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Authors: Dan Brown

El símbolo perdido (70 page)

BOOK: El símbolo perdido
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Peter se encogió de hombros, como si el detalle no tuviera ninguna trascendencia.

—Carne mortal. El cuerpo no es eterno. Lo importante es que tú estás bien.

La respuesta despreocupada de su hermano emocionó a Katherine y le recordó las muchas razones del gran afecto que sentía por él. Le acarició la cabeza, sintiendo los inquebrantables lazos familiares y la fuerza de la sangre que corría por las venas de ambos.

Trágicamente, esa noche había un tercer Solomon en la sala. El cuerpo que yacía en el altar atrajo su mirada, y Katherine sintió un profundo estremecimiento mientras intentaba bloquear el recuerdo de las fotos que había visto en la casa.

Desvió la vista y su mirada se cruzó con la de Robert Langdon. Había compasión en sus ojos, un sentimiento hondo y consciente, como si Langdon hubiera adivinado de alguna manera lo que ella estaba pensando.

«Peter lo sabe.»

La emoción se apoderó de Katherine: alivio, simpatía, tristeza... Sintió que el cuerpo de su hermano empezaba a temblar, como el de un niño. Nunca lo había visto así en toda su vida.

—Desahógate si lo necesitas —susurró—. Adelante, llora.

El temblor de Peter se volvió más intenso.

Katherine volvió a abrazarlo y le acarició la cabeza.

—Tú siempre has sido el más fuerte, Peter... Siempre has estado ahí para apoyarme. Pero ahora yo estoy aquí para ayudarte a ti. No te preocupes. Estoy aquí.

Suavemente, Katherine le guió la cabeza hasta apoyársela en el hombro... y entonces el gran Peter Solomon se derrumbó sollozando en sus brazos.

La directora Sato se apartó para atender una llamada.

Era Nola Kaye. Para variar, tenía buenas noticias.

—Todavía no hay indicios de circulación, señora. —Su voz sonaba esperanzada—. Estoy segura de que a estas alturas ya habríamos detectado algo. Parece que han conseguido detenerlo.

«Gracias a ti, Nola —pensó Sato, bajando la vista hacia el ordenador portátil donde Langdon había visto terminada la transmisión—. ¡Qué poco ha faltado!»

A instancias de Nola, el agente que estaba registrando la mansión había buscado en los cubos de basura, donde había encontrado la caja de un módem USB recién comprado. Con el número exacto del modelo, Nola había podido cruzar los datos de los proveedores compatibles, los anchos de banda y las redes de servicio, hasta dar con el nodo de acceso más probable del portátil a Internet: una pequeña estación en la esquina de Sixteenth y Corcoran Street, a tres calles de la Casa del Templo.

Rápidamente, había transmitido la información a Sato, que en ese momento viajaba a bordo del helicóptero. Mientras el aparato se acercaba a la Casa del Templo, el piloto había realizado una maniobra de aproximación a baja altitud sobre la estación y había bombardeado el nodo de relés con un pulso concentrado de energía electromagnética que lo había hecho saltar de la red, apenas segundos antes de que el ordenador portátil completara la transmisión.

—Has hecho un gran trabajo esta noche —dijo Sato—. Ahora vete a dormir. Te lo has ganado.

—Gracias, directora —respondió Nola con voz titubeante.

—¿Hay algo más?

Nola se quedó un momento en silencio, como sopesando si debía hablar o no.

—Nada que no pueda esperar hasta mañana. Buenas noches.

Capítulo 125

En el silencio del elegante cuarto de baño de la planta baja de la Casa del Templo, Robert Langdon dejó correr el agua caliente en un lavabo de mosaico y se miró al espejo. Incluso a la luz tenue del ambiente, se vio exactamente tal como se sentía: total y completamente extenuado.

Volvía a llevar colgada del hombro la bolsa de viaje, aunque mucho más ligera que antes y prácticamente vacía, a excepción de unos pocos efectos personales y las notas arrugadas para una conferencia. No pudo reprimir una risa entre dientes. Su visita de esa noche a Washington había resultado bastante más complicada de lo previsto.

Aun así, Langdon tenía muchos motivos para sentirse satisfecho.

«Peter está vivo.

»Y se ha detenido la transmisión del vídeo.»

Mientras se arrojaba agua a la cara, sintió que volvía poco a poco a la vida. Todo seguía envuelto en una neblina confusa, pero la adrenalina que le inundaba el cuerpo se estaba disipando..., y él volvía a ser el mismo de siempre. Después de secarse las manos, consultó su reloj.

«¡Qué tarde es!»

Salió del baño y siguió la curva de la Galería del Honor, un pasillo que describía un gracioso arco, flanqueado por retratos de masones destacados: presidentes de Estados Unidos, filántropos, celebridades y otros estadounidenses influyentes. Se detuvo delante de una pintura al óleo de Harry S. Truman e intentó imaginarlo estudiando y celebrando los ritos y ceremonias necesarios para convertirse en masón.

«Hay un mundo oculto detrás de lo que está a la vista de todos. Para todos nosotros.»

—Te habías escabullido —dijo una voz al final de la galería.

Langdon se volvió.

Era Katherine. Había vivido un infierno esa noche y, aun así, de pronto parecía radiante e incluso rejuvenecida.

Langdon le dedicó una sonrisa cansada.

—¿Cómo está Peter?

Katherine fue hacia él y lo abrazó con afecto.

—No sé cómo podré agradecértelo.

Él se echó a reír.

—¡Pero si yo no hice nada, y tú lo sabes!

Katherine lo retuvo entre sus brazos un largo rato.

—Peter se repondrá... —Se apartó de él y lo miró a los ojos—. Además, acaba de decirme algo increíble..., algo verdaderamente maravilloso. —La voz le temblaba de expectante emoción—. Necesito ir a verlo con mis propios ojos. Volveré dentro de un rato.

—¿Qué es? ¿Adonde vas?

—No tardaré mucho. Ahora Peter quiere hablar contigo... a solas. Te está esperando en la biblioteca.

—¿Ha dicho por qué?

Katherine se echó a reír y negó con la cabeza.

—Ya sabes... ¡Peter y sus secretos!

—Pero...

—Nos vemos dentro de un rato.

Entonces se marchó.

Langdon lanzó un sonoro suspiro. Ya había tenido suficientes secretos por esa noche. Todavía quedaban preguntas sin responder, desde luego, como la pirámide masónica o la Palabra Perdida, pero sentía que las respuestas, si es que existían, no eran de su incumbencia.

«Yo no soy masón.»

Reuniendo los últimos restos de energía, se encaminó a la biblioteca masónica. Cuando llegó, Peter estaba sentado solo ante una mesa, con la pirámide de piedra delante.

—¿Robert? —Peter le sonrió y lo saludó con la mano—. Me gustaría tener una palabra contigo.

Langdon consiguió esbozar una sonrisa.

—Sí, me han dicho que se te ha perdido una.

Capítulo 126

La biblioteca de la Casa del Templo era la sala de lectura abierta al público más antigua de Washington. Sus elegantes estanterías albergaban casi un cuarto de millón de volúmenes, entre los que figuraba un valioso ejemplar del
Ahiman Rezón o Los secretos de un hermano preparado.
Además, la biblioteca tenía expuesta una interesante colección de joyas masónicas y objetos ceremoniales, que incluía un raro volumen impreso a mano por Benjamin Franklin.

Aun así, la pieza favorita de Langdon entre los muchos tesoros de la biblioteca era una que no solía recibir mucha atención.

«La ilusión óptica.»

Solomon le había enseñado mucho tiempo atrás que, desde la perspectiva adecuada, la mesa de lectura de la biblioteca y la dorada lámpara de mesa creaban la inequívoca ilusión de una pirámide, rematada por un reluciente vértice de oro. Solomon siempre decía que aquella ilusión óptica era para él un silencioso recordatorio de que los misterios de la masonería estaban a la vista de todos, siempre que se contemplaran desde el punto de vista adecuado.

Esa noche, sin embargo, los misterios de la masonería se habían materializado de manera particularmente visible. Langdon estaba sentado frente al venerable maestro Peter Solomon, con la pirámide masónica entre ambos.

Peter le sonrió.

—La «palabra» a la que aludes, Robert, no es una leyenda, sino una realidad.

Langdon lo miró un momento con gesto extrañado a través de la mesa, y al final habló.

—No entiendo... ¿Qué quieres decir?

—¿Qué es lo que te parece tan difícil de aceptar?

«¡Todo!», habría querido decir Langdon mientras buscaba en la mirada de su viejo amigo algún rastro de sentido común.

—¿Me estás diciendo que crees que la Palabra Perdida es real... y que tiene verdadero poder?

—Un poder enorme —dijo Peter—. Tiene el poder de transformar a la humanidad, mediante la revelación de los antiguos misterios.

—¿Una palabra? —preguntó Robert con escepticismo—. ¡Peter, no puedo creer que una palabra... !

—Creerás —afirmó Peter con calma.

Langdon le sostuvo la mirada en silencio.

—Como sabes —prosiguió Solomon, que para entonces se había puesto de pie y caminaba alrededor de la mesa—, hace mucho se profetizó que algún día la Palabra Perdida volvería a descubrirse..., volvería a salir a la luz..., y entonces la humanidad tendría acceso una vez más a su poder olvidado.

Langdon recordó de pronto la conferencia de Peter sobre el Apocalipsis. Aunque mucha gente interpretaba erróneamente el Apocalipsis como el cataclismo que pondría fin al mundo, el término significaba literalmente «quitar el velo», y los antiguos lo habían profetizado como la revelación de una gran sabiduría.

«La inminente era de la luz.»

Aun así, Langdon no imaginaba que un cambio de tan vastas repercusiones pudiera ser el producto de... una palabra.

Peter hizo un gesto en dirección a la pirámide de piedra, depositada sobre la mesa junto a su vértice de oro.

—La pirámide masónica —dijo—. El
symbolon
legendario. Esta noche vuelve a estar unido... y completo.

Cogió el vértice dorado y lo colocó con reverencia sobre la cúspide de la pirámide. La pesada pieza se acopló suavemente en su sitio, con un chasquido.

—Esta noche, amigo mío, has logrado algo que nunca se había hecho. Has ensamblado la pirámide masónica, has descifrado todos sus códigos y, finalmente, has revelado... esto.

Solomon sacó una hoja de papel y la dejó sobre la mesa. Langdon reconoció la cuadrícula de símbolos, reorganizados según las indicaciones del cuadrado de Franklin de orden ocho. La había estudiado brevemente en la Sala del Templo.

—Me pregunto —dijo Peter— si serás capaz de interpretar esta disposición particular de los símbolos. Después de todo, tú eres el especialista.

Langdon contempló la cuadrícula.

«Heredom, circumpunto, pirámide, escalera...»

Hizo una inspiración profunda.

—Bien, Peter, como probablemente habrás notado, se trata de un pictograma alegórico. Evidentemente, el lenguaje no es literal, sino más bien metafórico y simbólico.

Solomon rió entre dientes.

—¡Hazle una pregunta sencilla a un experto en símbolos y verás lo que te responde! Muy bien, dime qué ves.

«¿Realmente quieres saberlo?»

Langdon se acercó la hoja.

—Verás, ya había estudiado antes la cuadrícula y, en términos sencillos, veo que es una imagen... que representa el cielo y la tierra.

Peter arqueó las cejas con expresión de asombro.

—¿Ah, sí?

—Por supuesto. En lo alto de la imagen tenemos la palabra
Heredom,
la «casa sagrada», que yo interpreto como la casa de Dios... o el cielo.

—Muy bien.

—La flecha orientada hacia abajo, después de
Heredom,
significa que el resto del pictograma corresponde a todo aquello que está por debajo del cielo, es decir..., la tierra. —Los ojos de Langdon se desplazaron entonces hasta la base de la cuadrícula—. Las dos filas inferiores, las que están debajo de la pirámide, representan la tierra propiamente dicha, el reino inferior. Muy adecuadamente, ese reino más bajo contiene los doce signos astrológicos, que representan la religión primordial de las primeras almas humanas que levantaron la vista al cielo y vieron la mano de Dios en el movimiento de las estrellas y los planetas.

Solomon acercó la silla para ver mejor la cuadrícula.

—De acuerdo. ¿Qué más?

—Sobre la base de la astrología —prosiguió Langdon—, la gran pirámide se alza desde la tierra... y sube hacia el cielo..., el símbolo permanente de la sabiduría perdida. En su interior vemos las grandes filosofías y religiones de la historia: egipcia, pitagórica, budista, hindú, islámica, judeo-cristiana..., y todas ellas ascienden y se acercan entre sí, en su camino hacia la puerta transformadora de la pirámide..., donde finalmente se funden en una sola filosofía humana unificada. —Hizo una pausa—. Se unen en una sola conciencia universal..., una visión mundial común de Dios..., representada por el antiguo símbolo suspendido sobre el vértice.

—El circumpunto —dijo Peter—, símbolo universal de Dios.

—Exacto. A lo largo de la historia, el circumpunto lo ha sido todo para todos los pueblos: el dios del sol Ra, el oro de los alquimistas, el ojo que todo lo ve, la singularidad anterior al Big Bang, el...

—El Gran Arquitecto del Universo.

Langdon asintió, intuyendo que quizá había sido ése el argumento esgrimido por Peter en la Sala del Templo para fundamentar la idea de que el circumpunto era la Palabra Perdida.

—¿Y por último? —preguntó Peter—. ¿Qué me dices de la escalera?

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