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Authors: Chelsea Cain

Tags: #Policíaco, #Thriller

Corazón enfermo (9 page)

BOOK: Corazón enfermo
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—¿Ella iba andando? ¿No iba montada en la bicicleta?

—No. Por eso me fijé en ella. Mi madre nos obligaba a hacer lo mismo a mis hermanas y a mí. Teníamos que bajarnos de la bicicleta en los cruces peligrosos. Es más seguro, especialmente en este barrio. La gente conduce como loca.

—Entonces la bicicleta no estaba rota. ¿No llevaría una rueda pinchada o algo así?

Ella volvió a hacer crujir sus nudillos.

—No lo sé. No me fijé. ¿Alguien se la ha llevado? ¿Alguien ha secuestrado a esa muchacha?

Archie ignoró la pregunta.

—¿Puede recordar alguna otra cosa? ¿Alguien que la estuviera siguiendo? ¿Alguien sospechoso en la calle? ¿Algún otro vehículo?

Ella negó con la cabeza tristemente y dejó caer los brazos a los costados.

—Iba camino de mi trabajo.

Archie anotó sus datos, la matrícula del coche y la dejó marchar.

Un instante después, los detectives Henry Sobol y Claire Masland se acercaron por detrás de él. Claire sujetaba dos cafés, en vasos de plástico blanco con tapa negra. Tanto Henry como Claire llevaban impermeables.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Henry.

—Una testigo vio a Kristy caminando con su bicicleta a tres manzanas de aquí —miró su reloj— sobre las seis y cuarenta y cinco. Sus amigas dicen que salió del ensayo a las seis y cuarto. Eso nos obliga a preguntarnos dónde estuvo durante esos treinta minutos.

—No tardas tanto tiempo en recorrer con una bicicleta tres manzanas —observó Henry—. Aunque vayas muy despacio.

Claire le entregó a Archie uno de los vasos de café.

—Volveremos a hablar con sus compañeras —dijo.

Archie bajó la vista hacia el vaso que Claire había colocado en su mano.

—¿Qué es esto? —preguntó.

—El café que me pediste que te trajera. El detective miraba el vaso sin decidirse. En realidad ya no quería más café. Y se sentía bastante bien.

—No —replicó Claire—. He tenido que andar manzanas para traerte ese café. Y te lo vas a tomar.

—Estoy seguro de que lo pedí con leche desnatada —bromeó Archie.

—Vete a la mierda —respondió Claire.

CAPÍTULO 11

Las amigas eran María Viello y Jennifer Washington. María, Jen y Kristy habían sido inseparables desde primaria, y en el instituto todavía conservaban aquella amistad. La casa de María estaba a unas pocas manzanas del Jefferson, así que los detectives se dirigieron primero allí. Su familia tenía alquilado un búngalo de madera, de 1920, rodeado por una valla metálica. La casa necesitaba una mano de pintura, pero el jardín estaba bien cuidado y la acera frente a la casa estaba limpia de los restos de basura habituales en gran parte del barrio. Su padre, Armando Viello, abrió la puerta cuando llamaron. Era más bajo que Archie, de pecho ancho y manos callosas a causa del trabajo. Su rostro estaba profundamente marcado por cicatrices del acné. Hablaba inglés con fluidez, aunque con un fuerte acento. Su esposa, por el contrario, no se desenvolvía en inglés. Probablemente carecían de papeles, un hecho del que se habían dado cuenta los policías que habían ido a su casa durante las últimas veinticuatro horas, pero ese dato no apareció en ninguno de los informes.

Armando Viello miró con seriedad a Archie y a los demás a través de la estropeada puerta de red metálica. La luz del porche parpadeó y se apagó.

—Ya han estado aquí esta mañana —dijo Viello.

—Tenemos algunas preguntas más —explicó Archi.

Armando abrió la puerta y los detectives entraron. Archie pensó que no dejaba de ser una actitud valerosa, sabiendo que podía ser deportado, permitir que entrara un policía tras otro en la casa, con la remota posibilidad de poder ayudar encontrar a la hija pérdida de otra persona.

—María está en su habitación —dijo Armando, dirigiéndose a un corto pasillo. En la cocina se preparaba la cena; algo picante—. ¿Quieren hablar también con Jennifer.

—¿Jennifer está aquí? —preguntó Claire.

—Están estudiando. Hoy no han ido a clase.

Armando dio un par de golpecitos en la puerta de la habitación de María y dijo algo en español. Al minuto, la puerta se abrió. Su largo cabello liso y negro estaba recogido en una cola de caballo, y vestía los mismos pantalones de chándal de color violeta y la camiseta amarilla que llevaba cuando Archie la había entrevistado esa mañana, después de la poco inspirada reunión con su equipo.

—¿La han encontrado? —preguntó inmediatamente.

—Todavía no —respondió con dulzura Archie. Con frecuencia, la policía ignoraba a los niños durante las investigaciones porque no los consideraban buenos testigos, pero Archie había descubierto que observaban detalles que los adultos pasaban por alto. Mientras fueran entrevistados correctamente y se les convenciera de que no tenían por qué conocer todas las respuestas, para que no inventaran lo que los investigadores querían escuchar, los niños ya desde los seis años podían ofrecer valiosos testimonios. Pero Maria tenía quince. Las adolescentes eran impredecibles. Archie nunca se había comunicado bien con ellas. Había pasado la mayor parte de su adolescencia intentando acercarse a las chicas, y fracasando miserablemente. Y no había mejorado mucho desde entonces.

—¿Podríamos comentar algunas cosas más? —le preguntó a María.

Ella lo miró y sus ojos se llenaron de lágrimas. «Bueno todavía tienes el toque mágico», pensó Archie.

Luego, María se sonó la nariz, asintió y entró en su habitación. Archie miró a Claire y a Henry, y los tres siguieron a la muchacha.

Era una habitación cuadrada pintada de amarillo, con una sola ventana que daba a la ventana del búngalo vecino. A modo de cortina, habían colgado una sábana floreada.

Jen Washington estaba sentada en la cama, bajo la ventana, abrazada a un viejo cocodrilo de peluche, una reliquia de su infancia. Tenía el pelo corto, y llevaba puesta una camisola india y vaqueros con lentejuelas en los bolsillos. Era una muchacha hermosa, pero la falta de entusiasmo apagaba su belleza.

Las tres habían estado juntas en el salón de actos del instituto. Jen estaba pintando la escenografía para la obra y María se encargaba del atrezo. Todas se habían presentado a la audición, pero Kristy había sido la única seleccionada. Así que también fue la única que acabó antes, y posiblemente la única que ahora estaba muerta. Pero Archie no quería pensar en eso. No quería que se reflejara en su rostro.

María se dirigió a su cama y se dejó caer sobre una colcha mexicana junto a Jen, que apoyó su delgado brazo, en un gesto protector, sobre la pierna de María. Archie se acercó hasta la mesa de madera cerca de la cama, arrastró la silla y se sentó en ella. Henry se reclinó contra la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho. Claire se acomodó sobre la manta mexicana, en una esquina de la cama.

Archie abrió su cuaderno rojo.

—¿Kristy terna novio? —preguntó en voz baja.

—Eso ya nos lo han preguntado —dijo Jen, retorciendo el cocodrilo. Miró a Archie con desprecio. Él no la culpó. A los quince años era demasiado joven como para entender aquel mundo de mierda.

—Cuéntamelo otra vez.

Jen ardía de rabia. El cocodrilo tenía aspecto aburrido María se acomodó, sentándose con las piernas cruzadas, tirando de su cola de caballo por encima del hombro y enroscándola distraídamente entre sus dedos.

—No —contestó por fin—. No tenía ninguno. —A diferencia de su padre, ella no tenía acento mexicano.

Claire sonrió, cómplice, a las muchachas.

—¿Ninguno? ¿Ni siquiera uno que a sus padres no les gustara? Alguien secreto.

Jen levantó la vista.

—Ninguno quiere decir ninguno.

—¿Y estáis seguras de que Kristy se fue del ensayo las seis y cuarto? —preguntó Archie.

María dejó de juguetear con su cabello y miró al detective, como si quisiera transformar su convicción en flechas disparadas por sus ojos.

—Sí —respondió—. ¿Por qué?

—Alguien vio a Kristy a unas pocas manzanas treinta minutos después —explicó Archie—. ¿Tenéis idea de lo que pudo haber estado haciendo?

Jen levantó su brazo de la pierna de María, se sentó erguida y negó con la cabeza.

—Eso no tiene sentido.

—Pero vosotras no la visteis irse con su bicicleta, ¿verdad? —dijo Claire—. Sólo la visteis salir del salón de actos.

—Eso es —replicó María—. Había terminado el ensayo. La profesora Sanders la dejó marcharse.

—¿Y nadie se fue con ella? —preguntó Archie.

María negó con la cabeza.

—Como les dijimos, todos los actores se pueden ir una vez que completan sus escenas. Kristy se fue la primera. El resto de nosotros tuvimos que quedarnos hasta las siete y media. Pero ustedes ya han hablado con todos, ¿no?

—Nadie la vio —dijo Archie.

—Entonces, ¿qué hizo durante todo ese tiempo? —pregunto Jen, mirando fijamente a la pared amarilla—. No tiene sentido.

—¿Fuma? —pregunto Claire.

—No —replicó María—. Lo detesta.

Jen examinó los ojos de plástico del cocodrilo de peluche raspando una imperfección invisible sobre la dura y negra superficie de la pupila.

—Tal vez tuvo problemas con su bicicleta —dijo encogiéndose de hombros, sin levantar la vista.

Archie se inclinó hacia delante.

—¿Por qué dices eso, Jen?

Jen alisó el revuelto pelaje del cocodrilo.

—Siempre tenía problemas con la cadena. Era una bici de mierda. Tuvo que empujarla hasta su casa un par de veces. —Una lágrima solitaria rodó por su mejilla cobriza. Se la secó con la manga y sacudió la cabeza—. No sé. Probablemente sea una respuesta estúpida.

Archie se acercó con amabilidad y colocó su mano sobre la dejen. Ella levantó los ojos. Y él vio, en sus ojos duros, una fisura, y detrás de ella, una pequeña esperanza.

—Creo que es una suposición muy inteligente. —Y apretó dulcemente su mano—. Gracias.

—Entonces, su bicicleta pudo haberse estropeado —dijo Claire cuando regresaron al coche. Ya era completamente de noche y las ventanillas estaban salpicadas de lluvia—. Durante un rato, ella intenta arreglarla, luego se da por vencida y decide irse caminando a su casa. Nuestro sospechoso se detiene, se ofrece a llevarla o a ayudarla a arreglar la bicicleta, y la secuestra.

—Pero eso sería un crimen casual —opinó Henry sentado en el asiento del conductor del Crown Vic, sin identificación alguna. Henry detestaba aquellos coches y de alguna manera, siempre terminaba en uno—. Ella coincide con el perfil. ¿Crees que el asesino se pasa el día dando vueltas con su coche en busca de colegialas que le parezcan apropiadas para secuestrar? ¿Que tuvo suerte?

—Él rompió la bicicleta —dijo Archie lentamente desde el asiento trasero. Sacó el pastillero del bolsillo y distraídamente lo hizo girar entre el índice y el pulgar.

—Él rompió la bicicleta —repitió con énfasis Henry asintiendo—. Lo que significa que la había elegido. Sabía que tenía una bicicleta, cuál era y tal vez incluso que no funcionaba bien. Que tendría que llevarla empujando hasta su casa, como había hecho más veces. La estuvo espiando.

—De todas formas, no podemos explicar qué hizo en un corto periodo de tiempo —dijo Claire—. El siguiente alumno dejó el ensayo a las seis y media, y ya no la vio. Las bicicletas las dejan junto a la puerta de entrada.

A Archie le dolía la cabeza.

—Volveremos a poner un control de tráfico mañana. Tal vez alguna otra persona llegó a verla. —Sacó tres pastillas del pastillero y se las puso en la boca, una tras otra.

—¿Te sientes bien, jefe? —preguntó Henry, mirando a Archie por el espejo retrovisor.

—Zantac —mintió Archie—. Para el estómago. —Apoyó su cabeza en el respaldo del asiento y cerró los ojos. Si el asesino había estado siguiendo a Kristy, era posible que pronto se pusiera a buscar otra chica—. ¿Estás segura de que los otros institutos están protegidos? —preguntó Archie, con los ojos todavía cerrados.

—Como Fort Knox —confirmó Claire.

—Preparad la vigilancia para las cuatro, mañana —ordeno Archie—. Que anoten las matrículas de todos los coches que pasen por el instituto entre las cinco y las siete. —Abrió los ojos, se restregó el rostro con la palma de la mano y se inclinó entre el espacio de los dos asientos delanteros—. Quiero revisar otra vez los informes de las autopsias. Y volver a ir por los barrios, puerta por puerta. Tal vez alguien se acuerde.

Henry le echó una mirada.

—Todos deberíamos dormir un poco. Tenemos a mucha gente trabajando esta noche. Gente inteligente y despierta. Si aparece algo, les diré que te avisen.

Archie estaba demasiado cansado para discutir. Podía llevarse algo de trabajo a su apartamento.

—Me iré a casa —anunció—. Si pasas por la oficina puedo recoger los informes.

—Ella está todavía viva, ¿no es así? —preguntó Claire—. Todo esto no es inútil. Hay una posibilidad, ¿verdad?

Se hizo un largo silencio y luego Henry dijo:

—Cierto.

El teléfono estaba sonando cuando Archie entró en el apartamento. Iba cargado con informes policiales y documentación que había planeado leer esa noche; los dejó en precario equilibrio sobre la mesa del vestíbulo, cogió el teléfono inalámbrico y dejó las llaves sobre el cargador.

—Hola.

—Soy yo.

—Hola, Debbie. —Archie agradeció mentalmente a su ex mujer aquella momentánea distracción. Se dirigió a la cocina, sacó una cerveza de la nevera la abrió.

—¿Qué tal tu primer día?

—Inútil —exclamó Archie, sacando su arma del cinturón, dejándola sobre la mesa de centro y sentándose en el sofá.

—Te he visto en la tele. Tenías un aspecto desafiante.

—Me puse la corbata que me regalaste.

—Ya me he dado cuenta. —Hizo una pausa—. ¿Vas a venir por lo de Ben el domingo?

Tragó saliva.

—Sabes que no puedo.

Pudo oír el suspiro en su voz.

—Porque estarás con ella.

Ya habían pasado por eso antes. No había nada que decir. Dejó deslizar el teléfono por su rostro, su cuello, hasta que la base del auricular reposó sobre su esternón. Apretó con fuerza hasta que sintió dolor. Todavía podía oírla, apagada y distante, como alguien que hablara bajo el agua.

—Sabes que eso es enfermizo, ¿verdad? —La vibración de su voz en lo más profundo de su pecho le hizo sentirse mejor, como si tuviera a alguien vivo en su interior—. ¿De qué habláis?

Ya se lo había preguntado antes. Nunca se lo había dicho v nunca se lo diría. Volvió a levantar el auricular hasta la oreja. Oía su respiración, mientras ella le decía:

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