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Authors: Lindsey Davis

Tags: #Histórico, Aventuras

El mito de Júpiter (33 page)

BOOK: El mito de Júpiter
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Bien, tal vez Norbano rebosaba antigua nobleza. Pero, aunque así fuera, yo no quería que mi hermana se acurrucara contra él en alguna casucha britana. Entré en la silenciosa habitación de Maya y me senté en la cama, con la vista fija en la planta. Helena se quedó en la puerta, observándome pensativamente. Le conté lo que había descubierto aquella mañana sobre Florio.

—No lo conoces, ¿verdad?

Ella movió la cabeza en señal de negación.

—No. Sus parientes ya eran gente vil y peligrosa. Petro recibió la visita de Milvia una vez, cuando vivía con nosotros.

—Eso debió de haber sucedido justo después de que la esposa de Petro lo echara. Helena hizo una mueca—. Y dime, Marco, ¿no fue su temible madre la que entró sin llamar en otra ocasión, bramando que nuestro Lucio tenía que dejar en paz a su querida florecilla? Como si nosotros no estuviéramos tratando por todos los medios de que hiciera precisamente eso… ¡por su propio bien!

—Ojalá Petro hubiera seguido el consejo.

—La madre era un espantajo —rememoró Helena—. Era todo amenazas y veneno. ¡Y Balbina Milvia! Una de esas chicas a las que detesto…, ojos brillantes y montones de joyas envidiables. Demasiado guapa para ocuparse en aprender buenos modales o cultivar la inteligencia.

—¡Mal sexo! —exclamé.

Helena pareció impresionada.

—¿Y eso cómo lo sabes? ¿Te lo contó Petronio Longo durante alguna asquerosa borrachera?

—En realidad no. Nunca me ha hablado de sus amantes. —Petro y yo habíamos lanzado miradas lascivas a muchas mujeres en las tabernas a lo largo de los años; sabía cómo pensaba—. Pero se nota que Milvia tan sólo está interesada en sí misma. Quería a Petronio porque el hecho de tener un amante secreto la hacía sentirse importante.

Helena siguió creyendo que había dado con una prueba de algún lujurioso juego de chicos. Nunca había confiado plenamente en que yo no tuviera por ahí alguna aventura. Cloris era la sospechosa del momento, claro está. Con el ceño fruncido, retomó nuestra discusión original.

—Tú pensabas que Milvia era problemática.

—Y tenía razón.

—Y en cuanto al marido, que era un inútil.

—Ahora ya no. Todo ha cambiado en la banda de Balbino. A la madre se le notan los años. ¿Quién sabe dónde estará su terca mujercita? Pero Florio se ha metamorfoseado, y ha pasado de ser un trozo de cartílago suelto a ser uno de los más serios comerciantes que hay en el mundo. Su forma de tratar a Verovolco demuestra que ya no tolera que nadie se interponga en su camino.

Helena estaba preocupada.

—Florio hizo que te atacaran una vez. Luego pillaron solo a Petro y quedó maltrecho.

—Una advertencia.

—¿Y aun así Petronio sigue decidido a atrapar a Florio? Pero Florio sabe exactamente con quién está tratando: Petronio Longo, miembro del equipo investigador de los vigiles, que convirtió a la dulce y rica mujercita de Florio en una adúltera… y que luego ni siquiera la quiso, sino que la volvió a dejar plantada en su casa.

—Estoy seguro de que primero se lo hizo pasar bien a Milvia —dije yo. Fue automático. Entonces pensé en él besando a mi hermana la pasada noche en medio de aquel lúgubre panorama y me repugnó.

—¿Qué pasa? —preguntó Helena. Le dije que nada moviendo la cabeza. Al cabo de un momento lo dejó correr y dijo —: Esta gente quiere vengarse.

—Cierto. Y no van a abandonar.

Me puse de pie. Dejé de preguntarme dónde estaba mi hermana. Por ahí, divirtiéndose en algún lugar de encuentro con el falso y refinado Norbano, mientras que su amante de la noche anterior se encontraba metido en graves problemas.

Decidí volver sobre mis pasos hacia los baños. En algún momento aparecería Petro. Sin embargo, como ya era bastante tarde, primero me quedaría a comer allí. Hilaris debía de estar igualmente hambriento después de habernos levantado al alba cuando hallaron el cadáver, puesto que también nos lo encontramos husmeando en el comedor. Por eso dio la casualidad de que Helena y yo estuviésemos con él cuando llegó un mensajero confidencial proveniente de las tropas. Iba muy apurado buscando al gobernador. Hilaris sabía que Frontino todavía estaba escribiendo diligentemente los despachos, pero antes de hacer pasar al mensajero a la oficina indicada, Hilaris hizo que nos contara a qué se debía el alboroto.

Ensambles se había escapado.

Todos fuimos corriendo a ver al gobernador. Frontino escuchó la noticia con esa neutralidad que los buenos oficiales aprenden a mantener. Debía de estar furioso, pero esperó a considerar detenidamente las consecuencias antes de salir disparado.

—¿Qué ha ocurrido exactamente?

Sólo sé lo que me dijeron que le contara, señor. —Hábilmente el mensajero dejó que la culpa recayera sobre otros.— De alguna manera el prisionero logró zafarse de los soldados que lo escoltaban y lo perdieron.

—Eso fue a primera hora de la mañana. ¿Cómo es que yo acabo de enterarme?

—Intentaron volver a capturarlo, señor.

Frontino se quedó sin habla. Perder a un prisionero crucial era algo inexcusable. Pero a mí me parecía típico; podía imaginarme a un negligente puñado de veteranos ahí afuera riéndose entre ellos: «—Bueno, le diremos al viejo que lo sentimos, no le importará…»

—Te advertí sobre las tropas.

—Lo hiciste. —Frontino fue seco. En una frontera provincial, la negligencia en el cumplimiento del deber era un delito castigado con la decimación: uno de cada diez hombres, escogidos a suertes, serían aporreados hasta morir por sus deshonrados colegas. La cosa no terminaría ahí. Los efectos sobre la moral serían nefastos tanto allí como arriba en las fronteras, cuando los rumores llegaran volando.

Había un asistente rondando por ahí. Frontino dio las órdenes en tono brusco, sin apenas detenerse a reflexionar.

—Tráeme al comandante. Antes de que venga quiero que se despoje al destacamento de sus armas y corazas y que se los encadene. Serán vigilados por soldados de alguno de los otros destacamentos, no de su propia legión. Desarma a su centurión y tráelo ante mi presencia. Quiero que todo legionario que esté de servicio salga en una patrulla de búsqueda. Quiero que las tropas se pongan en permanente estado de alerta. Y, no tengo ni que decirlo, quiero al prisionero de vuelta.

Eso era esperar mucho, pensé yo.

—¡Hoy! —añadió. En aquellos momentos Julio Frontino veía a su capital provincial sumida en la anarquía. Por suerte era una persona práctica y la acción lo ayudaba a sobrellevar las cosas. Aun así, pocas veces lo había visto mantener un silencio tan hermético.

Yo aún estaba más deprimido. Pero ya había actuado en contra de la banda de Balbino con anterioridad.

XLI

Al salir, me detuvo un mensajero que había mandado el torturador.

Amico, irónicamente llamado Amistoso, compensó el hecho de haber perdido la oportunidad de agujerear a Piro y a Ensambles. La había emprendido con los camareros mediante un candente juego de manicura, luego casi volvió del revés al recalcitrante barbero con un artilugio que traté de no mirar.

—Lamento no poder intentarlo con ese Ensambles –se apenó cuando lo fui a buscar a las entrañas de la residencia—. Me parece una perspectiva interesante. Espero que me lo traigan de vuelta. ¿Sabes cómo adquirió el mote, Falco?

—Me imagino que estás a punto de contármelo… y que será algo desagradable.

Él se rió con satisfacción. Tal vez su alegre disposición contribuía a poner nerviosas a sus víctimas; el contraste con su otra faceta, la que infligía dolor, me llenaba de inquietud.

—Ensambles quería castigar a dos propietarios de un figón, dos primos que llevaban un bar conjuntamente y que se negaban a pagar. Una noche fue y cortó a los dos hombres por la mitad, de arriba abajo. Luego ató el lado izquierdo de cada cuerpo con el derecho del otro. Dejó los resultados apoyados contra el mostrador.

—¡Por Júpiter!

—Eso es apropiado. Júpiter es uno de los favoritos de esta banda —asintió Amico calurosamente—. Hay muchos letreros con el mismo tema mítico. Apropiado, puesto que el mejor y más grande es el dios patrón de las uvas y el vino. Además, así todo el mundo ve cuántos negocios han pagado.

—Sí, de eso ya me había dado cuenta.

—Pero no se ven todos —me reprendió Amico—. Ahora voy a ello… Primero te diré lo que tengo. —Era un pedante rindiendo informes. La organización funciona de este modo: hay dos jefes iguales, ambos ocupados en crear una comunidad delictiva britana. Uno se encarga de los establecimientos deportivos (los burdeles, las apuestas, y de organizar peleas para los gladiadores). El otro recauda el dinero de los locales de comida y bebida del vecindario. Han venido desde Roma, pero tienen planeado irse cuando su imperio esté establecido. La intención era que Piro y Ensambles se encargaran de este sector por ellos.

—¿La banda dispone de un abogado domesticado, un tal Popilio?

—No lo han mencionado. Lo que sí tienen son lugares de almacenamiento, barcos, pisos francos, y hasta unos «baños francos», y un gran grupo de fornidos luchadores. Unos cuantos matones que trajeron aquí, criminales avezados que se encontraban con que Roma era demasiado peligrosa para vivir en ella cómodamente. A otros los están reclutando de entre los lugareños. Los chicos malos acuden deprisa para unirse a ellos. Así es como conocieron al hombre que murió.

—¿Te refieres aVerovolco? Sí, era un fugitivo… cómo atraen a los individuos de la zona? No me digas que ponen un anuncio para contratar personal en una columna del foro: «Tiempo libre, vituallas y bebida, abundantes palizas a la población».

Amico se encogió de hombros.

—Estoy seguro de que deben de hacer correr la voz. Puedo preguntar.

—No tiene importancia. Suponiendo que volvamos a atrapar a Ensambles, ¿de qué se le puede acusar?

—Mató al panadero a golpes. Piro había ido a buscarlo, estaba bebiendo en una taberna llamada Semele.

—Una de las damas favoritas de Júpiter.

—¿Pero sabía el panadero que la banda la regentaba o lo pillaron desprevenido? —se preguntó Amico—. Piro le prendió fuego a la panadería, por supuesto; ése era su trabajo. Luego estuvo presente durante el asesinato en el almacén, aunque fue Ensambles el que lo llevó a cabo.

—Eso es definitivo. ¿Dónde están las pruebas? ¿Testigos?

Amico sacudió la cabeza en señal de negación.

—Esto es de segunda mano, pero lo obtuve de boca de los camareros del Ganimedes.

—Los camareros no causarán buena impresión en el tribunal.

—No, pero tú puedes agregar más cosas a esta información. Si alguna vez los detienes, algunos de los bravucones de refuerzo presenciaron la muerte. También llevaron el cuerpo al barco y se deshicieron de él. Los camareros oyeron todo esto cuando Ensambles informó a uno de los dos jefes. Al otro no hacía falta decírselo; se trataba de su barco. Estaba en el almacén cuando se perpetró el asesinato. Había ido para llevarse algunos cofres con dinero a través del río, así que aprovechó para sacar de allí al panadero muerto. Una buena manera de tener la casa limpia. Mejor que un contenedor. –Me estremecí; hasta el torturador frunció la boca con desaprobación—. Bueno. —Amico estaba llegando a un punto especial—. Se me pidió que consiguiera nombres.

—Bien, comparémoslos —sugerí, sabiendo que eso lo irritaría.

Amico anunció, con bastante pomposidad:

—A mí me dieron el nombre de Florio.

—Gayo Florio Opico, para ser precisos —repuse.

El torturador chasqueó la lengua, como si estuviera mal que yo obtuviera mi propia información… sobre todo si la mía era mejor que la suya.

—Éste es el malvado, Falco. Todos coinciden en que es vengativo, cruel y en que está decidido a evitar cualquier intento de intromisión por parte de las autoridades.

—Suena bien. Florio dio la orden de matar a Verovolco.

—¡No, un momento, Falco! —Amico levantó una mano—. Mis fuentes dicen otra cosa. Afirman que fue un accidente.

—¡Tus fuentes parecen estar mal de la cabeza!

—Según ellos, a Verovolco lo despreciaron como rival potencial y no lo quisieron como colega. Él había tratado de introducirse en el mercado, y creía que era un tipo duro, pero los insensibles gángsters romanos consideraban que no era más que un payaso aficionado. Lo metieron en el pozo únicamente para darle una lección.

—La muerte es una lección muy severa —comenté.

—Mis fuentes lo cuestionan —insistió Amico.

—Tus fuentes mienten. Yo vi el cadáver, recuerda.

Amico me lanzó una mirada desagradable; no tenía ningún problema en llevar a algunos hombres al borde de la muerte, en hacerlos gritar de dolor y en dejarlos lisiados de por vida y mentalmente destruidos, pero no le parecía bien que yo inspeccionara a los que ya habían muerto.

Estaba empezando a irritarme.

—Vamos, hombre… «¿Un accidente?». —me mofé—. ¡El abogado debe de haberlos preparado! A Verovolco lo metieron dentro y lo ahogaron.

—El barbero…

Yo solté una áspera carcajada.

—¡Ah, sí, tu terco y resistente hombre de la navaja!

El torturador sonrió abiertamente. Le gustaba pensar que era una persona ascética, pero estaba mostrando un goce intenso.

—El barbero fue como un gatito en cuanto di con el truco adecuado…

—No me lo cuentes.

—Ay, Falco, eres demasiado sensible. Oyó a Florio y al otro pez gordo discutiendo sobre el incidente poco después. Por lo visto, Florio opta por llevar la cabeza rapada para hacer creer a la gente que es un cabrón duro.

—No lo hacía cuando le conocí —dije con un gruñido.

—Florio mantuvo que lo que había ocurrido fue un juego; dijo que todos se fueron riendo, esperando que el britano saliera de ahí mojado y avergonzado. Luego se quedó petrificado al enterarse de que habían encontrado muerto a Verovolco.

—«Todo fue un terrible error; mi cliente está horrorizado…» Vuelves a parecer su abogado.

—Vamos, no seas cruel, Falco.

—¡Lo siento! No me gusta insultar a los expertos, pero estoy trabajando en el asesinato de Verovolco a petición del viejo rey. No puedo decirle a Togidubno que su criado murió a consecuencia de un juego alegre que acabó mal.

—Entonces dile que lo hizo Florio. —La ética adquiría matices muy sutiles entre los torturadores—. Debe de ser culpable de otros delitos, Falco. Y tienes un testigo que dice que fue él quien ordenó éste.

—¿Qué sabes tú de mi testigo? —pregunté con recelo.

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