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Authors: Bram Stoker

Tags: #Clásico, Fantástico, Terror

Drácula (41 page)

BOOK: Drácula
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—Doctor Seward, ¿puedo pedirle un favor? Deseo ver a su paciente, al señor Renfield. Déjeme verlo. Me interesa mucho lo que dice usted de él en su diario.

Parecía tan suplicante y tan bonita que no pude negárselo; por consiguiente, la llevé conmigo. Cuando entré en la habitación, le dije al hombre que había una dama a la que le gustaría verlo, a lo cual respondió simplemente:

—¿Por qué?

—Está visitando toda la casa y desea ver a todas las personas que hay en ella —le contesté.

—¡Ah, muy bien! —dijo—. Déjela entrar, sea como sea; pero espere un minuto, hasta que ponga en orden el lugar.

Su método de ordenar la habitación era muy peculiar.

Simplemente se tragó todas las moscas y arañas que había en las cajas, antes de que pudiera impedírselo. Era obvio que temía o estaba celoso de cualquier interferencia.

Cuando hubo concluido su desagradable tarea, dijo amablemente:

—Haga pasar a la dama.

Y se sentó sobre el borde de su cama con la cabeza inclinada hacia abajo; pero con los párpados alzados, para poder ver a la dama en cuanto entrara en la habitación.

Por espacio de un momento estuve pensando que quizá tuviera intenciones homicidas.

Recordaba lo tranquilo que había estado poco antes de atacarme en mi propio estudio, y me mantuve en un lugar tal que pudiera sujetarlo inmediatamente si intentaba saltar sobre ella.

La señora Harker entró en la habitación con una gracia natural que hubiera hecho que fuera respetada inmediatamente por cualquier lunático…, ya que la desenvoltura y la gracia son las cualidades que más respetan los locos. Se dirigió hacia él, sonriendo agradablemente, y le tendió la mano.

—Buenas tardes, señor Renfield —le dijo—. Como usted puede ver, lo conozco. El doctor Seward me ha hablado de usted.

El alienado no respondió enseguida, sino que la examinó con el ceño fruncido.

Su expresión cambió, su rostro reflejó el asombro y, luego, la duda; luego, con profunda sorpresa de mi parte, le oí decir:

—No es usted la mujer con la que el doctor deseaba casarse, ¿verdad? No puede usted serlo, puesto que está muerta.

La señora Harker sonrió dulcemente, al tiempo que respondía:

—¡Oh, no! Tengo ya un esposo, con el que estoy casada desde mucho antes de conocer siquiera al doctor Seward. Soy la señora Harker.

—Entonces, ¿qué está usted haciendo aquí?

—Mi esposo y yo hemos venido a visitar al doctor Seward.

—Entonces no se quede.

—Pero, ¿por qué no?

Pensé que aquel estilo de conversación no podía ser más agradable para la señora Harker que lo que lo era para mí. Por consiguiente, intervine:

—¿Cómo sabe usted que deseaba casarme?

Su respuesta fue profundamente desdeñosa y la dio en una pausa en que apartó sus ojos de la señora Harker y posó su mirada en mí, para volverla a fijar inmediatamente después en la dama.

—¡Qué pregunta tan estúpida!

—Yo no lo creo así en absoluto, señor Renfield —le dijo la señora Harker, defendiéndome.

Renfield le habló entonces con tanta cortesía y respeto como desdén había mostrado hacia mí unos instantes antes.

—Estoy seguro de que usted comprenderá, señora Harker, que cuando un hombre es tan querido y honrado como nuestro anfitrión, todo lo relativo a él resulta interesante en nuestra pequeña comunidad. El doctor Seward es querido no solamente por sus servidores y sus amigos, sino también por sus pacientes, que, puesto que muchos de ellos tienen cierto desequilibrio mental, están en condiciones de distorsionar ciertas causas y efectos. Puesto que yo mismo he sido un paciente de un asilo de alienados, no puedo dejar de notar que las tendencias mitómanas de algunos de los asilados conducen hacia errores de
non causa e ignoratio elenchi
.

Abrí mucho los ojos ante ese desarrollo completamente nuevo. Allí estaba el peor de todos mis lunáticos, el más afirmado en su tipo que he encontrado en toda mi vida, hablando de filosofía elemental, con los modales de un caballero refinado. Me pregunté si sería la presencia de la señora Harker la que había tocado alguna cuerda en su memoria. Si aquella nueva fase era espontánea o debida a la influencia inconsciente de la señora, la dama debía poseer algún don o poder extraño.

Continuamos hablando, durante un rato y, viendo que en apariencia razonaba a la perfección, se aventuró, mirándome a mí interrogadoramente al principio, llevándolo hacia su tema favorito de conversación. Volví a asombrarme al ver que Renfield enfocaba la cuestión con la imparcialidad característica de una cordura absoluta; incluso se puso de ejemplo al mencionar ciertas cosas.

—Bueno, yo mismo soy ejemplo de un hombre que tiene una extraña creencia. En realidad, no es extraño que mis amigos se alarmaran e insistieran en que debía ser controlado. Acostumbraba pensar que la vida era una entidad positiva y perpetua, y que al consumir multitud de seres vivos, por muy bajos que se encuentren éstos en la escala de la creación, es posible prolongar la vida indefinidamente. A veces creía en ello con tanta firmeza que trataba de comer carne humana. El doctor, aquí presente, confirmara que una vez traté de matarlo con el fin de fortalecer mis poderes vitales, por la asimilación en mi propio cuerpo de su vida, por medio de su sangre, Basándome, desde luego, en la frase bíblica: «Porque la sangre es vida». Aunque, en realidad, el vendedor de cierta panacea ha vulgarizado la perogrullada hasta llegar al desprecio. ¿No es cierto eso, doctor?

Asentí distraídamente, debido a que estaba tan asombrado que no sabía exactamente qué pensar o decir; era difícil creer que lo había visto comerse sus moscas y arañas menos de cinco minutos antes. Miré mi reloj de pulsera y vi que ya era tiempo de que me dirigiera a la estación para esperar a van Helsing; por consiguiente, le dije a la señora Harker que ya era hora de irnos. Ella me acompañó enseguida, después de decirle amablemente al señor Renfield:

—Hasta la vista. Espero poder verlo a usted con frecuencia, bajo auspicios un poco más agradables para usted.

A lo cual, para asombro mío, el alienado respondió:

—Adiós, querida señora. Le ruego a Dios no volver a ver nunca su dulce rostro. ¡Que Él la bendiga y la guarde!

Cuando me dirigí a la estación, dejé atrás a los muchachos. El pobre Arthur parecía estar más animado que nunca desde que Lucy enfermara, y Quincey estaba mucho más alegre que en muchos días.

Van Helsing descendió del vagón con la agilidad ansiosa de un niño. Me vio inmediatamente y se precipitó a mi encuentro, diciendo:

—¡Hola, amigo John! ¿Cómo está todo? ¿Bien? ¡Bueno! He estado ocupado, pero he regresado para quedarme aquí en caso necesario. He arreglado todos mis asuntos y tengo mucho de qué hablar. ¿Está la señora Mina con usted? Sí. ¿Y su simpático esposo también? ¿Y Arthur y mi amigo Quincey están asimismo en su casa? ¡Bueno!

Mientras nos dirigíamos en el automóvil hacia la casa, lo puse al corriente de todo lo ocurrido y cómo mi propio diario había llegado a ser de alguna utilidad por medio de la sugestión de la señora Harker. Entonces, el profesor me interrumpió:

—¡Oh! ¡Esa maravillosa señora Mina! Tiene el cerebro de un hombre; de un hombre muy bien dotado, y corazón de mujer. Dios la formó con algún fin excelso, créame, cuando hizo una combinación tan buena. Amigo John, hasta ahora la buena suerte ha hecho que esa mujer nos sea de gran auxilio; después de esta noche no deberá tener nada que hacer en este asunto tan terrible. No es conveniente que corra un peligro tan grande. Nosotros los hombres, puesto que nos hemos comprometido a ello, estamos dispuestos a destruir a ese monstruo; pero no hay lugar en ese plan para una mujer. Incluso si no sufre daños físicos, su corazón puede fallarle en muchas ocasiones, debido a esa multitud de horrores; y a continuación puede sufrir de insomnios a causa de sus nervios, y al dormir, debido a las pesadillas. Además, es una mujer joven y no hace mucho tiempo que se ha casado; puede que haya otras cosas en que pensar en otros tiempos, aunque no en la actualidad. Me ha dicho usted que lo ha escrito todo; por consiguiente, lo consultará con nosotros; pero mañana se apartará de este trabajo, y continuaremos solos.

Estuve sinceramente de acuerdo con él, y a continuación le relaté todo lo que habíamos descubierto en su ausencia y que la casa que había adquirido Drácula era la contigua a la mía. Se sorprendió mucho y pareció sumirse en profundas reflexiones.

—¡Oh! ¡Si lo hubiéramos sabido antes! —exclamó—. Lo hubiéramos podido alcanzar a tiempo para salvar a la pobre Lucy. Sin embargo, «la leche derramada no se puede recoger», como dicen ustedes. No debemos pensar en ello, sino continuar nuestro camino hasta el fin.

Luego, se sumió en un silencio que duró hasta que entramos en mi casa. Antes de ir a prepararnos para la cena, le dijo a la señora Harker:

—Mi amigo John me ha dicho, señora Mina, que su esposo y usted han puesto en orden todo lo que hemos podido obtener hasta este momento.

—No hasta este momento —le dijo ella impulsivamente—, sino hasta esta mañana.

—Pero, ¿por qué no hasta este momento? Hemos visto hasta ahora los buenos resultados que han dado los pequeños detalles. Hemos revelado todos nuestros secretos y, no obstante, ninguno de ellos va a ser lo peor de cuanto tenemos que aprender aún.

La señora Harker comenzó a sonrojarse, y sacando un papel del bolsillo, dijo:

—Doctor van Helsing, ¿quiere usted leer esto y decirme si es preciso que lo incluyamos? Es mi informe del día de hoy. Yo también he comprendido la necesidad de registrarlo ahora todo, por muy trivial que parezca; pero, en esto hay muy poco que no sea personal. ¿Debemos incluirlo?

El profesor leyó la nota gravemente y se la devolvió a Mina, diciendo:

—No es preciso que lo incluyamos, si usted no lo desea así; pero le ruego que acepte hacerlo. Solamente hará que su esposo la ame todavía más y que todos nosotros, sus amigos, la honremos, la estimemos y la queramos más aún.

La señora Harker volvió a tomar el pedazo de papel con otro sonrojo y una amplia sonrisa.

Y de ese modo, hasta este preciso instante, todos los registros que tenemos están completos y en orden. El profesor se llevó una copia para examinarla después de la cena y antes de nuestra reunión, que ha sido fijada para las nueve de la noche. Los demás lo hemos leído ya todo; así, cuando nos reunamos en el estudio, estaremos bien informados de todos los hechos y podremos preparar nuestro plan de batalla contra ese terrible y misterioso enemigo.

Del diario de Mina Harker

30 de septiembre.
Cuando nos reunimos en el estudio del doctor Seward, dos horas después de la cena, que tuvo lugar a las seis de la tarde, formamos de manera inconsciente una especie de junta o comité. El profesor van Helsing se instaló en la cabecera de la mesa, en el sitio que le indicó el doctor Seward en cuanto entró en la habitación. Me hizo sentarme inmediatamente a su derecha y me rogó que actuara como secretaria: Jonathan se sentó a mi lado, y frente a nosotros se encontraban Lord Godalming, el doctor Seward y el señor Morris. Lord Godalming se encontraba al lado del profesor y el doctor Seward en el centro. El profesor dijo:

—Creo que puedo dar por sentado que todos estamos al corriente de los hechos que figuran en esos documentos.

Todos asentimos, y el doctor continuó:

—Entonces, creo que sería conveniente que les diga algo sobre el tipo de enemigo al que vamos a tener que enfrentarnos. Así pues, voy a revelarles parte de la historia de ese hombre, que he podido llegar a conocer. A continuación podremos discutir nuestro método de acción, y podremos tomar de común acuerdo todas las disposiciones necesarias.

«Existen seres llamados vampiros; todos nosotros tenemos pruebas de su existencia. Incluso en el caso de que no dispusiéramos de nuestras desafortunadas experiencias, las enseñanzas y los registros de la antigüedad proporcionan pruebas suficientes para las personas cuerdas. Admito que, al principio, yo mismo era escéptico al respecto. Si no me hubiera preparado durante muchos años para que mi mente permaneciera clara, no lo habría podido creer en tanto los hechos me demostraran que era cierto, con pruebas fehacientes e irrefutables. Si, ¡ay!, hubiera sabido antes lo que sé ahora e incluso lo que adivino, hubiéramos podido quizá salvar una vida que nos era tan preciosa a todos cuantos la amábamos. Pero eso ya no tiene remedio, y debemos continuar trabajando, de tal modo que otras pobres almas no perezcan, en tanto nos sea posible salvarlas. El nosferatu no muere como las abejas cuando han picado, dejando su aguijón. Es mucho más fuerte y, debido a ello, tiene mucho más poder para hacer el mal. Ese vampiro que se encuentra entre nosotros es tan fuerte personalmente como veinte hombres; tiene una inteligencia más aguda que la de los mortales, puesto que ha ido creciendo a través de los tiempos; posee todavía la ayuda de la nigromancia, que es, como lo implica su etimología, la adivinación por la muerte, y todos los muertos que fallecen a causa suya están a sus órdenes; es rudo y más que rudo; puede, sin limitaciones, aparecer y desaparecer a voluntad cuando y donde lo desee y en cualquiera de las formas que le son propias; puede, dentro de sus límites, dirigir a los elementos; la tormenta, la niebla, los truenos; puede dar órdenes a los animales dañinos, a las ratas, los búhos y los murciélagos… A las polillas, a los zorros y a los lobos; puede crecer y disminuir de tamaño; y puede a veces hacerse invisible. Así pues, ¿cómo vamos a llevar a cabo nuestro ataque para destruirlo? ¿Cómo podremos encontrar el lugar en que se oculta y, después de haberlo hallado, destruirlo? Amigos míos, es una gran labor. Vamos a emprender una tarea terrible, y puede haber suficiente para hacer que los valientes se estremezcan. Puesto que si fracasamos en nuestra lucha, él tendrá que vencernos necesariamente y, ¿dónde terminaremos nosotros en ese caso? La vida no es nada; no le doy importancia. Pero, fracasar en este caso no significa solamente vida o muerte. Es que nos volveríamos como él; que en adelante seríamos seres nefandos de la noche, como él… Seres sin corazón ni conciencia, que se dedican a la rapiña de los cuerpos y almas de quienes más aman. Para nosotros, las puertas del cielo permanecerán cerradas para siempre, porque, ¿quién podrá abrírnoslas? Continuaremos existiendo, despreciados por todos, como una mancha ante el resplandor de Dios; como una flecha en el costado de quien murió por nosotros. Pero, estamos frente a frente con el deber y, en ese caso, ¿podemos retroceder? En lo que a mi respecta, digo que no; pero yo soy viejo, y la vida, con su brillo, sus lugares agradables, el canto de los pájaros, su música y su amor, ha quedado muy atrás. Todos los demás son jóvenes. Algunos de ustedes han conocido el dolor, pero les esperan todavía días muy dichosos. ¿Qué dicen ustedes?».

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