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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #ciencia ficción

3001. Odisea final (12 page)

BOOK: 3001. Odisea final
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PUERTA ¡CONFIRMAR! OH, HOLA, MELINDA DISCULPA SIÉNTATE CASI TERMINÉ...

"Sí... delito. Siempre algo... Nivel irreducible de sonido de la sociedad. ¿Qué hacer?

"La solución de ustedes: prisiones. Fábricas de perversión patrocinadas por el Estado... ¡mantener un preso equivalía al décuplo de los ingresos de una familia promedio! Completamente descabellado... Es evidente que había algo que andaba muy mal en la gente que gritaba con más fuerza pidiendo más prisiones... ¡habrían necesitado que se los psicoanalizara! Pero seamos justos: en verdad no existían alternativas antes que se perfeccionaran la vigilancia y el control electrónicos: debiste de haber visto entonces a las jubilosas multitudes demoliendo los muros de las prisiones... ¡nada como eso hubo desde el de Berlín, cincuenta años antes!

"Sí... Danil. No sé cuál fue su delito, y tampoco lo diría si lo supiera, pero infiero que su perfil psic sugirió que serviría bien como —¿cuál era la palabra...?— ballet... no, valet. Resultaba muy difícil conseguir gente para algunos trabajos... ¡no sé cómo nos las habríamos arreglado si el nivel de delitos hubiera sido cero! Sea como fuere, pronto se lo liberará del control y se lo devolverá a la sociedad normal.

LO SIENTO, MELINDA YA CASI TERMINÉ

"Eso es todo, Frank... saludos a Dimitri. Para estos momentos debes de estar a mitad de camino de Ganimedes... ¡me pregunto si alguna vez lo revocarán a Einstein, así podemos conversar a través del espacio en tiempo real!

"Espero que esta máquina pronto se acostumbre a mí. Caso contrario, saldré a buscar una legítima antigüedad: un procesador de texto del siglo XX... ¿Me lo creerías? Una vez hasta llegué a dominar esa tontería del QWERTYUIOP, que a ustedes les tomó algunos centenares de años para deshacerse.

"Cariños y adiós.

—Hola, Frank, aquí estoy de nuevo. Todavía espero la confirmación de mi último...

"Resulta extraño que te estés dirigiendo a Ganimedes y a mi viejo amigo Ted Khan. Pero quizá no sea tanta coincidencia: a ello atrajo el mismo enigma que ustedes iban...

"Antes que nada debo decirte algo sobre Ted. Sus padres le jugaron una mala pasada al darle el nombre de Theodore. Cuando se lo abrevia... ¡ni siquiera te atrevas a llamarlo así!... queda en Theo. ¿Ves lo que quiero decir?

"No puedo dejar de preguntarme si es eso lo que lo enfurece. No sé de alguna otra persona que haya desarrollado un interés tan intenso por la religión... no, una obsesión. Mejor te prevengo: Kahn puede ser tremendamente plúmbeo.

"A propósito, ¿qué tal lo estoy haciendo? Extraño a mi antiguo Mentescritor, pero tengo la impresión de que estoy empezando a tener esta máquina bajo control. No cometí errores... ¿cómo los llamaste?...
bloopers... glitches...fluffs...
no hasta ahora, por lo menos,

"No estoy segura de que deba decirte esto, por si, accidentalmente, hablaras de más, pero el apodo privado que uso para Ted es "El Ultimo Jesuita". Tú debes de saber algo sobre ellos: la Orden todavía estaba muy activa en tus tiempos.

"Gente asombrosa, a menudo grandes científicos, soberbios eruditos... hicieron muchísimo bien, así como mucho daño. Una de las supremas ironías de la historia: buscadores sinceros y brillantes del conocimiento y de la verdad y, sin embargo, su propia filosofía estaba irremediablemente distorsionada por la superstición...

Xuedn2k3jn deer 21 eidj dwpp "Maldita sea. Me volví emotiva y perdí el control. Uno, dos, tres, cuatro... ahora es el momento de que todos los buenos vengan en ayuda del partido... así está mejor.

"Sea como fuere, Ted tenía esa misma marca de altiva resolución. No entres en discusiones con él: te pasaría por encima como una aplanadora.

"A propósito, ¿qué eran las aplanadoras? ¿Se las usaba para aplanar la ropa? Ya me imagino lo incómodo que eso podía llegar a ser...

"El problema con los Mentelectores: con demasiada facilidad van y vienen en toda dirección, no importa lo intensamente que el usuario trate de disciplinarse... parece que los teclados tenían algo de bueno, después de todo... estoy segura de haber dicho eso antes...

"Ted Khan... Ted Khan... Ted Khan.

"Todavía es famoso allí, en la Tierra, por dos, cuando menos, de sus dichos: "La civilización y la religión son incompatibles" y "Fe significa creer en lo que se sabe que no es cierto". En realidad, no creo que la última sea una originalidad; si lo es, es lo más cerca que Ted estuvo jamás de decir un chiste. Ni siquiera esbozó una sonrisa cuando probé con uno de mis favoritos, espero que no lo hayas oído antes... es evidente que se remonta a tu época...

"El decano se queja ante su facultad:

'"¿Por qué ustedes, los científicos, necesitan equipos tan costosos? ¿Por qué no pueden ser como el departamento de Matemática, que únicamente precisa un pizarrón y un cesto para papeles? Y mejor aún, como el departamento de Filosofía. Ése ni siquiera necesita el cesto...'

"Bueno, a lo mejor Ted ya lo oyó antes... Espero que la mayoría de los filósofos tengan...

"De todos modos, dale mis saludos... ¡y no, repito, no entres en discusiones con él!

"Cariños y lo mejor desde la torre África.

TRANSCRIBIR. ALMACENAR.

TRANSMITIR — POOLE

16. La mesa del capitán

La llegada de tan distinguido pasajero había ocasionado una cierta perturbación en el cerrado mundillo de la
Goliath
, pero la tripulación se adaptó a eso de buen humor. Todos los días, a las 18:00, todo el personal se reunía para cenar en el comedor de oficiales que, en condiciones de gravedad cero, podía admitir con comodidad hasta treinta personas, como mínimo, si se distribuían de manera uniforme a lo largo de las paredes. Sin embargo, la mayor parte del tiempo los sectores de trabajo de la nave se mantenían con gravedad lunar, por lo que había un piso innegable... y más de ocho cuerpos constituían una multitud.

La mesa semicircular, que se desplegaba en torno de la cocina automática a la hora de las comidas, admitía exactamente la tripulación completa de siete personas, con el capitán sentado en el sitio de honor. Una persona de más producía problemas tan insuperables que ahora, en todas las comidas, alguien tenía que tomar la suya a solas. Después de mucho debate hecho sin mala intención, se decidió hacer la elección según el orden alfabético, pero no del nombre propio, que apenas si se usaba, sino del apodo: "Bulones" (ingeniería estructural); "Cables" (computadoras y comunicaciones); "Contra" (contramaestre); "Estrellas" (órbitas y navegación); "Prop" (propulsión y energía); y "Vida" (sistemas médicos y de mantenimiento fisiológico).

Durante el viaje de diez días, mientras escuchaba los relatos, bromas y quejas de sus compañeros temporarios, Poole aprendió más sobre el Sistema Solar que durante sus meses en la Tierra. Era evidente que todos los que iban a bordo estaban encantados de tener a alguien nuevo, y quizás ingenuo, que los escuchara como interesado público de una sola persona, pero a Poole era raro que lo engañaran las narraciones más imaginativas que sus compañeros le contaban.

No obstante, a veces resultaba difícil saber dónde estaba el límite. Nadie creía realmente en el Asteroide de Oro, al que, en general, se consideraba como un engaño del siglo XXIV. ¿Pero qué ocurría con los plasmoides de Mercurio, sobre los que había informado una docena, por lo menos, de testigos confiables durante los últimos quinientos años?

La explicación más sencilla era que se relacionaban con los relámpagos esféricos, responsables de tantos informes sobre "Objetos Voladores No Identificados" en la Tierra y Marte. Pero algunos observadores juraban que habían mostrado intencionalidad, hasta curiosidad, cuando se los encontraba de cerca. Tonterías, respondían los escépticos, ¡nada más que atracción electroestática!

Inevitablemente, eso llevó a discusiones sobre vida en el universo, y Poole se encontró, y no por primera vez, defendiendo su propia era contra los extremos de credulidad y escepticismo que había tenido. Si bien la manía sobre "los extraterrícolas están entre nosotros" ya se había aquietado cuando Poole era niño, todavía en fecha tan posterior como la década de 2020, a la Agencia Espacial la seguían importunando lunáticos que afirmaban que habían hecho contacto con, o que habían sido secuestrados por, visitantes de otros mundos. Sus alucinaciones eran reforzadas por una sensacional explotación por parte de los medios de prensa, y, más tarde, en la bibliografía médica se preservó el síndrome con la denominación de "Enfermedad de Adamski".

El descubrimiento de la AMT—1 había puesto fin, paradójicamente, a esa lamentable tontería, al demostrar que aunque en verdad existía inteligencia en otros sitios, en apariencia no se había preocupado por la especie humana durante varios millones de años. La AMT—1 también había refutado, de manera convincente, al puñado de científicos que argüía que la vida por encima del nivel bacteriano era un fenómeno tan improbable, que la especie humana estaba sola en esta galaxia... si es que no en todo el cosmos.

La tripulación de la
Goliath
estaba más interesada en la tecnología que en la política y la economía de la época de Poole, y le fascinaba, de modo particular, la revolución que había tenido lugar en los propios tiempos de él: el fin de la era de los combustibles fósiles, desencadenado por el aprovechamiento de la energía del vacío. A la tripulación le resultaba difícil imaginar las ciudades ahogadas por el smog del siglo XX; y el desperdicio, la codicia y los consternadores desastres ambientales de la Era del Petróleo.

—No me culpen a mí —dijo Poole, defendiéndose resueltamente después de una rueda de críticas—. De todos modos, vean el desaguisado que produjo el siglo XXI.

Hubo un coro de "¿Qué quiere decir?" por toda la mesa.

—Nobien la así llamada Era de la Energía Infinita se puso en movimiento, y que todos tuvieron miles de kilovatios de energía limpia y barata con la que jugar... ¡ya saben lo que ocurrió!

—Ah, se refiere a la Crisis Térmica. Pero eso se reparó.

—Con el paso del tiempo... después que ustedes cubrieron la mitad de la Tierra con reflectores para hacer que el calor del Sol rebotara al espacio. De otro modo, el planeta habría estado tan sancochado como lo está Venus ahora.

El conocimiento que la tripulación tenía de la historia del tercer milenio era tan sorprendentemente escaso, que Poole, merced a la educación intensiva recibida en la Ciudad de las Estrellas, a menudo los podía asombrar con detalles de acontecimientos ocurridos siglos después de su propia época. Sin embargo, lo halagó descubrir lo bien informados que estaban sobre el cuaderno de bitácora de la
Discovery
: se había convertido en uno de los registros clásicos de la Edad Espacial. Lo veían del mismo modo que Poole habría mirado una saga de los antiguos vikingos, y a menudo tenía que recordarse que estaba a mitad de camino, en el tiempo, entre la
Goliath
y las primeras naves que cruzaron el océano occidental.

—En el día ochenta y seis —le hizo recordar Estrellas durante la cena de la quinta noche—, ustedes pasaron a dos mil kas del asteroide 7794... y lanzaron una sonda hacia él. ¿Se acuerda?

—Claro que sí —respondió Poole, con bastante brusquedad—, para mí sucedió hace menos de un año.

—Hmmm, lo siento... Bueno, mañana estaremos aún más cerca, a trece mil cuatrocientos cuarenta y cinco. ¿Querría echar un vistazo? Con autoguía y congelación de imagen, tendremos que contar con una ventana de diez milisegundos completos de ancho.

¡Una centésima de segundo! Que pasaran unos minutos en la
Discovery
ya le había parecido bastante agitado, pero ahora todo iba a ocurrir cincuenta veces más rápido...

—¿Cómo es de grande? —preguntó Poole.

—Treinta por veinte por quince metros cúbicos —respondió Estrellas—. Parece un ladrillo estropeado.

—Lamento que no tengamos un tarugo de prueba para disparárselo —terció Prop—. ¿Alguna vez se preguntaron si el 7794 iba a devolver el golpe?

—Nunca se nos ocurrió. Pero sí les brindó a los astrónomos una gran cantidad de información útil, así que el riesgo valió la pena... Sea como fuere, por una centésima de segundo difícilmente parece que valga la pena molestarse. Gracias de todos modos.

—Entiendo: una vez que se vio un asteroide, se los vio todos...

—No es cierto, Cables. Cuando estuve en Eros...

—Como ya nos contaste un millón de veces, cuando menos...

La mente de Poole se apartó de la discusión, de modo que ésta se convirtió en un trasfondo de ruido sin sentido. Estaba mil años atrás en el pasado, recordando la única emoción de la misión de la
Discovery
antes del desastre final. Aunque él y Bowman estaban perfectamente al tanto de que el 7794 no era más que un pedazo de roca sin vida y sin aire, ese conocimiento apenas si afectó lo que sentían: era la única materia sólida que iban a encontrar de aquel lado de Júpiter, y la habían contemplado experimentando las emociones de los marineros después de un largo viaje oceánico, al bordear una costa en la que no podían desembarcar.

El asteroide giraba lentamente sobre sus extremos, y sobre la superficie tenía distribuidos en forma aleatoria, parches moteados de luz y sombra. A veces destellaba como una ventana distante, cuando planos o afloramientos de material cristalino relampagueaban al sol...

Recordó, también, la tensión cada vez mayor que se iba generando mientras esperaban para ver si su puntería había sido precisa: no era fácil acertarle a un blanco tan pequeño a dos mil kilómetros de distancia y desplazándose a una velocidad relativa de veinte kilómetros por segundo.

Y entonces, con la parte oscurecida del asteroide como fondo, se produjo una súbita y deslumbrante explosión de luz. El diminuto tarugo —puro uranio 238— había hecho impacto a velocidad meteórica: en una fracción de segundo, toda su energía cinética se había transformado en calor. Una voluta de gas incandescente hizo breve erupción en el espacio, y las cámaras de la
Discovery
grababan las líneas espectrales que rápidamente se desvanecían, en busca de la emisión característica de los átomos fulgurantes. Algunas horas después, allá en la Tierra, los astrónomos conocían, por primera vez, la composición de la corteza de un asteroide. No hubo mayores sorpresas, pero varias botellas de champagne cambiaron de mano.

El capitán Chandler mismo tuvo muy poca intervención en las muy democráticas discusiones que se realizaban en torno de su mesa semicircular: parecía contentarse con permitir que la tripulación se aflojara y expresara lo que sentía en esa atmósfera informal. Sólo había una regla no escrita: en la hora de la comida no se discurría sobre asuntos graves. Si había problemas técnicos u operativos, se debía tratarlos en alguna otra parte.

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