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Authors: Greg Bear

Tags: #ciencia ficción

Eternidad (51 page)

BOOK: Eternidad
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Se desplazaron por el conducto hasta la nave.

—No recordaba que fuera esta nave —dijo Korzenowski—. Todas son parecidas.

Olmy apoyó la mano en un círculo trazado en el flanco de la fallonave y una escotilla se abrió en silencio. El interior olía a limpio y a metal, a aire no respirado y a mobiliario ajustable. La luz que salió de él bañó el metal y la piedra del muro del conducto. Entraron.

Olmy se deslizó por líneas de campo hasta los controles. Korzenowski se dirigió a la proa transparente. Por dentro, la nave era un cilindro sombrío y silencioso interrumpido por las formas redondeadas de muebles sin formar.

¿No hay restricciones que te impidan usarla?, preguntó el jart.

No lo creo, respondió Olmy. En otra época había tenido los privilegios de senador del Hexamon, con las ventajas añadidas de sus contactos en las fuerzas de defensa; por lo que sabía, esa situación no había cambiado. Estaba seguro de que la nave respondería a cualquier instrucción que le impartiera. Las fuerzas de defensa no se esperaban que apareciera un renegado, aunque no era la primera vez que Olmy desempeñaba ese papel. Y menos que ese renegado robara una fallonave y se fuera Vía abajo.

Con la influencia del presidente —y con una pequeña ayuda de Tapi, que estaba atento y todavía en Thistledown—, lo lograrían.

Olmy insertó las manos en los hoyuelos de control y creó un campo de anclaje en torno de la nave. En el túnel oscuro, sombras verdes y rojas bañaban las paredes de roca y metal. Lentamente la nave avanzó hacia la cabina.

Korzenowski, a proa, usó el píctor para ordenar que la cabina aceptara la intrusión. Atravesarían la cabina y entrarían en contacto con la falla. La falla atravesaría el centro de la nave, por un pasaje que daba a la nave su forma de U. Cuando la nave se conectara, el extremo abierto de la U se cerraría y las grapas de la nave aferrarían la singularidad alargada. A una orden de Olmy, las grapas se hundirían en determinado ángulo, y la falla desplazaría la nave hacia delante.

—Mi parcial está dando el último aviso de evacuación —dijo Korzenowski—. El pliegue de la Vía empezará a formarse dentro de seis horas. Para entonces deberíamos estar muy lejos Vía abajo.

Olmy asintió. Tapi podría dejar un parcial de sí mismo para supervisar las operaciones, al igual que harían otros integrantes de las fuerzas de defensa, pero no habría ningún ser vivo a bordo de Thistledown.

—¿Estás cansado de la vida, ser Ingeniero? —preguntó Olmy, sin que viniera a cuento.

—No lo sé. Estoy cansado de no conocer mi identidad. Olmy asintió.

—Por el conocimiento de nuestra identidad —dijo, brindando con una copa imaginaria. Guió la nave lentamente, a través de la cabina y sobre la larga y vertiginosa cinta de la singularidad.

73
Thistledown

Los últimos archivistas y arqueólogos retiraron sus cientos de miles de parciales de la segunda y tercera cámaras, donde habían realizado un examen final de las ciudades de Thistledown. Por falta de tiempo, habían pasado por alto las demás cámaras.

Habían rescatado el contenido de Memoria de Ciudad de Thistledown y las diversas bibliotecas; sólo faltaban las fuentes de información reservada, los bancos acumulados con el correr de los siglos por individuos que desconfiaban de los enlaces directos con las bibliotecas. Quién sabía cuánta historia se perdería si esos bancos privados eran destruidos para siempre.

Lo que frustraba a los archivistas era que el Hexamon, antes de la Secesión, había tenido siglos para explorar las ciudades desiertas, y había prohibido la mayoría de las exploraciones por la remota posibilidad de que resultara afectada la sexta cámara. Después de producirse la Escisión, los archivistas habían creído que tenían todo el tiempo necesario, sin imaginarse que llegaría un día como aquél.

Las fuerzas de defensa se retiraron con los últimos archivistas. Ahora sólo quedaban algunos individuos suicidas o amantes de las emociones, y Parren Siliom, dispuesto a expiar su decisión, aunque hubiera sido correcta.

Estaba en la suite alta y austera que daba sobre la ciudad de la tercera cámara, pictografiando diseños artísticos en torno de sí, aguardando pacientemente. Nadie sabía que estaba allí, ni dónde estaba. Eso le evitaría el engorro de un rescate de último momento, si alguien tenía la rudeza de interrumpir la marcha de un ciudadano hacia la extinción.

No había indicios de la inminente destrucción. Thistledown tenía un aspecto estable; la luz de los tubos era regular y brillante.

74
La Vía

—Estoy fijando la aceleración en una G para los primeros minutos —dijo Olmy. Le preguntó al jart:
¿Sabes dónde estará tu gente?

Las estaciones de singularidad están separadas por intervalos de cinco millones de kilómetros en territorio jart. Primero encontraremos defensas y barreras en la falla.

Entonces no deberíamos viajar muy deprisa, ¿verdad?

A menos de un quincuagésimo de c.
Es el máximo para todas nuestras naves en la falla. Cualquier cosa que supere esa velocidad es destruida automáticamente.

Supongo que tendrás un modo de avisar a tus superiores de que no venimos en son de guerra.

Cuando llegue el momento, intervendré a través de ti.

Olmy tenía al menos la ilusión de que ahora poseía el control; no deseaba perderlo de nuevo. Explicó la situación a Korzenowski.

—Estaremos un millón de kilómetros Vía abajo al iniciarse el pliegue —dijo el Ingeniero. Pictografió sus cálculos a Olmy, quien comprendía al menos los factores de aceleración de destrucción de la Vía, la velocidad requerida para escapar de la destrucción y cuánto tiempo tendrían en su ignoto destino para hacer lo que el jart juzgaba necesario.

¿Era esto aquello para lo cual se había preparado durante los últimos años?

Había pensado que se preparaba para la guerra, no para una ridícula misión Vía abajo en cumplimiento del cometido cuasirreligioso de un jart oculto en su interior. Pero sabía que podía considerarse afortunado. Al menos su error no destruiría el Hexamon. Su propio sacrificio, comparado con evitar semejante desastre, carecía de importancia.

Pidió una imagen del casquete sur de la séptima cámara, que se alejaba lentamente a popa. La pantalla no mostró otras defensas activas que los sensores profundos y los campos de adquisición automática de blancos.

Sin sensación de movimiento —la fallonave tenía su propio sistema interno de amortiguación— comenzaron a acelerar a una G.

—Allá vamos.

Korzenowski imaginaba una y otra vez la secuencia de acontecimientos que se producían ahora en la maquinaria de la sexta cámara. Ciertos centros de control sufrirían averías planificadas al cabo de unos minutos. Otros mecanismos intentarían compensar las averías. Durante un tiempo lo conseguirían, pero serían sometidos a tensiones y contradicciones de diseño que provocarían su fallo irremediable. Los nodos de proyección tratarían de apagarse el tiempo suficiente para permitir que los operarios robot y los remotos corrigieran el desequilibrio; cuando no se hicieran esas reparaciones y los nodos tuvieran que encenderse de nuevo para evitar su propia destrucción en la creciente inestabilidad de la Vía, todas las máquinas de la sexta cámara fallarían.

Se iniciaría el pliegue.

La Vía resultaría enseguida inhabitable. Las constantes físicas fundamentales cambiarían rápidamente, y la materia que quedara en la Vía dejaría de existir, para convertirse en radiaciones que no existían en el espacio y en el tiempo normales. Estas radiaciones decaerían rápidamente y se convertirían en partículas de altísima energía semejantes a fotones, que se filtrarían por el pliegue y aparecerían en las regiones cercanas a Thistledown, y en regiones escogidas al azar en un radio de cien mil años luz alrededor del Sol. Al entrar en el espacio normal, cobrarían la forma de verdaderos fotones y se manifestarían como fogonazos de azul Tcherenkov.

Korzenowski estaba al borde de las lágrimas. A diferencia de Olmy, él nunca se había modificado para eliminar esas muestras de emoción. Sentía una profunda tristeza que se extendía a la parte de él que era Patricia Vasquez. El Misterio que habían compartido, aunque estuviera impregnado por las obsesiones de Patricia, sabía lo que se destruiría, lo importante que había sido para el Ingeniero y hasta qué punto había formado parte de su existencia.

—Está empezando —le dijo a Olmy.

Ry Oyu avanzó desde la sombría popa de la nave, sorprendiendo a Korzenowski.

—Se agradece profundamente tu valentía —dijo. Korzenowski movió la cabeza lentamente.

75
Axis Euclid

Suli Ram Kikura ya no estaba arrestada en el apartamento. Era una mujer libre para contemplar la confusión y las contradicciones de las últimas semanas.

Sospechaba que Olmy desempeñaba un papel protagonista en todo aquello. Tal vez incluso supiera qué estaba sucediendo. Nadie más lo sabía.

Su sentido del deber, no obstante, pudo más que la furia y la frustración. Ante todo debía asegurarse de que la destrucción de Thistledown, en caso de producirse, no pusiera en peligro los cuerpos orbitales ni la Tierra. No tenía conocimientos técnicos suficientes para sacar conclusiones por sí misma, ni siquiera usando sus implantaciones a toda capacidad.

Por el momento, se contentaba con tener sus líneas de comunicación abiertas y sin vigilar. Decidió ponerse en contacto con Judith Hoffman.

Cuando llamó a la residencia de Hoffman en Sudáfrica, le aguardaba un mensaje transmitido por un parcial con instrucciones de hablar sólo con algunas personas, Ram Kikura entre ellas. El parcial explicó que Hoffman había estado en Thistledown hasta el último momento y que ahora regresaba a Axis Euclid en una lanzadera. El parcial deseaba concertar una reunión cuanto antes. Si el Hexamon no cerraba los canales, podría hablar ahora con su primaria. ¿Deseaba hacerlo?

Ram Kikura, habitualmente reacia a molestar, no titubeó esta vez.

—¿Puedes abrir un canal? Te estaré muy agradecida.

El parcial de Hoffman realizó las operaciones necesarias, encontró los canales disponibles y la exhausta y compungida Hoffman apareció en el salón de Ram Kikura, sentada en un mueble ajustable dentro una lanzadera blanca.

—¡Suli! —exclamó, simulando alegría en un intento de ser cortés—. Esto es una calamidad. No pudimos tener acceso a un tercio de lo que deseábamos. Si se destruye todo, perderemos muchísimo.

—¿Sabes lo que está ocurriendo?

—¡Ni siquiera es confidencial! —dijo Hoffman, agitando los dedos—. El ministro canceló todas las medidas de seguridad...

—Lo sé. Estoy libre.

—La reapertura es un desastre. Dicen que había inestabilidad en la Vía, pero no puedo creer que Korzenowski no pudiera tomar medidas contra eso.

—¿Mirsky? —sugirió Ram Kikura. Hoffman se frotó el cuello.

—Fuimos advertidos.

El color de la imagen cambió. Inquisitiva, miró a la izquierda —tal vez hacia una ventana— y una expresión de sorpresa se apoderó de su rostro.

—¿Qué sucede? —preguntó a otros que tenía cerca.

Ram Kikura oyó el murmullo de otras voces.

Miró por su propia ventana el arco de oscuridad que se veía más allá de lo que había sido el pasaje de la falla. Esa región ya no era oscura, sino que emitía un fulgor azul fantasmagórico.

—Algo está sucediendo —dijo Hoffman—. La transmisión... Hoffman se desvaneció en un silencioso hervor de líneas blancas. Ram Kikura pidió una imagen del exterior del distrito, y añadió:

—¿Dónde está Thistledown? Muéstrame ese cuadrante.

Un círculo azul radiante apareció en medio del salón, fascinante y perturbador. No anulaba el resplandor de las estrellas que se veían más allá de la Tierra.

—Thistledown —ordenó—. Muéstrame dónde está Thistledown.

La proyección de una línea roja serpenteó en torno del objeto blanco y parpadeó. El fulgor no procedía de Thistledown, ni estaba limitado a las inmediaciones de la nave estelar, sino que parecía venir del espacio, de todas partes.

El objeto delgado cobró más brillo.

—Ampliar —ordenó.

Sabía que en toda Axis Euclid, miles de ciudadanos pedían la misma imagen. La imagen de su proyector fluctuaba en ocasiones cuando intervenían los amplificadores y separadores de señal del distrito.

Thistledown apareció ampliada con todo detalle, rodeada por una aureola azul aún más brillante. El polo norte apuntaba en dirección contraria a la Tierra y los distritos, pero el polo sur relucía. Anillos concéntricos y expansivos de puntos luminosos se formaban más allá del polo sur, seguidos por anillos aún más brillantes y sus aureolas.

Los motores Beckman estaban encendidos, sin duda. Thistledown no había usado esos motores desde la Secesión; ahora la nave asteroide se alejaba de la Tierra y los distritos orbitales.

Lo que antes había sido sólo una especulación intelectual era una realidad. Thistledown se preparaba para su muerte.

Intuyó que Olmy aún estaba a bordo, o muy cerca de Thistledown, tal vez en la Vía.

Ram Kikura, como Olmy, no tenía los medios para llorar. Se sentó en un silencio tenso , mirando mientras los sensores de Axis Euclid rastreaban Thistledown. ¿Cuánto tiempo?

El resplandor de los motores Beckman aumentó hasta que la pantalla tuvo que ajustar el brillo. El penacho de materia destruida se reflejaba en el cráter del polo sur y trazaba una pincelada violácea contra ese azul antinatural. Los colores y las circunstancias iban contra la razón; Ram Kikura tenía la sensación de estar mirando un entretenimiento artificial que describía algo lejano y hermoso pero poco plausible.

Duele, pensó, mientras sus implantaciones procuraban compensar la sobrecarga emocional. Sé que está ahí. Y ése es mi hogar, el lugar
donde nací, crecí y trabajé... dentro de la Vía.

Apenas soportaba mirar, pero no se movió.

Le debía esto a su pasado: sentarse a presenciar su muerte.

76
Tierra

Cientos de miles de personas salieron a mirar el etéreo cielo nocturno. En Melbourne había un frenesí religioso, y disturbios. Karen oyó los ruidos, una ola distante y gruñona, desde el balcón de su habitación del hotel. Le habían ordenado que se tomara una semana de vacaciones después del episodio del campo de evacuados, un regalo que no apreciaba, pues no le dejaba más ocupación que pensar.

Miró con calma el espectáculo. Las maravillas se habían multiplicado en su vida; después de los acontecimientos de las dos últimas semanas, casi las esperaba. Tenía la vaga idea de que ese fulgor estaba relacionado con Thistledown, pero la nave estelar no estaba a la vista.

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