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Authors: Connie Willis

Tags: #Ciencia ficción

Hasta la reina (3 page)

BOOK: Hasta la reina
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—Creo que lo que más me gusta son los ataques de ansiedad —dijo Viola—. Cuando suspendí el amenerol para poder tener a Twidge, tenía esos días en que estaba convencida de que la estación espacial iba a caérseme encima.

Una mujer madura vestida con mameluco y sombrero de paja se había acercado mientras Viola hablaba, y ahora estaba de pie junto a la silla de mamá. —Yo tenía esos cambios de humor —dijo—. De repente estaba alegre y al minuto siguiente me sentía Lizzie Borden.

—¿Quién es Lizzie Borden? —preguntó Twidge.

—Asesinó a sus padres —dijo Bysshe—. Con un hacha.

Karen y la docente los miraron a ambos. —¿No se supone que tendrías que estar trabajando en Matemáticas, Twidge? —dijo Karen.

—Siempre me he preguntado si Lizzie Borden habrá tenido el SPM —dijo Viola — y si esa fue la razón de...

—No —dijo mamá—. La razón fue tener que vivir antes de los tampones. Un caso obvio de homicidio justificable.

—Creo que esta clase de ligereza no es muy útil —dijo Karen, clavándonos la mirada a todos.

—¿Eres la camarera? —le pregunté precipitadamente a la mujer del sombrero de paja.

—Sí —dijo ella, sacando una pizarra de un bolsillo del mameluco.

—¿Sirven vino aquí? —pregunté.

—Sí. De diente de león, prímula o vellorita.

—Tráiganos todos —dije.

—¿Una botella de cada uno?

—Por ahora. A menos que los sirvan en barriles.

—Las especialidades de hoy son ensalada de melón y choufleur gratinée —dijo, sonriéndonos. Karen y la docente no le devolvieron la sonrisa—. Pueden elegir su propia coliflor de la parcela que está adelante. La especialidad floratariana es capullos de lirio salteados con manteca de caléndula.

Hubo una tregua provisoria mientras todos pedían su comida. —Yo quiero guisantes dulces —dijo la docente— y un vaso de agua de rosas.

Bysshe se inclinó hacia Viola. —Lamento si parecí horrorizado cuando tu abuela me preguntó si era tu compañero —dijo.

—Está bien —dijo Viola—. La abuela Karen puede dar bastante miedo.

—Es que no quiero que pienses que no me agradas. No es así. Me gustas, quiero decir.

—¿No tienen hamburguesas de soja? —dijo Twidge.

Ni bien se alejó la camarera, la docente comenzó a repartir las carpetas rosadas que había traído consigo. —Esto explicará la filosofía de trabajo de las Ciclistas —dijo, entregándome una—, además de proporcionar información práctica sobre el ciclo menstrual. —Le dio otra a Twidge.

—Parece uno de esos libros que nos daban en la secundaria —dijo mamá, mirando la suya—. Se llamaban «Un don especial», y tenían un montón de fotos de chicas con cintas rosadas en el cabello, jugando al tenis y sonriendo. Escandalosa tergiversación.

Tenía razón. Hasta estaba el mismo dibujo de las trompas de Falopio que yo recordaba de la película que había visto en mi escuela, un dibujo que siempre me había recordado a las primeras versiones de Alien.

—Oh, puaj —dijo Twidge—. Esto es asqueroso.

—Dedícate a las matemáticas —dijo Karen.

Bysshe parecía descompuesto.

—¿Las mujeres realmente tenían que hacer todo esto?

Llegó el vino y serví un gran vaso a cada uno. La docente frunció los labios con desaprobación y meneó la cabeza. —Las Ciclistas no usamos estimulantes ni hormonas artificiales que el patriarcado masculino ha impuesto a las mujeres para volverlas dóciles y subordinadas.

—¿Cuánto tiempo se menstrúa? —preguntó Twidge.

—Por siempre —dijo mamá.

—De cuatro a seis días —dijo la docente—. Está aquí en el manual.

—No, quiero decir, ¿toda la vida o qué?

—El promedio de las mujeres tienen su menarca a los doce años de edad y cesan de menstruar a los cincuenta y cinco.

—Yo tuve mi primer período a los once —dijo la camarera, poniéndome un bouquet delante—. En la escuela.

—Yo tuve el último el día en que la Administración Federal de Medicamentos aprobó el amenerol —dijo mamá.

—Trescientos sesenta y cinco dividido veintiocho —dijo Twidge, escribiendo en su pizarra—. Por cuarenta y tres años. —Levantó la vista—. Me da quinientas cincuenta y nueve menstruaciones.

—Eso debe estar mal —dijo mamá, quitándole la pizarra—. Son por lo menos cinco mil.

—Y siempre empiezan el día en que te vas de viaje —dijo Viola.

—O que te casas —dijo la camarera.

Mamá comenzó a escribir en la pizarra.

Aproveché el cese del fuego para volver a serviles vino de diente de león a todos.

Mamá alzó la mirada. —¿Se dan cuenta de que si el período era de cinco días, una se pasaba casi tres mil días menstruando? Son más de ocho años.

—Y entre medio estaba el SPM —dijo la camarera, dejándonos flores.

—¿Qué es el SPM? —preguntó Twidge.

—El síndrome pre —menstrual, un nombre que el establishment médico fabricó para denominar la variación natural de los niveles hormonales que indica la cercanía de la menstruación —dijo la docente—. Esta leve fluctuación, enteramente normal, fue exagerada por los hombres hasta convertirla en una debilidad. —Miró a Karen, buscando confirmación.

—A mí se me daba por cortarme el cabello —dijo Karen.

La docente parecía incómoda.

—Una vez me rapé todo un costado —prosiguió Karen—. Todos los meses, Bob tenía que esconder las tijeras. Y las llaves del auto. Cada vez que debía detenerme por un semáforo rojo me ponía a llorar.

—¿Te hinchabas? —preguntó mamá, sirviéndole otro vaso de vino.

—Quedaba igual que Orson Welles.

—¿Quién es Orson Welles? —preguntó Twidge.

—Sus comentarios reflejan la auto-repugnancia que les ha inculcado el patriarcado —dijo la docente—. Los hombres les han lavado el cerebro a las mujeres hasta convencerlas de que la menstruación es algo pérfido y sucio. Las mujeres incluso solían llamarla «la maldición», porque aceptaban el juicio de los hombres.

—Yo la llamaba «la maldición» porque pensaba que una bruja me había echado un maleficio —dijo Viola—. Como en «La Bella Durmiente».

Todos la miramos.

—Bueno, así era —dijo—. Era lo único que se me ocurría para explicar que semejante cosa horrible me sucediera. —Devolvió la carpeta a la docente—. Y sigue siendo lo único que se me ocurre.

—Creo que fuiste tremenda.

FIN

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