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Authors: Didier Van Cauwelaert

Tags: #Ciencia Ficción, Humor, Infantil y juvenil,

El fin del mundo cae en jueves (27 page)

BOOK: El fin del mundo cae en jueves
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Los dos ministros intercambian una mirada neutra. No sé i la sala está provista de un detector de mentiras, pero parece ue se tragan esa versión light. Incluso yo estoy a dos palmos e creerla.

—Y supongo que el tal Fiso —apostilla apaciblemente Olivier Nox— puede confirmar tu declaración.

Sin turbarme, dado que el profesor y Brenda me han hecho ensayar todas las fases posibles del interrogatorio, respondo con aire apesadumbrado:

—Sí, pero huyó cuando llevé a la señora Pictone al casino. Pienso que tuvo miedo de ser detenido como cómplice.

—Le encontraremos —dice el ministro de Seguridad arreglándose la raya de los pantalones.

Con verdadera angustia de Tetoms, les suplico:

—No le hagan daño: sólo quería protegerme.

—Está bien —suspira Olivier Nox levantándose—. Por mi parte, caso cerrado.

—¿Qué hacemos con él? —pregunta el enano señalándome con el pulgar.

El otro echa hacia atrás su largo pelo negro, se despereza voluptuosamente.

—Por lo que me concierne, Jack, en el plano de la Energía, el problema está resuelto. Es usted el único juez por lo que se refiere a la Seguridad. Creo que nos veremos luego en la Casa Madre, para la velada en memoria de mi predecesor.

—Eso es, Olivier. Gracias por su colaboración.

—Puede contar con ella siempre.

Y el joven de ojos verdes sale del despacho sin dirigirme una mirada. Como si yo no existiese. Como si mi condena a muerte cayera por su propio peso.

Me vuelvo hacia la trampilla, en la pared de moqueta, y aguzo desesperadamente el oído, llamo a Pictone con toda mi fuerza mental. Nada. La acción del triturador ha debido de hacer trizas su conciencia. Sin él, estoy perdido. No tengo ya medios de presión, no tengo ya moneda de cambio, no tengo ya a nadie que me guíe. El otro cabrón de la Seguridad decidirá suprimir a los testigos. Estaba claro de antemano. Ni mi padre ni Brenda me sobrevivirán. Triturador de basuras para todo el mundo. Y yo me encontraré en el infierno de los menores sin chip, como la pequeña Iris, bloqueada entre la muerte y el más allá…

Procurando ocultar mi pánico, juego mi última carta. La que Léo me había preparado si surgían problemas. El farol postrero.

—Le advierto, señor ministro, que tengo la prueba de que mi cometa fue trucada. La muerte del profesor Pictone no fue un accidente, fue un asesinato teledirigido. ¡Quisieron endosarme el marrón!

La jeta de cangrejo se ilumina con una sonrisa interesada. —¡Ah, caramba! ¿Y por qué?

—No lo sé. ¡Pero es una conspiración del gobierno!

Se rasca la oreja, pensativo.

—Qué cosas… No te falta imaginación, ¿sabes? ¿Es el hecho de tener una madre psicóloga lo que te vuelve paranoico?

—No soy paranoico, soy prudente. La cometa está en lugar seguro. Si mi padre y yo no somos liberados de inmediato, nuestro abogado sacará todas las pruebas, en directo, por la tele.

—¡Hala, qué miedo! —se burla el ministro—. Vas a conseguir una pequeña revolución, ¿sabes? Gracias a ti, la televisión estatal se levantará contra el gobierno. ¡Eso sí que es una exclusiva! ¿Tal vez harás que el pueblo baje también a la calle, como antaño? Fíjate, eran buenos tiempos, eso me rejuvenecería… Un buen motín de verdad para aplastarlo, como cuando tenía veinte años… Pero todo eso se ha terminado, mi pequeño Thomas.

Frunciendo la boca, pone un dedo en el centro de mi rodilla izquierda.

—Se pulsa un botón y la gente está contenta, piensa en otra cosa y todo va bien. Y si no mejora, se pulsa de nuevo y, ¡hala!, se mueren. Si hubiese querido eliminar al profesor Pictone de n modo accidental, chiquitín, habría hecho que enviaran una señal a su chip, eso es todo. Accidente vascular, aneurisma, infarto… Puedo elegir. No necesito manipular tu cometa. Se levanta dando una palmada.

—Bueno, me gusta discutir contigo, me distrae, pero debo ir a una reunión; tengo que prepararme. ¿Algo más? ¿Las últimas voluntades, antes de que disfrace tu ejecución como un accidente de aviación? Es cierto: ¿por qué hacerlo sencillo?

Me está tomando soberanamente el pelo. Ese tipo es un verdadero perverso. Y lo peor es que cuantas más gilipolleces dice, más me angustia.

De pronto, me faltan ideas. Y, luego, vuelvo a pensar en Brenda. Como última posibilidad, afirmo que Paul Benz espera mi llamada, en el Ministerio del Bienestar. El retaco suelta un hipo de sorpresa. Me mira con aire reprobador.

—Eres todavía muy joven, ¿no? Si fueras mi hijo, te soltaría un bofetón. Realmente ya es hora de que olvides esa historia, muchacho. Vamos, ven, te devolveré a tu padre.

Sus manos se cierran sobre mi hombro. Desconcertado, dejo que me arrastre fuera de la sala de proyección. Forzosamente, es una trampa. Va a dejarnos marchar y nos dispararán por la espalda, o algo más retorcido aún.

No tengo otra opción. Puesto que es un enclenque, basta con que lo golpee en la cocorota y huya. Estando donde estoy, mejor será jugarse el todo por el todo… Comienzo a calcular el ángulo del golpe, pero él saca un busca del bolsillo, lo pulsa.

Dos policías de uniforme, como saliendo de ninguna parte, me agarran de los brazos y me hacen entrar en la celda contigua a la sala de proyección. Ni siquiera me resisto. Me atan por las muñecas frente a mi padre, que murmura en su sueño. Con la boca estirada por su agria sonrisa, Jack Hermak viene a acariciarme el pelo.

—No es una Tor-Miedo, no te preocupes, un simple vaciado de almacén. Os borraremos la memoria reciente: serán cinco minutos. Os rejuveneceremos tres días y os dejaremos en una parada de metro. Único efecto secundario: la resaca. De todos modos, en ti es hereditario. Ya ves, no hay que demonizar al gobierno: preservamos la vida de los ciudadanos, cada vez que es posible. Bueno, muchacho, estoy contento de haberte conocido, pero haz que te olvide.

Sale de la celda. Los dos pasmas instalan en mi cráneo el mismo casco con electrodos que lleva mi padre, lo conectan. Un sonido superagudo me taladra las sienes, sustituido de inmediato por una música relajante. Sin saber si debo abandonarme o aferrarme a mis recuerdos, siento que me derrito poco a poco como una aspirina.

43

La imagen se forma, se enturbia, vuelve a formarse. Dos ojos verdes me miran. Los ojos de Olivier Nox, aunque con largas pestañas, un rostro de mujer y un perfume increíble. Una crêpe de naranja y chocolate caliente. Retrocede un paso, me contempla con una sonrisa absolutamente demoledora. Entre sus dedos, tiene el casco con electrodos que me ha quitado y cuyas conexiones invierte sin ni siquiera mirar, con una precisión impresionante.

—Hola, Thomas. Me llamo Lily Noctis. Creo que ya has conocido a mi hermanastro. Soy la nueva ministra del Azar, y no estoy en absoluto de acuerdo con él. Ni con el resto del gobierno, por lo demás. De modo que fingirás haber olvidado todo lo que ha ocurrido desde el domingo, pero cuento con tu memoria, con tu apoyo y tu confianza. ¿De acuerdo?

Vuelve a poner el casco en mi cabeza, solemnemente, como si fuera una corona. Digo de acuerdo. Mis recuerdos parecen estar presentes, pero me cuesta concentrarme en el pasado. Soy incapaz de apartar mi mirada de sus ojos, de su cuerpo, de sus gestos. Ni siquiera en las revistas de chicas desudas he visto nunca una mujer tan sexy. Perdón, Brenda, pero no hay comparación.

—¿No está demasiado apretado? —prosigue deslizando Un dedo entre mi muñeca izquierda y las esposas—. Llamaré a los guardias y, cuando te desaten, fingirás amnesia. Pero, sobre todo, no le digas nada a tu papá. Lo ha olvidado todo por las buenas, y es mejor así: de lo contrario no habría soportado la impresión. Imítale, eso es todo, para ser creíble. ¿De acuerdo?

Me vuelvo hacia mi padre. Con el cuerpo atravesado por las ataduras, sigue llevando el casco en la cabeza y duerme aún.

—Hay un paquete para ti en recepción —me susurra ella al oído, arreglándome un mechón de pelo—. Nunca me has visto, ¿lo prometes? Pero volveremos a vernos. Y, sobre todo, desconfía de mi hermano.

Vacila unos instantes, me sube la manga derecha, clava una uña roja en mi antebrazo y traza sobre mi piel una serie de cifras.

—Siempre podrás ponerte en contacto conmigo, en caso de extrema necesidad. Confía sólo en tu instinto, y ve hasta el final de tu misión, Thomas. Sólo tú puedes salvar el mundo.

Cinco minutos después de su partida, su perfume sigue en mi nariz. Y la deliciosa sensación de su número arañado en mi carne, bajo la manga que ha vuelto a bajar.

Los policías de hace un rato entran con unos camilleros, encienden los fluorescentes. Murmuro cosas inaudibles al igual que mi padre, fingiendo que duermo. Nos desatan, nos tienden en las camillas, nos quitan los cascos, nos evacuan sin miramientos.

Al salir del ascensor, un tipo del control me mete el móvil en el bolsillo, vuelve a anudar los cordones de mis zapatillas deportivas. Entre mis párpados, entornados un solo milímetro, veo a la azafata de recepción, que se acerca a mi camilla con un paquete de regalo bajo el brazo. Dice algo al oído de un policía, que parece sorprendido pero inclina la cabeza. Ella deja el paquete sobre mi vientre y regresa al mostrador. Es ligero, se mueve y habla.

—Sobre todo, no me abras; espera a estar en lugar seguro.

La voz susurrante de Pictone me suelta una alucinante oleada de felicidad. Ignoro en qué estado voy a encontrarlo, tras el triturador, pero qué vamos a hacerle: se podrá remendar. Soy tan feliz de que haya sobrevivido una vez más. Y de que a Lily Noctis se le haya ocurrido devolvérmelo. Esa mujer es magnífica. ¡Mágica!

Los camilleros salen a la oscuridad, meten nuestras literas en una ambulancia. La residencia del Presidente está iluminada. Con el corazón en un puño, pienso en Brenda, que tal vez esté haciendo no sé qué, en su «Velada holograma». Pero, casi de inmediato, Lily Noctis ocupa todos mis pensamientos.

La ambulancia arranca y se dirige hacia la verja de salida de la Colina Azul, cruzándose en las grandes diagonales con un atasco de limusinas, a cual más larga, que se dirigen hacia la presidencia.

—¿Dónde estoy? —gime mi padre.

Con un nudo en la garganta, respondo que no lo sé, pero que estoy ahí. Y le tomo la mano mientras vuelve a dormirse.

—No nos hemos ido a la mierda —suspira el paquete de regalo en mi camilla.

Finjo no haberle oído, para permanecer un poco más en el bello recuerdo de Lily Noctis.

—De eso estoy hablándote —afirma él. La ambulancia se detiene de golpe. Las puertas vuelven a abrirse, los camilleros sacan nuestras literas y las vuelcan como carretillas. Nos encontramos en la acera de un barrio de despachos, desierto, ante una boca de metro. La ambulancia se ha marchado ya.

Me incorporo, intento levantar a mi padre, que murmura versos en latín, como en sus más hermosas noches de curda. No tengo valor para arrastrarlo hacia el metro. Saco mi móvil, pido un taxi por el abono del doctor Macrosi y, esperando que llegue, abro el regalo para hacer balance de la situación.

—No comprendo nada —suelta el oso mientras lo desenvuelvo—. Nox y Noctis son socios, utilizaron a Vigor para robarme mis patentes, ¿acaso son ahora adversarios? ¿Están enfrentándose a costa tuya? Nox teledirige tu cometa para que me mates, y Noctis me saca del triturador para hacerte un regalo. Es una tontería. Nos están tomando el pelo, Thomas. ¿Pero con qué objetivo y cuál es el envite?

—Lily Noctis, en todo caso, es una verdadera aliada.

—¿Puedes repetírmelo a la cara?

Me cuesta un poco, dado que está en tres pedazos: una oreja, una pata y lo demás. Una gomaespuma amarillenta, seca y enmohecida, escapa de sus heridas.

—No es nada —me tranquiliza—. En cambio, siento mucho lo de tus zapatos de bebé. Me hice una bola, me descalcé inmediatamente y los tiré para bloquear el triturador. Seamos serios, Thomas: Lily Noctis es la mujer de negocios más temible del mundo.

—Pues bueno, tal vez haya cambiado. O haya decidido traicionar a su hermano para hacer negocios con nosotros.

—¿Qué negocios?

—No lo sé… Quiere que yo salve al mundo. Dice que soy el único que puede hacerlo.

—Cuando soy yo el que lo dice, tengo menos éxito. Evidentemente, si yo meneo el culo no sirve de argumento.

Vuelvo a meterlo en su paquete-regalo, y ayudo a mi padre a subir al taxi que se ha detenido ante la parada.

—¿Con quién hablabas? —farfulla.

—Con nadie, papá.

—Tú también… —escupe con repulsión—. No escuchan nada, les importa un pimiento…
Margaritas ante porcos
… ¡Perlas para los cerdos!

No sé qué tipo de frecuencias le ha soltado por el casco el ministro de Seguridad, para imitar una borrachera, pero le sienta bien. Mi madre seguirá en la inopia. Cierro la portezuela, hecho polvo. Estoy agotado. Agotado de mentir, de luchar en los combates de los demás, de confundir a los buenos y los malos, de entusiasmarme por gente que me la juega… Harto de ser un héroe.

Cuando llegamos ante nuestra casa, no hay ninguna luz encendida. Tampoco en casa de Brenda. El coche de mi madre no está. Debe de festejar su show televisivo con su Burle. Pero vamos, no se anden por las ramas, ¡pónganse las botas con sus Megs y sus Tetoms! Aquí estoy yo, todo va bien y no hay ningún problema: me encargo de la guardia, me ocupo de los alcohólicos y de los amputados por el triturador.

—¡Agrupeeé… monos todos —berrea mi padre levantando el puño hacia el taxi que se aleja— … en la lucha final…!

Cuando la emprende con sus canciones de la Edad Media, tengo ganas de pegarle. ¿Pero qué me está pasando? No sé por qué digo esas cosas. Por qué tengo esa clase de reacción… Debe de ser la resaca. Ese cerdo podrido de la Seguridad me lo ha avisado. Pero no tengo ganas de mandar al carajo el Escudo de Antimateria, sino la Colina Azul. ¡A todos esos ministros, todos esos chanchullos, a todas esas zorras!

—¡Deja ya de pensar en Lily Noctis! —chilla el oso a través del papel—. ¡No me gusta la influencia que esa mujer tiene sobre ti!

—¡Pero a usted no le gusta nadie, so celoso! ¡En cuanto una mujer quiere ayudarme, se convierte en el diablo! ¡Cuando no recibe Brenda, lo hace Lily! Deje ya de tocarme las narices, ¿vale? ¡No estamos casados!

—Sea como sea, mañana tengo que ir al congreso de Sudville.

—¡Buen viaje! —digo soltando al paquete-regalo una gigantesca patada que lo manda por encima de una cerca.

Luego siento a mi padre contra la pared de la casa, bien a la vista a la luz del farol. Su mujer lo encontrará por sí sola, al regresar, y así, por una vez, no tendré que dar explicaciones.

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