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Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

Cállame con un beso (39 page)

BOOK: Cállame con un beso
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—¿Crees que se puede querer a dos personas a la vez?

—Tal vez. Aunque yo llegué a una conclusión cuando me pasó.

—¿Qué conclusión?

—Que te pueden gustar dos personas al mismo tiempo, pero eso significa que no estás enamorado de ninguna de las dos.

—Pienso lo mismo.

—¿Sí?

—Sí.

¿Y eso qué significa? ¿Que a la que quiere es a Abril? ¿Le está diciendo indirectamente que a quien ama es a la otra? ¿O que no la quiere ni a ella ni a la mujer de la editorial? Debe estar hecho un lío. Sin embargo, parece muy sonriente. ¿No se estará burlando de ella y de sus sentimientos?

—Esto es surrealista.

—¿El qué?

—Esta situación. ¿No crees? Estamos aquí los dos, después de habernos dado un beso, hablando del amor, las relaciones…, en la calle, en pleno mes de diciembre, de noche, con frío… Es muy raro.

—Es romántico.

—Sí, pero muy extraño.

—Si quieres, nos vamos.

Álex se levanta, pero enseguida siente la mano de Paula que lo sujeta del brazo y tira de él hacia abajo para que se siente otra vez. El joven accede y vuelve a sentarse.

—No te vayas, por favor. Quiero estar contigo.

—No me iba a ninguna parte sin ti. Pero tienes razón, aquí hace frío. Es mejor que vayamos a un sitio donde estemos más resguardados.

—No.

—¿No?

—No.

Y, por fin, se decide, se inclina sobre él y lo besa. Teme que no acepte, que se aparte, que rechace su boca. Pero no lo hace. Se deja llevar. Suman emociones, sentimientos, sensaciones. Es un beso propio del último capítulo de una novela romántica. En cambio, solo es el segundo que ellos se dan. El principio de la historia.

Se acaba y se miran.

—Este ha sido como lo había imaginado desde el día en el que te conocí.

—¿El otro no?

—No. El otro ha sido un beso de emergencia.

Nuevo modelo de beso: beso de emergencia. Aquel chico nunca dejará de sorprenderla. Le saca una sonrisa con su ocurrencia y suspira. ¿Lo hace? ¿Se atreve a apoyarse en su pecho? Sí. Si le ha dejado besarle… Paula se desliza en el banco y coloca la cabeza sobre su cuerpo. Álex sonríe y le pone la mano en el hombro, sujetándola con dulzura.

—Y ahora, ¿qué? ¿Qué pasa conmigo? ¿Qué pasa con Abril? ¿Qué es lo que sientes?

—Demasiadas preguntas.

—¿Tienes dudas?

—Muchas.

Vaya… Hubiera preferido que no tuviera ninguna. Si no está seguro es porque aquellos besos no le han llegado tan adentro como ella pensaba. ¡Si ha sido increíble! ¿Por qué no dice que la quiere y ya está?

—Imagino que estás indeciso.

—Bastante.

—Jo…

—¿Qué te ocurre?

—Que no quiero que estés indeciso y que tengas dudas. Quiero que me quieras.

Una más para el álbum de sonrisas maravillosas del escritor. Le acaricia el pelo lentamente y mira al cielo negro.

—En quince minutos contigo, con dos besos, he sentido más cosas que en todas las veces que me he acostado con Abril.

—No tienes que ser tan concreto —indica ella refunfuñando—. Aunque me alegro de que te pase eso.

—Creo que debo hacer el amor contigo para estar seguro completamente de lo que siento.

Paula da un brinco y se aparta de su lado. Lo observa con los ojos muy abiertos. Él está con una gran sonrisa de oreja a oreja. ¡Qué capullo!

—De momento, confórmate con otro beso y, cuando decidas ser mi novio, ya veremos.

Y tras cerrar los ojos, le regala un tercer beso que ayuda un poco más a Álex a tomar una decisión. Deberá hablar con Abril y explicarle que, realmente, por quien está loco, a pesar de todo, es por aquella jovencita de pelo rubio de la que creía que ya no estaba enamorado. Han sido muchos meses obviando y mintiéndole a la verdad. Y es que nunca, en todo ese tiempo, ha dejado de querer a Paula.

Capítulo 58

Una mañana de diciembre, en un lugar de Londres

Domingo. ¿¡Hace sol!? Esa es la impresión que tiene cuando abre los ojos. Paula mira hacia la ventana y descubre que está en lo cierto. Un rayo entra a través del cristal e ilumina la habitación. ¿Londres soleado en diciembre? No puede ser verdad. ¡Pero ella tiene que estudiar!

Se incorpora y busca con la mirada a su compañera de cuarto en la cama de al lado. No está. Vaya, tiene un asunto pendiente con ella… ¿Dónde se habrá metido Valentina tan pronto?

La cisterna del cuarto de baño le da la respuesta.

—Buenos días, Valen —dice cuando la ve. Se ha vestido con ropa deportiva.

La italiana la observa, pero no le responde. Parece que continúa enfadada por lo de ayer. Paula lanza un suspiro y se pone de pie. ¿Hasta cuándo va a durar aquello? Pues no tiene intención de rendirse. Anoche se prometió a sí misma que, en cuanto se despertara, haría las paces con su amiga y eso es lo que va a hacer. Aprieta los puños y se dirige hacia ella. Esta se ha sentado sobre el colchón y se está atando las zapatillas de deporte.

—Valentina Bruscolotti, tenemos que hablar.

Su tono de voz ha sonado suficientemente contundente. Aunque parece que la chica no se da por aludida. Hace un último nudo a los cordones de su zapatilla derecha y se levanta. Ni caso.

—¿Por qué no me dices nada? ¿No puedes comprender que un secreto es un secreto y que, cuando le das a alguien tu palabra de que no vas a contar algo, hay que cumplirla?

Una nueva mirada desafiante de Valentina. Resopla y continúa sin contestarle. Abre su mochila y saca de ella un pequeño
ipod
de color rosa. Se pone los auriculares, pulsa el
play
y se guarda el reproductor en un bolsillo del pantalón del chándal.

—¿Dónde vas? ¿A correr? —pregunta la joven sorprendida. No sabía que le gustara el
footing
matinal—. Pues voy contigo.

Sin embargo, su compañera de habitación no la espera y sale por la puerta trotando. Paula gruñe enfadada y se da prisa para no perderle la pista. En menos de un minuto se cambia de ropa. Se viste con el único chándal que se ha llevado a Londres y se coge una coleta que ajusta mientras cruza el pasillo de su planta a toda velocidad.

No la ve. Ya le ha cogido mucha ventaja. ¡Maldita italiana! A toda prisa baja la escalera y atraviesa recepción. Algunos estudiantes que van y vienen del desayuno la observan sorprendidos. Nunca han visto a la española haciendo deporte. Si andando, vistiendo o hablando Paula transmite una elegancia insuperable, corriendo es bastante más que patosa porque levanta mucho los talones en cada zancada e inclina demasiado el cuerpo hacia delante.

Sale de la residencia y se detiene para echar una ojeada a su alrededor. Busca a su amiga. Allí está. Se ha marchado por la puerta norte. Tendrá que correr mucho para alcanzarla. Haciendo un gran esfuerzo, incrementa el ritmo de su carrera. Pero en menos de cuarenta segundos ya está agotada y tiene que ir más despacio. Es lo que sucede cuando no se está acostumbrado a hacer deporte. Valentina tampoco es de las que está habituada y también se para, apoyándose en sus rodillas para tomar aire. Paula observa que la chica se ha detenido y eso le da moral para seguir corriendo. Un
sprint
y está más cerca. Pero de nuevo frena y respira hondo exhausta. La tiene a menos de cincuenta metros. ¡No! La italiana acelera una vez más y vuelve a alejarse por una calle cuesta abajo. Suelta un taco en inglés y agacha la cabeza malhumorada. No es hora de quejarse, sino de correr. Y es lo que hace. Sacando fuerzas de donde no sabía que las tenía, aprovechando la pendiente, se lanza como una loca a la persecución de su compañera de habitación. Va mucho más deprisa que ella y en pocos segundos se echa encima.

—¡Valen! ¡Para! ¡Tenemos que hablar! —exclama cuando está a su altura.

Esta mira hacia su izquierda y no puede creerse lo que está viendo. ¿Qué hace ella allí? Pero no se detiene. Al contrario, corre más rápido ante la sorpresa de Paula, que, enrabietada, trata de seguirla. Las dos van en paralelo unos cuantos metros hasta que no dan más de sí y se detienen al final de la calle cuesta abajo.

Casi no pueden respirar. Valentina se quita los auriculares y se sienta en el suelo contra la pared, agotada, con las mejillas rojísimas. Paula la imita y se agacha a su lado. Le duele todo y está completamente empapada en sudor.

—¿Te crees que esto son los Juegos Olímpicos? —pregunta la italiana jadeando.

¡Por fin le habla! Paula sonríe y se deja caer. Se sienta a su lado y le pone una mano en la rodilla.

—Los próximos… son aquí…, así que…

—Me da que tú y yo no llegaríamos a la meta, sin pararnos, ni en una carrera de cien metros.

—¡Ey, habla por ti! Yo… estoy… en forma.

—Claro,
Paola
. Por eso ahora mismo no puedes ni respirar.

Es verdad. Incluso tiene que tumbarse en la acera boca arriba para recuperarse. La gente que pasa por su lado ve a aquellas dos extranjeras tiradas en el suelo y cuchichean.

—Creo que somos el centro de atención —murmura la española haciendo un nuevo esfuerzo para incorporarse.

—Es que tu chándal amarillo… Pareces la de
Kill Bill
.

—Y tus zapatillas, ¿qué?

—¿Qué les pasa? Son preciosas. Rosas… —señala Valentina levantándose del suelo.

Mira a su amiga y, a pesar de que mueve la cabeza de un lado a otro en señal de fastidio, extiende su brazo para ayudarla a ponerse de pie. Paula sonríe, coge su mano y también se levanta.

—Gracias.

—De nada,
Paola
. Pero que sepas que esto no significa que te haya perdonado.

—¿No?

—Por supuesto que no.

No sabe si habla de verdad o no. Mientras caminan por Londres, parece más seria y silenciosa de lo habitual.

El cielo está azul, con alguna que otra nube que lo mancha de blanco. Es una de las pocas veces, desde que Paula llegó a Londres, que se encuentra con aquel tiempo. Eso le anima bastante, aunque Valentina todavía sigue en las mismas. Apenas habla.

—¿Has desayunado? —le pregunta la española señalando una cafetería abierta.

—No.

—El desayuno de la residencia se había terminado ya. He traído dinero. Vamos, que te invito.

—Déjalo.

—Que no, que te invito. Vamos.

No hay más objeciones. Valentina está hambrienta y si paga Paula…

Las chicas entran en aquel lugar y enseguida se dan cuenta de que es un local español. El camarero, un señor mayor que dice ser de Tarifa a pesar de su acento inglés, se lleva una gran alegría al saber que una de aquellas jóvenes tan guapa es su compatriota. Les pregunta si quieren chocolate con churros, que invita la casa. Ellas aceptan encantadas. Después de hacer ejercicio, no les vendrá nada mal un desayuno lleno de calorías.

Entonces a Paula se le ocurre una cosa. Tal vez rompa la tensión que sigue existiendo entre ambas si hace el juego de los churros con su amiga, el mismo que aquel día le sirvió para reírse con Ángel.

—Vamos a jugar a una cosa —le comenta, sonriendo.

—¿A qué? ¿No habrá que correr otra vez, no?

Paula le explica a su compañera de habitación lo que hay que hacer. Con los ojos vendados una le tiene que dar de comer a la otra, y la que menos se manche de chocolate es la que gana. Valentina no lo tiene muy claro, pero acepta el reto. Ese tipo de locuras siempre le han gustado.

El camarero trae dos tazas llenas hasta arriba y seis churros en una bandeja que coloca en el centro de la mesa.

—Entonces, ¿jugamos?

—Sí, pero con una condición.

—¿Cuál?

—Apostemos.

—¿Quieres apostar?

—Sí. Así será más divertido.

—Bueno. ¿Y qué quieres que apostemos?

—Mmm… Si gano yo, me dirás cuál es el secreto de Luca Valor.

—Pero eso…

—¿Aceptas o no?

Paula no quería utilizar aquello para algo tan serio. Simplemente iba a tratarse de una broma…, pero acepta. Imagina que cuando se quiten la venda y su amiga vea que aquello no iba en serio, no se lo tomará a mal y se reirán un rato.

—¿Y si gano yo?

—Limpiaré hoy por ti. Es tu último día de castigo, ¿verdad?

—Sí.

—Pues seré yo quien ocupe tu lugar, ¿qué te parece?

—Vale. Perfecto.

Las dos chicas se dan la mano y sellan el trato. La española le cuenta que utilizarán las servilletas a modo de vendas. Valentina da el visto bueno, pero le hace una última advertencia.


Paola
, espero que no hagas trampa. Porque no hay nada que me fastidie más en este mundo que las trampas. ¡Me cambiaré de habitación si me engañas!

Lo dice tan seria que hasta da miedo. Y ahora, ¿qué? ¿Le explica que aquello solo es una excusa para divertirse juntas? ¿Que en cuanto ella se tape los ojos tiene pensado quitarse su servilleta y ponerla perdida de chocolate?

Seguro que de una manera u otra se enfadará mucho. Y precisamente lo que menos desea es eso. Entonces… ¡Tendrá que tomarse el juego en serio, como cuando era una niña!

Las dos se tapan los ojos y cogen un churro cada una. Están listas. Valentina le pide a su amiga que se detenga y da un grito llamando al camarero para que vaya. Este llega al instante y se queda a cuadros cuando ve a aquellas dos preciosas jovencitas con las servilletas en la cara.

—Por favor, compruebe que ninguna de las dos ve nada.

El hombre, atónito, pasa la mano por delante de los ojos de ambas y da su conformidad.

—Bien. Entonces, que gane la mejor.

Y aquel juego que pretendía ser una diversión, se convierte en un tremendo desafío entre española e italiana, como en los cuartos de final de la Eurocopa de fútbol del 2008. Las dos mojan los churros hasta empaparlos de chocolate e intentan que la otra no le alcance la cara. Y cuando intuyen que lo tienen cerca tratan de morderlo con fuerza y comerlo para evitar que la rival ataque de nuevo.

Los clientes de la cafetería no dan crédito a lo que ven y contemplan boquiabiertos el duelo entre ambas. Hasta vitorean y animan, según el gusto, a la chica del chándal amarillo o a la de las zapatillas rosas.

Son cinco minutos de intensidad, de mordiscos al aire, de manchas de chocolate y de gritos y risas. Los churros se terminan. Las dos se quitan la servilleta de los ojos y se miran. Está muy claro quién es la ganadora.

Capítulo 59

Esa mañana de diciembre, en un lugar de la ciudad

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