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Authors: Chris Bradford

El camino del guerrero (30 page)

BOOK: El camino del guerrero
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—Será mejor que regresemos —dijo Yamato al cabo de un rato—. El sol se pondrá pronto y la
Niten Ichi Ryû
tiene que saber que ha ganado.

—Deberías llevarla tú —dijo Jack, desatando la Espada de Jade de su
obi
y tendiéndosela a Yamato.

—¿Por qué yo? La has conseguido tú.

—Sí, pero tu padre no tiene por qué saberlo, ¿no?

40
Permanecer en el camino

Jack y Yamato entraron juntos en el Salón de Buda.

La escuela
Yagyu
se volvió loca cuando vieron que su campeón traía la Espada de Jade. Kamakura se hinchó de orgullo y se preparó para aceptar la espada y la victoria.

Masamoto estaba sentado en el estrado junto a él, con las piernas cruzadas y una expresión hierática de seriedad y distanciamiento en el rostro. Cuando Yamato entró en el Salón de Buda con la espada, Masamoto pareció convertirse en una versión de cartón piedra de sí mismo, en una cáscara sin vida.

Los aplausos fueron reduciéndose a un murmullo de respeto cuando Jack y Yamato se acercaron al estrado e inclinaron la cabeza.

Akiko y Saburo estaban arrodillados en la parte derecha, Raiden y Moriko, en la izquierda. Akiko sonrió con tristeza, contenta al ver a Jack de una sola pieza, pero inquieta por su derrota. Yamato dio un paso adelante, con la Espada de Jade en una mano. Kamakura se preparó para recibir la ofrenda.

Jack necesitó mucha persuasión para convencer a Yamato de que llevara la espada, pero al final el muchacho accedió. Jack creía que era la mejor manera de que se reconciliara con su padre. A Jack no le interesaba el honor de ganar la
Taryu-Jiai.
Masamoto le había demostrado gran amabilidad al aceptarlo en su familia. Jack, por tanto, no debería ser el motivo para separarla.

Yamato se inclinó una vez más y, tras apoyarse en una rodilla, alzó la Espada de Jade con ambas manos por encima de su cabeza. Kamakura extendió las manos formalmente para aceptar la ofrenda y sellar su victoria en la
Taryu-Jiai
, pero antes de poder ponerle las manos encima, Yamato se volvió y le presentó la espada a su padre.

—Padre, te pido perdón y te ofrezco lo que es el justo triunfo de la
Niten Ichi Ryû.
No he sido yo quien ha recuperado la espada. Ha sido Jack.

Un momento de perplejidad se apoderó de la sala.

Jack se quedó boquiabierto. Esto no era lo que habían acordado. Sí, iba a darle la espada a Masamoto, pero no iba a decir que era Jack quien la había conseguido. Ese tenía que ser el momento de gloria de Yamato. La prueba que Masamoto necesitaba para darse cuenta de que Yamato era lo bastante bueno para ser un guerrero samurái, para ser un Masamoto.

Akiko miró con ojos asombrados a Yamato y luego a Jack, que sacudía la cabeza en silenciosa disputa.

Masamoto dirigió a Yamato una mirada dubitativa.

—¿Es esto la verdad?

—Sí, padre. Pero Jack insistió en que fuera yo quien te entregara la espada.

Ignorando las protestas de Jack, Masamoto asintió una vez, zanjando el tema. Se levantó y cogió la espada de las manos extendidas de Yamato.

—¡La
Niten Ichi Ryû
es la campeona de la
Taryu-Jiai!
—anunció el juez de la Corte Imperial, igualmente sorprendido.

Todo el Salón de Buda prorrumpió en una cacofonía de vítores y protestas. Raiden dio frustrado un pisotón en el suelo mientras Moriko mostraba sus dientes negros, siseando su disgusto a Akiko. El rostro de Kamakura se volvió rojo de furia y su garganta tembló como si estuviera tratando de tragarse un sapo gigantesco.

—¡Esto es un escándalo! —exclamó Kamakura, empujando al juez al suelo—. ¡Un escándalo!

Kamakura saludó cortante a Masamoto y salió rápidamente de la sala, seguido de sus samuráis. El juez recuperó la compostura y luego exigió silencio. Cuando el ruido finalmente se aplacó, dio la palabra a Masamoto.

—¡Estudiantes de la
Niten Ichi Ryû!
—empezó a decir ceremoniosamente Masamoto, blandiendo la Espada de Jade y alzándola en un saludo heroico—. ¡Hoy hemos sido testigos de lo que significa ser un samurái de esta escuela!

Hubo una explosión de aplausos. Masamoto alzó la otra mano pidiendo silencio, se bajó del estrado y se dirigió a Jack.

—Al principio de vuestro año, os dije que tenéis que conquistar el yo, soportar las fatigas de la práctica, y forjar una mente intrépida. Este muchacho, Jack-kun, es prueba de eso. Hoy, ha luchado con valor y entrega. ¡Ha derrotado al enemigo y ha ganado el honor para esta escuela!

Hubo otra explosión de aplausos, aún más fuerte que la anterior.

—Pero el
bushido
no trata sólo de valor y disciplina. Ni su propósito es el combate y la guerra. Aunque puedan ser paradas necesarias en vuestro viaje, no son vuestro destino. La verdadera esencia del
bushido
es la integridad, la benevolencia y la lealtad.

Masamoto se volvió hacia Yamato y apoyó una mano en el hombro de su hijo.

—Yamato ha demostrado esta misma esencia. Admitir la verdad en presencia de tanta gente requiere un gran valor. Tal vez más valor que recuperar la Espada de Jade.

Masamoto alzó la brillante espada y la escuela aplaudió una vez más.

—Yamato, has respondido a mi pregunta —continuó Masamoto, y miró a su hijo con un entusiasmo que Jack no había observado hasta entonces—. Te pedí que me dijeras qué significa ser un Masamoto. Lo que acabas de hacer es exactamente de lo que trata el espíritu Masamoto. Has honrado y respetado a Jack, tu compañero samurái. Has mostrado integridad. Eres verdaderamente un Masamoto. Acepto tu disculpa cien veces y te imploro que regreses a la
Niten Ichi Ryû.

Masamoto se apoyó en una rodilla para estar al nivel de Yamato.

Jack no podía dar crédito a lo que veía, y, a juzgar por la expresión sorprendida de su rostro, tampoco podía Akiko. A pesar de todo lo que había ocurrido, Masamoto estaba aceptando formal y públicamente a Yamato. Todos los estudiantes fueron conscientes de ello, e inclinaron la cabeza ante Yamato y Masamoto guardando un respetuoso silencio. A continuación, padre e hijo se inclinaron la cabeza el uno al otro.

—El
bushido
es un viaje que no hay que tomar a la ligera —declaró Masamoto, poniéndose en pie—. Os dije que el camino del guerrero dura toda la vida y la maestría se consigue simplemente permaneciendo en el camino. Estudiantes de la
Niten Ichi Ryû...
¡permaneced en el camino!

El Salón de Buda tronó con fervientes aplausos.

41
Gion Matsuri

El niño ataviado con la inmaculada túnica blanca y el sombrero negro de los sacerdotes Shinto alzó la corta espada
wakizashi
por encima de su cabeza y la descargó con todas sus fuerzas.

De un solo golpe, cortó la cuerda y comenzó el festival del
Gion Matsuri.

—¡Es sorprendente! ¡Nunca había visto nada igual! —exclamó Jack, entusiasmado, mientras veía pasar la procesión de carrozas.

Las carrozas eran inmensas estructuras de madera adornadas con tapices y columnas de linternas bulbosas que parecían velas alzándose al cielo. Algunas de las carrozas avanzaban por las calles a hombros de la gente, pero las mayores, grandes como barcazas fluviales y en las que se sentaban las
geishas
de rostro blanco, disponían de ruedas de madera.

Cuando la primera de las carrozas más grandes se acercó a una esquina, todos los hombres que la empujaban empezaron a cantar con fuerza:


¡Yoi!¡Yoi!¡Yoi to sei!

El ritmo lo marcaban grandes tambores
taiko
instalados en el piso superior de la carroza. Toda la estructura empezó a girar y poco a poco fue desapareciendo tras la esquina como si fuera un enorme dragón enjoyado.

—¿Qué se celebra en este festival? —preguntó Jack desgañitándose para que lo oyeran a pesar del ruido de la celebración.

—Es una purificación ritual —respondió Akiko, que estaba a su lado, vestida con un ligero quimono de verano de color aguamarina decorado con crisantemos de brillantes colores—. Kioto sufrió una horrible plaga hace setecientos años y el
Matsuri
impide que regrese.

—Nosotros sufrimos también una plaga en Inglaterra —dijo Jack—. La llamaron la Peste Negra.

La multitud que los rodeaba empujó hacia delante para no perderse las carrozas que pasaban. Emi, acompañada de dos amigas, se unió a Jack, Akiko y Yamato.

—¿Cómo está hoy nuestro victorioso samurái? —dijo Emi acalorada agitando un abanico de papel rojo mientras se situaba entre Jack y Akiko. Akiko frunció el ceño molesta por la intrusión.

—¡Muy bien, gracias! —dijo Jack—. Es un festival maravilloso...

—¡Vamos! —instó Yamato, al ver la reacción de Akiko. Agarró a Jack por el brazo y añadió—: Conozco un sitio mejor.

—Lo siento, tengo que irme. Quizá nos veremos más tarde —dijo Jack despidiéndose de la desencantada Emi con la mano mientras Yamato y Akiko lo arrastraban hacia el fondo de la multitud.

Allí se encontraron con Saburo, Yori y Kiku.

—¡Hola, Jack! —exclamó Saburo—. ¡Ten, prueba esto! —le dijo colocándole en la mano un pastelito en forma de pez.

—¿Qué es esto? —preguntó Jack, mirando con recelo el pastel.

—Es
taiyaki...
—dijo Saburo, metiéndose uno en la boca.

—Más tarde. Tenemos toda la tarde para comer —interrumpió Yamato—. Tenemos que adelantarnos a la procesión, o no podremos verla toda. ¡Seguidme!

Yamato los condujo a una calle trasera y, después de abrirse paso por un laberinto de estrechos callejones desiertos, salieron por fin a la avenida principal, justo delante del Palacio Imperial.

Centenares de personas se habían congregado ya allí y la calle estaba repleta de puestos donde se vendían extraños dulces, bocados de pollo a la plancha,
sencha
y una amplia gama de artículos festivos, desde abanicos de papel de brillantes colores a burdas máscaras de cartón piedra, todo preparado para las celebraciones nocturnas.

—¿Qué te he dicho, Jack? Desde aquí podremos ver la procesión entera —dijo Yamato con orgullo, abriéndose paso hacia la primera fila.

Yamato, tras la reconciliación con su padre y la victoria de la escuela en la
Taryu-Jiai
el día anterior, se había convertido en una persona distinta. La nube negra que había flotado hasta entonces sobre su cabeza había desaparecido, y ya no actuaba de manera distante y despegada cuando estaba con Jack. Ahora se relacionaba abiertamente con él y dedicaba una mirada desafiante a todo aquel que hablaba de Jack como del
gaijin.

No es que lo hiciera mucha gente. Jack y Yamato eran los héroes de la escuela, junto con Akiko y Saburo. Sólo Kazuki y sus amigos mantenían una actitud desafiante y hostil hacia Jack, pero se habían visto obligados a no llamar la atención, porque todo el mundo estaba celebrando la victoria de la escuela sobre la
Yagyu Ryü.

—¡Mirad! —dijo Kiku—. ¡Allí está Masamoto!

—¿Adónde va? —preguntó Jack.

—¡A ver al emperador, naturalmente! —dijo Kiku con tono reverente—. Nuestro Dios Viviente.

—Puede que tú hayas ganado la
Taryu-Jiai
—explicó Akiko—, pero como fundador de la
Niten Ichi Ryû
él tiene el honor de ver al emperador.

Masamoto, flanqueado por los
sensei
Yamada, Kyuzo, Hosokawa y Yosa, todos vestidos de gala, entró por la inmensa puerta del Palacio Imperial y desapareció tras las altas murallas de color tierra.

Jack se preguntó cómo sería conocer a un «Dios Viviente».

Pasaron el resto de la tarde viendo el desfile de carrozas,
geishas
y músicos, y presentaron a Jack una extraña variedad de comidas japonesas. Saburo parecía disfrutar experimentando con los gustos de Jack, obligándolo a comer a la fuerza con distintos grados de éxito. A Jack le gustó el
takoyaki
, una bola de harina, jengibre y pulpo frito, pero el
obanyaki
, un grueso pastel redondo relleno de natillas, le pareció demasiado dulce. Mientras seguían deambulando por las calles, Saburo insistía en ofrecerle a Jack una especie de tortas fritas.

—Se llaman
okonomiyaki.
Significa «cocina lo que quieras, cuando quieras» —le explicó Akiko, con expresión de asco en el rostro, mientras Jack engullía su cuarta torta—, pero yo no me fiaría. ¡Nunca se sabe qué le ponen esos vendedores!

—Rápido, por aquí —gritó Yamato, dirigiéndolos a un puesto situado en una esquina—. ¡Este puesto vende algunas de las mejores máscaras que he visto!

—Toma, Jack, ésta te viene bien —dijo Saburo, tendiéndole una máscara con el rostro de un horrible demonio rojo con cuatro ojos y dientes dorados—. ¡Debería mejorar tu aspecto!

—¡Bueno, será mejor que tú te quedes ésta, teniendo en cuenta que luchas como una de ellas! —respondió Jack, pasándole la máscara arrugada y medio hundida de una vieja.

—¡Ja, ja! —replicó Saburo, sin verle la gracia. Pero la aceptó de todas formas—. ¿Y qué tal ésta para ti, Yamato?

—Sí, ¿por qué no? Tiene espíritu —dijo Yamato, examinando la máscara dorada de un loco con pelos negros de punta.

—¿Cuál vas a coger tú, Akiko? —preguntó Jack.

—Estaba pensando en ésa —dijo ella, señalando una máscara de mariposa roja y dorada.

—Sí, estarías preciosa con ésa... —empezó a decir Jack, pero se interrumpió al ver que Saburo y Kiku expresaban sorpresa ante ese afectuoso cumplido inesperado—. Bueno... Sería mejor que esa... máscara de león de ahí —terminó Jack torpemente, señalando con la mano.

—Gracias, Jack —dijo ella, sonriendo amablemente, y se volvió hacia el mercader.

Jack se alegró de que Akiko le estuviera dando la espalda: así no vio el rubor que le quemaba las mejillas. Yamato, sin embargo, sí lo vio y se quedó mirando a Jack significativamente.

Poco después, el sol se puso y todas las linternas de las carrozas de la procesión se encendieron, transformando Kioto en un mágico paraíso nocturno. Las linternas flotaban por las calles como enormes formaciones de nubes iluminadas desde el interior por soles diminutos. Todo el mundo se puso su máscara y la música y la alegría llenaron las calles de vida.

Muchas de las carrozas se detuvieron y los hombres sacaron grandes botellas de
sake y
empezaron a beber. No pasó mucho tiempo antes de que el jolgorio invadiera las calles.

Mientras Jack, Akiko, Yamato y los demás se dirigían a la avenida principal para ver los fuegos artificiales, un grupo de samuráis borrachos se cruzó con ellos y Jack se vio obligado a apartarse de su camino.

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