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Authors: PGarcía

Tags: #Intriga, Humor

Gay Flower, detective muy privado (2 page)

BOOK: Gay Flower, detective muy privado
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—¡Anda, qué asco! —chillé—. ¡Ni acepto casos de divorcio, ni trabajo para pendones!

Me incorporé alejándome, para apoyar la espalda contra la pared mientras ella se sentaba ágilmente sobre la mesa. Pegó un caderazo al teléfono "modern style" y el teléfono cayó en la papelera. Giró sobre el rotundo trasero y pasó las piernas al lado en que me situaba. Se las arregló para que se le subiera la falda, luciéndolas impúdicamente, largas, fuertes, perfectamente dibujadas, así como la carne rosada, oprimida por ligas adornadas con curiosos dibujos representando torres extractoras de petróleo sobre campos de gules.

—Siempre consigo lo que quiero...

—Pues conmigo tropieza en piedra, Mistress Connally.

—Llámame Tatiana, mi vida.

Se irguió a media yarda escasa oscilando la grupa al compás de
Gotta get some (Shut-eye)
que era lo que entonces constituía la música de fondo de los amores de Flossie, y se soltó la cremallera de la falda. A continuación comenzó a bajársela, contoneándose sin parar, al estilo de las estrellas de
strep-tease
del más tirado, y la operación le costó lo suyo porque le estaba tan pegada como un esparadrapo búlgaro. No sin esfuerzo la llevó hasta los tobillos. La alejó de un puntapié, quedándose en bragas. El empelotamiento, al menos parcial, había tardado pero llegó, al fin. Con más prosopopeya, con más argumento, pero había llegado. Si es que no falla, Señor. Si es que el oficio de investigador es una cruz, Dios.

Las bragas eran someras y bonitas, ajustadas cuatro dedos por debajo del ombligo, descubriendo el vientre plano y espasmódico, pero nada del otro mundo. Las he visto mejores en Sunset Boulevard. Amplió la sonrisa, separó los grandes dientes, y una lengua roja como un filete recién cortado emergió de la cavidad bucal, igual que una serpiente aparece cabeceando cuando la despiertan en su cubil. Tatiana Connally vino decidida a mi encuentro.

—¿A qué grito? —avisé.

—No lo harás. Una reputación caería por los suelos.

—¿La suya?

—La tuya, gilipollas.

Logró acorralarme en un rincón porque la oficina de Sausalito Apartments, en Yucca Avenue, Laurel Canyon, no está pensada para persecuciones. Dudé un instante si escabullirme por un lado, a costa de cargarme una pocholada de porcelana de Sévres que había importado todos los ingresos de un caso. Me paso las horas muertas contemplándola. Wilde y Sévres son mis pasatiempos favoritos cuando estoy aguardando la Visita o el Teléfono.

El instante de duda resultó fatal. Era cuanto precisaba para atraparme.

Cayó sobre mí rodeándome los brazos con los suyos, tan fuertes como los de un cargador del muelle, y me los inmovilizó a los costados. Frotó el vientre desnudo, en círculos, contra la parte delantera del pantalón. La presión que ejercía con los muslos me tenía las piernas incapacitadas para el mayor movimiento. Me miraba atentamente, sin perder la menor de mis reacciones.

Aguanté estólido. Me noté lívido. Permanecí gélido. Entonces, lenta, inexorable y cruelmente empezó a clavarme las tetas. Tenía pezones de acero. Perforaron la chaqueta, agujerearon la camisa e hirieron mi piel, haciendo que finas gotas de sangre se deslizaran por ella. El dolor me arrancó un sollozo. Al apretárseme tanto me envolvió una vaharada de Chanel hasta darme un mareo. Las hay que se echan el perfume a cubos.

Despacio, con la boca enorme cubrió la mía hasta las orejas. Apreté las mandíbulas, pero la lengua-filete las forzó como una palanqueta lo hace con una caja de caudales. Se me introdujo en la boca y exploró mi lengua como un tentáculo de caucho. Se demoró un largo instante, tanteó el paladar y llegó hasta la glotis.

Después de este trabajo concienzudo y experto la cabeza de Tatiana Connally se apartó una fracción de milímetro dejando que aspirara una bocanada de aire, y menos mal, porque estaba al borde de la asfixia. Con chispazos lúbricos en las verdosas escleróticas susurró aflojando la presión:

—Ahora sí trabajarás para mí...

Aproveché para desasirme de un tirón.

—Ahora... menos que nunca, señora —respondí entre jadeos.

Y me limpié su saliva con un pañuelo de fina batista.

Me largó tal golpe al esternón que trastabillé hasta quedar sentado en el escritorio. Tomó asiento pegada a mi costado, al tiempo que agarraba el bolso y colocaba el muslo derecho sobre mis piernas juntas. El pecho del mismo lado me descansó en el antebrazo, antojándoseme de plomo. Jamás había llegado a soñar que esas cosas pesasen de aquel modo. Sacó una fotografía del bolso y me la echó sobre el regazo.

—Éste es Teo. Le pido el divorcio y él, que nones. Consígueme las pruebas, corazoncito, y ganarás una suculenta gratificación.

—No sé por qué la ha tomado conmigo, caray —dije—. Con la de números de detectives que vienen en la guía, y ha tenido que elegir precisamente el mío.

—No he acudido a ti al buen tuntún. Te han recomendado, ¿sabes?

—¿Quién ha sido el gracioso?

—He hablado con el general Sternwood, que es un vecino que también tiene problemas, y me envió a un tal Philip Marlowe. Él ha escuchado atentamente todos los pormenores de mi caso y ha asegurado que sólo tú, vistas las circunstancias, puedes llevarlo adelante con éxito.

Curioso tipo, el tal Marlowe: duro, cínico y esquinado, honesto hasta la ruina, nunca me ha mirado con excesiva simpatía. Debe ser que envidia mi guardarropa; y sin embargo me enviaba un cliente.

—Marlowe se ha equivocado.

Frunció el ceño, repiqueteando automáticamente con la uña escarlata en la fotografía. Entonces reparé en el retrato. Noté que me atragantaba.

—¿Éste es...?

—Teo.

—¿Él es...?

—Mi esposo.

—¿Y él...?

—No quiere el divorcio.

—Mistress Connally...

—Tatiana, amor.

—Tatiana: me ha convencido.

—Lo esperaba.

—Soy su hombre.

—Lo sabía.

—Es usted muy persuasiva.

—Te lo advertí.

—Acepto el encargo.

—Lo celebro.

—Son veinticinco diarios, y la voluntad.

Sacó un talonario y una estilográfica de oro. Apoyó el talonario sobre la sedosa rodilla y me extendió un cheque por seiscientos dólares; quinientos a cuenta y para gastos, y cien de regalo por la ropa que me había agujereado con los pezones. Luego se bajó de la mesa, lo que agradecí en silencio porque el peso de su seno me tenía el brazo dormido.

Agachándose, centró la costura de las medias, las estiró al máximo y las aseguró con las ligas de dibujos de torres petrolíferas. Abotonó la blusa, se embutió la falda con el calzador que traía al efecto, se puso la chaqueta, ciñó las perlas a la garganta, colocó el sombrerito de pelo de macho cabrío sobre la coronilla y por último pasó el lápiz labial por la boca retocándose la pintura mientras se contemplaba en un espejito de mano.

Aproveché todas estas manipulaciones para mirar de reojo la foto de su marido. Aquello sí era algo digno de contemplar, y no la fulana de su consorte: cabellos negros como ala de cuervo, algo ondulados en las sienes; frente noble, alta, despejada, mejillas aterciopeladas, bigote a lo Gable y mirada desvalida. Era un hermoso animal en peligro.

—Mis señas son 3764, Alta Brea Crescent, West Hollywood. Tenme al corriente de tus progresos, querido.

Temí que volviera a morrearme como despedida, pero tuvo la delicadeza de reprimir sus impulsos. No me tocó. Ni siquiera me tendió la mano.

Se echó el visón al brazo, giró sobre los puntiagudos tacones, franqueó la salida y marchó pasillo adelante sin otra mirada, ni a mí ni a la bragueta, oscilando la grupa como un péndulo para hipnotizar cretinos.

En aquel momento Flossie asomaba la cabeza cubierta de rizos oxigenados para atisbar, impaciente, la llegada de un nuevo primo. Flossie otra cosa no, pero es un rato organizada, y en la temporada de "oportunidades" tiene el tiempo distribuido al segundo, de manera que cualquier retraso en su agenda de coitos le altera el ritmo de productividad. Vio a Tatiana Connally y se quedó de una pieza. Luego miró hacia un lado para comprobar que, en efecto, salía de mi oficina, y abrió la boca estupefacta por todo el carmín que debía embadurnarme el semblante.

Sammie estaba esperando con el ascensor preparado. Por los golpes que se escuchaban contra las puertas de otros pisos deduje que había estado aguardándola en plan caballeroso desde que la trajera antes. Presentaba claros síntomas de hallarse al borde de la eyaculación precoz. Pobre Sammie. Aquello podía costarle el empleo.

Volví al despacho y atisbé por los visillos. Junto a la entrada estaba aparcado un "Cadillac Fleetwood" con un chófer canoso que abrió la portezuela posterior al aparecer mi cliente. Hecho esto se pusieron en marcha, perdiéndose avenida adelante.

Me dediqué a quitarme toda la porquería que me había dejado encima la visita. Desinfecté con agua oxigenada las dos incisiones que me había producido en el tórax y me puse otro traje. Cuando terminé la lluvia comenzaba a repiquetear en los cristales. El nuevo pichón de Flossie finalmente había llegado puesto que Glenn Miller interpretaba
The lady's in love with you.
En mi reloj de pulsera eran las doce y dos.

2

Después de cambiarme fui hasta el Banco, entregué el cheque, vi aumentar el respeto del cajero al enterarse de quien lo firmaba, recibí dinero fresco y rápido, volví al despacho y marqué el número de Miss Vagina. Contestó in person, por encima de las sonoridades de los trombones de varas y las trompetas.

—¿Quién es?

—Adivínelo y conseguirá el premio de la marca patrocinadora.

—¡Cielos! ¡El investigador marica!

—Acertó, putilla estajanovista. ¿Le enviamos nuestro obsequio o prefiere recogerlo personalmente?

—Escuche, detective barato. Tengo mi permiso en regla. Estoy en plena actividad laboral y puedo ponerle una demanda por atentar contra mi rendimiento.

—Escúcheme usted, fulana de las rebajas. Hay tres de a cinco como donativo si sabe ser más razonable de lo que aparenta.

No es que de repente perdiera el yogur, pero se las arregló para ponerle un poco de azúcar.

—¿Qué sucede, muchacho? ¿Después de darse el filete con Mistress Connally comprende al fin que pasar un rato con una dama vale más que una tarde con un efebo? ¿Al fin necesita mis servicios? ¡Eureka!

—Déjese de estupideces. Malgasta su talento.

—Es que me irrita que me molesten mientras trabajo, Flower.

—A mí me molesta que me trabajen mientras me irrito, Vagina. ¿Le interesan los quince pavos?

—¡No me diga que va en serio! Obviamente me chiflan. Le daré hora para mañana, querido. Por ese precio le haré el número "Fantasía del Caribe", con derecho a colchón de plumas.

—No me ha entendido. Necesito información rápida. No puedo esperar. Hablemos ahora o la busco en otra parte y ahorro gastos.

—¿Qué hace que no ha pasado ya? Conoce el camino... Utilice la típica ganzúa. —Y añadió, para el acompañante de turno: —¡Tú cierra el pico! Las oportunidades de enero no dan derecho a reclamaciones.

El apartamento de Flossie era el doble que el mío, demostrando que el amor mercenario aún a precios bajos produce dos veces más de ingresos que la investigación privada. Tenía un saloncito con cortinas de cretona, un tresillo alegre, una mesa coja y bibelots a discreción. Venía luego un dormitorio medieval, con cama de dosel tan grande como un campo de béisbol, y fotografías a gran tamaño de su propietaria, en ninguna vestida del todo, retocadas hasta la náusea.

Me recibió sentada en la cama, con la espalda contra el testero, la sábana hasta el cuello y los brazos fuera. Los ojos azules en una cara pequeña me lanzaron una ojeada especulativa. La sábana se alzaba por el centro, agitada como una tienda de campaña bajo la cual un gato se dedicase a dar caza a ratones esquivos. Hice caso omiso de la actividad, deposité los billetes ostensiblemente sobre la mesilla, acallé el pic-up y tome asiento en una butaquita.

—Creo que sabe más que yo de la visitante que he recibido.

—Es posible. Soy lectora empedernida de "The Chismes Weekly Magazine" y me conozco todas las celebridades. —Dio una patada en la tienda de camping—. ¡Quieto, Dick!

—La escucho.

—Es la actual reina del petróleo californiano, consorte de Teophilus Warren Connally III.

Las sábanas soltaron un gruñido y se quedaron quietas.

—Se trata de una tía ambiciosa, implacable, cruel y sin escrúpulos, deseada por los magnates de medio mundo y que sin embargo exhibe una virtud como la mujer del César. No falta a una sola de las fiestas de la mejor sociedad de Los Ángeles, a las que raramente la acompaña su marido. En realidad casi nunca se les ve juntos.

—¿De dónde viene el dinero?

—¿Quiere toda la historia? El primer Connally compró unos terrenos en los que apareció petróleo. El segundo creó el imperio y amasó millones hasta perder la cuenta, incrementándolos encima al casar con la heredera del Rey de los Tirachinas Elásticos. De ese matrimonio nació un único hijo, T. W. III. La señora Connally falleció hace tres años, de accidente, al abrir demasiado descuidadamente el armario de las joyas en su mansión de West Hollywood y caerle encima tonelada y media de brillantes. Todo eso lo sabría usted si leyese "The Chismes" en vez de ser suscriptor de "Muscle Power".

Ignoré la ironía e ignoré asimismo la reanudación de actividades subsabanáticas.

—Cuénteme cuándo entró Tatiana a formar parte de la familia, y a tener influencia.

—Contrajo matrimonio con Teo el Joven a principios del año pasado. —Sobre el regazo de Flossie apareció un abultamiento—. ¡No me hagas eso, Dick!—. El abultamiento descendió hasta la posición teórica de las canillas de mi interlocutora y dos pantorrillas peludas asomaron por los pies de la cama—. Teophilus el Viejo siguió al frente de los negocios hasta noviembre último, fecha en que murió de una indigestión de pipas de calabaza, vicio al que jamás logró sustraerse y que ya en ocasiones anteriores había puesto en peligro su vida.

El bulto de antes subió por las rodillas de Flossie como un topo en un corto de Walt Disney.

—Hábleme más de Tatiana.

—¡Dick, por favor! —se estremeció la rubia teñida.

—Eso no es lo que le he pedido.

El bulto estaba a la altura del estómago.

—Mistress Connally... Tatiana... ¡Dick, canalla!

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