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Authors: James Luceno

El laberinto del mal (21 page)

BOOK: El laberinto del mal
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Ahora, necesitaría las dos.

—Prosigue, Lord Tyranus —dijo Sidious con deliberada lentitud.

—Desde entonces, he averiguado más cosas. Que esos mismos dos Jedi, por ejemplo, han visitado el mundo xi char de Charros IV.

Adelantándose a Dooku, Sidious susurró:

—El grabador de la mecano-silla...

—El mismo.

Sidious meditó un instante.

—Del virrey Gunray al grabador xi char, y de él al bith que utilizó mis planos para construir el transmisor de hiperonda y el holoproyector...

—Los Jedi quieren descubrir vuestra identidad, mi señor.

—¿Qué importa que lo consigan? —cortó Sidious—. ¿Crees que eso detendría todas las ruedas que he puesto en movimiento?

—No, mi señor, pero es algo inesperado.

Sidious miró a Dooku desde debajo de la capucha.

—Sí. Como dices, es algo inesperado —volvió a mirar las torres lejanas—. Algún día me daré a conocer a toda la galaxia, pero no ahora. Esta guerra debe continuar por más tiempo. Hay mundos y personas que necesitamos atraer a nuestro lado.

—Entiendo.

—Dime, ¿quién está a cargo de esta... búsqueda?

Dooku soltó un bufido.

—Skywalker y Kenobi.

Sidious tardo un segundo en responder.

—El llamado Elegido y un Jedi con bastante fortuna como para que uno casi crea en la suerte —sin apartar la vista del paisaje, agregó—: Me siento disgustado por este giro de los acontecimientos. Lord Tyranus. Muy disgustado.

Una vez Maestro y padawan, Kenobi y Skywalker se habían convertido en el azote de Dooku. En Geonosis había permitido que lo siguieran, tal como Sidious había ordenado. Siguiendo esas mismas órdenes dejó que Kenobi se enterase de la existencia de Darth Sidious, a fin de confundir a la Orden Jedi diciéndoles la verdad. En el hangar de su balandro demostró su maestría a Kenobi y a Skywalker..., aunque éste no fue derrotado tan fácilmente la segunda vez que se batieron en duelo. Rabioso, el joven Jedi demostró ser un poderoso antagonista, y Dooku sospechaba que se había hecho más y más poderoso desde Geonosis.

"Mucho tiempo he estudiado al joven Skywalker", había admitido una vez Sidious.

Y mucho más últimamente.

—Mi señor, los Jedi pueden buscar a otros que contribuyeron a mejorar los dispositivos de comunicaciones que se entregaron a Gunray y a otros, yo incluido. También está el problema de la derrota de Grievous en Belderone.

Sidious hizo un gesto despectivo para restar importancia a esa derrota.

—No te preocupes por Belderone. Puede que incluso nos sirva para hacer creer a la República que nos han alejado de su precioso Núcleo. En cuanto a tu preocupación por ocultar mi paradero, tranquilo, ya he tomado medidas al respecto. Y también he hallado la forma de que esto juegue a nuestro favor —hizo una pausa para pensar algo, y después añadió—: Sí, empiezo a vislumbrar las piedras que Skywalker y Kenobi pueden encontrar en su camino.

Sidious se giró hacia Dooku, sonriendo malévolamente.

—Su misma insistencia hará que caigan en nuestro poder, Lord Tyranus. Les prepararemos una trampa en Naos 111.

A Dooku no le importó mostrar su escepticismo.

—No creo que les resulte fácil encontrar un mundo tan remoto en el espacio conocido, mi señor.

—No obstante, Kenobi y Skywalker se abrirán camino hasta él. Dooku decidió aceptarlo como un artículo de fe.

—¿Qué quiere que haga?

—Unos cuantos arreglos... Busca a alguien que se encargue de todo. Se te necesita en otra parte.

—Délo por hecho.

—Una cosa más. Procura que Obi-Wan Kenobi deje de ser una irritante molestia —dijo Sidious, acentuando el tono de desprecio al nombrar al Jedi.

—¿Es una amenaza tan importante para nuestros planes?

Sidious negó con la cabeza.

—Pero Skywalker sí lo es. Y Kenobi... Kenobi ha sido como un padre para él. Consigue que Skywalker se sienta huérfano una vez más, y cambiará.

—¿Cambiará?

—Entrará en el Lado Oscuro.

—¿Como aprendiz?

Sidious lo miró fijamente.

—Todo a su debido tiempo. Lord Tyranus. Todo a su debido tiempo.

27

T
ras sufrir las cuatro horas del discurso de Palpatine al Senado sobre el Estado de la República y las docenas de interrupciones debidas a los aplausos, tradición arcaica que no se practicaba desde la época del Canciller Supremo Valorum Eixes, Bail Organa miró desde el asiento trasero del aerotaxi cómo un trío de cruceros de combate se elevaba en el llameante ciclo naranja de Coruscant, lanzando sus sombras en forma de cuña sobre el tejado en espiral del Templo Jedi.

El destino de Bail.

Había dado instrucciones al piloto droide para que descendiera en la plataforma nordeste del Templo, donde lo esperaban dos jóvenes Jedi. Ni siquiera se fijó en la opulencia de los anchos pasillos del Templo mientras seguía a su escolta hasta la sala que la Orden utilizaba para sus reuniones públicas, en vez de la cámara circular reservada para los cónclaves privados, situada en la cumbre de la torre del Consejo.

Cuando se le permitió la entrada, en el centro de la sala se proyectaba una holograbación del discurso de Palpatine. Alrededor de la mesa del holoproyector se sentaban los miembros del Consejo: Yoda, Mace Windu, Saesee Tiin, Ki-Adi-Mundi, Shaak Ti, Stass Allie, Plo Koon, y Kit Fisto.

—Y, con pesar en mi corazón, me veo obligado a mandar doscientos mil soldados más al Borde Exterior —repetía la holoimagen del Canciller Supremo—, pero tengo la completa confianza de que el final de este brutal conflicto está ahora cerca. La Confederación se ha visto erradicada del Núcleo, expulsada del Borde Interior y de las colonias, acosada en el Borde Medio y muy pronto exiliada a los brazos de la espiral. Y pagará un justo precio por el caos y la destrucción que ha provocado en nuestros hogares.

Hizo una pausa para disfrutar de los aplausos, aunque duraron demasiado tiempo.

Las cámaras droides zumbaban alrededor de la Gran Rotonda para resaltar las amistosas y más que conocidas facciones de Palpatine, rematando el círculo al centrarse en el podio de treinta metros de alto sobre el que se encontraba, y recreándose en las dos docenas de oficiales humanos de marina que estaban en pie bajo él, aplaudiendo de forma entusiasta.

—Una demostración de fuerza es —comentó Yoda.

Palpatine continuó hablando, vestido con ropas de color magenta y verde bosque.

—Algunos de vosotros os preguntaréis por qué sufre mi corazón cuando os traigo noticias de nuestro tan esperado y deseado contraataque. La decisión pesa sobre mí porque hubiera preferido decir: "Ya basta, dejemos que la Confederación y los separatistas se marchiten y mueran solitarios en el Borde Exterior, mantengamos nuestro hogar en orden y en paz, no derramemos más sangre en otros mundos, no sacrifiquemos más soldados valientes y confiemos en nuestros Caballeros Jedi."

Yoda se agitó inquieto en su asiento.

—Sin embargo, y lo digo con tristeza, no puedo seguir los dictados de mi corazón porque no podemos permitir que los enemigos de la democracia obtengan una tregua, descansen y se recuperen. Debemos aniquilar a nuestros enemigos como se haría con un cáncer cuyo crecimiento pusiera en peligro de muerte todo el cuerpo, o con una enfermedad contagiosa. En caso contrario, la generación de nuestros hijos y las generaciones venideras vivirán bajo la amenaza de quienes han traído el caos a la galaxia y que, a buen seguro, encontrarían fuerzas para reagruparse y atacar de nuevo.

—Pausa para los aplausos —apuntó Bail. Había estado allí.

Los Maestros Jedi se removieron en sus sillas de respaldo alto, pero no dijeron nada.

—Para que mis palabras no den la impresión de que ya se han acabado las decisiones difíciles, permitidme añadir que aún queda mucho por hacer. ¡Hay tanto que reconstruir, tanto que reorganizar! En vosotros, en todos vosotros, buscaré guía para determinar qué mundos deberán recibir la bienvenida a la República y cuáles, si es que alguno se lo merece, deben mantenerse alejados de nosotros o ser rechazados por las heridas que nos ha inflingido. Del mismo modo, buscaré vuestra guía para reformar nuestra Constitución y adaptarla a las necesidades de una nueva época.

—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Mace Windu.

—Finalmente, quiero que vosotros, todos vosotros, contribuyáis a que el nuevo espíritu de Coruscant, el nuevo espíritu del Núcleo, se extienda por todos los sistemas estelares a fin de que la luz de la democracia continúe brillando y podamos disfrutar de mil años más de paz, y mil más después, y así sucesivamente, hasta que la guerra sea poco más que un recuerdo.

—¡Ya basta! —gritó Stass Allie mientras el Senado irrumpía en un aplauso atronador.

Alta, delgada y de complexión oscura, portaba un tocado de Tholoth con un diseño similar al de su inmediata predecesora en el Consejo, Adi Gallia. Como nadie puso ninguna objeción, desconectó el holoproyector.

Yoda se volvió hacia Bail.

—Su visita apreciamos, senador Organa.

—Quería hacerles saber que no todos estábamos de acuerdo, pese a lo que puedan hacerles creer las noticias de la HoloRed.

—Conscientes de eso somos.

Bail hizo un gesto amplio hacia las ventanas triangulares de la sala y movió la cabeza con pesar.

—Coruscant celebra la victoria muy pronto. Prácticamente se palpa en el ambiente.

—Prematura cualquier celebración es, sí —reconoció Yoda con tristeza. Mace se inclinó hacia delante en su silla.

—¿En qué piensa Palpatine? ¿Cómo puede comprometer la mitad de las fuerzas defensivas de Coruscant enviándolas al Borde Exterior? —Por lo conseguido en Belderone Palpatine animado está.

—El Canciller Supremo lo centra todo en Mygeeto, Saleucami y Felucia —dijo Plo Koon bajo la máscara que le suministraba los gases que necesitaba para respirar.

La larga cabeza de Ki-Adi-Mundi hizo una inclinación sutil.

—Los ha bautizado como
La Tríada del Mal
.

—Bastiones separatistas son —reconoció Yoda—, pero tan remotos, tan insignificantes...

—Un peligro para el cuerpo de la República —recordó Bail. Mace ridiculizó esa idea.

—Cuando el cuerpo sufre algún daño hay que evaluar las prioridades. Cuando se tiene el pecho agujereado por un láser no tiene sentido enviar nuestras defensas a encargarse del producido por un alfilerazo.

Bail paseó la mirada por toda la sala.

—A algunos nos preocupa que hayan persuadido al Canciller Supremo para que sitie a esos mundos como una manera de anexionarlos por la fuerza. El Senado ha promulgado leyes que le conceden autoridad para pasar por encima de los gobiernos locales.

Yoda apretó los labios, indignado.

—En un laberinto del mal esta guerra se ha convertido, pero protegernos debemos. Así como las tradiciones que los Jedi durante mil generaciones han conseguido salvaguardar.

Mace se pasó la mano por su afeitada cabeza.

—Esperemos que Obi-Wan y Anakin encuentren el origen de esta guerra antes de que sea demasiado tarde.

28

L
a pierna derecha de Anakin se hundió hasta casi la rodilla y con un sonido gorgoteante en la capa de barro que pasaba por la calle principal de Naos III. Otro sonido igualmente onomatopéyico acompañó la recuperación de su pierna, y un torrente de improperios brotó de sus labios mientras se dirigía a terreno firme, saltando a la pata coja sobre su pie izquierdo. Cruzó la pierna derecha sobre la izquierda e intentó limpiar parte de la suciedad de la bota antes de señalar algo rosado que se negaba a desprenderse.

—¿Qué es eso? —preguntó alarmado. Nubes de vapor surgían de su boca, puntuando cada una de sus palabras.

Obi-Wan se inclinó para echarle un vistazo, pero sin acercarse demasiado.

—Podría ser algo vivo, o algo que alguna vez estuvo vivo, o algo desprendido de algo vivo.

—Bueno, pues, sea lo que sea, va a tener que pasear pegado a otra persona.

Obi-Wan se irguió y metió las manos en lo más profundo de las mangas de su túnica.

—Te advertí que había lugares peores que Tatooine.

Ambos lados de la calle estaban delimitados por grandes edificios prefabricados, con sus tejados metálicos cubiertos de nieve cristalina y espesos carámbanos que les daban un aire barbado. Pedazos de un derrumbado monorraíl aéreo habían sido apartados a un lado de la calle, dejando que se pudrieran en un lodazal muy parecido a aquel en el que Anakin se había hundido inadvertidamente, causado por las zonas que todavía irradiaban calor bajo el pavimento destrozado de ceramicocemento.

Anakin empezó a golpear la bota contra el hielo. Aquella cosa rosa, pegajosa e inidentificable, decidió que ya había tenido bastantes emociones por un día y se perdió en la ventisca de nieve.

—Lugares peores que Tatooine —masculló—. Y, claro, tú te has empeñado en visitarlos todos y cada uno de ellos. ¿Cuándo podremos volver a Coruscant?

—Culpa a Thal K'sar. Él fue quien sugirió que debíamos empezar a buscar aquí.

Anakin miró fijamente a su alrededor.

—No puedo dejar de pensar que el próximo planeta que visitemos será todavía peor.

Tras unos segundos de silencio, ambos exclamaron a la vez:

—Casi echo de menos Escarte.

Anakin hizo una mueca.

—Cuando pasa algo así, sabes que ha llegado el momento de romper una relación. La verdad, creo que Yoda y tú formaríais un equipo estupendo. Compartís la misma afición por la cautela y los consejos.

—Sí, el viejo Yoda y yo somos tal para cual.

Siguieron caminando hacia lo que parecía ser el centro del lugar.

Durante la mayor parte de su corto año, la luna conocida como Naos 111 era un pequeño orbe congelado cuyos días se hacían interminables. Sus aborígenes, tanto los herbívoros como los carnívoros, habían sido cazados hasta casi la extinción por los colonos de Rodia y Ryloth, atraídos por la esperanza de descubrir vetas de especia ryll en las cuevas volcánicas de Naos 111. En la actualidad, las criaturas más abundantes eran unos bovinos rycrits y unos banthas más lanudos de lo habitual.

Si la luna continuaba habitada se debía, sobre todo, a un delicado pez de carne rosa que se pescaba en los ríos cubiertos de hielo que descendían turbulentos y rugientes hasta la llanura, tras nacer en las escarpadas montañas. Aquellos peces, llamados "dientes afilados", sólo desovaban en los meses más fríos, se exportaban congelados y se vendían a precios exorbitantes en restaurantes desde Mon Calamari a Corellia. Aun así, pocos de los habitantes de Naos III conseguían reunir los créditos suficientes para poder comprar un pasaje que los sacara de allí, y preferían gastarse las magras ganancias en La Mercantil de Naos III, que supervisaba el proceso industrial de los dientes afilados y era propietaria de casi todos los bares, tiendas, hoteles y salones de juego.

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