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Authors: Jane Yolen

Blanca Jenna (10 page)

BOOK: Blanca Jenna
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—¿Por qué yo? —preguntó Jenna—. ¿Por qué nosotros? ¿Por qué ahora?

—Porque lo que yo he comenzado ahora debe finalizar. Del núcleo a la corteza, de la corteza al núcleo. Los Grenna lo llaman la cáscara del mundo. Ocurre cada varios cientos de años.

—¿Varios cientos?

Jenna estaba a la vez sorprendida e indignada. Alta sonrió.

—¿Crees que los habitantes de los Valles somos lo único que existe en el mundo? No somos más que una manzana en un inmenso árbol. Un árbol en un inmenso bosque. Un bosque en... —Señaló más allá de Jenna.

Recordando los otros bosques en el prado que se extendía hasta el horizonte, Jenna susurró con voz ronca.

—... en un inmenso prado.

—Sí, Jenna. Tú deseas ser y no ser la Anna. Pero existen muchas Annas. Han existido. Volverán a existir. Oh, no todas serán llamadas Anna. Tendrán una multitud de nombres diferentes. —Alta tocó la boca de Jenna con su dedo. Estaba frío—. Pero tú eres la Anna para este recodo. Y aún tienes muchas cosas que aprender. —Se puso de pie y habló con una voz que, a pesar de ser suave, no permitía que la contradijesen—. Ven. —Echó a andar llevándose consigo el collar y la corona.

Todos la siguieron hacia el fuego. Jenna a su lado y los demás, en fila, detrás. A medida que se acercaban, el fuego parecía retroceder.

—Así ocurre con el tiempo aquí —comentó Alta mientras continuaba avanzando hacia las llamas. Finalmente se detuvo e hizo un ademán a su alrededor.

Jenna miró con atención y vio que se encontraban en una acogedora cocina, muy parecida a la de la Congregación Selden. En cualquier momento hubiese podido esperar ver a Donya, a Doey y a sus ayudantes entrar por la puerta como una tromba. Sobre las paredes había candelabros metálicos cuyas velas de sebo esparcían una luz brillante, y en un asador un trozo de carne se cocía lentamente, Sin embargo, por más que la imagen central era nítida, los bordes eran suaves e indefinidos, como las cosas que se ven por el rabillo del ojo. Y a pesar de lo acogedor del lugar, Jenna se sintió invadida por una extraña inquietud y respiró profundamente tres veces. Después de ello habló.

—Esto tampoco es real. No más que la cuna; no más que el salón.

—¿No es real? —preguntó Marek con una voz que mostraba decepción—. Pero se parece a la casa de nuestro padre.

—Exactamente igual —agregó Sandor.

—Sólo en apariencia —replicó Jenna—. Mirad las velas. Mirad el fuego. No hay sombras aquí.

—Ni hermanas sombra —observó Catrona.

—Tienes razón. —Alta asintió con solemnidad—. Tienes razón en cierto sentido. Y también te equivocas. Es verdad que sólo se trata de una apariencia, pero está construida con vuestros recuerdos, vuestros deseos y vuestros sueños. Su propósito no es seduciros o perturbaros, sino confortaros.

—Es demasiado extraño —Jenna sintió un estremecimiento—. No me siento confortada, sino invadida por un vacío muy peculiar.

—Deja que penetre en ti —dijo Alta—. Siéntate... y ábrele espacio en tu corazón.

Petra fue la primera en sentarse, y para ello acercó una silla de aspecto sólido, con paneles de madera incrustados. La silla era tan grande que cuando se apoyó en el respaldo, sus pies apenas si tocaban el suelo. Sólo llegaban a rozar los juncos que habían sido perfumados con rosas secas y verbena.

Jenna aspiró ese aroma tan familiar, recordando. Así olía el Gran vestíbulo de su Congregación. Exactamente igual. Sacudió la cabeza con energía y permaneció de pie.

De pronto los muchachos se tendieron boca abajo junto al fuego, como cachorros después de una larga carrera. Sandor tomó una ramita y comenzó a atizar el fuego, mientras que Marek miraba las llamas con expresión soñadora. Jareth apoyó el mentón sobre los brazos, pero sus ojos continuaron moviéndose con nerviosismo por la habitación.

Con un profundo suspiro, Carroña se sentó en un mullido sillón y extendió las piernas hacia el fuego. Echó la cabeza hacia atrás y miró al techo con una sonrisa.

Jenna deslizó los dedos por el respaldo del sillón. Allí estaba grabada la marca de Alta: el círculo con los dos picos que casi se encontraban en una cruz. Era demasiado perfecto, pensó. Desconfiaba de la perfección. En los Valles decían: La perfección es el fin del crecimiento. En otras palabras, la muerte. Yo no los he traído aquí para que murieran con comodidad. Y en voz alta dijo:

—Nos has dicho que aún teníamos muchas cosas que aprender. Enséñanos... y luego déjanos ir.

Alta sonrió.

—De las cosas que tengo para enseñarte hay muchas que tú ya sabes, Jenna. El juego del Ojo Mental te ha entrenado para los bosques. El juego de las varillas te ha adiestrado para el uso de la espada. Y has convocado a tu hermana antes de llegar a tu primera menstruación. Amas tanto a mujeres como a hombres y eso también te prepara para lo que vendrá. Pero aún eres una niña, Jenna, Jo-an-enna. Le temes a tu destino. Le tienes miedo al poder. Te asusta ir más allá de tu propio corazón.

—Yo no le temo a eso. Después de todo, me encuentro aquí.

Cambió su peso de un pie al otro, con inquietud.

—Annuanna. —La voz de Alta sonó con dureza.

Jenna se paralizó. Era su nombre secreto, el que sólo conocían sus difuntas madres adoptivas y la sacerdotisa de la Congregación Selden. Sintió que comenzaba a temblar; no por fuera, sino por dentro; no con miedo, sino con una especie de estado de alerta, como un puma tras su presa.

—Cuando hayas salido al mundo más allá de este prado, deberás recordar cómo mi fuego siempre va adelante, expandiéndose hasta donde yo se lo permita, siempre fuera del alcance, y, sin embargo, junto a mi mano. Así deben ser tus sueños y tus deseos.

El temblor interno se detuvo para ser reemplazado por una fría calma. Acertijos, pensó Jenna con ira, y después, pronunció la palabra en voz alta:

—Acertijos.

—No son acertijos —dijo Alta sacudiendo la cabeza—. Pero al igual que la sabiduría de los Valles, que tanto os gusta citar a ti y a tus compañeras, se trata de una herramienta útil que ayuda a la comprensión. Para recordar. Lo más importante que debes hacer es recordar, Jenna. Recuerda mi fuego. Recuerda el reino verde. —Agitó una mano sobre la mesa y de pronto ésta se cubrió de tazones, fuentes y platos.

Como despertando de un profundo sueño, Petra, Catrona y los muchachos se acercaron a la mesa y comenzaron a comer ruidosamente y con deleite.

Había pastel de paloma, ensalada de berro y bandejas con frutas. Había jarras con vino tinto, blanco y el rosado que era el preferido de Jenna.

—¿Y todos estos alimentos imaginarios nos nutrirán? —preguntó Jenna con brusquedad mientras tomaba una rodaja de pan para enseñársela a Alta.

—Así es. Al igual que mi fuego os proporciona calor y mis sillas brindan descanso a vuestras piernas.

Después de vaciar una segunda copa de vino, Catrona agregó:

—Al igual que este vino fortalece mi corazón.

—Este vino... —comenzó Jenna apoyando una mano sobre el brazo de Catrona— no te hace ningún bien. Sabes bien que perjudica tu estómago.

—Este vino no le hará daño —aseguró Alta—. La fortalecerá para la batalla que se avecina.

Jareth se apartó de la mesa con tanta fuerza que su copa se volcó, derramando el vino sobre la superficie de madera. A la luz vacilante de las velas, el líquido adquirió el color del roble y parecía como sangre seca en un hilo dorado.

—¿De qué batalla se trata? —preguntó con dureza—. Tú sabes más que nosotros. Dilo por fin.

—Es la batalla que comenzó en mi época y debe acabar en la vuestra. —Su voz era tan suave que todos debieron esforzarse para escucharla—. Es la batalla que prosigue en este círculo, la que unirá la luz con la oscuridad. La batalla que unirá a hombres con mujeres.

—Y si la ganamos —preguntó Jenna con la misma suavidad—, ¿habremos vencido para siempre?

—Una manzana en un inmenso árbol, Jenna —le recordó Alta—. Un árbol en un inmenso bosque.

—Un bosque en un inmenso prado —completó Jenna—. Lo recuerdo. Lo recuerdo pero no me alegra. —Se puso de pie y los demás se levantaron con ella—. ¿Hay algo más que debamos saber?

—Sólo esto. —Alta se quitó la muñequera de rosas y la colocó sobre la mesa junto al collar y la corona—. Toma la corona, joven Marek.

Cuando él la tuvo cuidadosamente entre las palmas, Alta posó sus manos sobre las de él.

—Y tú coronarás al rey.

Volvió a mirar los objetos sobre la mesa.

—Sandor, toma la muñequera.

Él se inclinó y obedeció, sosteniendo el adorno en su palma derecha. Alta cubrió su mano con la de ella.

—Y tú guiarás el brazo derecho del rey.

Alta misma recogió el collar de la mesa y lo sostuvo un largo momento sin hablar, mirando a Jareth como si sopesase sus palabras.

Jenna sintió que en su interior algo se tornaba caliente y luego frío. Se mordió el labio. Si Marek debía coronar al rey, quienquiera que éste fuese, y Sandor guiaría su brazo, ¿qué podía significar el collar? ¿Ser un esclavo de ese rey sin nombre? ¿O un lazo alrededor de su cuello?

Jareth no, pensó. Mi buen amigo, no. Extendió una mano para detener las palabras de Alta.

—¡No! No se lo entregues a él. Si ha de significar su muerte, entrégamelo a mí en su lugar.

Alta alzó la vista y sonrió con tristeza.

—Lo que debéis hacer Catrona, Petra y tú se encuentra escrito en vuestros corazones. Lo aprendisteis en el Libro de Luz cuando erais niñas. Lo lleváis en vuestro interior. Pero los hombres que aún no lo comprenden necesitan estas señales. Y el collar ha estado aguardando al último de los héroes. Debo dárselo a él, Jenna. Debo hacerlo.

—No me importa, Anna —afirmó Jareth con los ojos fijos en los suyos—. Y no tengo miedo. Te he seguido y me has conducido ya a un destino más extraño que el que hubiese conocido de otra manera, si hubiese permanecido en el molino junto a mi viejo padre. Para mí es suficiente saber que la Anna estaría dispuesta a dar la vida por mí.

No Anna... Jenna, hubiese querido decir ella. Pero comprendió que, para mostrar tanto coraje, debía ser la Anna para él. Por lo tanto, guardó silencio.

Alta colocó el collar alrededor del cuello del joven y lo convirtió en una cinta del verde más puro.

—No volverás a hablar hasta que la corona esté en su sitio y la mano derecha del rey haya ganado la guerra. Después, todo lo que digas será recibido con grandes honores. Pero si este collar se rompe antes de tiempo, lo que digas podría destruir la camaradería, hacer que se pierda el trono; y el círculo permanecería abierto para siempre. Porque con este collar, podrás leer los corazones de los hombres y las mentes de las mujeres y nadie desea que otro le recuerde lo que piensa y siente.

Jareth se llevó una mano a la garganta y se volvió lentamente para mirar a cada uno de sus compañeros. Sus ojos se tornaron primero grandes y luego pequeños, como dos lunas. Al fin se volvió hacia Jenna hasta que ella bajó la vista, perturbada bajo su intensa inspección.

—Oh, mi pobre Jareth —susurró, y extendió una mano hacia él.

Jareth abrió la boca como para hablar, pero en lugar de palabras sólo emitió un sonido estrangulado. Tampoco tomó su mano y, en lugar de eso, se apartó para colocarse hombro a hombro con los otros muchachos.

—Y ahora —habló Alta—, debéis partir. Os daré pan y vino para el viaje, ya que de aquí a mañana tendréis una larga cabalgata. Y si habláis de lo que habéis visto y oído en este reino verde, no os creerán más que si hablarais con la voz de Jareth. Adiós.

Alzó su mano y, como respondiendo a una orden, los caballos trotaron hasta ella. Alta tomó las riendas y se las ofreció.

Uno tras otro, Jenna y sus compañeros se acercaron a sus cabalgaduras.

Jenna fue la primera en montar. La siguió Catrona, con su espada desenvainada en la mano. Jareth subió a la yegua baya y se inclinó para ayudar a Petra. En último lugar, Marek y Sandor saltaron sobre su caballo.

—¿Volveremos a verte? —le preguntó Jenna a Alta. Alta sonrió.

—Volverás a verme al final de tu vida. Ven a las puertas y éstas se abrirán para ti... Para ti y para alguien más.

—¿Alguien más? —Jenna susurró la pregunta.

Al ver que no había respuesta, hizo dar la vuelta al caballo y se dirigió en la dirección indicada por Alta, rumbo al horizonte lejano.

Los otros la siguieron.

Al principio avanzaron lentamente, como si no quisieran abandonar el prado de Alta. Más tarde, de uno en uno, fueron llevando sus caballos al galope. Primero descendió el sol, y luego aparecieron las estrellas como nieve a sus espaldas. Sin embargo no era ni de día ni de noche, sino una especie de eterno atardecer. A medida que cabalgaban, el verano siguió a la primavera y el invierno al otoño; y, no obstante, el camino siguió siendo el mismo. Continuaron su marcha hacia el lugar donde se unían la tierra y el cielo. Una vez Jenna se volvió para mirar atrás. Vio a Alta de pie junto a su bosquecillo, en un círculo de Grenna. Cuando miró nuevamente, Alta, los hombrecillos y el bosque habían desaparecido.

EL MITO:

Y entonces Gran Alta dijo: “La corona será para la cabeza, ya que se debe gobernar con sabiduría. Y la muñequera será para la destreza de la mano. Pero en cuanto al collar que rodea el cuello, será para la lengua, ya que sin lengua no somos humanos. ¿De qué otra forma podríamos contar el relato que es historia? ¿Cómo cantaríamos himnos y villancicos? ¿ Cómo haríamos para maldecir o gritar? El obsequio más elevado de todos es el collar.”

LIBRO TERCERO
COMPAÑERAS PARA TODO
EL MITO:

Entonces Gran Alta apartó su cortina de cabellos y les enseñó las praderas de la guerra. En el lado derecho estaban los ejércitos de la luz. En el lado izquierdo estaban los ejércitos de la noche. Sin embargo, al descender el sol y elevarse la luna ambos fueron uno solo.

—Son compañeros para todo —manifestó Gran Alta—. Son escudo y espada, luz y sombra. Haré que aprendáis acerca de la guerra para que podáis vivir en paz.

Y entonces los depositó sobre la planicie ensangrentada para que iniciasen su instrucción.

LA LEYENDA:

En el centro de los Valles existe una planicie árida donde sólo crece una especie de flor, la Rosa Otoñal. El poco pasto que hay es bastante seco, y la poca agua no resulta apta para beber; sólo hay polvo, grava y la Rosa Otoñal.

Se dice que alguna vez la planicie fue un bosque con grandes árboles, tan altos que parecían atravesar el cielo. Y allí vivían en armonía el puma y el conejo.

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