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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Gusanos de arena de Dune (10 page)

BOOK: Gusanos de arena de Dune
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—No soy un héroe, Jessica. —En su favor, había que decir que el Yueh original proporcionó a Jessica y Paul medios para sobrevivir en el desierto cuando los Harkonnen arrasaron Arrakeen. Les había facilitado la huida, pero ¿bastaba eso para redimirle? ¿Era posible?

Ella siguió oliendo flores, comprobando la tierra húmeda. Le gustaba pasar los dedos por las hojas, tocar el envés.

Yueh la siguió por un pequeño bosquecillo de árboles de cítricos. Por encima de sus cabezas, los paneles segmentados de las ventanas mostraban tan solo la luz distante de las estrellas; no había ningún sol cercano.

—Si tanto nos odian las hermanas ¿por qué nos han hecho volver?

La expresión de ella era divertida y amarga.

—Las Bene Gesserit tienen un terrible hábito, Wellington. Aunque sepan que dentro del jugoso gusano hay un gancho, ellas muerden. Siempre piensan que pueden evitar las trampas que nos atrapan a los demás.

—Pero tú también eres una Bene Gesserit.

—No, ya no… o todavía no.

Yueh se llevó la mano a su frente lisa y sin distintivos.

—Hemos empezado de nuevo Jessica. Como una hoja en blanco. Mírame. El primer Yueh rompió su condicionamiento suk… pero yo nací sin el diamante tatuado. Sin tacha.

—Quizá eso significa que algunas cosas se pueden borrar.

—¿Tú crees? Como gholas se nos creó para que volviéramos a ser quienes fuimos. Pero ¿somos alguien por derecho propio? ¿O no somos más que una herramienta, inquilinos que están viviendo de prestado en una casa hasta que los verdaderos amos vuelvan? ¿Y si no queremos nuestras vidas pasadas? ¿Es correcto que Sheeana y los otros nos las impongan? ¿Qué hay de las personas que somos ahora?

De pronto, el entramado de paneles solares interconectados pareció volverse más brillante, como si el sistema hubiera absorbido una oleada de energía exterior. Las apretadas hileras de plantas del invernadero se volvieron más definidas, como si de pronto sus ojos fueran más sensibles. Sobre la cámara Yueh vio una compleja red formada por unas líneas finas e iridiscentes, cada vez más definidas y enfocadas.

Algo estaba pasando… algo que Yueh nunca había experimentado. Las líneas se hicieron visibles a su alrededor, como una fina malla que se deslizaba por el aire. Y chisporroteaban por la energía.

—Jessica, ¿qué es eso? ¿Lo puedes ver?

—Una malla… una red. —Contuvo el aliento—. ¡Es lo que Duncan Idaho dice que ve!

A Yueh el corazón le dio un vuelco. ¿Sus perseguidores?

Una fuerte sirena de emergencia empezó a sonar, acompañada por la voz de Duncan.

—¡Preparados para la activación de los motores Holtzman!

Cada vez que la no-nave plegaba el espacio, sin la guía de un navegador, se arriesgaban a un desastre. Hasta el momento, las advertencias de Duncan no habían tenido el apoyo de otros testigos, aunque los adiestradores habían demostrado que la amenaza del misterioso Enemigo era real.

Desde los corredores a Yueh le llegaban los gritos de la gente que corría a los puestos de emergencia. La red era cada vez más brillante y poderosa, y estaba rodeando e infiltrando la nave entera. ¡Sin duda todos podían verla!

Yueh sintió que la nave vibraba y una intensa sensación de desorientación cuando la inmensa nave plegó el espacio. Mirando hacia la cúpula del invernadero, vio sistemas estelares, formas y color que giraban como remolinos… como si alguien hubiera metido el contenido del universo en un cuenco y lo estuviera batiendo.

Y de pronto el
Ítaca
estaba en otra parte, lejos de las trampas. La voz tranquila de Duncan se oyó por los intercomunicadores.

—Estamos a salvo, de momento.

—¿Por qué hemos visto la red ahora y no antes? —preguntó Jessica.

Yueh se frotó el mentón, con el pensamiento agitado.

—Quizá el Enemigo está utilizando un tipo de red diferente, una más fuerte. O quizá están probando nuevas formas de rastrearnos y atraparnos.

15

Jamás debemos dar voz a la duda. Hemos de creer plenamente que podemos ganar esta lucha contra el Enemigo. Pero en mis momentos de mayor oscuridad, cuando estoy sola en mis alojamientos, siempre me pregunto: ¿Es esto fe realmente, o se trata solo de estupidez?

M
ADRE
COMANDANTE
M
URBELLA
, archivos privados de Casa Capitular

Cuando el pequeño consejo de la Missionaria Aggressiva de Murbella volvió a reunirse, el debate fue tenso. En el pasado año, la Hermandad había enviado siete falsas Sheeanas a campos de refugiados para que movilizaran a las masas. Las falsas Sheeanas tenían una misión muy concreta: convencer a los fanáticos para que se mantuvieran firmes a pesar de la derrota segura.

Las naves aparentemente invencibles del Enemigo proliferaban como las cabezas de una hidra; por más que destruyeran, siempre aparecían más y más. Omnius había tenido milenios enteros para preparar su conquista final, y no había dejado nada al azar. Los puntos de los mapas estelares mostraban los mundos que iban cayendo uno tras otro bajo la ofensiva de las máquinas pensantes.

Murbella ocupaba una silla dura e incómoda en el extremo de la mesa; la mayoría prefirió las peludas sillas-perro. A la cabeza de la mesa, la bashar Janess Idaho esperaba en posición de firmes para dar su informe.

—Traigo noticias.

—¿Buenas o malas? —Murbella temía oír la respuesta.

—Juzgue usted misma.

Su hija parecía demacrada, cansada, y bastante mayor de lo que era. Janess había superado la Agonía de Especia, y había sido sometida a un intenso adiestramiento Bene Gesserit, y por tanto podía ralentizar los cambios de su cuerpo, no para mantener una apariencia atractiva, sino para conservarse fuerte y ágil. La lucha constante lo exigía. Y sin embargo, la interminable crisis empezaba a pasar factura. Murbella reparó en la cicatriz que su hija tenía en la mejilla izquierda, en la marca de una quemadura en el brazo.

Las palabras de la bashar carecían de emotividad, pero Murbella intuía su agitación en su voz cortante.

—Antes incluso de que se avistaran las primeras naves en el sistema de Jhibraith, las máquinas enviaron sondas exploradoras para diseminar las epidemias. La población de Jhibraith ya había solicitado la evacuación, pero en cuanto aparecieron los primeros síntomas, las naves de la Cofradía dieron marcha atrás y se negaron a acercarse. Hubo que poner en cuarentena un crucero. Por suerte, la epidemia quedó contenida en siete de las fragatas que llevaba en su cámara de carga. Todos los pasajeros de las fragatas murieron, pero el resto pudo vivir.

—¿Qué pasó con el planeta? —preguntó Murbella.

—La epidemia se extendió con rapidez por los diferentes continentes. Como se esperaba. Las nuevas cepas virales son mucho peores que nada que hayamos visto, más mortíferas incluso que las legendarias plagas de la Yihad Butleriana.

Laera deslizó una lámina de cristal riduliano ante ella.

—Jhibraith tiene una población de trescientos veintiocho millones de personas.

—Ya no —dijo Kiria.

Janess entrelazó sus dedos con firmeza, como si tratara de sacar fuerzas.

—Una de las Sheeanas sustitutas estaba en Jhibraith. Cuando la Cofradía puso el planeta en cuarentena, la falsa Sheeana supo estar a la altura y no dejó de hablar ante las multitudes mientras la epidemia se extendía. Todos sabían que iban a morir. Sabían que las fuerzas de las máquinas pensantes se acercaban. Pero ella les convenció que si había que morir, mejor morir como héroes.

—Pero, si la Cofradía ya les había abandonado ¿cómo lucharon? —Kira parecía escéptica—. ¿Tirando piedras?

—Jhibraith tenía sus propias fragatas orbitales, naves de carga y transportes, ninguno de ellos equipado con motores Holtzman ni campos negativos. Mientras la epidemia iba esquilmando la población, los supervivientes luchaban por crear una fuerza militar doméstica con la que enfrentarse a Omnius. Tenían que ser más rápidos que la epidemia. —Obligó a sus labios a esbozar una sonrisa fría.

—Nuestra falsa Sheeana era como el mismo demonio. Me consta que estuvo cinco días seguidos sin dormir, porque los registros la muestran en diferentes ciudades y fábricas, arengando a la ciudadanía, obligándolos a ir a rastras si hacía falta hasta las cadenas de montaje. Nadie se molestó en establecer cuarentenas, porque todos estaban infectados. Conforme la gente iba muriendo en las fábricas, sus cuerpos eran llevados a fosas comunes y se incineraban. Y otros ocupaban su sitio.

—Y la gente no dejó de trabajar ni siquiera cuando la flota del Enemigo rodeó el planeta. Y entonces nuestra Sheeana desapareció. —Janess paseó la mirada por la mesa, bajó la voz—. Más tarde, supe por un mensaje cifrado de las Bene Gesserit que nuestra falsa Sheeana había contraído la enfermedad y murió.

Murbella estaba sorprendida.

—¿Murió? ¿Cómo puede ser eso? Una Reverenda Madre sabe combatir la enfermedad.

—Para eso se requiere una gran concentración y unos considerables recursos físicos. Nuestra Sheeana había agotado los suyos. Si hubiera descansado uno o dos días, podría haber recuperado fuerzas y haber mantenido la enfermedad a raya. Pero no lo hizo, y agotó todas sus reservas de energía. Consciente de que Jhibraith estaba condenado, de que si la epidemia no la mataba lo haría el ejército invasor de máquinas, Sheeana no cejó en sus esfuerzos.

La vieja Accadia asintió.

—E imbuyó el fervor religioso en la gente. Sin duda sabía que la veían debilitada y moribunda perderían empuje. Hizo bien en apartarse del ojo público.

La leve sonrisa de Janess demostraba una verdadera admiración.

—En cuanto empezó a manifestar los síntomas, Sheeana lanzó un último gran discurso y dijo a la gente que debía ascender a los cielos, Y entonces se aisló y murió sola para que nadie viera cómo la horrible plaga la destrozaba.

—Un excelente ejemplo de valentía para los archivos históricos. —Accadia frunció sus labios ajados—. Su sacrificio no caerá en el olvido.

—Si después de esto queda alguien para estudiarlos —musitó Kiria.

—¿Y la batalla subsiguiente en Jhibraith? —preguntó Murbella—. ¿Se defendió la gente?

—Cuando el Enemigo llegó, la población luchó como antiguos berserkers, hasta el último hombre y la última mujer. Nada podía detenerlos. Recibieron a la flota del Enemigo con naves dirigidas por abuelos, adolescentes, madres, esposos e incluso criminales a los que liberaron de los centros de detención. Todos lucharon y murieron valientemente. Y con su sola ferocidad consiguieron repeler a las máquinas. Aunque no tenían una fuerza militar estructurada, la población de Jhibraith destruyó más de mil naves enemigas.

La realidad dio a la voz de Murbella un tono glacial.

—Mi entusiasmo se ve atemperado por la certeza de que incluso tras perder mil naves las máquinas pensantes tienen incontables más que arrojar contra nosotros.

—Aun así, si todos los planetas luchan de ese modo, cabría la posibilidad de que la humanidad sobreviva —señaló Janess—. La especie no desaparecería.

Kiria escogió aquel momento para intervenir. Apartó hojas de cristal de otro grupo de informes y empujó un proyector al centro de la mesa. La silla-perro se movió sutil y dócilmente para acomodarse a sus movimientos.

—Este nuevo informe demuestra que no podemos contar con todos los planetas. El ataque viene de dentro tanto como de fuera.

Murbella frunció el ceño.

—¿Dónde has conseguido esto?

—Tengo mis fuentes. —Con expresión de suficiencia, aquella Honorada Matre puso en marcha el proyector—. Mientras nosotros nos enfrentamos a las máquinas pensantes, hay un enemigo insidioso que está minando nuestras fuerzas desde dentro.

La imagen mostraba una multitud.

—Esto es Belos IV; pero se han documentado casos parecidos en todas partes. Avivadas por la impotencia ante la llegada inminente de la flota enemiga, las luchas políticas y las guerras intestinas están apareciendo por doquier en todos los planetas. La gente tiene miedo. Sus líderes no les dicen lo que quieren oír, se amotinan, derriban a sus primeros ministros y ponen a otros en su lugar. Y la mayoría de las veces acaban por deponer también a estos nuevos líderes.

—Eso lo sabemos. —Murbella miró a Janess, que seguía con rigidez en posición de firmes a la cabeza de la mesa. Le habría gustado que su hija se sentara. En las imágenes, los ciudadanos de Belos IV se levantaban contra su gobernador que les estaba pidiendo que se rindieran ante las máquinas pensantes—. Evidentemente, no era eso lo gente quería escuchar. ¿Qué relevancia puede tener esto?

Kiria apuntó con el dedo la imagen.

—¡Mirad!

Cuando la gente atacó al líder, un hombre de mediana edad, este se defendió con notable destreza, haciendo uso de unas habilidades y una rapidez que rara vez podía verse en un burócrata. Murbella supuso que el gobernador debía de haber recibido algún tipo de entrenamiento especial. Sus métodos de combate eran poco habituales y efectivos, pero la turba lo superaba con creces en número. Lo arrastraron por las calles, hasta el balcón de su palacio y lo arrojaron abajo. El hombre quedó inerte en el suelo y la multitud ruidosa empezó a retroceder. La cámara acercó la imagen. El gobernador muerto cambió, se puso más pálido. Su rostro se volvió más chupado, cadavérico, con un algo informe. ¡Un Danzarín Rostro!

—Siempre tuvimos la sospecha de que las lealtades de los nuevos Danzarines Rostro eran cuestionables. Se aliaron con las Honoradas Matres y se volvieron en contra de los viejos tleilaxu. Ya los encontramos entre las rameras rebeldes de Gammu y Tleilax, y ahora parece que la amenaza es peor de lo que pensábamos. Escuchad las palabras del gobernador. Estaba defendiendo la rendición ante las máquinas pensantes. ¿Para quién trabajan realmente los Danzarines Rostro?

Murbella sacó la conclusión lógica y paseó su mirada afilada como un cuchillo aserrado sobre las otras hermanas.

—Los nuevos Danzarines Rostro son marionetas de Omnius, y se han infiltrado entre la población. Son muy superiores a los antiguos, y pueden resistir casi cualquier técnica de las Bene Gesserit. Nunca entendimos cómo podían haberlos creado los tleilaxu perdidos, porque sus capacidades eran muy inferiores a las de los antiguos maestros. No era normal.

—Si las máquinas pensantes ayudaron a crearlas —dijo Laera con frialdad—, es posible que los mandaran entre los tleilaxu que regresaron de la Dispersión.

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