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Authors: Jude Watson

El fin de la paz (4 page)

BOOK: El fin de la paz
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La ciudad flotante se extendía a lo largo de varios kilómetros. Drenna les guió por los puentes y las pasarelas hacia las distintas zonas, algunas con brillantes edificios de varias plantas y otras con excéntricas estructuras que se mecían suavemente en el agua. Cruzaron filas y filas de embarcaderos con distintas embarcaciones amarradas a la orilla. Cada vez había menos gente, y decidieron retrasarse un poco, lo justo para seguir viendo a Drenna.

Por último, Drenna se desvió hacia uno de los puentes plateados que conectaban la ciudad flotante con tierra firme. Se apresuró a cruzarlo y desapareció por un camino que se curvaba entre un denso grupo de árboles. El grupo la siguió rápidamente.

Los árboles se alineaban junto al camino que seguía la orilla. Las ramas estaban cargadas de vegetación verde, y casi se curvaban hasta el suelo, con las ligeras hojas formando un encaje en la arena. Las sombras de color verde oscuro parpadeaban y, de vez en cuando, un pedazo de mar turquesa aparecía como una visión entre la espesa cortina de hojas.

Qui-Gon empleó la Fuerza para que le ayudara a seguir a Drenna. Tenía que estar pendiente de cada ruido y percibir la perturbación que ella provocaba en el aire al atravesarlo.

Senali era un planeta pequeño, y la mayoría de la población viajaba por mar o a pie. Los Jedi no veían apenas deslizadores u otro tipo de naves moviéndose por el aire. De vez en cuando pasaban pequeños transportes que llevaban mercancías o alimentos.

El camino se dividió en dos carreteras principales y en una tercera senda más estrecha que se perdía entre los árboles. Ya no veían a Drenna. Qui-Gon dudó sólo un instante antes de deducir que había tomado el camino más estrecho.

Obi-Wan seguía de cerca a su Maestro. El sendero se estrechó hasta que tuvieron que avanzar en fila de a uno. El suelo compacto del camino se había convertido en arenilla suelta que les dificultaba la marcha. De nuevo, Taroon tenía problemas para mantener el ritmo.

—Hay más arena en mis botas que en el suelo —murmuró—. ¿Por qué no construye esta gente caminos normales?

Qui-Gon levantó una mano y los tres se detuvieron. Cerró los ojos y escuchó con toda su concentración.

—Ahora está corriendo —dijo sorprendido—. Tenemos que ir más rápido.

Apretaron el paso. Taroon dejó de quejarse y se concentró en mantener el ritmo. El sonido del mar cubría el ruido de sus pisadas en la arena.

Doblaron un recodo y vieron que el camino conducía directamente a la elevada pared de un acantilado. Pero aún quedaba un estrecho trozo de playa para rodearlo. Una ola les mojó los talones mientras sorteaban el acantilado, evitando las rocas repletas de coral afilado que podía cortarles la piel.

Llegaron a una bella cala con una playa que se curvaba como una luna menguante. Estaba rodeada de escarpadas rocas.

La playa estaba vacía a excepción de una figura en la distancia. Qui-Gon tenía razón. Drenna estaba corriendo, avanzando fácilmente hacia el otro extremo de la lejana curva.

—¿Sabe que la están siguiendo? —preguntó Obi-Wan mientras se apresuraban de nuevo. Se pegaron a la sombra del acantilado por si acaso ella se giraba.

De repente, Qui-Gon se detuvo. Miró al acantilado y luego al mar embravecido.

—Siempre ha sabido que la seguíamos —dijo—. Tenemos que volver.

Taroon miró hacia atrás.

—Mirad eso. La retirada ya está cortada.

Las olas se estrellaban ya contra la escarpada pared. Si intentaban volver, se verían atrapados. La marea era lo suficientemente fuerte como para aplastarles contra las afiladas rocas.

El agua formó de repente espuma alrededor de sus tobillos.

—La marea está subiendo —dijo Obi-Wan.

—Las mareas senalitas son famosas —dijo Qui-Gon, recorriendo la empinada pared con la mirada-—. Las cuatro lunas hacen que sean rápidas y extremas.

Drenna había desaparecido por el otro extremo de la playa. Obi-Wan calculó la distancia y dio un paso atrás cuando una ola de sobrecogedora fuerza le golpeó en las rodillas.

Se dio cuenta de que no lo conseguirían.

Taroon llegó a la misma conclusión cuando miró a los Jedi.

—¡Nos ha traído a una trampa! —gritó.

Capítulo 7

Qui-Gon ya estaba calculando el siguiente movimiento.

—Podemos correr hasta el final de la cala por allí. La marea nos alcanzará, así que tendremos que nadar para rodear el acantilado. Al menos no hay rocas en aquel extremo. Podemos lograrlo.

—Yo no sé nadar —rugió Taroon—. Los rutanianos no nadamos. Nadar es para primitivos.

—Ahora mismo, nadar es para sobrevivir —dijo Qui-Gon con aspereza. Escudriñó el mar. Vio remolinos y una marea extremadamente peligrosa. Obi-Wan y él podían conseguirlo: eran Jedi, pero no podía arriesgar la vida de Taroon. Tampoco quería poner en peligro la de Obi-Wan.

Retrocedieron rápidamente cuando la siguiente ola les golpeó en la cintura. Su fuerza era impresionante. Taroon casi cayó al suelo, pero Qui-Gon le cogió por el brazo para mantenerlo en pie.

—Odio el mar —murmuró Taroon. Se quitó el pelo mojado de los ojos.

—¿Y qué te parece la escalada? —le preguntó Qui-Gon.

Taroon contempló el acantilado.

—¡Será una broma! —exclamó—. No hay manera de escalar esta pared.

Qui-Gon no respondió. Sabía que no había tiempo que perder. Se quitó los electrobinoculares del cinturón y miró el acantilado, buscando salientes para los pies y las manos. No había muchos. Y la pared era tan elevada que sus lanzacables no llegarían hasta arriba. Tampoco había nada con lo que engancharse al muro.

El agua se arremolinaba alrededor de sus rodillas e intentaba arrastrarlo hacia atrás. Taroon se agarró a Obi-Wan para apoyarse.

—¿Cómo habéis podido meternos en esto? —preguntó a los Jedi— ¡Esa hembra nos ha engañado!

Qui-Gon ajustó los electrobinoculares. Vio una pequeña fisura en la roca, lo justo para que la punta del gancho de su lanzacables pudiera agarrarse. Tendría que funcionar.

Se guardó los electrobinoculares y sacó el lanzacables, indicando a Obi-Wan que hiciera lo mismo.

—Espera a que el mío se enganche y lanza el tuyo —le instruyó.

Qui-Gon lo consiguió a la primera, lo que fue una suerte, ya que la siguiente ola le llegó al Jedi hasta los hombros. Obi-Wan enganchó el suyo al segundo intento, cuando bajaba el agua. Tiraron para probar y vieron que aguantaba.

—Adelante —dijo brevemente Qui-Gon. Luego indicó a Taroon que se agarrara al cable. Él se quedaría detrás del príncipe para protegerle si se caía.

Qui-Gon esperaba que los lanzacables les elevaran lo suficiente como para escapar del oleaje. La vegetación de la pared le indicó que la mayor parte de la misma quedaba sumergida al subir la marea. No le apetecía nada quedarse colgando en el aire mientras veían el mar acercándose cada vez más.

Vio subir a su padawan arrastrado por el cable. Se mecía por encima de ellos.

—Agárrate —ordenó Qui-Gon a Taroon. El cable comenzó a recogerse, elevándoles por encima de la playa. Se quedaron suspendidos cerca de la pared del acantilado.

—¿Crees que el agua nos alcanzará? —preguntó Taroon, comenzando a girarse.

—No mires abajo —le ordenó Qui-Gon, pero era demasiado tarde. Taroon había visto lo alto que estaban. Se estremeció y se golpeó la rodilla contra la pared de roca. Dio un grito y cerró los ojos.

—Estoy detrás de ti, Taroon —le dijo Qui-Gon—. Saldremos de ésta si no te dejas llevar por el pánico. El cable aguanta nuestro peso. No mires hacia abajo.

Taroon respiró hondo.

—No pasa nada —dijo—. Es sólo que me ha sorprendido.

Qui-Gon admiró su compostura. Sabía que Taroon tenía miedo.

—Busca un saliente para apoyar el pie —le indicó Qui-Gon—. Eso aliviará la tensión de tus brazos. No puedes caerte. Estás enganchado al cable.

Qui-Gon miró hacia arriba. No veía ninguna fisura. Tendrían que quedarse allí colgados y con la esperanza de que el mar no subiera hasta ahogarles. Sabía que Obi-Wan y él aguantarían horas en caso necesario, pero no estaba seguro de que Taroon pudiera hacerlo.

—La marea sigue subiendo —le dijo Obi-Wan con calma—. Las olas podrían romper por encima de nosotros. Quizá deberíamos ponernos los respiradores.

Qui-Gon asintió. Era una buena sugerencia.

—Dentro de un minuto —no quería poner nervioso a Taroon.

—¿No podemos subir más? —preguntó Taroon nervioso—. Me están salpicando las olas.

—De momento estamos bien —dijo Qui-Gon. Pero veía que era cuestión de minutos que las olas les golpearan.

De repente, vio otro cable bajando desde la cumbre, a unos cien metros por encima de ellos, que quedó colgando entre Qui-Gon y Obi-Wan.

—¡Cogedlo! —gritó alguien—. ¡Os subirá a todos! ¡El mar está subiendo!

Qui-Gon agarró el cable y lo probó. Luego intercambió una mirada con Obi-Wan.


¿Deberíamos hacerlo?
, le preguntó Obi-Wan en silencio.


No tenemos elección
, le respondió Qui-Gon.

Obi-Wan asintió y fue el primero en agarrar el cable. Taroon le siguió. Después Qui-Gon. Ahora los tres colgaban de un cable y tenían que confiar en la persona que sujetaba el otro extremo.

El cable comenzó a recogerse lentamente, elevándoles con suavidad por la pared del acantilado hacia la cima. Obi-Wan se izó hasta el suelo, seguido por Taroon. Qui-Gon fue el último en llegar arriba y se puso en pie de inmediato.

Un indígena alto y fuerte estaba frente a ellos. Llevaba un collar y una pulsera de corales rosas. Les sonrió.

—Me alegro de que lo hayáis conseguido.

Taroon se quedó boquiabierto.

—¡Leed!

Capítulo 8

Leed se abalanzó alegremente hacia su hermano y ambos se fundieron en un abrazo.

—¡Hermano! —gritó Leed.

—¡Hermano! —respondió Taroon.

—Cómo me alegra que estés aquí —dijo Leed—, Ya casi eres tan alto como yo.

—Soy más alto —dijo Taroon sonriendo.

Dieron un paso atrás. Leed se volvió hacia los Jedi.

—Y vosotros tenéis que ser los Jedi, enviados para llevarme de vuelta a Rutan.

—Yo soy Qui-Gon Jinn y él es Obi-Wan Kenobi —dijo Qui-Gon—. Estamos aquí para asegurarnos de que permaneces en este planeta por voluntad propia, y que no estás siendo obligado o manipulado.

—Ya veis que no es ninguna de las dos cosas —dijo Leed.

—No he tenido tiempo de ver mucho todavía —respondió Qui-Gon en tono amable.

Leed se volvió hacia su hermano.

—Tengo que pedirte disculpas por Drenna. Su intención no era matarte, sino protegerme.

—Puede que su intención no fuera ésa, pero lo cierto es que casi me mata —dijo Taroon en tono amenazador—. ¡Podría haberme ahogado!

—Pero no ha sido así —dijo Leed—. Sal ya, Drenna. Ya ves que no van a hacerme daño.

Las hojas crujieron y Drenna emergió de las sombras verdes y azules de los frondosos árboles. Se había camuflado perfectamente en el claroscuro. Taroon se sorprendió al verla, pero Obi-Wan percibió por la expresión de Qui-Gon que éste había intuido su presencia.

Drenna se quedó apartada del grupo. Les miraba cautelosa, y era evidente que aún no estaba segura de que no fueran a llevarse a Leed.

Se volvió hacia los Jedi y Taroon.

—¿Y bien? Ahora que habéis visto que Leed está aquí por su propia voluntad, podéis regresar a Rutan.

Qui-Gon se dirigió a Leed.

—Si de veras deseas quedarte en Senali, deberías ir a decírselo a tu padre.

Leed negó firmemente con la cabeza.

—Nada me hará volver. Él me obligará a quedarme. Me encarcelará.

—¿Si te damos nuestra palabra de que no permitiremos que tu padre te obligue a quedarte, vendrás? —preguntó Qui-Gon.

—No es que no respete los inmensos poderes de los Jedi —dijo Leed despacio—. No quiero ofenderos. Pero mi padre cuenta con trucos y engaños que no conocéis. Hay cosas de las que no podéis protegerme.

—¡Eso no es verdad! —protestó Taroon.

—Si eso es lo que sientes, tenemos un problema —dijo Qui-Gon a Leed, amable pero firme—. No volverás a Rutan. Y a nosotros nos va a resultar muy difícil irnos de Senali sin ti.

Leed miró a Qui-Gon fríamente. Ninguno de los dos se movió. La mirada de Obi-Wan iba de uno a otro. Vio en ambos una convicción inamovible. Qui-Gon era una presencia tan poderosa que era difícil imaginar lo que ocurriría si se le contrariaba.

Pero él, Obi-Wan, lo hizo una vez.

En Melida/Daan él se había enfrentado a la voluntad de Qui-Gon con la suya propia. Habían chocado y se habían separado. Obi-Wan creyó entonces de todo corazón que estaba haciendo lo correcto; pero llegó a darse cuenta de que le había cegado la lealtad a una causa que no era la suya.

¿Y qué pasaba con Leed? Había vivido en Senali casi toda su infancia. Allí se había convertido en un hombre. Obi-Wan no podía evitar simpatizar con los deseos de Leed. Era evidente que amaba a su hermano, pero estaba claro que su unión con su hermana adoptiva, Drenna, era igual de fuerte.

Con un abrupto cambio de humor que a Obi-Wan le recordó al padre de Leed, el chico rompió la tensión, encogiéndose de hombros y sonriendo amablemente.

—Está bien. Si vais a ser mis huéspedes, tendré que llevaros a mi hogar. Venid.

***

Leed les guió por un laberinto de senderos y después se internó en una marisma, moviéndose con facilidad entre las rocas apenas sumergidas y el suelo firme indetectable para el ojo inexperto. El aire era espeso y cerrado. Había criaturas de vivos colores zumbando y cantando sobre sus cabezas.

Finalmente, emergieron por encima de la costa, en un acantilado similar al que habían dejado atrás. Pero aquí el mar estaba tranquilo en la curva de la orilla, que creaba un puerto natural. A lo lejos se veía una cadena de islas.

Bajaron hasta la playa, en la que Leed y Drenna apartaron unas pesadas ramas para descubrir un bote.

Navegaron por las apacibles aguas verdeazuladas, siguiendo la orilla hasta llegar a una laguna rodeada por un grupo de pequeñas islas. En un embarcadero flotante había una choza, construida con troncos y hojas trenzadas. Leed amarró la barca y el grupo desembarcó.

—El clan Nali-Erun vive en aquella isla —dijo Leed, señalando a una isla de exuberante vegetación a unos kilómetros de distancia—. Ellos velan por mi seguridad.

—Todos los senalitas se cuidan unos a otros —dijo Drenna.

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