Read El jardinero nocturno Online

Authors: George Pelecanos

Tags: #Policíaco

El jardinero nocturno (27 page)

BOOK: El jardinero nocturno
13.3Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Vale, pero Gus…

—Luego hablamos.

Ramone se dirigió hacia Maryland.

27

Rhonda Willis y Bo Green estaban en el salón de una casa adosada de Quincy Street, en la zona de Petworth de Northwest. Tenían ante ellos unas tazas de café sobre una mesa de estilo provenzal francés. La casa estaba bien conservada y limpia, los muebles eran de buen gusto y bien elegidos. No parecía el hogar de una chica que bailaba en el Twilight y andaba con un asesino. Pero allí se había criado Darcia Johnson.

Su madre, Virginia Johnson, sentada en un sillón, era una mujer atractiva, de piel clara y algunas pecas, vestida con elegancia y de manera apropiada a su edad. Tenía en el regazo a un niño de once meses que hacía ruiditos de satisfacción. Sonreía mirando a Bo Green, que le hacía muecas.

—¿Qué ha hecho, detective? —preguntó Virginia.

—Queremos hablar con un amigo suyo, Dominique Lyons —explicó Rhonda.

—Sí, lo conozco. ¿De qué quieren hablar con él?

—Es en relación a una investigación de asesinato.

—¿Es mi hija sospechosa de asesinato?

—De momento no —contestó Green. Apenas cabía en su silla, parecía el proverbial elefante que hubiera decidido tomar asiento en la cacharrería.

—Sabemos que Darcia y Dominique se ven a menudo —explicó Rhonda—. Hemos estado en el apartamento del Southeast que comparte con Shaylene Vaughn. También sabemos dónde trabaja, pero no ha aparecido por ninguno de estos lugares desde hace un par de días.

—¿Ha sabido usted algo de ella? —preguntó Green.

—Llamó anoche —contestó Virginia, mientras el niño le sujetaba los dedos—. Para ver cómo estaba el pequeño Isaiah, pero no sé desde dónde llamó.

—¿Isaiah es su hijo?

—Ella le dio a luz.

—¿El padre es Dominique Lyons?

—No, otro joven que desapareció hace tiempo.

—No tenemos la dirección de Lyons. ¿Sabe usted dónde vive? —preguntó Green.

—No, lo siento.

Green se inclinó para coger el café y beber un sorbo. La taza era delicada, pintada a mano, y parecía en peligro en su enorme manaza.

—Sentimos molestarla con todo esto —se disculpó Rhonda, con sinceridad.

—Nosotros creíamos que lo hacíamos todo bien con ella —dijo Virginia Johnson con voz queda.

—No se puede acertar siempre.

—Este barrio ahora está cambiando, para mejor, pero no ha sido siempre así, como ya saben. Mi marido se crio aquí en Petworth, y estaba empeñado en aguantar en el sitio hasta que pasaran los malos tiempos. Decía que unos padres fuertes y atentos como nosotros, con nuestro compromiso con la iglesia, serían suficiente para que nuestros hijos no se metieran en problemas. Y en su mayor parte tenía razón.

—¿Tienen otros hijos?

—Otros tres, todos mayores. Fueron a la universidad y a todos les va muy bien. Darcia es la pequeña. Era muy amiga de Shaylene desde el parvulario. Y Shaylene cayó de cabeza en las drogas y la promiscuidad ya desde los trece años. Esa chica nunca estuvo bien. Que Dios me perdone por decirlo, porque en realidad no fue culpa suya. Es que su familia no se preocupaba de ella.

—Pues eso lo explica —dijo Green.

—Pero con eso no basta —sentenció Virginia—. Puedes estar pendiente de ellos constantemente, darles todo el amor que necesitan, y aun así ellos cogen y se tiran del puente.

—¿Tiene Darcia mucha relación con el pequeño?

—Le quiere mucho, pero no está en condiciones de hacer de madre. Yo trabajé veinticinco años de funcionaría y tomé la jubilación anticipada. Mi marido tiene una carrera sólida, así que podemos seguir adelante sólo con un sueldo. Nosotros criaremos a Isaiah. A menos que cambien las cosas.

—Como ya le he dicho, Darcia no es sospechosa de este crimen-dijo Green.

—Pero tendrá que pasarse por nuestras oficinas —explicó Rhonda—. Podría ser un testigo.

—¿Tiene coche? —preguntó Green.

—No, no llegó a sacarse el carnet.

—Así que es probable que Dominique la lleve de un lado a otro —dijo Rhonda.

No era una pregunta, estaba pensando en voz alta.

—¿Ha matado a alguien ese chico? —preguntó Virginia.

Rhonda hizo un gesto a Bo Green, indicándole que contestara, y que era el momento de empezar a hacer presión.

—Hay muchas posibilidades —respondió éste.

—Estaría muy bien, como primer paso, sacar a Dominique Lyons de la calle y alejarlo de su hija —explicó Rhonda.

—Tenemos el móvil de Darcia —dijo Green.

—Pero no contesta cuando llamamos —terminó Rhonda.

—A lo mejor si creyera que su hijo está enfermo o algo así… —sugirió Green.

—Se preocuparía y vendría —dijo Rhonda.

—La voy a llamar —cedió Virginia Johnson, limpiándole la baba al niño con un pañuelo.

—Se lo agradeceríamos —replicó Rhonda.

—Seguro que viene. —Virginia miró a Rhonda—. Quiere mucho a este niño.

Ramone estaba en la sala de espera del colegio de su hijo en Montgomery County, sentado junto a un hombre negro de su edad. Había llegado hacía diez minutos, pidiendo hablar con la directora Brewster. Cuando le dijeron que para eso necesitaba una cita, Ramone enseñó la placa a la secretaria, la informó de que era el padre de Diego Ramone y que esperaría hasta que lo llamaran. La mujer le dijo que tomara asiento.

Diez minutos más tarde, salió del pasillo de las oficinas una mujer alta y delgada, cerca de los cincuenta años. Rodeó el mostrador sonriendo y miró en torno a la sala de espera. Por fin se acercó al hombre negro tendiendo la mano.

—¿Señor Ramone? —Yo soy Gus Ramone.

Ramone se levantó para darle la mano. La señora Brewster tenía el rostro alargado, serio, lo que a veces se califica de «equino». Parecía tener demasiados dientes. Su forzada sonrisa se desvaneció, pero consiguió recuperarla. Sus ojos, sin embargo, no se recobraron. Había visto a Regina varias veces, pero nunca a Ramone. Era evidente que había supuesto que era negro.

—Acompáñeme, por favor.

Ramone la siguió, echándole un vistazo al culo, puesto que era un hombre, y viendo que era de trasero ligero.

El señor Guy estaba sentado en una de las tres sillas del despacho de la señora Brewster, con una tablilla pegada al pecho. A diferencia de la directora, el subdirector tenía un amplio trasero, que completaba con una barriga y tetas de mujer.

—Guy Davis —se presentó, tendiendo la mano.

—Señor Guy —saludó Ramone. Le estrechó la mano y se sentó delante de la mesa de la directora.

La señora Brewster tomó asiento tras su mesa, echó un vistazo a la pantalla del ordenador y no pudo resistirse a tocar el ratón para comprobar algo. Luego miró a Ramone.

—Bien, señor Ramone…

—Detective Ramone.

—Detective, me alegro de que haya venido. Nos ha llegado cierta información y queríamos discutir el asunto con usted. Ahora es un buen momento.

—Primero hablemos de mi hijo. Me gustaría saber por qué le han expulsado hoy.

—Se lo explicará el señor Guy.

—Recientemente se ha producido un incidente entre un alumno, Toby Morrison, y otro estudiante —explicó el señor Guy.

—Quiere decir que se pelearon —dijo Ramone—. Sí, lo sé.

—Tenemos razones para creer que su hijo fue testigo.

—¿Y cómo lo sabe?

—Hemos interrogado a varios alumnos —explicó el señor Guy—. Estoy llevando a cabo una investigación.

—¿Una investigación? —Ramone esbozó una significativa sonrisa.

—Sí —repitió el señor Guy, mirando su tablilla—. Llamé a Diego al despacho para hablar de los hechos, y él se negó a contestar a mis preguntas.

—A ver si lo he entendido bien. Diego fue testigo de una pelea justa fuera del colegio que, según tengo entendido, se libró entre dos chicos. Nadie más se metió en la pelea contra el otro chaval ni nada parecido.

—Esencialmente así fue. Pero el otro chico resultó herido en el altercado.

—¿Y qué es exactamente lo que Diego ha hecho mal?

—Bueno —terció la señora Brewster—, para empezar no hizo nada. Podría haber detenido la pelea, pero prefirió quedarse mirando.

—O sea, que lo expulsan por inacción.

—Básicamente, sí. Por eso y por insubordinación —dijo la señora Brewster.

—Se negó a contestar a mis preguntas en el curso de la investigación —dijo el señor Guy.

—Eso es una gilipollez —exclamó Ramone, notando que le subía el calor a la cara.

—Tengo que pedirle que se abstenga de utilizar ese lenguaje —le reprendió la señora Brewster, con los dedos entrelazados sobre la mesa.

Ramone exhaló lentamente.

—Diego podía habernos ayudado a resolver este asunto —aseguró el señor Guy—. Pero en lugar de eso, ha obstaculizado todos nuestros esfuerzos por llegar al fondo del incidente.

—¿Sabe una cosa? Me alegro de que mi hijo no contestara a sus preguntas.

La señora Brewster parpadeó deprisa, un tic nervioso que hasta ese momento había logrado dominar.

—Desde luego usted precisamente debería comprender el valor de la cooperación en asuntos de esta índole —dijo la señora Brewster.

—Esto no es un homicidio. Los chicos se pelean. Se ponen a prueba unos a otros y descubren cosas de sí mismos que les acompañarán el resto de su vida. Y esto no era un caso de
bullying
y nadie resultó herido de gravedad.

—El chico recibió un puñetazo en la cara —aclaró el señor Guy.

—Es una manera de perder una pelea.

—Veo que estamos contemplando el caso desde puntos de vista muy diferentes —observó la directora.

—Yo no he educado a mi hijo para que traicione a sus amigos. —Ramone miraba deliberadamente a la señora Brewster, evitando al señor Guy—. Ahora Toby Morrison sabrá la clase de amigo que es Diego, y siempre estará de su lado. Y Diego se habrá ganado el respeto de los demás. Eso para mí y para mi hijo es más importante que sus normas.

—Diego está protegiendo a un chico peligroso —afirmó la directora.

—¿Cómo?

—Toby Morrison es un joven peligroso.

«Ahora ya sé de qué vas», pensó Ramone.

—Es un chico duro, señora Brewster —le espetó—. Conozco a Toby, juega en el equipo de fútbol de mi hijo. Ha venido a mi casa muchas veces, y siempre es bienvenido. Si no conoce la diferencia entre duro y peligroso…

—Desde luego que conozco la diferencia.

—Por curiosidad, estoy seguro de que en este colegio habrá algunos chicos blancos que también se habrán metido en peleas alguna vez. ¿Alguna vez los ha calificado de «peligrosos»?

—Por favor. —La señora Brewster hizo un breve gesto con la mano. Su sonrisa era falsa y empalagosa—. Soy directora de un colegio donde hay más de un cincuenta por ciento de afroamericanos e hispanos. ¿Le parece que me habrían dado este puesto si no comprendiera bien y simpatizara con las minorías?

—Es evidente que cometieron un error. Usted separa a estos chicos por los resultados de los exámenes. Ve el color y ve los problemas, pero jamás el potencial. Y, claro, al final usted misma crea el resultado que predecía. Y tener a un negro que le haga el trabajo sucio no excusa nada de eso. —¡Un momento! —saltó el señor Guy.

—Estoy hablando con la señora Brewster, no con usted.

—No tengo por qué aguantar esto —protestó el subdirector.

—¿Ah, no? ¿Y qué piensa hacer?

—En cualquier caso —terció la señora Brewster, sin perder la compostura—, todo eso es ya insustancial. En el curso de las investigaciones del señor Guy, un alumno nos informó de que usted no vive en Montgomery County, sino que reside con su familia en D.C.

—¿Quiere que le enseñe las escrituras de mi casa de Silver Spring?

—Las escrituras no sirven de nada si no reside usted en la casa, detective. Su familia reside en Rittenhouse Street, en Northwest, lo hemos confirmado. De manera que Diego está ilegalmente matriculado en este colegio. Me temo que tendremos que cancelar su matrícula desde este mismo momento.

—O sea, que le echan.

—Se cancela la matrícula. Si quiere reclamar…

—Lo dudo. No quiero que esté aquí.

—Entonces la conversación ha terminado.

—Muy bien. —Ramone se levantó—. No me puedo creer que hayan puesto a alguien como usted a cargo de los chicos.

—Le aseguro que no sé a qué se refiere.

—Me lo creo. Pero eso no le da la razón.

—Buenos días, detective.

El señor Guy también se levantó. Ramone pasó bruscamente a su lado y se marchó del despacho. Andaba con paso alegre. Sabía que se había mostrado agresivo e innecesariamente insultante, pero no se arrepentía en absoluto.

Llamó a Regina desde el aparcamiento. Diego había llegado a casa, pero sólo para recoger su pelota y marcharse de inmediato. No estaba enfadado, dijo Regina. Sólo callado.

Ramone se dirigió por la línea District hacia la Tercera y Van Buren. Dejó la chaqueta en el coche, se aflojó la corbata y se encaminó hacia el patio. Diego estaba tirando unas canastas, con unos pantalones demasiado grandes, una camiseta sin mangas y sus Exclusive. En ese momento saltaba para entrar a canasta. Al ver a su padre cogió la pelota y se la metió bajo el brazo. Ramone le esperó a un metro de distancia, con las piernas separadas.

—Ya lo sé, papá. La he cagado.

—No te voy a regañar. Tomaste una decisión, hiciste lo que pensabas que estaba bien.

—¿Cuánto tiempo me han suspendido?

—No vas a volver. Han descubierto que utilizamos la dirección de Silver Spring para matricularte.

—¿Y entonces adónde voy a ir?

—Tengo que hablar con tu madre, pero supongo que irás a tu antiguo colegio lo que queda de curso. Luego ya pensaremos algo.

—Lo siento, papá.

—No pasa nada.

Diego miró hacia la calle.

—Esta semana, todo…

—Ven aquí.

Diego tiró la pelota y se arrojó en brazos de su padre. Ramone lo estrechó con fuerza. Olió el sudor de Diego, el desodorante Axe que se había echado, el champú barato que usaba. Notó los músculos de sus hombros y su espalda y el calor de sus lágrimas.

Por fin Diego se apartó, se enjugó los ojos y cogió la pelota.

—¿Quieres jugar? —preguntó.

—Estoy en desventaja. Tú con tus zapatillas de ochenta dólares y yo con zapatos de cuero.

—Tienes miedo, ¿eh?

—A once.

Diego cogió el balón. El juego se decidió realmente desde el principio. Ramone intentó ganar, pero no pudo. Diego era ya mejor atleta a sus catorce años que Ramone en toda su vida.

BOOK: El jardinero nocturno
13.3Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Oceans of Fire by Christine Feehan
Size Matters by Sean Michael
Spirit Lost by Nancy Thayer
Academy Street by Mary Costello
Ice Hunter by Joseph Heywood
No Year of the Cat by Mary Dodson Wade
Nightlord: Sunset by Garon Whited