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Authors: James Luceno

El laberinto del mal (13 page)

BOOK: El laberinto del mal
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Obi-Wan empezó a quitarse su sable, pero Anakin dudó.

—Dijiste que me harías caso.

Anakin abrió su capa.

—Dije que lo intentaría, Maestro.

Entregaron sus sables a TC-16, que los presentó al Prelado para que los inspeccionara.

—No me sorprende su opinión de que pueden mejorarse, excelencia —dijo el droide tras un momento—. ¿Qué dispositivo mecánico no se beneficiaría de la habilidad de un xi charriano? —escuchó atentamente y añadió—: Estoy seguro que los Jedi saben que usted honrará su promesa dejando sus imperfecciones intactas.

—Ha ido mejor de lo que esperaba —reconoció Obi-Wan mientras Anakin, TC-16 y él eran escoltados al corazón del Taller Xcan. Anakin no estaba convencido.

—Eres demasiado confiado, Maestro. Yo he captado mucha sospecha.

—Podemos dar las gracias a Raith Sienar por eso.

Hacía casi dos décadas que el rico e influyente propietario y presidente de Sistemas de Diseño Sienar, principal proveedor de cazas estelares de la República, había convivido cieno tiempo con los xi charrianos, estudiando las técnicas de ultraprecisión que luego incorporaría a sus propios diseños. Tachado de "no creyente", Sienar fue desterrado de Charros IV y se convirtió en objetivo de muchos cazarrecompensas, cuatro de los cuales fueron arrojados por el propio Sienar a un agujero negro sólo conocido por él y por un puñado de exploradores hiperespaciales. Sienar había llevado a cabo actos similares de espionaje dentro de la Federación de Comercio, las fábricas baktoides, los ingenieros corellianos y otras corporaciones de Incom, pero los xi charrianos tenían mucha memoria para lo que ellos consideraban un sacrilegio. Seis años antes de la batalla de Naboo, un segundo intento de asesinar a Raith había terminado con la vida de su padre. Narro, en Dantooine. No obstante, el hereje había escapado una vez más.

Diez años atrás, Obi-Wan y Anakin habían tenido su propio enfrentamiento con Sienar, en el mundo viviente conocido como Zonama Sekot. Como Sienar era parcialmente responsable de la "desaparición" de Zonama Sekot, también fue la razón por la que los xi charrianos no volvieron a admitir aprendices humanos entre ellos.

El Taller Xcan era una maravilla.

Artesanos xi charrianos trabajaban individualmente, o en grupos de tres a trescientos, en productos que iban desde electrodomésticos de tecnología punta a cazas estelares, agregando mejoras o adornos, retocándolos, personalizándolos o adaptándolos de mil formas diferentes. De aquí procedían todos los inapreciables tesoros que Obi-Wan y Anakin habían encontrado almacenados en las salas de la ciudadela de Gunray, en Cato

Neimoidia. El ambiente era la antítesis del frenesí ensordecedor que caracterizaba una fundición baktoide, como la que la República expropió en Geonosis. Los xi charrianos rara vez conversaban entre ellos mientras trabajaban, ya que preferían concentrarse en la repetición en tono muy agudo de mantras análogos a los cánticos. Los pocos que repararon en los tres visitantes mostraron más interés en TC-16 que en los Jedi.

Aun así, pese al excelente trabajo que se llevaba a cabo en el Taller Xcan, para muchos xi charrianos la catedral-fábrica suponía poco más que un trampolín, ya que su mayor aspiración era trabajar en el conglomerado Haor Chall de Ingeniería, que había abandonado Charros IV para instalarse en otros mundos del Borde Exterior.

El mismo par de alienígenas que había escoltado a Obi-Wan y a Anakin hasta la cancillería del Prelado los guiaron hasta el altar de T'laalaks'lalakfth'ak, situado en la columnata occidental del Taller, cuyo pilar estaba decorado con mosaicos de azulejos grabados. Muy por encima de sus cabezas, los xi charrianos descansaban colgando boca abajo de las grandes vigas curvas que sostenían el tejado, como lo hacían los droides de combate configurables en las bodegas de los transportes de la Federación de Comercio.

Obi-Wan se dio cuenta de que el sonido de su constante zumbar podía resultar ligeramente enervante.

T'laalak-s'lalak-t'th'ak estaba ocupado grabando un logotipo corporativo en la consola de un caza estelar. A un lado, docenas de piezas inacabadas formaban una muralla, y al otro, tenía otras tantas ya completadas. Al oír su nombre, levantó la vista de su trabajo.

Los escoltas cliquearon brevemente, antes de que TC-16 tomara el relevo.

—T'laalak-s'lalak-t'th'ak, en primer lugar permítame decirle que su trabajo es de calidad tan excepcional que hasta los mismos dioses deben sentirse envidiosos.

El xi charriano aceptó el cumplido con humildad y cliqueó una respuesta.

—Apreciamos la oferta de poder contemplar su trabajo. Pero, de hecho, algunas de sus mejores piezas no nos resultan desconocidas. Hemos viajado hasta tan lejos por una de esas piezas en particular y para poder hablar con usted. Un ejemplo de su indudable maestría que recientemente vio la luz en Cato Neimoidia.

El xi charriano se tomó un largo momento para responder.

—Una mecano-silla que usted grabó para Nute Gunray, el virrey de la Federación de Comercio, hace unos catorce años estándar —TC-16 escuchó antes de añadir—: Naturalmente que era obra suya. La parte interna de la pata trasera tenía su símbolo —volvió a escuchar—. ¿Una falsificación baktoide? ¿Está sugiriendo que su trabajo puede imitarse tan fácilmente?

Anakin tocó con el codo a Obi-Wan, los xi charrianos que trabajaban más cerca de ellos empezaban a mostrar cieno interés por la conversación.

—Comprendemos su repugnancia en discutir estos asuntos —decía tranquilamente TC-16—. ¡Vaya, el hecho de que estampara su firma en ese trabajo podría ser interpretado por el Prelado como una demostración de orgullo!

El enfado de T'laalak-s'lalak-t'th'ak era patente.

—Por supuesto que puede sentirse orgulloso. Pero ¿debemos informar al Prelado de que esa obra de arte ha estado todos estos años en poder de un personaje como el virrey Gunray...?

Sin otro cliqueo, el xi charriano soltó sus herramientas y saltó desde su banqueta, no hacia TC-16 ni hacia los Jedi, sino hacia la telaraña de vigas que pendía sobre él. Empezó a saltar de una viga a otra, ignorando los chillidos indignados de los xi charrianos a los que despertaba bruscamente, e intentando llegar hasta una de las claraboyas que sembraban el tejado.

Obi-Wan lo observó un instante, antes de girarse hacia Anakin.

—Creo que ya no quiere seguir hablando con nosotros.

Anakin no apartó su mirada de T'laalak-s'lalak-t'th'ak.

—Bueno, pues, quiera o no, tendrá que hacerlo.

Y saltó hacia arriba, dispuesto a perseguirlo.

—¡Anakin, espera! —gritó Obi-Wan. Y añadió para sí mismo—: ¡Oh, qué diablos!

Y también saltó hacia el techo.

Impulsándose de un puntal a otro, como un artista circense, Anakin llegó rápidamente al intrincado trazado que rodeaba la ventana semiabierta a través de la cual intentaba escapar T'laalak-s'lalak-t'th'ak. El xi charriano ya había conseguido sacar las patas delanteras fuera de la ventana, cuando Anakin saltó de nuevo y se aferró a él intentando devolverlo al suelo. Pero el alienígena era más fuerte de lo que parecía y, cliqueando alocadamente, saltó hasta una ventana superior, arrastrando a Anakin con él.

Diez metros más abajo, Obi-Wan recorría en paralelo la misma trayectoria del xi charriano.

Anakin seguía intentando arrastrar a su presa hacia abajo, pero su peso era insuficiente. Temiendo que Anakin recurriese con demasiado énfasis a la Fuerza —¡Obi-Wan tuvo visiones del Taller derrumbándose a su alrededor en mil pedazos!—, se propulsó hacia ellos y logró asirse a las patas traseras de T'laalak-s'lalak-t'th'ak.

Todos cayeron.

Los tres. Entrelazados y arrastrando con ellos a más de treinta xi charrianos que colgaban cabeza abajo. Mientras caían, Obi-Wan y Anakin perdieron su asidero sobre T'laalak-s'lalak-t'th'ak, y, de repente, no supieron distinguir a un xi charriano de otro. En todo caso, perder de vista a T'laalak-s'lalak-t'th'ak dejó de ser una preocupación inmediata, pues todos los xi charrianos del Taller corrieron en ayuda de sus congéneres, aquellos que los Jedi habían arrancado del techo. Algunos intentaban inmovilizar a los Jedi blandiendo soldadores y herramientas de grabado, mientras otros se ocupaban de construir una cúpula de plastiacero bajo la que contener aquel estallido de violencia.

—¡Nada de muertes! —gritó Obi-Wan.

Anakin lo miró con ojos desorbitados, bajo un montón de xi charrianos encolerizados de tres metros de alto.

—¿A quién se lo dices exactamente?

Obi-Wan recorrió el Taller con la mirada.

—¡Busca algo, rápido! ¡Antes de que completen la cúpula!

Moviendo su mano libre, Obi-Wan volcó una pequeña mesa situada a veinte metros de distancia, lanzando por los aires varios montones de comunicadores recientemente grabados y controles remotos de droides. Cliqueando de pánico, la mitad de los xi charrianos que los mantenían sujetos contra el suelo, y la mayoría de los que corrían hacia ellos, se dirigió precipitadamente a recoger los dispositivos dañados.

—¡Deprisa, Anakin!

Aunque tenía las manos debajo del cuerpo. Anakin consiguió elevar una plataforma de electrodomésticos de cocina y lanzarla contra una colección de juguetes cuidadosamente alineada. Después arrancó de la pared más de media docena de candelabros.

Más xi charrianos corrieron, cliqueando de desconsuelo.

—¡Deja de actuar como si esto fuera divertido! —gritó Obi-Wan.

Cuando clavaba la mirada en un contenedor lleno de instrumentos musicales y estaba a punto de librarse de los pocos atormentadores que quedaban sobre él, una ráfaga de láser asaeteó el Taller. En medio de la multitud de xi charrianos enfurecidos apareció el Prelado, empuñando un arma en cada pata y sentado en una litera que llevaban a hombros seis porteadores.

Veinte xi charrianos se tiraron al suelo mientras el Prelado apuntaba con sus rifles a Obi-Wan y a Anakin.

Antes de que pudiera disparar. TC-16 surgió de una galería lateral con su cuerpo reconstruido y pulido hasta despedir un brillo deslumbrante.

—¡Miren lo que me han hecho!

El tono de voz del droide era de angustia y maravilla al mismo tiempo, pero el cambio era tan inesperado y espectacular que el Prelado y sus porteadores se quedaron con la boca abierta, como si estuvieran contemplando un milagro. El Prelado lanzó una batería de cliqueos antes de volver a apuntar a Obi-Wan y a Anakin con sus armas.

—¡Pero, excelencia, los Jedi no pretendían hacer ningún daño! —intervino rápidamente el droide—. ¡T'laalak-s'lalak-t'th'ak huyó para no tener que responder a sus preguntas! ¡El Maestro Obi-Wan y el Jedi Skywalker sólo intentaban que atendiera a razones!

La mirada del Prelado se clavó en T'laalak-s'lalak-t'th'ak.

TC-16 tradujo.

—Maestro Kenobi, el Prelado le aconseja que haga sus preguntas y que abandone Charros IV antes de que cambie de idea.

Obi-Wan miró un instante a T'laalak-s'lalak-t'th'ak, y después a TC-16.

—Pregúntale si recuerda la silla.

El droide transmitió la pregunta.

—Sí, ahora la recuerda.

—¿La grabaron aquí?

—Su respuesta es "sí, señor".

—¿Quién trajo la silla a Charros IV? ¿El neimoidiano o algún otro?

—Dice que fue "otro".

Obi-Wan y Anakin intercambiaron una mirada.

—¿Ya tenía instalado el transmisor de hiperonda? —preguntó Anakin. TC-16 escuchó.

—Ambos estaban ya instalados en la silla: el transmisor y el holoproyector. Dice que él se limitó a mejorar su sistema de movimiento y a grabar las patas de la silla —bajando su voz, agregó—: Yo diría que el tono de T'laalak-s'lalak-t'th'ak es... dubitativo. Sospecho que esconde algo.

—Tiene miedo —confirmó Anakin—. Y no de Nute Gunray.

Obi-Wan se dirigió a TC-16.

—Pregúntale quién instaló el transmisor. Pregúntale desde dónde lo enviaron aquí.

Los cliqueos de T'laalak-s'lalak-t'th'ak parecían arrepentidos.

—La unidad del transmisor llegó de una instalación llamada Escarte. Cree que el fabricante del dispositivo todavía sigue allí.

—¿Escarte? —se extrañó Anakin.

—Una instalación minera en un asteroide —explicó TC-16—. Pertenece al Gremio de Comercio.

17

H
ace diez años esto habría tenido todos los requisitos necesarios para convertirse en un conflicto diplomático —explicaba el oficial de Inteligencia Dyne a Yoda y a Mace Windu en la sala de datos del Templo Jedi.

Llena de ordenadores, mesas de holoproyectores y aparatos de comunicaciones, la sala sin ventanas también contenía un emisor de emergencia que transmitía en una frecuencia únicamente conocida por los Jedi, lo que permitía que el Templo enviara y recibiera mensajes codificados sin tener que recurrir a la HoloRed publica.

—¿Desde cuándo muestran tanta comprensión los xi charrianos? —preguntó Mace. Vestido con túnica marrón, cinturón y pantalones crema, estaba sentado en el borde de un escritorio, apoyando uno de sus pies en el suelo.

—Desde que se han visto obligados a sobrevivir subcontratando trabajo—respondió Dyne—. Quieren volver a entrar en el juego y conseguir un buen contrato de la República para fabricar cazas estelares o droides de combate. Saben que Sienar se está haciendo cada vez más rico empleando técnicas que básicamente les robó a ellos. Eso debe de tenerlas muy irritados.

Mace miró a Yoda, que permanecía de pie, a un lado, con ambas manos apoyadas en la empuñadura de su bastón.

—Entonces, no es probable que el Prelado xi charriano envíe un informe del incidente al Senado.

Dyne negó con la cabeza.

—No lo hará. Al fin y al cabo, no se produjo ningún daño real.

—A oídos del Canciller Supremo no llegará —dijo Yoda—. Pero sorprendido por el informe de Obi-Wan estoy. Perdiendo parte de su buen juicio Obi-Wan está.

—Ambos sabemos el motivo —apuntó Mace—. Se ha convertido en el defensor de Anakin.

—Si el Elegido Skywalker es, cien incidentes diplomáticos como éste sin preocuparnos podremos sufrir —Yoda cerró los ojos un momento, antes de fijarlos en el analista de Inteligencia—. Pero a contarnos estas cosas no ha venido, capitán Dyne.

Dyne sonrió abiertamente.

—Hemos logrado descifrar el código que Dooku, y suponemos que Sidious, ha estado utilizando para comunicarse con el Consejo Separatista. Gracias a ese código pudimos interceptar un mensaje enviado al virrey Gunray a través de la mecano-silla.

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