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Authors: James Lowder

Tags: #Fantástico, Aventuras

El principe de las mentiras (8 page)

BOOK: El principe de las mentiras
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Difícil, pensó Mystra, pero no imposible. Seguramente los dioses podrían alterar estos modelos de comportamiento, podrían darse cuenta de que la suya no era la única perspectiva del universo.

Lentamente, Mystra paseó la mirada por todo el Pabellón de Cynosure. Diez de los poderes mayores estaban reunidos en torno a mesas llenas de frascos, vasos de precipitación y componentes de conjuros. El trío de deidades dedicadas a funciones caóticas —Tempus, Talos y Sune, la diosa de la Belleza— se removían en sus asientos o deambulaban por el perímetro. En el centro de la estancia, Tyr estaba situado en un podio tomando nota metódicamente de las reglas mediante las cuales los dioses celebrarían la audiencia. A su derecha estaba Torm. El dios del Deber era sólo un poder intermedio, pero Tyr lo había designado para dirigirse al Círculo por sus recientes conflictos con Cyric.

—Y creo que lo mejor es que empecemos con el testimonio de Torm el Veraz —declaró Tyr con voz tonante—, ya que lo que nos congrega aquí son sus acusaciones contra el autodesignado Príncipe de las Mentiras.

Cuando Torm ocupó el podio, Mystra se detuvo a considerar su propia posición en la estancia. El pabellón se parecía a los laboratorios comunes de Halruaa, Cormyr y Aguas Profundas, lugares lo bastante civilizados para tener escuelas donde se podían enseñar a los magos los rudimentos del arte. Tyr, y ahora Torm, habían ocupado el lugar reservado al instructor. Los demás dioses eran los estudiantes. Como en cualquier escuela, algunos, como Oghma, prestaban una atención impecable al conferenciante, mientras que otros esperaban a que pasara el tiempo para poder escaparse.

En su versión del pabellón, Mystra no se había adjudicado ni el papel de maestro ni el de estudiante, sino el de supervisor imparcial. En las escuelas de magia que había visto en su juventud, el mago más poderoso jamás enseñaba. Se sentaba tranquilamente al fondo del aula, observando la clase, listo para intervenir en caso de que alguien hiciera un encantamiento mal dirigido o que pudiera ser peligroso.

—Cyric es una amenaza para todo Faerun —empezó a decir Torm con un gesto ampuloso. Mystra reparó en que los ropajes de magia que caían desde sus cuadrados hombros eran más oscuros que los de los dioses mayores, indicando su categoría inferior—. Como todos vosotros sabéis...

—Si ya lo sabemos, ¿por qué nos lo dices? —gritó Talos con impaciencia.

Tempus dejó por un momento de repasar sus mapas para resoplar contrariado, y la diosa del Amor se tapó la boca con las manos para ocultar una risita. Del resto de los dioses, sólo Tyr pareció realmente ofendido por el exabrupto. El dios de la Justicia frunció el entrecejo mirando hacia el punto del que había salido la voz del Destructor y a continuación indicó al dios del Deber que continuase.

—Lo que vosotros no sabéis —dijo Torm con tono cortante mirando a Talos con furia— es que Cyric se ha estado haciendo pasar por otros dioses, ocasionando que los mortales débiles de espíritu se mataran con actos irresponsables. Escoge sólo a los hombres y mujeres que todavía tienen que ganarse el favor de un dios mediante acciones devotas. Mueren antes de tiempo y se convierten en prisioneros en la Ciudad de la Lucha.

Torm siguió relatando cómo había engañado Cyric a un mercenario, un cormyta llamado Gwydion el Veloz. En pocas palabras explicó el meollo del asunto, pero su discurso no acabó ahí. Detalladamente describió la forma en que las ofensas de Cyric habían afrentado el honor de todos los dioses. Torm continuó la diatriba con su consabida andanada sobre el deber, convocando al Círculo de poderes mayores a hacer frente común contra el dios de los Muertos.

Mientras Torm hablaba, Mystra empezó a preguntarse qué visión tendría el dios del Deber del pabellón. Introducirse en los pensamientos del semidiós resultó mucho más fácil de lo que la diosa de la Magia había supuesto. La mente de Torm era una fortaleza simple y ordenada de la más pura piedra blanca, construida en torno a un vasto templo del deber y el honor. Caballeros con armadura montaban una vigilancia silenciosa sobre las murallas. O no notaron la presencia de Mystra o la consideraron una aliada, el hecho es que la dejaron atravesar las puertas sin problema. Una vez dentro, pudo mirarlo todo a través de los ojos de Torm.

Para el dios del Deber, el Pabellón de Cynosure se presentaba como una extensión con columnas de su propio castillo. A lo largo de las paredes había una columnata de mármol, con tronos al pie de cada columna en los que estaban sentados los dioses, guerreros con imponentes armaduras en cuyos escudos estaban representados sus símbolos sagrados. Algunos, como Tyr, llevaban una magnífica y reluciente cota de malla. Cuanto más alejado estaba el dios de la Ley, tanto más apagado era el brillo de su armadura, tanto más ajados se veían su manto, sus botas y sus guantes.

Torm estaba de rodillas en el centro de esta reunión impresionante. Su armadura era menos brillante que la de Tyr, pero más ornamentada y llena de bandas de honor. Mystra quedó admirada al ver el apabullante sentido del deber que abrumaba al semidiós. Cuando miró más atentamente, vio delgadas cadenas de oro reluciente entre el dios del Deber y cada una de las demás deidades. Algunas cadenas eran más gruesas que otras, pero esos lazos de obligación unían las manos de Torm con todos los demás dioses presentes en el pabellón.

—¿Qué dice la diosa de la Magia a la propuesta de Torm?

Las palabras llegaron a otra parte de la mente de Mystra que ella había dejado centrada en el discurso del semidiós. Como todas las deidades, Mystra poseía un intelecto capaz de realizar cien tareas diferentes al mismo tiempo. Mientras una reducida parte de su mente había explorado la perspectiva de Torm, otra faceta escuchaba con intensidad las plegarias de sus fieles. Otras ejercían una férrea vigilancia sobre el tejido mágico que rodea Faerun, o controlaban el progreso del libro de Cyric, o catalogaban cada nuevo conjuro o encantamiento creado en el mundo. La más importante de estas facetas, el nexo de su ser, controlaba las diversas encarnaciones menores, creándolas o destruyéndolas según fuera necesario.

Ahora la diosa de la Magia abandonó la perspectiva de Torm y se centró más plenamente en el Círculo. Tyr había vuelto a ocupar el podio. Sus ojos ciegos se fijaron en ella.

—¿Crees que podemos obligar a Cyric a liberar a ese tal Gwydion y a las demás almas indebidamente apresadas en el Muro de los Infieles?

—Tal vez —respondió Mystra.

Torm volvió a dar un paso adelante, hablando precipitada y alegremente.

—¡Por supuesto, este mal puede corregirse! Las normas establecidas en el Reino de los Muertos para el tratamiento de los Infieles...

—Fueron ratificados por el Círculo de los poderes mayores cuando Myrkul reinaba en la Ciudad de la Lucha —apuntó Oghma con frialdad—. Cyric se ha declarado siempre al margen de las leyes establecidas por el trío de poderes a los que él reemplazó.

—Además, todo eso de obligar a Cyric a hacer algo es discutible —añadió Lathander con aire taciturno. Se puso de pie y se alisó la ropa—. No tenemos poder en la Ciudad de la Lucha. No podemos entrar en ella a menos que se nos invite, y el Muro de los Infieles está evidentemente dentro de los límites del reinado de Cyric —suspiró—. ¿Piensas que la lógica o la razón pueden convencerlo para que libere a esas almas si no están respaldadas por amenazas o por la fuerza? Aunque no soy yo de los que se desaniman fácilmente, pienso que todo esto es inútil.

Mystra movió la cabeza poco convencida.

—Si nos unimos, podemos mostrarle a Cyric nuestro descontento. Si nos callamos, es como si consintiéramos tácitamente.

Se dirigió hacia el podio. Tanto Torm como Tyr evitaron oponerse a ella.

—Cuando Cyric empezó a trabajar en su libro infernal —empezó Mystra—, yo le negué el uso de la magia para crearlo por su cuenta. Oghma le negó los servicios de los copistas eternos para terminarlo en los cielos. Esto lo obligó a recurrir a sus fieles para crear el
Cyrinishad
. ¿No fueron eficaces esas sanciones? El libro sigue siendo para él un funesto grial.

—Yo no descartaría la posibilidad de que uno de sus sirvientes mundanos escribiera el libro que desea —advirtió Oghma—. Como tú bien sabes, Mystra, los mortales pueden realizar grandes cosas si se los motiva debidamente.

La diosa de la Magia asintió, pero de sus brillantes ojos azul claro no se borró la determinación.

—De todos modos, lo hemos obligado a atenerse al código que seguimos los demás. Podemos hacer lo mismo con las almas prisioneras. —Hizo una pausa y estudió los rostros de los poderes reunidos—. Y lo mismo podemos hacer con la desaparición de Leira.

Los dioses se removieron nerviosamente ante la mención de la diosa desaparecida.

—Volvamos al asunto que nos ocupa —sugirió Oghma—. El tratamiento indebido de la sombra del que Torm fue testigo...

—Los delitos de Cyric contra el equilibrio son lo que realmente nos ocupa —dijo Mystra con voz sibilante. Al ver que nadie se oponía, continuó:—:

»Leira no se ha dejado ver desde la Era de los Trastornos. Para mí es evidente que ha desaparecido. Alguien la ha destruido.

—Leira es la diosa del Engaño —puntualizó Oghma—. No sería ésta la primera vez que nos oculta su paradero simplemente para demostrar que su capacidad para ocultarse supera nuestro poder y nuestra paciencia para buscarla.

Después de bostezar estentóreamente, Talos hizo un gesto desdeñoso como aparcando el tema.

—Alguien está respondiendo a las plegarias de sus fieles, y eso es lo único importante.

—¿Y si ese alguien es Cyric? —preguntó Mystra—. Ya ha reunido el poder de tres dioses. ¿Quiere alguno de vosotros que sume el poder de un cuarto?

Un cambio sutil en la expresión de Talos le hizo ver a Mystra que incluso el Destructor temblaba ante la perspectiva de enfrentarse con Cyric por la desaparición de Leira.

—Alguien tiene que estar ayudándolo para que pueda mantener ese delito oculto durante tanto tiempo —arriesgó Torm con osadía—. ¿Máscara tal vez?

Tyr asintió sabiamente y se pasó los dedos sarmentosos por la luenga barba blanca.

—El señor de las Sombras tendría mucho que ganar mediante una alianza con Cyric. Como dios de la Intriga, Máscara podría ocultar todas las pruebas del asesinato de Leira tan profundamente que ni los ojos de un dios serían capaces de descubrirlo.

—Tal vez —dijo Mystra—. Pero si Cyric destruyó a Leira y se apropió de sus fieles, ha añadido el de dios del Engaño al resto de sus títulos. Tal vez no necesitara a Máscara para que lo ayudase a ocultar sus crímenes.

Un murmullo incómodo se extendió por el pabellón y Oghma se volvió con ojos implorantes a la diosa de la Magia. Sin embargo, Mystra hizo como si no lo viera.

—Invoco mi derecho como miembro del Círculo —dijo la diosa—. Exijo que Cyric y Máscara sean convocados ante Ao para ser juzgados.

La respuesta a esta petición fue instantánea. Los dioses enviaron a sus innumerables encarnaciones volando a través de los planos para convocar a las dos deidades errantes. Un estallido de oscuridad y un hedor repugnante a azufre anunciaron la llegada de Cyric al Pabellón de Cynosure. Sus ropajes resplandecían casi tanto como los de Mystra y crepitaban en torno a su menudo cuerpo como una capa de fuego. Pero lo que más brillaba era la espada encantada que llevaba al cinto. La espada rosácea irradiaba tanta magia que incluso a Mystra le resultaba difícil mirarla durante largo rato.

Cyric miró a los dioses con el ceño fruncido por el odio. Sus ojos oscuros lanzaron destellos malévolos al dirigirse a Torm.

—Ya veo que has gemido con fuerza suficiente para conseguir una audiencia. No me sorprende, aunque no puedo imaginar por qué los demás os habéis molestado en hacerme venir aquí.

—Para responder de ciertos cargos —dijo Tyr con frialdad.

—¡Cargos! —resopló Cyric—. Si Torm el Veraz ha venido diciendo que soy culpable de vulnerar alguna ley cósmica, seríais unos tontos si no lo creyerais. El muy tonto no puede mentir, y yo no voy a perder el tiempo tratando de convenceros de lo contrario.

—Entonces admites haberte hecho pasar por otra deidades —dijo Torm alzando un dedo acusador contra el señor de los Muertos.

—Por supuesto.

—Y haber condenado injustamente a las almas al Muro de los Infieles.

Cyric hizo un gesto desdeñoso.

—Tú estabas allí, Torm.

—Y que sigues trabajando en tu libro infernal que intentas utilizar para minar todas las otras creencias de Faerun.

—¿No acabo de decirte que admito todos los cargos que puedas hacer contra mí, mentecato guerrero de hojalata? Lo que hay que preguntarse es qué podéis hacer todos vosotros al respecto. —Cyric puso los ojos en blanco y se enfrentó a Mystra—. ¿No es casi tan tonto como Kelemvor, Medianoche?

La diosa sostuvo la fría mirada de Cyric.

—¿Y qué nos dices de la muerte de Leira? —preguntó inexpresivamente—. ¿También admites eso?

Alzando una ceja, el señor de los Muertos se apoyó contra una mesa.

—¿En qué testimonio te basas para acusarme de hacer daño a la esquiva señora de las Nieblas? Si no recuerdo mal, el Círculo de los poderes mayores no puede juzgarme por un delito sin tener testimonio o evidencia de ello.

—Nos basamos en nuestras sospechas —dijo Mystra con toda la calma—, pero he pedido al Círculo que convoque a lord Ao y le pregunte dónde está Leira. ¿Tienes alguna objeción que hacer? En realidad, no nos importa, de modo que no te molestes en hacerla.

El señor de los Muertos y la diosa de la Magia se quedaron mirándose. El rictus del ojo izquierdo de Cyric hablaba a las claras de que a duras penas podía contener la rabia, mientras que la expresión dura de la boca de Mystra, la tensión de sus miembros, hablaba de un desprecio absoluto por aquella criatura de las tinieblas a la que en una época había considerado su amigo.

Cyric cerró la mano sobre la empuñadura de la espada. A Mystra no se le ocultaba el significado de ese gesto. Esa espada había estado a punto de dejarla sin vida en la cima de la torre de Bastón Negro después de que Cyric la hubiera usado para matar a Kelemvor Lyonsbane. Le cobraría cara la humillación a que lo estaba sometiendo ante el Círculo. Godsbane volvería a probar su sangre.

—Todavía seguimos esperando la llegada de Máscara —anuncio Tyr—. Sólo entonces podremos llamar a Ao.

—No os demoréis por mí —dijo un leve susurro. Las palabras silbaban como el roce de la seda negra limpiando una hoja oscura—. Ya llevo algún tiempo entre vosotros.

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