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Authors: Agatha Christie

Cartas sobre la mesa (6 page)

BOOK: Cartas sobre la mesa
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Los instintos paternales del superintendente Battle se pusieron inmediatamente de manifiesto. Se levantó y dispuso una silla para la joven, en ángulo ligeramente diferente, para que no se sentara frente a él.

—Tome asiento, señorita Meredith, por favor. Vamos, no se alarme. Ya sé que todo esto parece algo terrible, pero en realidad no lo es tanto.

—No creo que haya cosas peores —dijo ella con un hilo de voz—. Es tan horroroso... tan horroroso... pensar que uno de nosotros... que uno de nosotros...

—Déjeme que sea yo quien haga esas reflexiones —dijo Battle con amabilidad—. Bien, señorita Meredith, ¿qué le parece si nos diera su dirección antes que nada?

—Wendon Cottage, en Wallingford.

—¿No vive en la ciudad?

—Paro en mi club durante un par de días.

—¿Y cuál es su club?

—El «Naval y Militar para señoras».

—Muy bien. Y ahora, señorita Meredith, ¿conocía mucho al señor Shaitana?

—No muy bien. Siempre creí que era un hombre temible.

—¿Por qué?

—Pues... ¡porque lo era! ¡Tenía una sonrisa espantosa! Y aquella forma de inclinarse sobre una como si fuera a comérsela...

—¿Hacía mucho tiempo que lo conocía?

—Cerca de nueve meses. Me lo presentaron en Suiza, mientras practicaba los deportes de invierno.

—Nunca hubiera creído que le gustaran tales deportes —dijo Battle sorprendido.

—Sólo patinaba. Era un patinador estupendo. Hacía gran cantidad de figuras y filigranas.

—Sí; eso cuadraba mejor con su carácter. ¿Y lo vio muchas veces después?

—Pues... bastantes. Me invitó a varias reuniones y fiestas que dio. Todas ellas fueron un tanto extravagantes.

—¿Pero a usted no le gustaba él?

—No. Lo consideraba como un hombre escalofriante.

Battle preguntó con suavidad:

—¿No tenía ninguna razón especial para temerle?

—¿Una razón especial? ¡Oh, no!

—Está muy bien. Y hablando de lo que pasó esta noche, ¿se levantó usted de la mesa en alguna ocasión?

—No lo creo... Oh, sí, una vez. Di la vuelta a la mesa para ver el juego de los otros tres.

¿No se alejó de ella durante toda la velada?

—No.

—¿Está usted segura, señorita Meredith?

Las mejillas de la muchacha enrojecieron de pronto.

—No... no. Creo que di una vuelta por la habitación.

—Bien. Perdone, señorita Meredith: trate de contarnos la verdad. Ya sé que está nerviosa y cuando uno se encuentra así, es capaz de... bueno, de contar lo sucedido como intentaba usted hacerlo. Pero eso no da ningún resultado. Quedamos, pues, en que dio una vuelta por la habitación. ¿Se dirigió hacia donde estaba el señor Shaitana?

La joven guardó silencio durante un momento y luego dijo:

—De verdad... de verdad... no me acuerdo.

—Está bien; consideraremos que pudo hacerlo. ¿Sabe usted algo acerca de los otros tres?

Anne sacudió la cabeza.

—Nunca los había visto.

—¿Qué opina usted de ellos? ¿Le parece que alguno pudo ser el asesino?

—No lo puedo creer. No puedo. El mayor Despard no pudo sen Y no creo que fuera el médico... al fin y al cabo, un médico puede matar a cualquiera de una manera mucho más fácil. Una droga... o algo parecido.

—Entonces, de ser alguien, fue la señorita Lorrimer, ¿verdad?

—No. Estoy segura de que no lo hizo. Es tan encantadora... y tan amable cuando se juega al
bridge
con ella. Es una gran jugadora y, sin embargo, no hace que una se ponga nerviosa, ni le reprende por las equivocaciones que cometa.

—No obstante, dejó usted su nombre para el final —dijo Battle.

—Fue sólo porque el apuñalar a una persona no me parece cosa de mujer.

—Battle volvió a repetir el juego de manos y Anne Meredith inició un movimiento de retroceso.

—¡Oh, qué horrible! ¿Debo... cogerlo?

—Me gustaría que lo hiciera.

La observó mientras ella cogía el estilete con repugnancia. La cara de la muchacha se contrajo, demostrando la aversión que sentía.

—Con esta cosa tan pequeña... con esto...

—Penetra cualquier cosa como si fuera mantequilla —comentó Battle con tono de satisfacción—. Un niño lo puede hacer.

—¿Quiere usted decir... quiere decir... —la joven lo miró con ojos abiertos y aterrorizados—, que yo pude hacerlo? Pero yo no lo hice. ¿Por qué tenía que hacerlo?

—Eso es precisamente lo que deseamos saber —dijo el superintendente—. ¿Cuál fue el motivo? ¿Por qué alguien quería matar a Shaitana? Era un individuo bastante pintoresco, pero, por lo que sé, no era peligroso.

Hubo una ligera interrupción en la respiración de la muchacha... una repentina elevación de todo su pecho.

—No era un chantajista, por ejemplo, ni cosa parecida —prosiguió Battle—. De todas formas, señorita Meredith, no parece ser usted el tipo de joven que esconde gran cantidad de secretos criminales.

Por primera vez sonrió ella, ganada por su afabilidad.

—No; desde luego, no los tengo. Ni de éstos, ni de otra especie.

—Entonces, no tiene usted por qué preocuparse. Tal vez tendremos que vernos de nuevo para hacerle unas cuantas preguntas, pero sólo será una cosa rutinaria.

Battle se levantó.

—Puede usted marcharse. El guarda le llamará un taxi. Y procure pasar la noche sin dar vueltas en la cama, preocupándose por esto. Tómese un par de aspirinas.

La acompañó hasta la puerta y cuando volvió, el coronel Race en voz baja y acento divertido dijo:

—¡Qué consumado embustero es usted, Battle! Ese aire paternal es insuperable.

—No podía perder el tiempo con ella, coronel Race. La pobre chica podía estar mortalmente asustada... en cuyo caso obrar de otra forma hubiera sido crueldad. Y no soy, ni nunca fui cruel. O podía ser una actriz consumada, con lo que no hubiéramos adelantado un paso, por más que la interrogáramos toda la noche.

La señora Oliver suspiró y se pasó la mano por el flequillo de manera que lo descompuso, dando a su cara un aspecto alegre, como si hubiera tomado una copa de anís.

—Sepa usted que estoy por creer que lo hizo ella. Suerte que esto no ocurre en una novela. La gente no quiere que la culpable sea una muchacha joven y bonita. De todos modos, creo que ella lo hizo. ¿Qué opina usted, monsieur Poirot?

—Acabo de hacer un descubrimiento.

—¿En las hojas del carnet otra vez?

—Sí. La señorita Meredith dio la vuelta a la suya, trazó unas líneas y utilizó el dorso.

—¿Y qué significa eso?

—Significa que está acostumbrada a la estrechez, o bien que tiene instintivamente el sentido de la economía.

—Pues el vestido que lleva es de los caros —observó la señora Oliver.

—Que pase el mayor Despard —ordenó el superintendente Battle.

Capítulo VII
 
-
¿El cuarto asesino?

El mayor Despard entró en la habitación con paso rápido y elástico... un paso que hizo que Poirot se acordara de alguien o de algo.

—Siento mucho haberle hecho esperar todo este tiempo, mayor Despard —se excusó Battle—. Pero quería que las señoras pudieran marcharse cuanto antes.

—No hace falta que se excuse. Lo comprendo.

Tomó asiento y miró inquisitivamente al policía.

—¿Conocía usted bien al señor Shaitana? —preguntó Battle.

—Lo había visto en dos ocasiones —respondió Despard.

—¿Sólo en dos?

—Eso es.

—¿Y cuáles fueron esas ocasiones?

—Hace cosa de un mes estuvimos comiendo en la misma casa. Entonces me invitó a un combinado que daba una semana después.

—¿En este piso?

—Sí.

—¿Dónde se celebró? ¿En esta habitación o en el salón?

—En todas las habitaciones.

—¿Vio este pequeño objeto en algún sitio?

Battle sacó una vez más el estilete.

Los labios del mayor Despard se curvaron ligeramente.

—No —respondió—. No tomé nota de él para utilizarlo en otra ocasión.

—No hay necesidad de que se adelante a lo que diga yo, mayor Despard.

—Le ruego que me perdone. La deducción era lógica.

Hubo un momento de silencio y luego Battle reanudó sus preguntas.

—¿Tenía usted algún motivo para aborrecer al señor Shaitana?

—Muchos.

—¿Eh? —El superintendente pareció sobresaltarse.

—Para aborrecerlo... no para matarlo —dijo Despard—. No tenía el menor deseo de matarlo, pero creo que me hubiera gustado darle un buen puntapié.

—¿Por qué quería darle un puntapié, mayor Despard?

—Porque era uno de esos
dagos
que lo están pidiendo a gritos. Cada vez que lo veía sentía una comezón extraña en la punta de mi zapato.

—¿Sabe usted algo de él...? Que lo desacredite, quiero decir.

—Iba demasiado bien vestido... llevaba el pelo demasiado largo.., y olía a perfume.

—Y, sin embargo, aceptó su invitación para cenar —apuntó Battle.

—Si cenara solamente en las casas cuyo dueño es de mi completo agrado, temo que no saldría mucho de noche, superintendente —replicó Despard con sequedad.

—Le gusta a usted la vida de sociedad, pero no la aprueba, ¿verdad? —sugirió el otro.

—Me gusta, pero por períodos cortos. Sí; me gusta volver de la selva para encontrar habitaciones iluminadas, mujeres vestidas con ropas encantadoras; para comer bien, bailar y reír... pero sólo por poco tiempo. Luego, la insinceridad de todo me produce náuseas y quiero marcharme otra vez.

—Debe ser una vida muy peligrosa la que lleva usted, mayor Despard, recorriendo parajes tan apartados.

El joven se encogió de hombros y sonrió ligeramente.

—El señor Shaitana no llevaba una vida peligrosa... y, sin embargo, ha muerto, mientras yo estoy vivo.

—Puede ser que fuera más peligrosa de lo que usted cree —dijo Battle intencionadamente.

—¿Qué quiere decir?

—El difunto señor Shaitana era una especie de metomentodo.

Despard se inclinó hacia delante.

—¿Quiere dar a entender que se entrometía en la vida de los demás... que descubría...? ¿A qué se refiere?

—Quiero decir que, tal vez, era un hombre de los que gustan entrometerse en... ejem... bueno... en la vida de las mujeres.

Despard se reclinó en la silla y lanzó una risotada divertida aunque indiferente.

—No creo que las mujeres tomaron en serio a tal charlatán.

—¿Quién cree usted que lo mató, mayor Despard?

—Pues no lo sé. La señorita Meredith no fue. Y no puedo imaginarme a la señora Lorrimer haciendo tal cosa... me recuerda a una de mis tías más temerosas de Dios. Queda, por lo tanto, el caballero médico.

—¿Puede describirme lo que hicieron usted y sus compañeros durante la velada?

—Me levanté dos veces. Una de ellas para coger un cenicero y atizar el fuego. Y después para servirme una copa.

—¿Recuerda a qué hora fue eso?

—No puedo decírselo. La primera vez pudo haber sido alrededor de las diez y media y la segunda a las once, pero son meras suposiciones. La señora Lorrimer fue en una ocasión hacia la chimenea y habló con Shaitana. No sé si él le contestó, pues no presté mucha atención. No podría jurar si lo hizo o no. La señorita Meredith dio una vuelta por la habitación, pero no creo que se acercara a la chimenea. Roberts estuvo levantándose continuamente... tres o cuatro veces, por lo menos.

—Voy a preguntarle algo por cuenta de monsieur Poirot —dijo Battle sonriendo—. ¿Qué opina usted de los otros tres, como jugadores de
bridge
?

—La señorita Meredith es una buena jugadora. Roberts carga la mano ignominiosamente y merecía perder más de lo que pierde. La señora Lorrimer es una jugadora estupenda.

—¿Alguna cosa más, monsieur Poirot?

El detective hizo un gesto negativo.

Despard facilitó su dirección, en el Hotel Albany, deseó buenas noches a todos y salió de la habitación.

Cuando cerró la puerta, Poirot hizo un ligero movimiento.

—¿Qué ocurre? —preguntó Battle.

—Nada —contestó el detective—. Se me ha ocurrido que Despard camina como un tigre... sí, eso es... elásticamente, con suavidad, como se mueve esa fiera.

—¡Hum! —refunfuñó Battle—. Bien... —miró a sus tres compañeros—. ¿Cuál de ellos lo hizo?

Capítulo VIII
 
-
¿Cuál de ellos?

Battle miró a la cara de cada uno de los circunstantes. Sólo uno de ellos contestó la pregunta. La señora Oliver, siempre dispuesta a dar su parecer, empezó a hablar.

—La muchacha o el médico.

El superintendente miró inquisitivamente a los otros dos. Pero ambos no parecían dispuestos a formalizar ninguna declaración. Race sacudió la cabeza y Poirot alisó cuidadosamente las hojas del carnet.

—Uno de ellos lo hizo —comenzó Battle con aspecto pensativo—. Uno de ellos está mintiendo descaradamente—. Pero, ¿cuál? Éste no es un asunto fácil... no; no es fácil.

Calló durante unos momentos y después dijo:

—Si hemos de fiarnos de lo que nos han dicho, el médico cree que Despard es el culpable; Despard cree que lo hizo el médico; la muchacha piensa que fue la señora Lorrimer... y ésta no quiere decir nada. En resumen, ningún indicio que aclare la cuestión.

—Tal vez no —dijo Poirot.

Battle le dirigió una rápida mirada.

—¿Cree usted que hay algo en lo que nos han contado?

Poirot hizo un ademán con la mano.

—Es el matiz de las declaraciones... nada más. Nada sobre lo que se puedan sacar definitivas conclusiones.

El superintendente continuó:

—Por lo visto, ustedes dos, caballeros, no quieren decir lo que piensan de esto...

—No existen pruebas —dijo Race brevemente.

—¡Oh! ¡Hombre! —suspiró la señora Oliver, como si despreciara tal reserva en una opinión.

—Examinemos las posibilidades en términos generales —observó Battle.

Meditó un momento.

—Yo pondría al médico en primer lugar —dijo al fin—. Es un sospechoso bastante plausible. Sabe el punto exacto donde introducir un puñal. Pero aparte de ello, no tenemos nada más contra él. Después está Despard; un hombre de nervios bien templados. Acostumbrado a tomar decisiones rápidas y a dejar su hogar para acometer empresas peligrosas. ¿La señora Lorrimer? También posee buenos nervios y es una mujer de las que pueden tener un secreto en su vida. Da la impresión de saber lo que son las desgracias. Por una parte, yo diría que es lo que podríamos llamar una mujer de buenos principios... una mujer que podría ser directora de un colegio de señoritas. Es difícil imaginársela apuñalando a una persona. Realmente, no creo que lo haya hecho ella. Y, por fin, tenemos a la pequeña señorita Meredith. No conocemos sus antecedentes. Parece una muchacha corriente, de aspecto atractivo, aunque algo tímida. Pero, como ya he dicho, no sabemos nada más acerca de ella.

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