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Authors: Howard Weinstein

El pacto de la corona (5 page)

BOOK: El pacto de la corona
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Libro de Shad,

versículo de Keulane

—Ya lo he leído —dijo McCoy, mientras devolvía el libro a su estante—, pero no estoy seguro de creerlo.

—Se parece a algo sacado de la leyenda del rey Arturo.

—Por el contrario, creo que se parece más a las historias de la Biblia terrícola —señaló Spock—. O a las creencias tradicionales vulcanianas acerca de Surak y la fundación de la filosofía y la forma de vida modernas. Casi todas las religiones y herencias culturales tienen un factor común: la tendencia a dar carácter mitológico a aquellos elementos que dieron origen a su existencia, mezclando hechos probables con cierta cantidad de cosas sobrenaturales o inexplicables.

—Tiene usted razón, ahora que recuerdo esas historias bíblicas… —dijo Kirk.

—¿Significa eso que cree usted esas fábulas acerca de la Corona y los cristales que cambian de color? —preguntó McCoy.

Antes de que Kirk pudiese responderle, Spock volvió a tomar la palabra.

—No es menos creíble que el relato de Moisés y la división de las aguas del mar Rojo, o el de Jesús y el milagro que obra cuando da de comer a las multitudes, o el de Surak, cuando hizo retroceder al ejército de los Diez Mil.

McCoy meneó la cabeza.

—Pero todas esas historias han sido explicadas de alguna forma científica y racional.

También lo ha sido la de la Corona de Shad. Antes de que el rey Stevvin se viese obligado a huir, se llevaron a cabo algunas investigaciones. El Poder de los Tiempos se sabe que es un fenómeno de tipo PES
[1]
que implica ondas mentales de una frecuencia e intensidad concretas. La persona que tiene el Poder, produce el tipo exacto de ondas mentales que hacen transparentes los cristales electromagnéticamente sensibles. El fenómeno ha sido reproducido por simulación de computadora.

McCoy continuaba sin estar convencido, y Kirk esbozó una media sonrisa cuando el médico se desvió hábilmente del tema.

—Pero eso sigue sin explicar la otra parte, la capacidad mística para oír las voces de los dioses, ese sexto sentido de vidente.

—Si hubiese leído cuidadosamente el libro, doctor, sabría que el Poder no abre la mente a un pronóstico literal de los acontecimientos futuros. Sólo permite la percepción del curso que toman las personas y las cosas de una forma algo más precisa que la mera conjetura de la mente cultivada; pero apenas esperaba que usted, una criatura que carece de poderes telepáticos, comprendiera plenamente ese concepto —concluyó Spock.

Kirk decidió que la discusión había durado lo bastante.

—Carece de importancia si nosotros creemos o no en la religión shadiana, puesto que lo importante es que el pueblo de ese planeta la toma muy en serio. El monarca del Pacto es algo más que un mero líder político. Quienquiera que se siente en el trono, es también el líder religioso de esas gentes, y no aceptarán a alguien que no lleve la corona como prueba del Poder de los Tiempos.

Era así de simple: la misteriosa Corona había descansado sobre la cabeza de todos los monarcas shadianos desde Keulane, y nadie reinaría sin ella; pero había un par de problemas tremendamente grandes que surgían de los planes del rey Stevvin, y Kirk no estaba seguro de cuál de los dos podía ser el peor.

Primero, el rey no tenía la Corona en su poder. A causa del significado sacro de la misma, era de vital importancia que no cayera nunca en manos de la Alianza Mohd ni del imperio klingon. Por ese motivo, cuando abandonó Shad en medio de la confusión de la guerra civil, Stevvin sacó clandestinamente la Corona de su mundo, y la había escondido en un planeta que estaba casi tan alejado de las rutas transitadas como el mismo Orand, en un lugar que no conocía nadie excepto él mismo. El emplazamiento le sería revelado solamente a su sucesor; si él o Kailyn hubiesen muerto antes de regresar a Shad, el rey se habría llevado el secreto a la tumba, finalizando la dinastía para siempre.

Con el fin de que Kailyn fuese aceptada como reina legítima, la Corona debía ser recuperada y llevada sana y salva de vuelta al planeta junto con la hija del rey. Aquello planteaba un complejo problema logístico, indudablemente peligroso y sembrado de posibilidades de desastre, pero sobre el que Kirk podía, a pesar de todo, ejercer una buena cantidad de influencia, si bien no un control absoluto.

El segundo enigma, sin embargo, no tenía piezas tangibles que él pudiese manejar. De hecho, la única respuesta residía en el interior de Kailyn. ¿Poseía aquella joven, más niña que adulta, la madera de los líderes, la voluntad de completar lo que su padre había puesto en movimiento? Y lo más importante de todo: ¿tenía ella el Poder de los Tiempos?

Eso no lo sabían, ni lo sabrían nunca hasta que, y a menos que, la Corona fuese rescatada y puesta sobre la cabeza de la muchacha, una cabeza llena de dudas. Unas dudas que podrían inhibir el Poder, incluso en el caso de que ella lo poseyese.

Ella era la última de su generación, el único vástago de la familia real; y, si ella fracasaba, allí terminaría todo: el Poder, la monarquía, la restauración de la unidad, la victoria en Shad, la misión que se les había encargado llevar a cabo. Sobre los frágiles hombros de una joven asustada descansaba el futuro de su planeta y de todo el Cuadrante J-221.

5

DIARIO DEL CAPITÁN: FECHA ESTELAR 7816.1

Hemos completado el primer paso del plan del rey Sievvin: El rey, su hija y los cuatro servidores han salido de Orand a bordo de la Enterprise, como lo esperaban tanto la Flota Estelar como cualquiera de los agentes klingon que pudiesen estar vigilándonos. Su Majestad ha vivido el tiempo suficiente como para servir de valioso señuelo. Los klingon saben que la Corona deberá ser recobrada, y esperan que nosotros los conduzcamos al lugar en el que se halla escondida, pero nosotros no haremos nada semejante. En cambio, mientras la Enterprise los arrastra a una tortuosa persecución, el señor Spock y el doctor McCoy viajarán en una lanzadera especialmente camuflada para acompañar a la hija del rey a Sigma 1212, el mundo de hielo en el que Stevvin ocultó la Corona sacra hace dieciocho años. Si todo sale bien, la expedición de la lanzadera recobrará la Corona, se encontrará con la Enterprise y nos permitirá completar nuestra misión reunificadora. Espero que el rey Stevvin pueda, de alguna manera, vivir lo suficiente para ver el final feliz de sus planes.

No había cámara real a bordo de la
Enterprise
, y si McCoy hubiera podido salirse con la suya, el rey hubiese realizado todo el viaje en la enfermería; pero Kirk había conseguido llegar a un compromiso: una cama de diagnóstico instalada en el camarote de honor, lo cual le daba al rey privacidad y comodidad, y le proporcionaba a McCoy el control constante de los datos médicos que exigía. El cirujano sabía cuáles eran las probabilidades en contra de que Stevvin consiguiera realizar la totalidad del viaje hasta Shad, pero iba a intentar todo lo posible para vencerlas.

El rey estaba leyendo cuando Kirk entró en el camarote, y sonrió al ver que el capitán se sentaba junto al lecho. Kirk miró la pantalla de la computadora.

—¿Don Quijote?

—Uno de los mejores regalos que me ha hecho, James. Leí ese libro muchísimas veces durante estos últimos años. Me hubiese gustado conocer a Cervantes. Cualquier hombre capaz de crear a un soñador como el Quijote tiene que haber sido muy especial.

—También ha sido siempre uno de mis preferidos —concedió Kirk. Luego asumió un aire pensativo—. Me pregunto si yo habría tenido la valentía que poseía él para aferrarse a esos sueños cuando todo y todos querían ahogarlos. Stevvin descansó una mano arrugada sobre el brazo de Kirk que tenía más cerca.

—Tiene esa valentía.

—Está usted tan seguro de las cosas…

El anciano cloqueó con voz cascada y sus ojos chispearon.

—Vuelvo la vista constantemente hacia las veces en las que debería haberme sentido seguro y no fue así; y ahora no tengo tiempo para las dudas. Quizá fuese ésa la fuente de la fuerza de Don Quijote. Tal vez los jóvenes no pueden arremeter contra los molinos de viento porque tienen demasiada vida que perder… Los viejos no tienen otro sitio al que ir que no sea la otra vida. ¿Por qué no morir un poco antes mejor que un poco después?

La frente de Kirk se llenó de arrugas.

—¿Cuanto más se acerca la muerte, menos se la teme?

—Así parece. Cuando yo tenía su edad, jamás lo hubiese creído; pero cuando uno se ve forzado a renunciar a pequeños trozos de uno mismo, cuando pierde vista, la voz se hace cascada, el respirar es una tarea que uno desearía evitar, las piernas no pueden dar más de cuatro pasos sin descansar, los brazos ya no son capaces de cargar con un niño, antes de que uno se dé cuenta, ya no queda demasiado a lo que renunciar. Entonces desaparece también el miedo… si uno es afortunado. —Hizo una pausa para respirar levemente, y Kirk pudo oír un silbido que provenía de lo más hondo de los pulmones del monarca—. Yo he sido afortunado, James.

Los ojos del rey se cerraron, y Kirk se levantó para marcharse, pero la mano de Stevvin lo retuvo con firmeza; Kirk sonrió ante aquella señal de la vida que aún no se había rendido.

—Quédese —susurró Stevvin, y Kirk volvió a sentarse—.¿Las cosas van bien hasta ahora?

—Hasta ahora, sí.

El rey percibió un indicio de preocupación en la voz del capitán Kirk.

—Aún siente inseguridad con respecto a Kailyn.

Kirk hubiera querido decirle algo tranquilizador, pero no era eso lo que sentía y era incapaz de mentirle al rey.

—Incluso aunque la Corona demostrase que ella posee el Poder de los Tiempos, eso no sería ninguna garantía de que la princesa pueda gobernar el planeta. No todos los hijos son capaces de hacer lo que sus padres esperan de ellos.

—Ciertamente, no constituirá ninguna seguridad absoluta. En definitiva, la fuerza y las cualidades de la persona que ocupa el trono continúan siendo lo que determina su capacidad para gobernar. Pero no subestime el Poder y lo que éste significa. Sé que para un forastero suena a algo así como magia negra, pero existe verdaderamente y ayuda a quien lo posee a trascender las debilidades humanas con las que todos nacemos. Para utilizarlo, James, uno debe tener una fe absoluta. La mía titubeó; quizá fui yo quien provocó su propia caída. —Encogió los hombros debajo del brillo metálico de la manta—. Pero mi capacidad para creer volvió a encenderse cuando supe que usted vendría para llevarnos de vuelta a Shad. Sentí que las corrientes vitales que una vez nos habían separado volvían a reunirnos. Me ha hecho falta todo este tiempo para comprender que la fuerza de la fe no nace sólo de los dioses, o del propio dios de cada uno, sino también de los propios hombres. Debemos confiar los unos en los otros, y ser dignos de confianza nosotros mismos. Kailyn tendrá que aprender esto si está destinada a reinar, y yo creo que lo está.

En el silencio que siguió, Kirk se preguntó si aquello era sabiduría o simplemente una fe estúpida. El intercomunicador zumbó y Kirk pulsó un botón; el entrecejo fruncido de McCoy llenó la pantalla.

—Jim, está usted poniendo a prueba mi paciencia. Majestad, por el solo hecho de que sea el capitán, no crea que no pueda echarlo cuando prefiere descansar.

—Por el contrario, doctor, la visita del capitán me ha resultado refrescante, al igual que las charlas que solíamos tener en otros tiempos, en Shad.

—Bien, hasta el momento está bien, pero mi prescripción dice que debe usted dormir, Majestad. Ponga pies en polvorosa, Jim.

—Doctor McCoy —dijo Stevvin—, ¿hay sitio en su prescripción para un traguito de brandy?

McCoy alzó una ceja y se rascó el mentón.

—Jim, ¿cómo se le dice que no a un paciente real? —No se le dice. Simplemente se trae el brandy al camarote real y se llena un regio vaso.

—Sólo por esta vez —advirtió McCoy—; e inmediatamente después nos marcharemos ambos, tras decirle al real paciente que eche una cabezada. ¿De acuerdo, capitán?

—Sí, sí, señor —respondió Kirk, cuadrándose ante la pantalla.

La página del
Don Quijote
volvió a mostrar sus letras sobre la imagen del rostro de McCoy que se desvanecía.

—¿Cree que podríamos hacer que me diera permiso para realizar un recorrido de la nave? —preguntó Stevvin, con auténtica expectación en la voz.

—Creo que eso podría equivaler a tentar nuestra suerte, pero haremos la prueba.

Para gran sorpresa de Kirk, el oficial médico accedió a la idea de la excursión por la nave, siempre y cuando él los acompañase. Kailyn también se unió a ellos, y llevaron a Stevvin en una silla de ruedas. No tenía ruedas, claro está; dicho medio de transporte se deslizaba sobre un campo antigravitatorio que hacía que el paciente más pesado resultase fácil de manejar. El rey resplandecía de orgullo paternal mientras Kirk oficiaba de guía turístico por cada una de las áreas en las que se detenían.

Y Kailyn se sentía verdaderamente como una turista. Estaba pasmada por la inmensidad de la
Enterprise
y por la absoluta comprensión que el capitán Kirk demostraba de cada detalle y operación.

—Sólo parece que lo sabe todo —susurró McCoy en voz lo suficientemente alta como para que Kirk pudiese oírlo.

—Correcto —dijo Kirk, asintiendo con la cabeza—. En realidad, es el doctor McCoy, y no yo, quien lo sabe todo.

El grupo se echó a reír, continuó avanzando y casi se estrelló de cabeza contra Sulu y Chekov, que estaban practicando sus ejercicios de carrera al otro lado del recodo de un cruce de pasillos.

—¡Caballeros! Hay un lugar para esto, y no es precisamente toda la nave.

Sulu respiraba agitadamente a la vez que sonreía con timidez.

—Lo siento, señor —respondió—, pero Chekov no estaba entrando en el espíritu de la carrera sobre la cinta continua. Creo que necesita sentir cómo el aire le corre entre los cabellos, ver cómo el escenario pasa de largo…

McCoy observó al jefe de seguridad, que resollaba, se doblaba en dos y se derrumbaba contra una pared.

—Personalmente, creo que lo que necesita es una camilla.

—Oh, sólo está haciendo un poco de precalentamiento —dijo Sulu. Le asestó un golpe en el hombro a Chekov y casi lo derribó—. Un kilómetro y medio más o así, y luego de vuelta al gimnasio para practicar un poco de esgrima. Vamos, Chekov. Si descansa demasiado, tendrá calambres. Los veré a todos más tarde.

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