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Authors: Carl Bowen

Tags: #Fantástico

Caminantes Silenciosos (12 page)

BOOK: Caminantes Silenciosos
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—Chaval —llamó Ivar—. Mira aquí.

Cuando Conrad volvió la cabeza a la izquierda para mirar a Ivar, el fornido Carnada de Fenris le propinó un puñetazo en el mentón. El Fenris era igual de alto que Conrad en forma de Glabro, y las espaldas de ambos eran casi igual de anchas, pero el puñetazo levantó del suelo al Hijo de Gaia como si de un saco vacío se tratara. Melinda cerró los ojos por un instante. Cazadora de Lluvia se limitó a ladear la cabeza y a mirar a Conrad, tendido en el suelo. También Mephi parpadeó. Se alegró de no haber enfurecido al Fenris la primera vez que habían hablado.

Conrad, sentado en el suelo, reasumió su forma homínida y se llevó una mano a la mejilla enrojecida e hinchada. Sus ojos adquirieron un tinte vidrioso y fulminó a Ivar con la mirada.

—Mierda, tío —musitó, con un hilo de voz—. ¿A qué ha venido eso?

—Tenía que asegurarme. No sabía si la rabia estaba a punto de apoderarse de ti o si se trataba tan sólo de una reacción.

Lo segundo
, respondió Cazadora de Lluvia. Batió la cola a ras del suelo, decepcionada.

—Lo necesitabas, muchacho —dijo Melinda. Tiró de Conrad para ayudarle a incorporarse—. Ivar ha hecho lo correcto, tendrías que darle las gracias.

—Se las daría, si no me hubiera puesto la boca del revés —dijo Conrad, tras una larga pausa meditativa. Se sacudió el polvo de encima y se enderezó. Había recuperado el control, pero tuvo que hacer un esfuerzo para no volver a mirar hacia la Cloaca—. Tío, Ivar, ¿estabas en forma de Homínido?

Dale las gracias también por eso
, dijo Cazadora de Lluvia.

—Creí que me habías pegado con una bolsa llena de pelotas de golf. —Conrad movió la mandíbula arriba y abajo, y de lado a lado. La hinchazón había desaparecido, y no parecía que tuviese ningún diente suelto. Lo única que permanecía era un ligero rubor abochornado—. Supongo que se me estaba yendo de las manos, ¿eh?

—Es natural —dijo Melinda—. Tienes derecho a sentirte así. Es como somos. Luna nos dio nuestra rabia, Gaia la bendijo, y el Wyrm la teme. —Mientras hablaba, Mephi recitaba en silencio las mismas palabras. Había tenido que pronunciar aquel mismo discurso delante de ella en más de una ocasión—. Forma parte de lo que somos, y no debemos negarle su vía de escape. Lo único que tienes que evitar es que te domine. Utilízala, pero sólo como quieras utilizarla. De lo contrario, conseguirás que te maten.

—Igual que ahí abajo —dijo Ivar. Señalaba a la Cloaca con un pulgar.

—Creo que ya lo capto pero, dime una cosa, Ivar. Si me hubiese echado encima de ti hace un minuto, ¿tú también te habrías dejado llevar por eso, como yo?

—Sí. Todos lo habríamos hecho, si hubiese ocurrido.

—Bueno, visto lo visto, supongo que me alegro de que no ocurriera. De todos modos, la próxima vez podíamos echarlo a cara o cruz.

Ivar le dedicó una sonrisa al muchacho y se encogió de hombros.

Melinda palmeó la espalda de Conrad y dijo:

—Qué va. Tienes la cabeza perfecta para encajar puñetazos, chaval.

Para aprender la lección
, corrigió Cazadora de Lluvia.

—No la olvidaré —garantizó Conrad, meneando la mandíbula una vez más—. ¿Podemos hacer una promesa? ¿Todos?

Mephi ni siquiera se volvió para ver si aquello lo incluía a él. Nadie mencionó su nombre.

—Claro —dijo Melinda—. ¿Cuál?

—Vamos a hacer algo acerca de esto. Cuando le hayamos devuelto la piedra del sendero a Konietzko, vamos a dejar de merodear por ahí y vamos a convertir este sitio en nuestro protectorado. Aunque me lleve toda la vida, quiero que arreglemos este desastre. Quiero que recuperemos el túmulo y que reconstruyamos el clan del Descanso del Búho.

Ivar, Cazadora de Lluvia y Conrad fijaron los ojos en Melinda, que miraba de soslayo al joven. Cruzó la mirada con él, y luego con los demás miembros de su manada.

—¿Os quedaríais? —les preguntó a los tres.

No se debe errar sin territorio
.

—Llevamos mucho tiempo dando tumbos, Buscadora de Luz —dijo Ivar—. Sobre todo tú y yo. Regresaremos y plantaremos aquí nuestro estandarte.

—Me da igual cuánto tiempo y esfuerzo nos cueste —dijo Conrad—. Si no puedo morir de viejo aquí, tras devolverle a este sitio la apariencia que le confirió Gaia, moriré en el intento.

—Somos uno, en mente, cuerpo y alma —dijo Melinda—. Somos una manada, y hemos tomado una decisión. Regresaremos y reclamaremos este lugar. Nos une nuestro honor.

Los demás se hicieron eco de la última frase, antes de permanecer de pie, juntos, para compartir un solemne momento de silencio. Mephi, solo al borde de la loma que dominaba la Cloaca del Tisza, levó los ojos a la luna y meditó acerca de lo que acababa de escuchar. Las palabras habían sonado sinceras, pero le costaba creer que pudieran convertirse en realidad. Sabía que los cinco tendrían suerte si conseguían regresar al clan del Cielo Nocturno con vida y con la piedra del sendero del Descanso del Búho.

Además, según podía ver Mephi, la tierra había sufrido un daño irreparable por una sola manada. El lugar se encontraba obstruido en dos frentes por los dementes excesos de la Tejedora y el Wyrm. Antes de que el río hubiese sido contaminado, la Tejedora había sido fuerte en aquel lugar. El hombre había excavado canales de riego y había construido diques para controlar y sangrar al río. El hombre había tendido carreteras paralelas a las márgenes del río y puentes por encima de él. El hombre había levantado postes de teléfono y torres de alta tensión por toda la zona, en precisa formación. El hombre había impuesto su orden a aquella tierra virgen, y la Tejedora se había hecho fuerte. Podían verse Urdimbres por todas partes, justo debajo de la superficie de la Penumbra. La luna se reflejaba en hilachos de aquellas telarañas, aquí y allá, por toda la región, en todos los lugares que el hombre había tocado, reclamado y construido. La telaraña perseveraba incluso en la llanura mancillada y expoliada que se extendía a sus pies.

Mas donde antes había sido fuerte la Tejedora, ahora imperaba el Wyrm. El cieno contaminado que había discurrido por el lecho físico del río hacía meses había envenenado y corrompido a su contrapartida espiritual, al parecer más allá de toda posible salvación. Las llanuras sujetas a inundaciones que rodeaban las orillas del río también habían resultado afectadas, así como los pantanos que se alimentaban de sus aguas a lo lejos. Pese a los denuedos de las omnipresentes Urdimbres de aquella región, el paisaje de la Penumbra se había convertido en un yermo dantesco cuajado de porquería y putrefacción.

La tierra que permanecía impoluta y verde en el mundo físico era un légamo fétido en la Penumbra, y las toxinas burbujeaban hasta la superficie. Algunas burbujas eructaban sus excrecencias al aire que lo devolvía en forma de lluvias nocivas, mientras que otras se limitaban a estallar y a filtrar su pútrido cargamento por el suelo, donde se formaban humeantes charcos viscosos. Lo que otrora fuesen los espíritus de árboles que levaban sus ramas al cielo se habían derrumbado, o bien se habían deformado hasta tornarse irreconocibles. Los espíritus arbóreos que quedaban se habían transformado en burlas nudosas y retorcidas. Se asemejaban a las garras crispadas de gigantes muertos tiempo ha, hundidos hacía eones en aquel nauseabundo tremedal. Los obesos nubarrones intentaban ocultar la luna y amenazaban con vomitar lluvia ácida de un momento a otro. Los lóbregos senderos lunares conducían a la Cicatriz, la Atrocidad, y puede que incluso a Malfeas. Los verdugones infectados que cuajaban el suelo señalaban la presencia de túneles del Wyrm a escasa profundidad. A lo lejos, en el interior de la Penumbra, los bordes de aquel territorio se replegaban sobre sí mismos, aislando aquella parcela profanada del resto del mundo espiritual.

El propio río era el corazón de la Cloaca. El viscoso fluido salobre reptaba mucho más despacio de lo que debería correr el agua, produciendo un sonido similar al de un cadáver amortajado con plástico que fuese arrastrado por un valle de cieno pegajoso. Algunas de sus secciones rezumaban y segregaban como si se tratara de una serpiente leprosa que se alejara reptando en busca de su lecho de muerte. Unas tiras indescriptibles de heces sólidas y grumos coloidales, relucientes como el aceite, flotaban y se hundían en el agua, avanzando hacia el reflejo del Danubio en la Penumbra Nacían y morían remolinos a lo largo del curso, y algunas contracorrientes conseguían avanzar varios metros río arriba antes de desmoronarse y encauzarse. Las espinas y los cadáveres de los peces muertos se amontonaban en las márgenes del río, al igual que los cuerpos de varias aves que habían comido demasiado pescado envenenado. Ningún espíritu de Gaia ni del Kaos podría sobrevivir en un lugar así a partir de los frutos que ofrecía.

Los espíritus servidores del Wyrm, no obstante, eran legión, y en ellos concentró Mephi su atención. Espíritus de pájaros deformes, víctimas de mutaciones, aleteaban espasmódicamente sus extremidades asimétricas y picoteaban los detritos que cuajaban las orillas del río. Los retorcidos espíritus de los árboles que aún salpicaban el paisaje atrapaban a aquellos espíritus pájaro en nidos de pobre manufactura, tejidos con hilachos de Urdimbre. Arañas Tejedoras retorcidas, dotadas de demasiados ojos y de patas impares de múltiples articulaciones reparaban aquellos nidos improvisados, antes de dar cuenta de las aves capturadas según el enloquecido antojo del que hubieran sido imbuidas. Algunas transportaban a los espíritus maniatados a otros nidos en otros árboles, algunas arrojaban sus fardos al río, y algunas se limitaban a devorar la Esencia de los espíritus en el acto.

En otros lugares, espíritus más peligrosos o más horrendos se afanaban en sus sobrecogedores quehaceres. Mephi vio cómo unas nauseabundas Perdiciones del limo H'ruggling salían a rastras del río, dejando rastros de baba a su paso. Vio cómo unas tumefactas Perdiciones de la toxina Wakshaani se extendían por el suelo como sábanas llenas de manchas y venas hinchadas. Manadas de Ooralath con armadura caminaban penosamente por el fango como si estuvieran patrullando. Enormes Scrags dotados de garras como cuchillos se bañaban en el pestilente río y volvían a emerger, bautizados por la escoria.

Los espíritus de la Tejedora que aún permanecían ilesos remendaban las Urdimbres que bordeaban la Cloaca, pero todos sus intentos por reparar el daño eran en vano. El río estaba infestado de Perdiciones, según podía ver Mephi, que se encargaban de desbaratar cualquier incursión de la Tejedora. Los espíritus de la Tejedora procuraban ribetear la corrupción para que no se extendiera aún más, pero el territorio que había reclamado el Wyrm no sería fácil de recuperar. Empero, eso era justo lo que acababa de prometer el Viento Errante. Con un zangoloteo de cabeza, Mephi les deseó buena suerte y que la gracia de Gaia estuviera con ellos.

El sonido de unas pisadas detrás de él le llamó la atención. Se volvió para ver a Melinda acercándose a él, mientras el resto de la manada permanecía reunida a varios metros de distancia, ocupándose de sus propios asuntos. A juzgar por la intensidad con la que se esforzaban por no mirar hacia allí, Mephi supuso que Melinda les había pedido que los dejaran a solas por unos instantes. La mujer se detuvo a su lado y miró colina abajo, hacia la Cloaca. Su rostro carecía de arrugas y de expresión, pero Mephi podía leer la tensión de sus hombros. Veía sus puños apretados. Las aletas de su nariz se dilataban como si estuviese cogiendo aire para soltar un aullido furioso. Mephi se preparó para lo peor.

—No estaríamos aquí de no ser por ti, Caminante —dijo Melinda, mientras paseaba la mirada por el paisaje expoliado—. No tendría que exponer a los míos a eso de ahí abajo.

—¿Qué? —Volvió la vista hacia los demás componentes del Viento Errante. Estaban sacando provisiones para la que sería su última comida más o menos relajada. Conrad levantó la cabeza, antes de apresurarse a agacharla de nuevo y recontar el contenido de su mochila.

—No había nada de esto cuando encontramos el Descanso del Búho. Sólo Urdimbres y espíritus del Kaos. Míralo ahora. Mira lo que ha hecho el Wyrm.

—Lo sé.

—Ivar ha visto cosas peores. Yo he visto cosas parecidas. Pero Cazadora de Lluvia y Conrad no consiguen asimilarlo. No saben cómo enfrentarse a algo así, y yo carezco de la experiencia suficiente para liderarlos con garantías. Quizá si estuviese en los Estados Unidos lo intentaría, pero no estoy lo bastante familiarizada con estas tierras. Si no te hubiese visto en la Forja del Klaive, nos habríamos marchado sin más. Hay otros lugares que necesitan nuestra ayuda. Ivar tiene un hermano al que no ve desde antes de la caída del Telón de Sombras. Cazadora de Lluvia teme por los cachorros que dejó atrás al unirse a nosotros. Tenemos un montón de responsabilidades…

—Melinda, te ofreciste voluntaria para esto. Suena como si quisieras echármelo en cara.

—Así es. —Melinda se volvió por fin hacia él. Mantuvo la voz baja, a fin de que sus compañeros de manada no pudieran oírla—. Si no te hubiese visto… si no hubieses estado allí… no me habría ofrecido voluntaria. Conocía la gravedad de la situación aquí, y sé que los míos no están preparados para ella. Igual que sé que no sé lo suficiente como para adentrarme ahí con ellos y garantizar su seguridad. En un sitio así, no.

—Pero yo sí —dijo Mephi, completando el pensamiento de Melinda antes de que ella pudiera expresarlo con palabras—. ¿Cierto?

—Cierto —admitió Melinda, aunque la confesión sólo consiguió enervarla aún más—. Todo lo que sé acerca de la supervivencia en la Umbra lo aprendí de ti.

—Pero, a estas alturas, ya habrás aprendido lo suficiente para…

—En la Umbra, tú eres capaz de salir del infierno y llegar a tiempo para desayunar sin romper ni una rama y sin que ninguna Perdición arrugue la nariz siquiera. Contigo, incluso tenemos una oportunidad de terminar esto y volver sanos y salvos. Yo lo sabía, por eso tuve que ofrecer a mi manada como voluntaria y reclutarte después. De lo contrario, habríamos tenido que movilizar a un contingente mucho mayor y privar a otro clan de sus guerreros para que nos abrieran camino por este tinglado. Ahora que estás aquí, a lo mejor conseguimos entrar y salir sin que se nos echen encima todos esos monstruos.

—¿Eso es lo que me echas en cara? No es propio de ti mostrarte tan irracional, Melinda. ¿Qué es lo que te molesta de verdad?

—Tú me molestas. El que estés aquí. Supongo que no puedo echarte la culpa. No eres el responsable de que coincidiéramos en la misma asamblea. Es sólo que me gustaría que no hubieses elegido este preciso instante para volver a aparecer como por arte de magia. Todo habría resultado mucho más sencillo. Pero así ha sido, y no pude dejar escapar la oportunidad de enderezar esta misión. No lo hiciste a propósito, pero me obligaste a ofrecerme voluntaria para esta empresa.

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