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Authors: Juan Ignacio Carrasco

Tags: #Terror

Entre nosotros (31 page)

BOOK: Entre nosotros
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—Sí, estoy de acuerdo, y yo añadiría lo de cortarles la cabeza —señaló Gabriel—. Aunque no tengo muy claro por qué, se ve que hay que hacerlo.

—Muy bien —dijo Arisa apuntando estaca, luz solar y poniendo entre interrogantes la espada—. Yo creo que lo importante de la estaca es que es de madera, por lo tanto, podríamos utilizar una ballesta para disparar flechas de madera. Eso lo hemos visto en
Abierto hasta el amanecer
y en
Van Helsing
.

—A mí no me acaba de convencer eso —dijo Gabriel—, lo veo demasiado peliculero.

—Pues a mí me parece que puede funcionar —replicó Arisa—. No pasa nada por tenerlo en cuenta y practicar algo de tiro.

—Algo de tiro y cómo clavar una estaca en un corazón —apunté yo—. ¿Qué se supone que necesitamos para aprender a hacerlo?

—Necesitaremos saber algo de anatomía y utilizar algún maniquí de goma o algo así para practicar el estacazo —dijo Gabriel—. ¿Sabéis algo de anatomía?

—Yo sé encontrar el corazón en un cuerpo —dijo Arisa—. Hice un cursillo de primeros auxilios y aprendí a hacer masajes cardíacos, por lo que os puedo enseñar la situación exacta del corazón.

—De anatomía, solamente sé que el cerebro humano pesa cuatro kilos, pero no sé por qué lo sé —dije yo—. Bueno, también sé por un documental que vi que la carne de cerdo es la más parecida que hay a la del ser humano.

—Entonces para practicar cómo clavar la estaca, podríamos utilizar un cerdo, ¿no? —dijo Gabriel.

—¿Un cerdo, cariño? —preguntó Arisa.

—Sí, mejor eso que utilizar a Abel, aunque a lo mejor no se notaría la diferencia —dijo el graciosillo de Gabriel, riéndose como un idiota—. Un cerdo, hemos de comprar un cerdo y unas estacas.

—Y unos mazos —apunté yo.

—Y una ballesta —acabó diciendo Arisa.

—¡Y dale con lo de la ballesta! —dijo Gabriel resignado con el capricho de su novia.

A la mañana siguiente fuimos de compras, pasando antes por la estación de servicio para que Peter nos indicara dónde encontrar un matadero, una carpintería o una serrería y una tienda de armas o de deportes. El bueno de Peter nos hizo un par de mapas y nos volvimos a dividir en dos grupos para ganar tiempo. Pensé que Arisa y Gabriel querrían ir juntos a comprar, pero se ve que no mezclaban el trabajo con el placer, y ella, y yo volvimos a formar equipo. En principio, debido a que nosotros llevábamos el Honda, debíamos ir a comprar el cerdo, pero Arisa no quería ir al matadero, así que acabamos cogiendo nosotros el escarabajo alemán para ir a comprar las estacas y la ballesta, mientras Gabriel se encargaba de adquirir un puerco muerto.

Desde que Arisa y Gabriel se habían hecho novios, o lo que fuera, ella había sufrido algunos cambios interesantes. No me refiero a esa especie de cabreo por todo que cada dos por tres sacaba a relucir, pues eso no era una novedad, sino a que estaba esplendorosa. Irradiaba algo que la hacía muy atractiva e interesante. Quizá fuese el verano. Quizá fuesen mis hormonas. Quizá fuese el hecho de que al tener pareja, le daba un toquecillo de fruto prohibido que la hacía más interesante. Yo no entiendo mucho el mundo femenino, creo que lo he dejado claro más de una vez, pero suelen ser las mujeres las que encuentran más interesantes a los hombres con pareja. Un amigo de mi padre le contó una vez que se pasó dos años sin comerse un rosco, que parecía que las mujeres le rehuían, incluso las que no rehuyen a nadie. Fue algo traumático para el pobre. Al final se echó novia y entonces empezaron a salirle ligues por todas partes. Mi padre, con su extraña filosofía sobre la existencia humana y después de una de sus meditaciones, le dijo que eso podía ser por dos motivos: A) porque las mujeres no se fían de los hombres, ya que la mayoría de ellos siempre van a lo mismo, a disfrutar sin comprometerse y, por lo tanto, un hombre comprometido o con pareja es más fiable, y B) por tocar las narices a la novia de turno. Yo sé que tengo un lado femenino muy desarrollado, al menos es a la conclusión que llegué tras la primera crisis después de dejar a Mary —ya que al final resultó que fui yo el que la dejó a ella—, pero en mi caso no creo que fuera por ninguna de esas razones, sino porque Arisa se sentía más segura de sí misma, incluso más atractiva, y eso lo manifestaba exteriormente, aunque de manera inconsciente.

Ese día concreto estaba guapa porque sí y eso que no llevaba un atuendo provocativo ni llamativo, solo llevaba una falda a la altura de las rodillas que a mí me pareció muy mini y una camiseta de un grupo muy cutre,
The Beetles
. El grupo era muy cutre, pero la camiseta aún más, pues el imbécil que la había diseñado no sabía ni escribir, ya que en vez de
The Beetles
, había escrito
The Beatles
. Le comenté a Arisa que era curioso que fuésemos en un coche que se llamaba igual que el grupo de su camiseta, y ella me dijo que no, porque el coche era un beetle y esos cuatro barbudos mal peinados eran beatles. Pobrecilla, era de alabar su intento de integrarse en el país y ser una americana más, como hacen muchos extranjeros, pero al final siempre la cagan con tonterías como estas. El idioma es lo que tiene. A parte de llevar una falta de ortografía garrafal en el pecho, Arisa me demostró que de música no tenía ni idea. Yo sé poco de música, algo de country y alguna canción de
Barrio Sésamo
, pero ella ni eso porque decía que
The Beetles
era el mejor grupo de la historia, que habían revolucionado la música y que habían hecho canciones tan buenas e importantes como… o como… Yo no le dije lo que pensaba de esa gentuza para no discutir con ella, pero todo el mundo sabía que eran muy mala gente. De niño vi un documental donde, supongo que a modo de castigo, llevaban a niñas inglesas a los conciertos de
The Beetles
. Las pobres no hacían más que llorar y gritar, seguramente pidiendo auxilio o que las sacaran de allí. El más malo del grupo era un tal Paul porque cuando aparecía en acción, las chiquillas se volvían locas de desesperación. No hace falta ser un vampiro para sembrar el pánico. Luego me enteré de que su guitarrista se cambiaba de sangre cada año en Suiza y que se había esnifado las cenizas de su padre. Mala gente, lo que digo. Ah, e hicieron un disco que para abrirlo tenías que bajar una bragueta. No sé, quizá a los intelectuales del tipo de Arisa a veces les gusta mostrar un lado oscuro y underground, y por eso llevaba la camiseta de
The Beetles
.

Los establecimientos que teníamos que visitar esa mañana estaban en la misma calle. Primero fuimos a una armería y Arisa pidió que le enseñasen las ballestas que estaban colgadas en una de las paredes. Yo no opiné en ningún momento porque el tema de las ballestas era algo que, en principio, nos había parecido a Gabriel y a mí un capricho inútil de la chica y nada más. Arisa eligió dos ballestas, adquirió un paquete de dianas de papel con contorno humano y al ir a pagar enseñó al dependiente un par de carnets. Luego me explicó que no sabía si hacían falta para comprar las ballestas, pero que uno de los carnets era de licencia de armas y el otro de deportista federada en tiro.

—¿Eres tiradora federada? —pregunté.

—Sí, ¿te extraña? Patadas no pego, pero sí, soy tiradora federada desde hace seis años —me contestó.

—Pues me extraña.

—Mi padre nos enseñó a disparar a mí y a mi hermano —me explicó—. Mi padre estuvo a punto de ir a los Juegos Olímpicos de Seúl, pero se lesionó. Él tira con carabina y yo también, pero además tiro con arco.

—Me dejas pasmado. ¿Y eres buena?

—Hace un par de años que no practico. Me lesioné tirando arco y lo dejé para centrarme en los estudios, pero hasta entonces no era mala. Tampoco para ganar campeonatos, pero en carabina podía dar guerra. En arco no tanto porque para tirar bien has de dedicarle muchas horas.

—¿Por eso has dado tanta lata con lo de la ballesta?

—A ver, cuando la vi en esas películas, me pareció algo que podríamos probar. Piensa que los tiradores apuntamos a dianas muy pequeñas en comparación con el tamaño del corazón, así que lo he de hacer muy mal para no acertar si he de utilizarla contra un vampiro.

—¿Me podrás enseñar?

—Mi intención es enseñaros a los dos algo de tiro, pero antes de eso he de practicar porque la ballesta es una mezcla de arco y rifle y he de cogerle el tranquillo. De todas maneras, he comprado dos para eso. Esta tarde practicaremos un rato si Gabriel trae al cerdo, pero tú no le digas que sé tirar un poco. Quiero ver la cara que pone si hago un disparo y acierto a la primera.

Dejamos las ballestas en el coche, pero Arisa cogió una de las flechas para pedirles a los de la carpintería que le fabricasen una docena con la madera más dura que tuvieran. Las flechas de la ballesta tenían la punta metálica, y necesitábamos que fuera una punta de madera la que se incrustase en el corazón de los vampiros o, al menos, eso es lo que dedujimos después de ver las películas. De camino a la carpintería, pasamos al lado de un edificio en construcción y uno de los albañiles que trabajaba allí, poeta en sus ratos libres, le lanzó un piropo a Arisa. Aquel hombre dijo algo así como que «la culpa fue de
yokono
». Debe de ser alguna especie de frase hecha para ligar con japonesas, que soy incapaz de entender, pero que se ve que a Arisa le hizo gracia, ya que miró a aquel hombre, asintió con la cabeza y después le hizo una especie de reverencia. Seguramente
yokono
significa «chica preciosa» en japonés, aunque puede tener otro significado, ya que no me acaba de cuadrar el resto de la frase.

En la carpintería pedimos que nos hicieran cuatro estacas. Dijimos que eran para delimitar un terreno en el que plantar un pequeño huerto al lado de casa. Luego Arisa les dio la flecha, y les pidió que hicieran una docena como aquella y que afilasen las puntas. El encargado de la carpintería preguntó para qué eran, y ella le contestó que se iba a presentar a un campeonato de tiro que intentaba recrear armas antiguas y el hombre se lo creyó. Aprovechando que estábamos allí y que también tenían una sección de venta de herramientas, compramos dos mazos para utilizarlos con las estacas. El encargado nos dijo que las flechas estarían disponibles a primera hora de la tarde y quedamos en volver entonces a buscarlas.

Regresamos a casa, y Gabriel ya había vuelto de comprar el cerdo. Lo bajamos al sótano y lo dejamos encima de un congelador que al parecer estaba estropeado y que nadie se había preocupado de sacar de allí, ni siquiera el servicial Meter. Arisa nos pidió que colgásemos al cerdo de una viga del techo, utilizando el gancho metálico que le habían dado a Gabriel en el matadero para que pudiera transportar el bicho con más comodidad. Obedecimos a regañadientes, porque aquel condenado pesaba como un muerto, posiblemente porque lo estaba, y lo colgamos del techo. Arisa salió del sótano corriendo, y un par de minutos después regresó con una de las ballestas y una barra de carmín con la que pintó un corazón de enamorados en el lomo del cerdo. Después de eso, se fue a la otra punta del sótano y nos pidió que nos quitásemos de en medio. Sacó dos gomas de uno de sus bolsillos y se hizo dos coletas. Estaba más espectacular que nunca, y yo descubrí que no era de piedra. Apoyó la culata de la ballesta sobre su hombro derecho, apuntó hacia el animal y clavó la flecha en el centro del corazón de carmín.

—Mucho más fácil de lo que pensaba —dijo, mientras arrancaba la flecha del cuerpo del animal—. Esta tarde practicaremos con las flechas de madera.

Supongo que Gabriel se quedó más alucinado que yo porque no sabía que su novia era tiradora, pero de todas maneras mi nivel de alucinación era de cantante moderno saliendo de una discoteca de moda. Los poetas pierden el tiempo escribiendo poemas sobre mujeres maravillosas y bellas, pero estoy seguro de que ninguna de esas musas le había clavado a un cerdo una flecha a diez metros de distancia. Aquello sí merecía un poema, aunque no sé si por el flechazo o por las coletas.

Bajamos el cerdo y lo volvimos a colocar encima del congelador averiado. Teníamos que probar a clavarle la estaca. Antes de hacerlo, Arisa dibujó un triángulo con la punta hacia abajo y dijo que eso simularía el esternón. Hizo eso porque, para enseñarnos dónde estaba el corazón, teníamos que poner tres dedos juntos por debajo del esternón y desde allí tres dedos hacia la izquierda del bicho. Ahí se suponía que encontraríamos el corazón del vampiro cuando llegase el momento de dar el estacazo. Lo que queríamos lograr con las prácticas de estacazos era comprobar si la estaca se clavaba fácilmente en la carne y adquirir la suficiente maestría para hacerlo de un solo golpe. Bien, la estaca se clavó con cierta facilidad en la carne, pero lo de hacerlo en un solo golpe nos costó algo más, sobre todo a Arisa, que no parecía tener fuerza suficiente para ello, razón por la que decidimos que, por ahora, Gabriel y yo nos dedicaríamos a lo de la estaca y ella a apoyarnos con la ballesta.

A primera hora de la tarde, Arisa y yo fuimos a buscar las flechas de madera a la carpintería. En vez de una docena, nos hicieron veinte flechas, ya que al parecer habían utilizado un bloque de madera para las doce primeras que iba a quedar inservible para hacer cualquier otra cosa, más allá de cuñas para puertas, y era una pena desperdiciar aquella dura madera con esas cuñas. Tuvieron el detalle de no cobrarnos las ocho flechas de más, aunque nos pidieron que si ganábamos algún premio en ese concurso publicitáramos la carpintería al recoger el trofeo. Ya en casa, Gabriel y yo volvimos a colgar el puerco del techo del sótano, pero mi amigo dijo que no quería practicar tiro porque entendía que con dar golpes de estaca tenía más que suficiente. Además, nos dijo que quería ir a comprar dos cosas que se nos habían pasado por alto: hielo para conservar el cerdo y una espada para cortar cabezas de vampiros muertos; muertos por segunda vez.

Antes de empezar las prácticas de tiro, Arisa dibujó en la culata de su ballesta unas letras japonesas que traducidas decían: «La voluntad está en el corazón». Entonces me explicó que ella entendía que si estaba allí, en un sótano húmedo, para practicar con un cerdo lo que a lo mejor después debía hacer con un vampiro, en el fondo era por lo que sentía por Gabriel. Ese comentario me dio una idea y subí a mi habitación a buscar el corazón de escayola de Mary. Luego, ya en el sótano, lo pegué con cola, de un bote medio vacío que encontré por allí, en la culata de mi ballesta.

—¿Qué es M.Q.? —me preguntó Arisa al ver el corazón con las tres equis y las dos iniciales.

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