. Sin embargo, sí es cierto que si el Alto Mando alemán hubiese ampliado sus fuerzas disponibles en el Oeste para derrotar a la invasión, hubiera empleado de forma decisiva y efectiva esas fuerzas en los siete a diez días que siguieron a los desembarcos. Y en gran parte esto no ocurrió así a causa de
Fortitude
. Hasta qué punto triunfó este plan cabe medirlo por el hecho de que el 27 de julio de 1944, casi ocho semanas después de los desembarcos de Normandía, hubo más hombres, más blindados, más piezas de Artillería situadas en las fortificaciones del Muro del Atlántico, en Pas de Calais, que en el Día D; el mejor ejército de que disponía Alemania, con sus filas al completo, y sus cañones sin disparar, aguardaron un desembarco que nunca tendría lugar, para enfrentarse a un ejército que nunca existió.

Fortitude
fue con mucho uno de los secretos mejor guardados de la Segunda Guerra Mundial. La existencia de la Sección de Control de Londres que lo concibió, no fue reconocida hasta principios de los años 1970. Todos los archivos estadounidenses que contenían el plan, y en posesión del Control Conjunto de Seguridad, fueron destruidos por una orden del ejecutivo en 1946. Los de la Sección de Control de Londres –una organización notoriamente frugal en comprometerse a llevar las palabras al papel–, nunca se han abierto. El único hombre al que se le ha concedido algún sustancioso acceso a esos registros, es el distinguido regio profesor de Historia de Oxford, Michael Howard. Se le negó el permiso para publicar su autorizada historia acerca del LCS, por parte del Gobierno de Su Majestad.

¿Y por qué tanto secreto? ¿Las tácticas empleadas en la manipulación de la psicología del enemigo son tan intemporales como la mente del hombre, y qué palabra tiene una resonancia más siniestra a los oídos contemporáneos que ésa de la «desinformación»? Y como se ha hecho observar en estas páginas, ninguna otra baja en la guerra es tan amargamente sentida como las que han tenido lugar en un esfuerzo por, de un modo deliberado, engañar al enemigo. Según uno de los últimos supervivientes del LCS me dijo, «existen secretos que hemos prometido llevarnos a la tumba…, y lo haremos».

Al cabo de unos meses del fin de la guerra, se ordenó la disolución del SOE, el Ejecutivo de Operaciones Especiales, por mandato del Foreígn Office y de su rival, el MI6, el Servicio Secreto de Inteligencia. La mayor parte de los archivos secretos de la difunta organización, incluyendo los mensajes inalámbricos intercambiados entre el cuartel general del SOE, en Londres, y sus agentes en el campo, fueron confiados al Foreign Office para su salvaguardia. Cada montón de archivos fue meticulosamente señalado con la indicación de: «Importantes archivos históricos. No deben ser nunca destruidos.»

Menos de un año después de confiarse al Foreign Office para su custodia, todos estos archivos fueron quemados.

¿Se debió esto a que los solones del Servicio Secreto de Inteligencia no deseaban que los historiadores del futuro asignasen al SOE un crédito que no creían que mereciese esa organización? ¿O fue para destruir, para siempre, cualquier traza de la violencia perpetrada por el MI6 contra su servicio rival en tiempo de guerra?

Sólo las cenizas lo saben.

L
ARRY
C
OLLINS

La Biche Niche, Ramatuelle

22 de diciembre de 1984

LARRY COLLINS (John Lawrence Collins Jr.) nació en Hartford, en el estado norteamericano de Connecticut, en 1929. Periodista, trabajó en la United Press International antes de incorporarse a la revista Newsweek, de la que fue corresponsal en Beirut (1959-1961) y redactor-jefe en París (1961-1965). En 1960 se asoció con el periodista y escritor francés Dominique Lapierre, en colaboración con el cual ha escrito una serie de obras que se han convertido en best-sellers internacionales:
¿Arde París
?,
…O llevarás luto por mí
,
Oh, Jerusalén
,
Esta noche, la libertad
,
El quinto jinete
, y más recientemente:
¿Arde Nueva York
?. En solitario ha escrito novelas de gran éxito, como:
Juego mortal (Fortitude)
,
Águilas negras
,
Los secretos del día D
y
Laberinto
.

LARRY COLLINS falleció el 20 de junio de 2005 en Frejus, Francia, a causa de una hemorragia cerebral.

La presente novela:
Juego mortal (Fortitude)
fue adaptada para la televisión y seguida por más de cincuenta millones de telespectadores en todo el mundo.

Notas

[1]
Fortitude equivale a «Fortaleza». (N. del T.)
<<

[2]
En francés en el original: «Ardid de guerra». (N. del T.)
<<

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