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Authors: Gregory Benford

Tags: #Ciencia Ficción

Cronopaisaje (63 page)

BOOK: Cronopaisaje
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Gordon deseaba estar absolutamente seguro antes de informar acerca del flujo y de sus conclusiones. Estaba seguro de que nada de aquello iba a ser bien recibido.

El mundo no deseaba paradojas. El recordar que los enormes movimientos del tiempo eran lazos que nosotros no podíamos percibir… la mente intentaba alejarse de aquello. Al menos parte de la oposición científica a los mensajes estaba basada precisamente en ese simple hecho, estaba seguro. Los animales habían evolucionado de tal forma que los caminos de la naturaleza parecían sencillos para ellos; ése era el rasgo definido de la supervivencia. Las leyes habían modelado al nombre, no al revés. Al córtex no le gustaba un universo que fundamentalmente iba a la vez hacia delante y hacia atrás.

Así que no iba a empañar los resultados con unos cuantos nombres balbuceados, no para que Shriffer pudiera lucirse. Quizá se lo diría a Markham, del mismo modo que inevitablemente publicaría las débiles llamadas que había medido de Épsilon Eridani, a once años luz de distancia. Eran voces de un futuro inconcreto, informando de detalles de mantenimiento de una nave. No había paradojas allí. A menos, por supuesto, que la información no frenara el impulso actualmente en efervescencia de los cohetes, abortando la próxima estación espacial con algún efecto contrario. Eso siempre era posible, suponía. Entonces el universo volvería a escindirse de nuevo. El río se bifurcaría. Pero quizá, cuando todo aquello fuera comprendido y las anotaciones de Tanninger penetraran más profundamente en el enigma, pudieran llegar a averiguar cómo evitar las paradojas. Aunque las paradojas no causaban ningún daño, después de todo. Era como poseer un hermano gemelo más oscuro al otro lado del espejo, idéntico excepto que él es zurdo. Y la naturaleza de los taquiones hacía improbables las paradojas accidentales, después de todo. Una astronave informando a la Tierra utilizaría haces muy estrechos. Ningún campo periférico alcanzaría por casualidad la Tierra actual en su girar helicoidal a través del espacio, intersectaría su gavota en torno a la galaxia.

Ramsey cruzó su campo de visión y lo extrajo de su ensoñación. Ramsey expulsaba nerviosamente su humo, retorciendo su delgado cigarro como si fuera un insecto agonizante. El hombre estaba nervioso. Repentinamente, un estadillo de música grabada, Salve al jefe. Todo el mundo en el escenario se puso en pie, convencidos del hecho de que el hombre que acababa de entrar por la derecha, sonriendo y agitando casualmente una mano, era un servidor público. El presidente Scranton estrechó la mano del secretario con todo el calor que los medios requerían, y abarcó al resto del escenario con una sonrisa generalizada. Pese a sí mismo, Gordon sintió una cierta emoción. El presidente se movía con una confortable seguridad, aceptando los aplausos y sentándose finalmente junto al escenario. Scranton había desacreditado a Robert Kennedy, involucrando a su ceñudo hermano menor en una maraña de escuchas telefónicas de los demócratas, y luego de uso indebido de los servicios de Inteligencia y del FBI contra los republicanos. Gordon había considerado que las acusaciones eran difíciles de creer en aquel momento, particularmente desde el momento en que había sido Goldwater quien había puesto al descubierto los primeros indicios. Pero en retrospectiva, era bueno haberse librado de la dinastía de los Kennedy y de un imperialismo presidencial.

El secretario estaba ahora en la tribuna de oradores, haciendo las mecánicas presentaciones y lanzando las habituales y obligatorias alabanzas a la Administración. Gordon se inclinó hacia Marsha y susurró:

—Cristo, no he preparado ningún discurso.

—Háblales del futuro, Gordelah —dijo ella alegremente.

—Ahora ese futuro no es más que un sueño —gruñó él.

—Una triste clase de memoria la que solamente funciona hacia atrás —respondió ella lacónicamente.

Gordon le sonrió. Ella había tomado aquellas nociones de sus lecturas a los chicos, una frase del espejo, la escena del tiempo al revés, la Reina Blanca. Gordon agitó la cabeza y se reclinó en su asiento.

El secretario había terminado su discurso preparado y ahora cedió la palabra al presidente, entre una nutrida salva de aplausos. Scranton leyó la concesión del premio a Ramsey y Hussinger. Los dos hombres avanzaron, intentando torpemente caminar al unísono. El presidente les tendió las dos placas entre los aplausos. Ramsey miró la suya y luego la cambió por la de Hussinger, entre algunas risas del público. Unas educadas manos aplaudieron mientras volvían a sentarse. El secretario avanzó, revolviendo papeles, y le tendió algunos al presidente. El siguiente premio era para algún logro en genética del que Gordon nunca había oído hablar. La premiada era una regordeta mujer alemana que extendió algunas hojas ante ella en el estrado y se volvió al público, evidentemente preparada para ofrecer una detallada historia de su trabajo. Scranton lanzó al secretario una mirada de soslayo y luego retrocedió y se sentó. Había pasado por tales cosas antes.

Gordon intentó concentrarse en lo que decía la mujer, pero perdió su interés cuando ella se dedicó a saludar a los demás trabajadores en su mismo campo que lamentablemente no podían ser honrados hoy allí en tal augusto ambiente.

Jugueteó con la cuestión de lo que debía decir. Nunca iba a ver de nuevo al presidente, jamás tendría que oír a una persona tan influyente como el secretario. Quizá si intentaba hacer comprender algo de lo que todo aquello significaba… Sus ojos se clavaron en la audiencia.

Tuvo una repentina sensación de que el tiempo estaba allí, no una relación entre acontecimientos, sino una cosa. Que un consuelo específicamente humano era ver el tiempo como inmutable, un peso del que uno no podía escapar. Creyendo eso, un hombre podía dejar de nadar contra la corriente de aquel río de segundos y simplemente dejarse llevar, dejar de golpearse contra el plano rostro del tiempo como un insecto golpeando contra la pantalla de una luz. Si tan sólo…

Miró a Ramsey leyendo su placa, insensible al discurso sobre genética, y recordó las espumosas olas en La Jolla, avanzando desde Asia para romperse en las desnudas nuevas tierras. Gordon agitó la cabeza, sin saber por qué, y tomó la mano de Marsha. Le dio un cálido apretón.

Pensó en los nombres que había delante, en aquel futuro desviado, que habían intentado enviar una señal a la retrocediente oscuridad de la historia y la habían escrito de nuevo. Se necesitaba valor para enviar luciérnagas de esperanza a través de las tinieblas, dardos fosforescentes cruzando un terciopelo infinito. Habían necesitado valor; la calamidad de la que hablaban podía sumergir al mundo.

Discretos y educados aplausos. El presidente entregó a la fornida mujer su placa —el cheque vendría más tarde, sabía Gordon— y ella se sentó. Luego Scranton se puso sus bifocales y empezó a leer, con las cuadradas vocales de Pensilvania, la citación a Gordon Bernstein.

—… Por sus investigaciones en la resonancia magnética nuclear que produjeron un sorprendente y nuevo efecto…

Gordon reflexionó que Einstein había ganado el premio Nobel por el efecto fotoeléctrico, que era considerado razonablemente seguro en 1921, y no por la todavía controvertida teoría de la relatividad. Estaba en buena compañía.

—… que, en una serie de experimentos definitivos en 1963 y 1964, mostró que solamente podían ser explicados por la existencia de un nuevo tipo de partícula. Esta extraña partícula, el tac… tac…

El presidente se encalló con la pronunciación. Unas risitas comprensivas se elevaron entre el público. Algo se aferró a la memoria de Gordon, y rebuscó entre el oscuro conjunto de rostros. Esa risa… ¿Alguien que conocía?

—… taquión, es capaz de moverse más rápido que la velocidad de la luz. Este hecho implica…

El apretado moño, la mandíbula orgullosamente alzada. Su madre estaba en la tercera fila. Llevaba un abrigo negro y había acudido a verle en este día, a ver a su hijo en el resplandeciente escenario de la historia.

—… que las partículas puedan viajar hacia atrás en el tiempo. Las implicaciones de todo esto son de fundamental importancia en muchas áreas de la moderna ciencia, desde la cosmología hasta…

Gordon se levantó a medias, las manos tensas. La orgullosa energía en el radiante rostro de su madre, la cabeza vuelta ligeramente hacia el flujo de palabras…

—… la estructura de las partículas subnucleares. Esto constituye realmente un inmenso…

Pero en los febriles meses que siguieron a noviembre de 1963 ella había muerto en Bellevue, antes de que él pudiera verla de nuevo.

—… escala, haciendo eco a la creciente conexión…

La mujer de la tercera fila era probablemente una secretaria madura que había acudido a ver al presidente. De todos modos, algo en su alerta mirada… La sala pareció oscilar, las luces se volvieron profundos pozos.

—… entre lo microscópico y lo macroscópico, un tema…

Sentía sus mejillas húmedas. Gordon miró a través de sus desenfocados ojos la imprecisa silueta del presidente, viéndolo tan sólo como una mancha más oscura junto a los cegadores focos. Más allá de él, no menos reales, estaban los nombres de Cambridge, cada uno de ellos una silueta, cada uno de ellos conociendo a los demás, pero nunca completamente. Las imprecisas figuras se movían ahora más allá de su alcance, dirigiéndose a sus propios destinos tal como lo habían hecho él y Ramsey y Marsha y Lakin y Penny. Pero todos ellos no eran más que simples figuras. Una luz penetrante brillaba a través de ellas. Parecían como heladas. Era el propio paisaje lo que cambiaba, vio finalmente Gordon, refractado por sus propias leyes. Tiempo y espacio eran también jugadores, enormes extensiones englobando a las figuras, un entretejido de futuro y pasado. No había ninguna corriente, ningún fluir de los años. Los inmutables lazos de causalidad iban a la vez hacia delante y hacia atrás. El cronopaisaje se agitaba con ondas, se curvaba y se flexionaba, un gran animal en el oscuro mar.

El presidente había terminado. Gordon se puso en pie. Caminó hacia el estrado con rígidos pies.

—El premio Enrico Fermi por…

No podía leer la cita que estaba escrita. Los rostros colgaban ante él. Ojos. La cegadora luz…

Empezó a hablar.

Vio a la multitud, y pensó en las olas que se movían a través de ella, rompiéndose en una blanca espuma que la tragaba completamente. Las pequeñas figuras captaban débilmente los bordes de las olas como paradojas, enigmas, y oían el tictaquear del tiempo sin saber lo que sentían, y se aferraban a sus ilusiones lineales de pasado y futuro, de progresión, desde la apertura de sus nacimientos hasta la inevitabilidad de sus muertes. Las palabras se aferraron a su garganta. Siguió adelante. Y pensó en Markham y en su madre y en toda aquella incontable gente, sin soltar nunca sus esperanzas, y en su extraño sentido humano, su última ilusión, de que no importaba el cómo los días avanzaran a través de ellos: siempre quedaba el pulsar de las cosas por venir, la sensación de que incluso ahora aún quedaba tiempo.

Gregory Benford (Mobile, Alabama (EE. UU.), 30 de enero de 1941) es un físico y escritor de ciencia ficción.

Doctorado en física por la universidad de California y profesor de astrofísica en el Departamento de Física y Astronomía de la Universidad de California, Irvine. Desde 1988 pertenece al Consejo científico de consultores de la NASA.

Pero la actividad que le ha reportado más fama mundial ha sido, la de escritor de ciencia ficción, tarea que comparte con su trabajo docente desde que en 1974 publicara su primer relato Si las estrellas son dioses en colaboración con Gordon Eklund, y que le valió el premio Nébula. Posteriormente lo convertiría en su primera novela, pero su salto definitivo a la fama lo dio con Cronopaisaje (1980), ganadora de los premios Nébula, John W. Campbell Memorial, BSFA y Ditmar australiano.

Benford, junto a sus compañeros David Brin y Greg Bear han sido acaparadores de premios y menciones durante la década de los ochenta. Por su semejanza de temas y estilos, han sido conocidos como "las tres B de la ciencia ficción". Esta fama les valió ser elegidos a finales de la década de los noventa para continuar la mítica saga Fundación de Isaac Asimov, en la llamada Segunda Trilogía de la Fundación, de la que Benford realizó el primer volumen titulado El temor de la Fundación (1997). El desigual resultado de estas novelas le ha valido no pocos destractores.

Su obra más ambiciosa son las seis novelas del Ciclo del Centro Galáctico. Benford describe la evolución de la humanidad durante un periodo de decenas de miles de años en una galaxia marcada por la lucha permanente entre civilizaciones orgánicas y civilizaciones mecánicas. Usa la idea de "berserker": civilización mecánica que intenta destruir sistemáticamente toda civilización orgánica por creerla peligrosamente inestable. Esta serie de ambiciosas novelas han sido comparadas con las de Olaf Stapledon.

Es de notoriedad su "ley de la controversia" formulada en la multipremiada Cronopaisaje (1980), donde propone que "La pasión asociada a una discusión es inversamente proporcional a la cantidad de información real disponible."

Notas

[1]
Dinero en yiddish.

[2]
Chica no judía en yiddish.

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