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Authors: Christie Golden

Tags: #Fantástico, Infantil juvenil

El vampiro de las nieblas (7 page)

BOOK: El vampiro de las nieblas
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Ni un solo animal atacó a Petya ni a Anastasia. La muchacha seguía manipulando el pañuelo hasta que, por fin, Petya quedó libre; la tomó de la mano y bajaron los escalones ruidosamente. Una enorme loba gris percibió el movimiento y giró la peluda cabeza hacia ellos con un gruñido. Entonces Petya se agachó a recoger un palo nudoso que uno de los hombres de la taberna había dejado caer, situó a Anastasia a su espalda y levantó el bastón rechinando los dientes. La loba se dirigió despacio hacia ellos, con las patas tensas y los pelos de la espalda erizados; sus ojos despedían un brillo ambarino.

—¡No es necesario, Petya! —advirtió una voz en tono reprobador. El joven tragó saliva, y Jander se presentó ante él con una leve sonrisa—. La manada me obedece —añadió, y se volvió hacia la loba.
Cálmate, hermana; cálmate

Descontenta por su papel, la gran hembra gris se sentó, aunque todavía gruñía y mantenía las orejas replegadas sobre la cabeza. Jander miró alrededor y estableció contacto visual con el resto de la horda al tiempo que lanzaba órdenes silenciosas; fue obedecido al momento, si bien de mala gana.
Gracias, hermanos. Ahora podéis retiraros
.

Todos a una dieron media vuelta y desaparecieron entre las sombras sacudiendo la cabeza para limpiar sus sensibles hocicos del pegajoso olor a humanidad. Segundos más tarde, no quedaba el menor rastro de ellos.

Petya y Anastasia miraban a Jander boquiabiertos. La muchacha comenzó a gemir débilmente, desbordada ya por la tensión de los sucesos. De inmediato, el joven gitano la rodeó con un brazo protector sin dejar de mirar a Jander.

—¿Qué eres? —preguntó en un tono que no traslucía el temor que Jander olía.

—No soy más que un viajero de otras tierras —repuso enarcando las cejas en fingido gesto de ofensa—. Te he salvado la vida esta noche, Petya. ¿Qué otra cosa debe hacer un desconocido para granjearse tu confianza? Me dijiste que sabías cómo trataban aquí a los recién llegados, ¿lo has olvidado?

—Jamás había visto a una persona como tú —replicó Petya, abochornado—. Perdóname si todavía desconfío de ti. Sin embargo —concedió—, estamos en deuda contigo. ¿Cómo podríamos pagarte?

—Marchaos de aquí antes de que los aldeanos comiencen a sospechar. Anastasia —añadió amablemente—, lo mejor sería que te despidieras de Petya. No creo que vuelva más por el pueblo; le dispensarían un recibimiento poco cordial.

Anastasia, que había contenido las lágrimas, miró a su amante llena de angustia.

—Nuestro salvador —terció Petya, que aún miraba desconfiadamente a Jander— tiene derecho a pedírnoslo, mi amor. Nos despediremos aquí. Creo que mi gente levantará el campamento antes de lo previsto. —Hizo un gesto de lamentación—. Mi padre va a castigarme con el látigo antes del amanecer por las monedas que nos va a costar la retirada.

Con afecto sincero, tomó a la muchacha entre los brazos por última vez y le besó la cabeza mientras ella lloraba sobre su pecho. Después, Anastasia se separó de él y se pasó la mano por la húmeda mejilla con un profundo suspiro para recomponerse.

—Buen caballero, no sé tu nombre y no puedo darte las gracias apropiadamente —dijo la muchacha con voz trémula.

Jander echó un vistazo a la plaza, preocupado por si los aldeanos comenzaban a salir otra vez de sus agujeros.

Al parecer, el truco había funcionado a la perfección porque todas las puertas y ventanas seguían cerradas.

—Me llamo Jander Estrella Solar.

—Entonces, Jander Estrella Solar, te entrego mi amistad; jamás olvidaré lo que has hecho por nosotros esta noche.

Las lágrimas amenazaban con abrumarla de nuevo, y se mordió el labio inferior; no quería volver a llorar, de modo que se lanzó a la carrera hacia la casa de su padre. Los ojos de Petya, más sombríos que de costumbre, la siguieron.

—¿Es tu verdadero amor? —Jander no pretendía ser tan sarcástico, pero las palabras salieron así.

Pero Petya, ajeno a cualquier provocación en esos momentos, se limitó a sacudir la cabeza negativamente.

—No, pero le he tomado cariño y no quisiera que sufriese. Tiene espíritu, algo inusitado en este pueblo. —Se giró y miró a Jander de frente, con los puños en las caderas; para su corta estatura, se sentía muy seguro de sí mismo. Tenía el rostro lleno de heridas y sangre pero no prestaba atención al dolor—. Te debo la vida, y nosotros los vistanis no nos tomamos esas deudas a la ligera. Jander Estrella Solar, seas lo que seas, esta noche me has dado prueba de amistad, y yo te ofrezco lo mismo. —Hizo una pausa y se humedeció los labios—. Te invito a venir conmigo al campamento, donde recibirás los honores que mereces. —Se inclinó profundamente.

—Petya de los vistanis, me honra sumamente visitar vuestro campamento.

Jander sonrió en su fuero interno. El plan de ganarse la confianza del gitano había dado resultado. Petya sonrió a su vez por la gentil respuesta.

—Entonces, partamos. Por aquí —indicó, tomando el camino del oeste; Jander lo siguió.

Las luces de la aldea se desvanecieron tras ellos, y la noche se cerró a su alrededor.

La mayoría de las viviendas estaban situadas dentro de los límites del pueblo aunque se veían algunas casas aisladas a lo largo del camino de polvo. Un reducido rebaño de ovejas destacaba como un espectro sobre el verde oscuro de los prados.

—Habíame de ti, Jander Estrella Solar; no creo que seas de estos lugares.

—¿Por qué lo dices? —respondió mirando a su compañero.

—Todos los que habitan por aquí se parecen a los aldeanos.

—Sin embargo, los tuyos también viven aquí y tú no tienes el carácter de los barovianos —señaló Jander.

—Nosotros somos viajeros.

—Pues yo también.

—Quizá sea así. —Petya sonrió, y sus dientes blancos lanzaron un destello en la oscuridad—. ¿A qué raza perteneces?

—Soy elfo. —Esa palabra provocó en el gitano una respuesta inesperadamente entusiástica.

—¡Es un
gran placer
conocerte! Nunca había visto a un elfo, aunque —añadió con un deje de orgullo— he oído algunas historias… —Jander sonrió para sí. Habría pagado un buen precio por saber con exactitud la clase de historias que Petya conocía en realidad—. Entonces, han debido de traerte las nieblas.

El comentario lo tomó por sorpresa. Recordaba claramente que se había visto envuelto en una espesa niebla, pero no se le había ocurrido relacionarla con el hecho de encontrarse en Barovia.

—¿Sucede con frecuencia?

—No, pero se sabe que es así. Nosotros también viajamos con las brumas. Nuestra tribu lleva poco tiempo aquí.

Se detuvo y señaló hacia adelante, donde reposaban las misteriosas nubes que el vampiro había atravesado para llegar al pueblo. Formaban una masa gris y espesa que se movía como dotada de una vida propia de maléficas características. A Jander no le había gustado atravesarla unas horas antes para llegar a la aldea, pero tampoco le había causado daño alguno. Petya hundió la morena mano en uno de los abultados bolsillos de los pantalones rojos y extrajo dos pequeños frascos con un líquido purpurino.

—Menos mal que los guardé aquí en vez de en el saco, ¿verdad? —Le pasó uno a Jander, descorchó el suyo y se bebió el contenido. El elfo lo examinó sin saber qué hacer con él. Seguro que no podría beberlo—. ¡Vamos, vamos! Es una poción para atravesar la niebla sin peligro.

—¿Por qué? ¿Es peligrosa? —Petya lo miró fijamente y encogió los hombros.—Viniste con ella, por eso no lo sabes. Esa niebla es letal, venenosa, y esto —prosiguió mientras levantaba su ampolla ya vacía—, inmuniza contra sus efectos.

Jander vaciló y después fingió que lo bebía para escupirlo en el momento en que entraba en la masa nubosa y Petya no lo veía. La niebla no lo afectaba porque no necesitaba respirar; además, el veneno nada podía contra los muertos. Las brumas los acogieron en sus brazos húmedos y les llenaron la cara y la espalda de sinuosos jirones vaporosos. De no haber sido por la infravisión, Jander se habría perdido enseguida, pero se concentró en el rastro rojizo de calor que Petya dejaba tras de sí. Minutos después, las nubes bajas comenzaron a aclararse hasta desaparecer por completo.

—¡Qué misterioso es esto! —comentó el vampiro.

—Barovia está llena de misterios —repuso el gitano con expresión sombría.

—Sí; cuéntame cosas de Barovia. Yo… Se interrumpió en medio de la frase. La niebla letal los había aislado por completo del entorno, hasta el punto de eliminar los sonidos, pero ahora percibía el gorgoteo del agua a poca distancia y miró hacia adelante. El camino llevaba directamente a un puente de madera tendido sobre una rápida y oscura corriente de unos quince metros de anchura, y seguía al otro lado describiendo una curva que se internaba en el bosque. Su paso seguro vaciló y su mente se llenó de pánico. Su naturaleza vampírica le impedía cruzar la corriente de agua; Petya aún lo consideraba un ser vivo: un elfo, una criatura extraña pero viviente. El sonido del río se burlaba de él.

—¿Qué sucede?

—Tengo que… confesarte una cosa. Cuando era joven estuve a punto de morir ahogado en el río y desde entonces las corrientes me producen un miedo cerval. ¿No hay otra forma de llegar al campamento?

—El paso es seguro —aseguró Petya con aire escéptico—, te lo aseguro. Mira. —El joven corrió hasta el centro del puente y regresó a la velocidad de un conejo—. Sígueme, no corres peligro alguno. —Una sonrisa astuta le rozó los labios—. ¡Me pediste que confiara en ti y yo atravesé la noche baroviana en compañía de un desconocido! Ahora, confía tú en mí.

El elfo se asomó al agua arremolinada, con precaución para que el joven no se diera cuenta de que no se reflejaba en la superficie.

El río se revolvía bajo el puente, indiferente al problema del vampiro. Aunque adoptara forma de lobo, la anchura era desmesurada para salvarla de un salto; no, no podía cruzar. Lo había intentado en una ocasión, hacía unos cien años, y había sufrido una terrible agonía. Tendría que probar de nuevo, aunque sólo fuera para demostrar a Petya que la falsa fobia ya empezaba a manifestarse.

Se acercó despacio y tomó la mano que Petya le tendía; sintió que éste lo sujetaba por la espalda para mayor seguridad. Gitano y vampiro unidos dieron un primer paso tentativo, pero Jander gimió de dolor y retrocedió a tierra, incapaz de superarlo. Antes de ser consciente de lo que sucedía, se encontró subido en la espalda del joven.

—Petya…

—¡Una deuda es una deuda, «payo»!

El delgado joven era sorprendentemente fuerte. Atravesó el puente con velocidad y paso firme, sin acusar apenas el peso de Jander. El elfo miró hacia abajo y vio el plateado reflejo de la luna sobre el agua. Petya alcanzó la otra orilla, y Jander descendió al suelo.

—Eres muy amable —le dijo, pero el joven respondió al cumplido con un encogimiento de hombros.

—Has tenido suerte en dar conmigo —comentó el vistani mientras caminaban. El bosque se cerraba en torno a ellos, y Petya pisaba tan silenciosamente como Jander—. Habrías aterrorizado a los aldeanos hace ya tiempo. Supongo que eres mago, ¿no es así?

Jander hizo un gesto para sus adentros, pero comprendió que resultaría conveniente proporcionarle una explicación a propósito de su influencia sobre los lobos.

—Sí, podríamos llamarlo así.

—Lo comprendo. Los del pueblo viven muy atemorizados. La magia que practicas es común entre los
akara
.

Jander no conocía el término y levantó una ceja interrogativa.

—¿
Akara
? —repitió.

—Nosferatu —aclaró Petya—, vampiros, los muertos vivientes que se alimentan de la sangre de los vivos —explicó con un rápido gesto de protección sobre el corazón.

Jander se estremeció instintivamente a pesar de que el signo le resultaba tan desconocido como la palabra; Petya, por suerte, no lo percibió.

—Comprendo —replicó Jander—. Tienes razón: he sido afortunado al encontrarme contigo. Cuéntame más cosas de este mundo. ¿La aldea se llama Barovia?

—Sí, como toda la región. —Pasaron bajo unos nudosos manzanos cuyos delicados capullos contrastaban vivamente con el aspecto retorcido de los troncos. Petya se detuvo un momento, trepó a un árbol y tiró de una rama rebosante de flores. La rama crujió en la noche serena y lo cubrió de pétalos; tironeó un poco más hasta desprenderla del todo—. Son para mi hermana —explicó mientras inhalaba profundamente el perfume con una sonrisa en los labios—. Las flores suavizan los enfados, ¿verdad? —La sonrisa se transformó en un gesto burlón y guiñó un ojo maliciosamente—. ¿Tienes dama, Jander? Son una grata compañía, pero a veces hablan demasiado.

La impaciencia de Jander iba en aumento. El muchacho resultaba divertido, sí, y hacía mucho tiempo que el elfo no se divertía; sin embargo, lo había librado de la horca para obtener información, no para distraerse.

—En la taberna oí el nombre de Strahd y el de un castillo, Ravenloft.

Los expresivos rasgos de Petya adoptaron una seriedad auténtica, y Jander percibió miedo.

—No hablemos de esas cosas en la oscuridad —lo interrumpió enseguida—; ya te lo contaré mañana.

—Esta noche —insistió Jander.

Algo en el tono del elfo hizo que Petya lo mirara fijamente.

—Está bien —repuso el muchacho—, aunque es preferible no hablar de cosas oscuras nunca. El conde Strahd von Zarovich es el señor de estas tierras, y el castillo Ravenloft es su morada. Fue un poderoso guerrero hace tiempo, pero ahora dicen que se dedica a la magia.

Magia
. ¿Es que nunca iba a librarse de ella? Tuvo que sobreponerse para no escupir ostentosamente. Era un verdadero golpe de mala suerte que el señor de ese lugar inhóspito fuera mago.

—¿Tú lo crees? Me refiero a que practique la magia.

—Creo que sí. Ha gobernado aquí durante mucho más tiempo que cualquier hombre mortal.

—¿Cuánto tiempo, exactamente?

—No lo sé —dijo—. No somos barovianos y tampoco nos interesamos mucho por la historia de este lugar.

Jander meditó un momento sobre los extraños alrededores.

—La niebla lo obedece, ¿verdad?

—La que rodea el pueblo sí; él la controla, pero las que te trajeron a ti no obedecen a nadie.

—¿Quién es Olya?

Petya lo miró otra vez con sospechas renovadas.

—Una muchacha que murió, tal como oíste comentar, deduzco; no creo que te interese para nada. —Un agudo piar llamó la atención de Jander y vio un pajarillo blanco y gris que, despertado de su sueño, lo miró con ojos brillantes antes de volver al nido a descansar—. ¡Fíjate bien en ese pájaro, Jander! Es un
vista chiri
. Cada vez que lo veas sabrás que hay algún vistani cerca. Nos siguen, son amigos nuestros; dicen que son los espíritus de nuestros antepasados y que nos protegen. Vamos, alejémonos de aquí por un atajo que conozco.

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