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Authors: Jude Watson

Experimento maligno (4 page)

BOOK: Experimento maligno
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—No está. Ya he mirado en la habitación.

—¿Qué?

Al otro lado del pasillo, una puerta se abrió lo justo para dejar ver dos ojos de color naranja que les observaban.

—Vámonos —murmuró Obi-Wan—. Aquí no podemos hablar.

Cogió la pistola de Astri y se la puso en el cinto. No habló mientras bajaban en el turboascensor. Astri le miraba de reojo. Abrió la boca una o dos veces, pero decidió quedarse callada.

Él esperó hasta que salieron del hotel y se alejaron un poco. Se esforzó por mantener la calma. No quería mostrar su rabia pero no tenía el don de la serenidad de Qui-Gon.

—¿Qué hacías allí? —exclamó él—. ¡Podrías haberlo estropeado todo!

—Pensé que a lo mejor necesitabas ayuda...

—¡Eres cocinera, no una Jedi! —soltó Obi-Wan—. ¿Y cómo me encontraste? ¿Me has seguido?

—Leí la duralámina que dejaste —dijo Astri—. Reconocí los nombres. Eran los invitados de la cena de Jenna en nuestra cafetería. Y tú crees que uno de ellos era la cazarrecompensas.

Obi-Wan la miró sin poder creérselo.

—¿Y cómo supiste dónde se alojaba Reesa On? ¿Y cómo supiste que la cazarrecompensas era Reesa On? ¿Fuiste al Despacho Oficial de Relaciones del Senado también? ¡Eso podría alertarla!

Astri hizo un gesto con la mano.

—No tengo que pasar por canales oficiales. Soy la hija de Didi, ¿recuerdas? Aquellos que visitan el Senado no sólo pasan por un control de seguridad, también pasan por un control de delincuencia.

—¿Quieres decir que comprueban si tienen alguna orden de búsqueda? —preguntó Obi-Wan.

Ell sonrió burlona mientras rodeaba a un grupo de turistas.

—No quiero decir que los delincuentes les hacen un control. Nanno L'a y su banda tiene fichas de todos los comisionados y solicitantes que comparecen ante el Senado desde otros planetas. Nunca se sabe quién puede tener algo que merezca la pena robar. Así que hablé con Nanno. Él haría cualquier cosa por Didi. Me dio las señas de todos los nombres de la lista. Su banda tiene copias de los documentos de texto de cada uno de ellos. Y la única ficha que estaba en blanco era la de Reesa On. Tenía un par de datos de identificación, pero no había registros de transacciones económicas. Para alguien tan rico, es bastante raro. Así que supuse que Reesa On era una identidad falsa. Nanno sabía dónde se hospedaba. Así que fui hasta allí.

—¿Y cómo sabes que no estaba en su habitación? —preguntó Obi-Wan. Le irritaba un poco el hecho de que Astri hubiera sido capaz de centrarse en Reesa On más rápidamente que él.

—Estas casas de huéspedes suelen utilizar las cafeterías y los restaurantes cercanos para los servicios de comidas —explicó Astri—. Fui a la Parrilla Galáctica, que está bajando la calle, y le pedí a mi amigo Endami que me diera el código de servicio. Luego fingí ir a entregar un pedido y metí el código —ella se encogió de hombros—. Así entré. El código de servicio también te dice quién se aloja en cada habitación. Fue fácil.

¡Fácil!

—¿Entonces entraste en la habitación? —preguntó Obi-Wan irritado.

—Llamé a la puerta y dije que tenía un pedido que entregar —dijo Astri—. No respondió nadie, así que abrí la puerta.

—Pero si estaba cerrada.

Astri sonrió.

—Aprendí a saltar un cerrojo básico cuando tenía siete años, Obi-Wan. Y, en mi opinión, no creo que vuelva. Había una maleta, pero estaba llena de cosas dispuestas para hacer creer que había alguien.

—Si eso es verdad, me gustaría saber el porqué —gruñó Obi-Wan.

—Había un neceser personal nuevo con jabón y cosas para el baño, pero sin usar. Un par de túnicas nuevas y ropa de dormir sin estrenar. Yo creo que la cazarrecompensas no llegó a hospedarse allí nunca. Simplemente pagó el mínimo de dos semanas para poder tener una dirección oficial.

Obi-Wan pensó que probablemente Astri tenía razón. Era lo más cerca que podían llegar de adivinar la verdadera identidad de Reesa On. Frustrado, se dio la vuelta y echó a andar.

—¿Adonde vamos? —preguntó Astri.

—Tú te vuelves al Templo —dijo Obi-Wan—. Yo estoy intentando encontrar a Qui-Gon. Es cosa de los Jedi.

—Es cosa mía —Astri se detuvo en seco, obligando a Obi-Wan a pararse también—. Didi no va a despertar, Obi-Wan —dijo, con una profunda seriedad en sus ojos oscuros—. No sin esa antitoxina. Tú y yo lo sabemos. Y Reesa On es la pista principal para saber dónde está Jenna Zan Arbor. Tú crees que ella tiene a Qui-Gon, ¿verdad?

Obi-Wan asintió reacio.

—Por lo tanto, tengo las mismas razones para encontrar a Reesa On que tú. La cazarrecompensas podría llevarnos hasta Zan Arbor. Y tengo otra razón. Nanno me dijo que tras el asesinato de Fligh y la desaparición de Qui-Gon, las fuerzas de seguridad de Coruscant han puesto bajo orden de busca y captura a la cazarrecompensas. Y hay recompensa. ¿Lo entiendes? —Astri se retiró los rizos de los ojos con impaciencia—. Esto es lo único que puedo hacer por Didi.

Puedo encontrar la antitoxina y conseguirnos un buen pellizco. Lo único que tengo que hacer es encontrar a Reesa On.

Él negó con la cabeza.

—Es demasiado peligroso.

—Yo puedo ayudarte, Obi-Wan.

—¿Y qué vas a hacer?, ¿cocinar soluciones? —preguntó Obi-Wan escéptico.

—¡Sé hacer otras cosas! —protestó Astri—. ¿Tengo que recordarte que encontré a Reesa On antes que tú? Tienes que admitir que tengo algo de talento.

—No con una pistola láser —masculló Obi-Wan.

Lo pensó un instante. Conocía a Astri lo suficiente como para saber que si no la incluía, ella intentaría encontrar a la cazarrecompensas por su cuenta. Estaría más segura con él.

—Podemos ir juntos, pero con un par de condiciones —dijo él—. En primer lugar, no utilizarás la pistola.

—Pero necesito protección —protestó Astri—. Y cada vez tengo mejor puntería.

Obi-Wan frunció el ceño.

—Claro. Te faltaron sólo cinco centímetros para matarme en lugar de seis. Vamos a hacer un trato. Tenemos que esperar hasta que Tahl encuentre algo de información sobre Reesa On. Yo volveré al Templo contigo y escogeremos otro arma. A ver qué tal te va con una vibrocuchilla. Supongo que necesitas algo para protegerte.

—¿Y la otra condición? —preguntó Astri.

—Si la cosa se pone fea, tendré que pedirte que vuelvas al Templo —dijo Obi-Wan—. Un montón de créditos no le servirán de nada a Didi si tú mueres.

Astri dudó un momento.

—Sé que piensas que no tengo derecho a decirte lo que tienes que hacer —dijo Obi-Wan—. Es cierto. Pero represento a los Jedi. Tienes que confiar en nosotros, no sólo en mí.

Astri asintió sin mucha convicción.

—¿Entonces somos un equipo?

Obi-Wan asintió sombrío.

—Por ahora, sí.

***

Astri no tenía ni idea de cómo manejar una pistola láser, pero con la vibrocuchilla era una experta. Obi-Wan le dio una clase rápida de estrategia y defensa. La chica era ágil, fuerte y sorprendentemente rápida.

—Intenta permanecer detrás de mí o a mi lado —le dijo Obi-Wan—. Pero no te cruces con mi sable láser.

—No te preocupes —le dijo Astri.

La puerta de la sala de entrenamiento se abrió y Tahl entró apresuradamente. Se dirigió hacia la hija de Didi.

—Astri, ¿estas aquí?

—Sí.

—Tengo una pista —dijo ella—. No es mucho, pero es algo No pude encontrar nada sobre Reesa On, pero tuve un presentimiento y traduje el nombre al lenguaje de Sorrus.

—El planeta de la cazarrecompensas —dijo Obi-Wan a Astri.

—Por lo visto, "reesa on" significa algo en un oscuro dialecto sorrusiano —dijo Tahl—. Lo habla una tribu que habita una remota zona de Sorrus.

—¿Qué significa? —preguntó Astri.

Tahl apretó los labios.

—"Atrápame". De hecho, existe un juego infantil en la tribu que lleva ese nombre.

—Así que el nombre es una burla —dijo Obi-Wan—. Atrápame si puedes.

—Exactamente —asintió Tahl—. Tengo las coordenadas de la ubicación de la tribu. Dudo que la cazarrecompensas esté allí. Hemos enviado equipos Jedi tras otras pistas. La mayoría están trabajando en la búsqueda del laboratorio de Zan Arbor haciendo el seguimiento de los envíos de medicamentos. Es una pista pequeña, pero...

—Podríamos saber más sobre ella —dijo Obi-Wan.

—Y no tenemos nada mejor —afirmó Astri. Tahl ladeó la cabeza, como sopesando el significado de las palabras de Astri.

—¿Tenemos?

—Yo voy con Obi-Wan —declaró Astri.

Tahl negó con la cabeza.

—No puedes ir en misión Jedi, Astri.

—Pero esto no es una misión —discutió la chica—. No hay riesgos.

—Allá donde esté o pueda estar la cazarrecompensas habrá riesgos —dijo Tahl cortante—. No lo olvides.

Astri alzó la barbilla desafiante. Aunque Tahl no podía verla, supo captar su cabezonería. Frunció el ceño.

—Le prometí a Astri que podría venir conmigo —dijo Obi-Wan a Tahl—, La cazarrecompensas disparó a su padre Tahl. También tiene derecho a seguirla. Y correrá menos riesgos estando conmigo. La enviaré de vuelta al Templo en caso de que la cazarrecompensas esté en Sorrus.

—Esto no me gusta —declaró Tahl—. Tendré que hablarlo con Yoda. Te tienen que asignar un Maestro temporal, Obi-Wan. De no ser así, tendrás que quedarte en el Templo.

—Pero no voy a partir en misión, sólo voy a seguir una pista. Qui-Gon necesita mi ayuda —discutió Obi-Wan.

Vio la duda en el rostro de Tahl.

—He de encontrar a mi Maestro, Tahl —dijo Obi-Wan con firmeza—. Puedo sentir su presencia. Sé que me necesita. Déjame ir.

—Estoy segura de que vamos a romper un montón de reglas —murmuró Tahl.

Obi-Wan sonrió.

—Eso le gustaría a Qui-Gon.

Tahl sonrió también.

—Sí —dijo suavemente—. Hay una nave de transporte técnico que puede dejaros en la ciudad principal más cercana a la tribu del desierto...

Obi-Wan miró a Astri.

—Vámonos.

Capítulo 7

Qui-Gon ansiaba que llegara el momento de su liberación. No sabía cuándo se la ofrecería Zan Arbor, pero la necesitaba tanto que le resultaba difícil pensar en otra cosa.

Estar suspendido en aquel vapor, sin poder ver ni oír, era una tortura peculiar. Privado de sus sentidos, se sentía trastornado. Tenía que ser consciente de su mente en todo momento, mantenerla centrada en su entorno. Apenas podía mover los músculos, y los ejercitaba uno a uno cada media hora. Eso era un esfuerzo. La constante extracción de sangre estaba comenzando a menguar sus fuerzas.

Sabía que en el Templo le apreciaban por varias cosas: su fuerza física, su conexión con la Fuerza viva y su paciencia. Y ahora estaba suspendido en el aire de una estancia, y no podía hacer uso de ninguna de esas cualidades. Tendría que encontrar otras cosas que se le dieran bien.

La pérdida de la paciencia era lo peor. No podía apaciguar su desenfrenado deseo de ser libre. Soñaba con la libertad como el hambriento sueña con comer. Era demasiado para su enorme capacidad de aguante. Se dio cuenta de que le quedaban muchas cosas por aprender. ¿Cuántas veces le había oído a Yoda decir a un estudiante avanzado que, para un Jedi, llegar a controlar totalmente una habilidad no era más que el primer paso para llegar a comprenderla? ¿Cuántas veces le había dicho él lo mismo a Obi-Wan?

Cuanto más sabes, padawan, menos sabes.

Cuando todo aquello acabara, sabría lo que le quedaba por aprender sobre la paciencia.

¿Era su imaginación, o la niebla estaba empezando a disiparse? Qui-Gon miró hacia abajo y se vio los pies. Sí, el vapor se estaba esfumando poco a poco. ¿Significaría eso que Jenna Zan Arbor estaba a punto de liberarle?

No había hecho planes todavía para su primera salida. Su única intención era hablar con Zan Arbor de nuevo. Pensaba que así conseguiría pistas sobre el procedimiento a seguir.

El vapor desapareció. El corazón se le aceleró. Vio movimiento más allá de las paredes transparentes de la estancia.

—Veo que te agitas, Qui-Gon —la gélida voz de Zan Arbor penetró en la cámara—. Intenta contenerte. Tampoco vas a una fiesta.

Las paredes de la sala comenzaron a descender, desapareciendo en el suelo. Las rodillas de Qui-Gon se flexionaron, y cayó hacia delante. Sentir el suelo contra la mejilla fue como un regalo. Llevaba tanto tiempo privado del tacto que la textura de la piedra, su fría temperatura, era como lluvia fresca sobre la cara.

Vio las botas de Zan Arbor aproximándose, a centímetros de su nariz.

—He tenido hombres a mis pies, pero eso fue en mi juventud —comentó ella—. Qué alegría saber que sigo teniendo ese poder.

Él no iba a hablar hasta que estuviera seguro de la firmeza de su voz. Buscó en su interior la reserva de fuerza que sabía que seguía teniendo. Había protegido esa reserva durante las largas horas de su cautiverio.

No se puso de rodillas hasta estar seguro de que podría ponerse en pie. Se levantó con un único movimiento suave. Bloqueó las rodillas.

Siempre la había visto ricamente ataviada, con el pelo sofisticadamente arreglado. Y ahora, Jenna Zan Arbor llevaba una sencilla túnica blanca y unos pantalones. Él la recordaba más alta. Llevaba el pelo recogido hacia atrás y sujeto con un complicado pasador de plata.

—Pensé que eras el tipo de mujer que prefiere que la gente le mire a los ojos —dijo él.

Ella sonrió.

—Pocos pueden hacerlo. Dicen que intimido.

—Eso es lo que hace que los pocos que puedan hacerlo sean más valiosos.

—A mí ya no me interesan otros seres, ni las convenciones creadas por la mayoría de la galaxia —dijo Jenna Zan Arbor con frialdad—. No necesito amigos. Mi trabajo es lo único que me mueve. ¡Nil!

Un ser alto y delgado se acercó. Qui-Gon supo que procedía del planeta Quint. Los quint estaban cubiertos de un suave pelo y tenían la cabeza pequeña y ojos triangulares. Eran extraordinariamente rápidos. Nil tenía dos pistolas láser en el cinturón. Se llevó las manos de afiladas garras a ellas, y le dirigió una mirada despectiva a Qui-Gon.

—Vigílale —ordenó Zan Arbor a Nil—. Un Jedi puede ser un oponente formidable a pesar de estar debilitado y desarmado —se volvió hacia Qui-Gon—. Te advierto que mi sistema de seguridad es de última tecnología. Y si intentas escapar, Nil no dudará en dispararte. Qui-Gon no tenía intención de escapar. Sabía que estaba demasiado débil. Haciendo caso omiso de lo que ella había dicho, ignoró a Nil y volvió a su conversación.

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